Publicado el 30/08/2016

Violencia y mirada

Recuerdo haber escuchado, unos diez años atrás, la entrevista de un director de cine en la que  le planteaban la cuestión del efecto de imágenes violentas en los niños. En esa época no era políticamente correcto temer el efecto de ese tipo de imágenes en los niños. “Los niños saben distinguir entre la realidad y el mundo imaginario, y les gusta tener miedo”. A decir verdad la industria cinematográfica tiene sus propios criterios y son esencialmente económicos. La violencia atrae la mirada, la captura. Basta con considerar los anuncios de las películas, seleccionan siempre las imágenes las más violentas. Entonces, no hay ninguna reflexión ética, es el mercado el que manda.

No es por casualidad si cada año nos enteramos de acontecimientos horribles, un varón que entra en el colegio suyo con una ametralladora y que mata a varios alumnos. Otro que mata a su profesora con un puñal. Acontecimientos de este tipo no son raros. Recién leí un estudio científico norteamericano que demuestra que hay una relación evidente entre los pasos al acto violentos, los fantasmas violentos  y las imágenes vistas. El efecto es mucho más llamativo en los niños. Y para nosotros no es nada extraño, puesto que conocemos la fuerza del lazo imaginario en el niño. Pero unos años atrás, eso no se podía decir. Uno hubiera hablado de censura.

Es cierto que el miedo puede desencadenar cierta forma de goce. Es  a menudo el principio de la pesadilla en el niño. Cuando escuchan a niños que tienen pesadillas, muy a menudo habrán notado que fue una imagen vista en la televisión o en un DVD que desencadenó la pesadilla.  La pesadilla es un sueño que fracasa. Fundamentalmente el sueño ha de proteger el dormir y lo hace al cifrar el goce para que no despierte al soñante. Demasiado goce experimentado al ver ciertas imágenes desencadena pesadillas en los niños, es evidente. El mismo Lacan lo había subrayado, respecto al tema de la fobia. El niño que tiene fobia a los lobos, por ejemplo, no es por haber encontrado un lobo en la vida, sino en su librito. Son las imágenes que surten mayor efecto. Pero no una imagen cualquiera, es preciso que sea una imagen que captura la mirada.

Recuerden que, según Freud, la escena que captura comúnmente la mirada del niño es una escena  violenta, es el tema del estudio freudiano sobre el fantasma: “pegan a un niño.” Lo que fascina es la imagen de un semejante reducido a la posición del objeto de goce del Otro. Ese semejante cogido en la escena no se puede ver así, le falta la mirada, de cierto modo. En cambio, el que observa  dicha escena puede imaginarse en la posición del pobrecito pegado, es un primer nivel de goce,  pero experimenta un plus de goce porque, al contemplar esa escena, goza de la mirada.

Cabe decir que, hoy en día, nuestros aparatos nos permiten, cada vez más, gozar de la mirada. Pocas son las imágenes que nos faltan. Aunque tratamos de ponerlos al abrigo, los niños tienen acceso a esas imágenes.  Ser confrontado a una escena visible en una pantalla y fantasmearla son cosas distintas. Podríamos plantearnos la cuestión de los cambios que aparecen en los tipos de fantasmas en los sujetos del siglo XXI. Hay que recordar  que  el fantasma aparece como escena en una pantalla para tapar un vacio, para tapar lo irrepresentable, la falta de representación en el mundo. Si el mundo es mundo, es por haber sido limpiado de lo inmundo, o sea lo irrepresentable.  Luego, el mundo es una escena estructurada por una pérdida.

El paso al acto, en cambio, implica el salir de la escena, reventar la pantalla. En el paso al acto el sujeto desconoce la pérdida. Hay un nuevo tipo de acto, muy de moda en los jóvenes hoy en día. Fue inventado en Inglaterra. Allá lo llaman “Happy slapping”. Pegan a uno, filman la escena con un móvil y mandan el video en la red.

Sería interesante equiparar ese paso al acto con el fantasma clásico: pegan a un niño.  A mi modo de ver, el fantasma surte su efecto en un sujeto dividido. Dividido entre su posición de goce pasivo, y su posición voyerista, al margen de la escena. El que goza no se ve y el que ve no goza en la misma posición.  El fantasma es el sueño de juntar esos dos goces. En el paso al acto, tipo happy slapping, se trata de negar que una imagen pueda faltar. Pegan y mandan el video. El acto realiza la imagen que falta y la proporciona al mundo entero.

Por supuesto esa moda nos da a pensar en lo que sucedió alrededor de los años 2000, con el terrorismo, las secuestraciones y los videos mandados en la red internet donde exhibían las víctimas torturadas o incluso las ejecuciones. Me parece claro que los jóvenes ingleses no inventaron el happy slapping a partir de nada.  La palabra happy, en sí-misma, subraya el cinismo de nuestro mundo, un mundo que hemos construido con el principio del placer que, en realidad, es un principio de goce que nos lleva a lo peor. Lacan nos llamó la atención en los años setenta cuando inventó el término “lathouse” para designar esos objetos que la ciencia ha inventado para causar nuestro deseo y que el mercado nos proporciona para su propia ganancia. Muchas de esas lathouses se fundan en el poder de la mirada y no sería difícil  medir el peligro que conllevan si no los usamos con atención.

Desde hace diez años los padres usan aparatos electrónicos para vigilar a los bebes en su habitación. En Francia se llaman audi bebe. Pues, ahora existe nuevo tipo de aparato, una webcam que permite visualizar al bebe en su cama. Si unos se encantan por esos adelantos de la ciencia que nos proporciona cada vez más seguridad, los hay que se plantean la cuestión del porvenir de esos sujetos desde el inicio sometidos a una mirada omnipresente.

Hay otro fenómeno, muy de moda, en ese mismo registro  implicando la mirada, es el blog, una página web personal en la que uno se exhibe, cuenta sus cosas cotidianas. Recién leí un artículo sobre este tema. Los autores 1 destacan la función extremadamente narcisista de las fotos  de bebes que los jóvenes padres colocan en su blog. Otra vez más, la lathouse aquí opera enfatizando el poder narcisista de la imagen del niño como objeto de goce de los padres. Esa función del niño como objeto del narcisismo de los padres no es nada nueva, pero la lathouse multiplica sus efectos y la lleva al extremo. Eso puede llevar a lo peor. Se sabe por ejemplo que pedófilas se conectan en esas páginas para encontrar su objeto de goce.

Sea lo que fuere, esa enfatización de la imagen narcisista contrarresta con otras imágenes totalmente opuestas, o sea el rastro de “la racaille” algo que suena como canalla, pero que designa un desecho. En Francia es el término usado para designar los niños de las afueras, niños violentos, que dan miedo a los maestros, niños difíciles de educar, niños a menudo manipulados por los adultos para robar.

Hoy en día, en las afueras de las grandes ciudades francesas, los profesores, los pedagogos encuentran numerosos problemas con esos niños que presentan una nueva clínica centrada en el rechazo del saber escolar y en la violencia. Esos niños se niegan a otorgarle al adulto cualquier tipo de saber. Creo que esos niños plantean problemas a tres niveles, al nivel de lo social, lo que conlleva lo político, al nivel de la educación, y al nivel de un tratamiento posible por el psicoanálisis. Pues, esos niños nos enfrentan con los tres imposibles destacados por Freud: imposible de educar, de gobernar y de psicoanalizar.

Personalmente, tengo  poca experiencia  de esa clínica extrema. Creo que pocos la tienen, puesto que esos sujetos no confían en los adultos, y no son listos a suponernos un saber.

Sin embargo, al redactar esas últimas líneas, de repente me viene a la memoria un encuentro inolvidable que tuve hace unos diez años con un niño de la calle en Medellín. La conté varias veces y quizás ya aquí en Madrid.

Me habían invitado a dar una serie de conferencias en Medellín alrededor del seminario IV de Lacan. Me había dedicado a leer con atención el caso Juanito descrito por Freud y estudiado muy de cerca por Lacan. Pero preparando así mis intervenciones, yo me planteaba la cuestión del interés que podía tener ese tipo de clínica en Colombia donde están enfrentados con una clínica infantil muy distinta: niños de la calle violentos, secuestraciones…etc. Pues nada que ver con las angustias de un niño de la burguesía de Viena a principios del pasado siglo.

Mi primero contacto con Colombia fue con una institución en la que me presentaron a un niño de la calle sin que yo sepa nada de su problema. El niño me contó con muchos detalles su modo de vivir, durmiendo en la calle, robando cosas con un compadre, pues sus hazañas, y yo en un primer momento me deje fascinar por el relato de ese colombianito. Hasta que le detuve en su relato diciéndole que todo eso a mí no me concernía, yo no era de la policía, sino que era médico. Entonces, le pregunté: ¿Estás enfermo,  de qué sufres? Enseguida el tono cambió y el niño me contó que tenía ataques. Yo le subraye el doble sentido de la palabra ataques, designando a la vez los ataques de la epilepsia que le dejaban totalmente impotente y pasivo, y a la vez los ataques que soñaba realizar con su compadre, y que me había relatado con algo de orgullo. Como yo vi que él se interesaba por los efectos del significante yo le pedí que me contara sus sueños. Me contó uno en el que estaba enfrentado a su compadre que le echaba en cara una serpiente y un alacrán. Puesto que yo desconocía esa palabra le pedí que me dibujara la escena y que me escribiera la palabra. No fue difícil hacerle entender que esos bichos peligrosos representaban la enfermedad suya que tenía al cráneo pero representaban a la vez lo que el compadre, mayor de edad, le metía en la mente enseñándole a atacar a los demás. Nuestra charla duro más de una hora. Nos despedimos, y  después hubo un debate con el equipo y los colegas colombianos. Estábamos charlando sobre el caso cuando alguien tocó a la puerta. Era el varoncito acompañado por una enfermera,  quería pedirme que yo le llevara a Francia en mi equipaje.

Cuando reflexiono una vez más sobre el caso, me doy cuenta de que nada era posible en cuanto  yo me dejaba fascinar por las hazañas del chico. Posiblemente yo lo miraba como un objeto raro. En cambio, algo fue posible a partir del momento en que, quizás gracias al dibujo, salimos del campo de la mirada para cifrar el goce en términos significantes. Entonces él se interesó por los efectos de la palabra y la transferencia se volvía posible.

Michel Foucault en su historia de la locura subrayó la función de la mirada en la clínica psiquiátrica. Creo que los terapeutas que se detienen en una clínica del comportamiento siguen con esa tradición. Nosotros, en cambio, seguimos la vía de Freud que construyó sus estructuras clínicas apartando la mirada del terapeuta y dedicándose a escuchar la palabra del paciente.

Nuestra práctica de la  presentación de enfermo, término que no me conviene, prefiero hablar de entrevista clínica, esa práctica heredada de Lacan no tiene nada que ver con una presentación, una exhibición, se trata, al revés de entrevistar a un sujeto y pedirle que se explique , si lo desea, sobre lo que le acontece. Es una puesta en escena, un modo de dar a un sujeto la oportunidad de representarse en la escena y de tomar la palabra. A menudo pude comprobar el valor terapéutico de este dispositivo.

La clínica del DSMIV,  en cambio, se mantiene en el registro de la mirada clínica. Trata de ordenar los cuadros clínicos a partir de una descripción de los comportamientos.

En el pasado mes de septiembre los psicólogos de mi zona me pidieron una conferencia sobre el tema del TDAH. Trastorno Déficit de Atención / hiperactividad. Tuve que leer el DSMIV, cosa que nunca yo había hecho. Respecto a nuestra clínica psicoanalítica, esa clínica del DSMIV es muy pobre.

Nos dicen que el TDAH puede presentarse bajo tres formas. Una en la que predomina el déficit de atención, una segunda forma en la que predomina la hiperactividad, y una tercera que es mixta. ¡Bárbaro!

Es un síntoma en el sentido medico del término que traduce una dificultad de adaptación al ámbito educativo. Por eso no aparece sino al colegio. Los maestros son los que lo constatan. Se trata de niños que no escuchan los mandamientos, que no parecen  implicados en el lazo social que une al profesor y al alumno, son niños que no cesan de moverse y que perturban la clase. De ahí la necesidad de encontrar pronto una solución y solución hay gracias a la química, es el methylphenidate, un producto derivado de la anfetamina, que surte efecto sin que uno sepa exactamente como actúa.

Los neurofisiologos, los neuropsicologos se atreven a decir que se trata de un déficit de la inhibición. Cuando uno se queda tranquilo en su sitio, es por haber inhibido sus ganas de mover, de huir, o de pegar al vecino. ¡Pues bien! Pero yo no entiendo bien por qué ese déficit de la inhibición puede alterar la atención. Ningún problema, esos peritos nos explican que poca inhibición lleva a la hiperactividad y demasiada inhibición lleva al déficit de atención.

Para nosotros ese concepto heteróclito no es sino una evaluación del comportamiento pero no es un síntoma, no testimonia de una posición subjetiva determinada. Más vale considerar que ese comportamiento revela cierta forma de angustia. En su vertiente de déficit de atención, testimonia de un sujeto encerrado en su mundo, pues, preocupado por si-mismo más que por los demás. En su vertiente hiperactividad, podemos pensar en un sujeto que no logra dominar el goce que invade su cuerpo.  Claro es que el principio de la educación estriba en el aprendizaje del dominio del cuerpo, se trata de reprimir los instintos.

Si el niño suele someterse tan fácilmente es porque quiere ser amado. Entonces tiene que conformarse a la imagen ideal que se le propone. El cuerpo educado es un cuerpo que apunta a un ideal simbólico. En realidad, nunca lo alcanza y mejor así. Luego el cuerpo pulsional rebasa esos límites impuestos por el cuerpo idealizado. Y no es nada anormal si ese desbordamiento toma las vías del encuentro con el objeto del deseo, vías bordadas por la función fálica. La función fálica canaliza ese desbordamiento y orienta el movimiento hacia el encuentro con el objeto del deseo. Ese canal se llama libido, en términos freudianos.  Bien sabemos que para que esa búsqueda tenga éxito, es preciso que los movimientos no sean demasiado desordenados. Especialmente en los varones. Un hombre ha de saber comportarse si quiere acercarse a una mujer sin asustarla.

Para el varoncito, no se trata de tomar el camino del encuentro con el otro sexo, sin embargo se trata para él de entrar en la serie de los portadores del falo y luego de medirse con ellos.  Según el DSMIV, 80 por ciento de los niños hiperactivos son varones. Hay probablemente en el niño llamado hiperactivo una debilidad de la función de dominio motriz del cuerpo. Aquí nos encontramos en terreno conocido, ya que esa función de dominio motriz del cuerpo Lacan la destacó al estudiar el caso de la fobia de Juanito. Lacan considera la fobia de Juanito como consecuencia del encuentro de Juanito con lo real de su propia erección. Ese acontecimiento del cuerpo, considerado por la madre como porquería, desplaza a Juanito de su función de tesoro o sea de falo imaginario de la madre. Luego su órgano ha de ser ubicado fuera del cuerpo simbólico.

¿Cuál es la función de tal objeto ubicado al margen del cuerpo simbólico? Rebasando el campo de la demanda del Otro, suele ser el soporte del deseo. Pero para que ese objeto desempeñe su función, es preciso que el padre haya sido el modelo de quien sabe arreglárselas con la causa de su deseo. Aquí está la falla en el ámbito  familiar del pequeño fóbico. Luego el pequeño fóbico que no tiene el uso adecuado de ese objeto a la deriva, tiene que ubicar fuera de si la causa de su goce para no deslizar, el mismo, a la deriva. Es una tarea permanente, una  tarea que conlleva  la nominación del peligro.

Os  propongo considerar el TDAH como prueba del trastorno encontrado por un sujeto que no tiene el recurso para arreglárselas con el goce que amenaza su cuerpo, puesto que no ha heredado el aparato que le permita condensar ese goce en un objeto a la deriva del cuerpo como simbólico. Sin duda, debido al padre y la madre que tiene y a su dificultad para nombrar el peligro en su vecindad.

Luego es su propio cuerpo el que sale a la deriva, fuera del marco conveniente. La respuesta habitual es ponerle límites con una camisa de fuerza química, estilo methylphenidate.

Lo que me llamó la atención al leer  los casos que encontré en la nosografía, es que si bien  describen el comportamiento del niño, nunca los autores se fijan en el ámbito familiar. No se preocupan por saber cuál tipo de padre, cuál tipo de madre el niño tiene.

Para nosotros, el síntoma del niño se constituye a partir de la relación sintomática que une a los padres. Quizás hay que considerar que la hiperactividad testimonia de una dificultad de un sujeto de arreglárselas con el goce que agita su cuerpo, o sea la dificultad de constituir un síntoma. Puesto que el síntoma es, para uno, un modo de usar su inconsciente para manejar el goce que le molesta  el cuerpo.  Así pues, la hiperactividad sería un fenómeno corporal, algo como el fenómeno psicosomático. No es un síntoma en el sentido analítico del término. No hay nada por descifrar. Es un rasgo de goce que no está fuera del cuerpo, o sea que no permanece a la deriva, sino que se mantiene en el cuerpo mismo, sin poder sufrir la represión. Luego ese fenómeno no pertenece a una estructura clínica determinada, puede testimoniar de varias estructuras que conllevan cierta debilidad de la función paterna. Puede ser una mera flaqueza o una verdadera forclusión.

Notas

1 Constantinidès Yannis & Levivier Marc. Les petits anges déchus. La lettre de l’enfance et de l’adolescence 83/84, p37 Editions Eres Juin 2011.