Publicado el 26/10/2013

Unos, con otros

En el Triunfo de la religión, Lacan dice que el psicoanálisis se ocupa de lo que no anda, o lo que es lo mismo, de lo real1. El psicoanalista se ocupa de lo que hace que el mundo sea inmundo, y para ello nos advierte que «es necesario que los analistas estén extremadamente acorazados contra la angustia».

Empiezo con este recordatorio para despejar cualquier duda respecto de aquellos que piensan que los psicoanalistas están agazapados de lo real en la comodidad de su consulta. No es en ellos en quien Lacan confiaba para la apuesta del psicoanálisis.

Lo inmundo es lo asqueroso, nauseabundo, lleno de basura. Evidentemente que con ello Lacan hacía mención a ese resto imposible de eliminar que marca el final de un análisis, pero además a todo aquello que como tal afecta al hombre.

Como comentaba en otro trabajo este año, el inconsciente no es algo estanco, sino más bien poroso y palpitante que absorbe la música, letra, melodía y el ruido que hay en el Otro, y, por lo tanto, la consulta de un analista no es una sala esterilizada, aislada del exterior, haciendo sordina a lo que acontece en el lugar del Otro, tanto más cuando el clamor en las calles está actualmente bien presente. La apuesta de la Escuela de Lacan va en ese mismo sentido de porosidad en cuanto a la articulación con los otros discursos.

El adjetivo nauseabundo define muy bien el ambiente social y político que respiramos desde hace varios años. Un asco insoportable ante lo cual han surgido multitud de movimientos sociales, políticos, y multitudes en las calles para clamar su rechazo a todo ello, pues a pesar de que la capacidad del humano para aguantar es enorme, no es ilimitada. Existe el límite de la dignidad.

Hay una crisis de representatividad: los políticos no representan a aquellos que han depositado su confianza en ellos, y de ahí el slogan desde el 15M: «no nos representan». El significante de la política abandona su función de representar a los sujetos para conseguir los fines deseados. Es un ste que acaba corrompiendo su significación. Lo representado ha quedado separado de aquello que lo representa. Los políticos han dejado de representar a los ciudadanos.

Esto es una injuria, un insulto a la política en tanto que se ocupa de la polis y eso tiene efectos en la subjetividad.

Esta crisis de representación no es de ahora, es uno de los «daños colaterales» del capitalismo salvaje, financiero, que en sí mismo es el paradigma de la falta de representación, pues es un capitalismo descabezado, acéfalo, como lo es la pulsión, que no necesita que se la piense para su actividad. Las volatilidades de los mercados responden a algoritmos matemáticos más o menos complicados, que no piensan, y solamente calculan. Es un cálculo del máximo beneficio donde el capital humano no tiene ningún valor como tal.

Tiempos de object-tividad y no de subject-tividad. Reino del objeto y no del sujeto. El ágora, el foro pierde su esencia de lugar vacío que posibilita el encuentro asambleario, y se transforma en un espacio tupido, de fluidos humanos, agregaciones ciegas en torno a objetos que nos llaman, que reclaman nuestra atención. No es casual que las primaveras diversas hayan decidido tomar las plazas públicas para hacer resonar ahí las voces de tanta indignación y precariedad.

Object-tividad también en el sentido de que lo que cuenta no es la verdad sino la verificación, la contrastación, que deja de lado todo lo que atañe al sujeto.

Esta modalidad del capitalismo va deshaciendo los vínculos, dejando al sujeto solo, y sin atributos sociales, humanos, en los que sostenerse. Un sujeto solo ante su falta, y con una infinidad de gadgets para engañar a esa soledad.

Hay una soledad intrínseca al sujeto por su condición de hablante, que hace que su goce sea algo solitario, indecible, y que lo separa del Otro. No es posible hacer lazo con eso. Precisamente los síntomas de los que nos ocupamos los psicoanalistas se enraízan en esa desgarradura inicial como un intento de obturarla, y al final de un análisis queda una signatura, una firma de todo ello, pero que no recubre, no tapa su rajadura como sujeto. Lo que se repite de manera zumbante en cada sujeto es eso: que lo Uno – esa soledad de lo que insiste repetidamente-, no se une a lo Otro, pues lo Otro va a permanecer como Otro siempre. Un Otro incompleto e inconsistente, inabarcable. En cada vuelta de la cadena significante que es una vida, hay una marca que recuerda lo imposible de la unidad con el Otro y lo imposible de la unión con el objeto. El psicoanálisis verifica que no hay identidad posible que no sea una falacia, y a la vez esa misma imposibilidad le da alas al sujeto para una mayor libertad en sus actos, elecciones, y también posibilita un acercamiento a los otros al quedar despojado de la creencia en una unidad que totaliza.

Una vez atravesados los fantasmas, confrontados a lo inconmensurable del Otro, a lo imposible de saberlo todo, sobre todo en cuanto al saber de lo que somos como seres sexuados, el sujeto analizado está más capacitado para poderse vincular a los otros, siempre diferentes, pero a la vez iguales en tanto que todos poseemos la cicatriz inaugural como humanos.

Digamos que el psicoanálisis deja al sujeto en un cierto ateísmo respecto del Otro con mayúsculas, pero a la vez produce sujetos muy creyentes en el deseo como único motor. El sujeto toma a su cargo esa causa, responsabilizándose de ella, y de las consecuencias de los actos. Del descubrimiento de esa soledad, se llega a una lógica que diría que somos «uno solo junto a los otros». Cuando Lacan habla de la Escuela de psicoanálisis (Discurso a la EFP), plantea la necesidad de la «confraternidad». La lógica de la Escuela consistiría en un conjunto de Unos que Lacan llama «dispersos desparejados». Es una colectividad que sabe de los efectos de los grupos, de masa que se producen cuando hay más de dos, pero tiene dispositivos para evitar que fragüen los efectos imaginarios de grupo, como lo hace el cemento. Me refiero a los dispositivos del cartel y del pase, y en cuanto a lo institucional, está el principio de permutación: los cargos permutan al cabo de un tiempo (dos o tres años).

Me impactó encontrar una sintonía con la ética de Teresa Forcades, partiendo desde lugares diferentes, ya que ella es una monja. Ella plantea la idea de una «subjetividad política», que consiste en hacernos responsables de los cambios a producir. «Haremos la revolución, y después la tendremos que hacer». O sea que no hay que renunciar a algunas cosas en la creencia de un hipotético futuro. Para ella el sujeto revolucionario (de alguna manera nosotros también podríamos llamar así a una sujeto analizado), es un sujeto en falta, falible, es decir, con limitaciones, lo cual quiere decir que se da cuenta de que la corrupción seguirá existiendo, y que por lo tanto el modelo social ha de ser continuado, y no solamente en casos de urgencia. Propugna que en política haya siempre un tiempo dedicado a pensar lo colectivo, pero que es tiempo no se piense porque los políticos hayan fallado, sino como unas «subjetividad de participación continuada».

(Tomar a cargo propio la castración, y el deseo de transformación, es algo continuado. Esto implica como condición tomar en cuenta la diferencia.)

Teresa Forcades hace una lectura muy interesante al pie de la letra del pasaje del Génesis sobre la Torre de Babel. Dios no quería que todos hablaran la misma lengua, y de ahí su enfado, ya que eso sería la globalización, el imperialismo. Al ver la ciudad y la torre que habían edificado los humanos dijo: «todos son un mismo pueblo con un mismo lenguaje, y este es el comienzo de su obra. Ahora, nada de cuanto se propongan les será imposible. Bajemos, pues, y una vez allí, confundamos su lenguaje, de modo que no se entiendan entre sí». Después Yahvé los desperdigó por la faz de la tierra y dejaron de edificar la ciudad, que se llamó Babel, que quiere decir embrollo. Allí se embrolló el lenguaje de todo el mundo. Así pues, lo ideal no es el lenguaje único, el pensamiento único.

La llamada globalización de la segunda mitad del siglo XX responde al mismo intento babeliano: un ideal fundamentalmente económico de romper con las fronteras y hacer un Uno totalizante. Yahvé supo leer en eso el peligro de la falta de limitaciones que se podía derivar de ello, y la pretensión del acceso a lo imposible, equivalente a la pretensión de ocupar el lugar del Otro que debía de quedar vacío.

Así pues, mejor el embrollo de las lenguas, pues eso nos confronta permanentemente a las diferencias, y en consecuencia preservar un lugar como imposible, precio a pagar para que haya un lazo social. Todos hablamos lenguas diferentes. Cada uno habla y habita su propia lengua, pero a la vez esa lengua está hecha de Unos que repiten siempre lo fallido de un encuentro imposible, y en eso hay una unión entre todos, una coincidencia.

El capitalismo globalizante no solo tiene el imperativo de: ¡consume!, también está este otro: ¡ser igual que el otro!, lo que Colette Soler llama «paridad generalizada». El asunto es qué pasa entonces con las diferencias; ya que estas existen; cómo se tratan. Lacan decía que lo que por un lado tiende a la unificación, a la tropa, por otro lado, tiende a la segregación de lugares. ¿Solo hay dos opciones, la tropa y la segregación como consecuencia? ¿Cómo salirse de eso?

Vuelvo al concepto de Lacan de CONFRATERNIDAD al que antes hacía mención. En la lógica de los movimientos sociales, están incluidas ambas acepciones de confraternidad: compartir un ideal, y a la vez el trato con el diferente, lo diferente. Problema: ¿cómo han de ser esos lazos?, ¿qué lugar debe ocupar el ideal para evitar que se genere una masa en torno suyo?

En la Conferencia de Ginebra sobre el síntoma, de 1975, Lacan decía que toda la política reposa en que todo el mundo está demasiado contento al tener a alguien que le diga: ¡marchen!, sin importar hacia adónde. Incluso, plantea que la idea de progreso reposa en la creencia en este imperativo, y que esta es la estructura del discurso del amo: alguien hace semblante de comandar. Se pregunta ¿qué pasaría si alguien no hiciese el semblante de comandar? Creo que estamos asistiendo a una crisis de esos «alguien» que hacen semblante de comandar, y en esto hay coincidencias en Europa, pero no solo, pues esos alguien no representan nada de lo que se espera de ellos como ciudadanos. La insistencia de la mentira como premisa fundamental del discurso político produce un efecto de corrupción de la palabra, y si falta la palabra, ¿qué queda?, ¿en qué creer? Ruptura del pacto de la palabra, crisis de lo simbólico, y, en consecuencia, las subjetividades se orientan hacia lo imaginario, y sobre todo hacia lo real, pero a la vez que ocurre esto, emerge por todos lados una demanda de palabra, de ser reconocidos como seres portadores de palabra. Esa era la euforia alegre del 15M, una Babel de lenguas, una intersección de diferencias, la emergencia de creencias y de utopías, pues todo movimiento surge en torno a una utopía. Hay que reivindicar el valor de la utopía como punto de partida, y después hace falta dar el paso para que algo se haga posible, y no quedarse en lo imposible.

(Era una utopía pensar que se iba a producir alguna modificación respecto al tema de las hipotecas, y gracias a Ada Colau y a otros muchos que junto a ella creyeron en esa posibilidad de cambio, algo se ha conseguido.)

(Entonces, ¿hay más opciones que las de estar bajo el semblante del discurso de amo o ser huérfanos del Uno que ya no hay?)

La falta de un corpus de discurso político que sostenga causas nobles nos deja huérfanos. Es una política subsumida al poder del mercado, este sin semblantes, descabezado, y a su ingeniería financiera. Suerte de no entidad presente y que circula gracias a las tecnologías.

Ante esto, están las opciones de resignarse al desahucio como sujeto político, o aceptar la responsabilidad de cada uno, a la que Forcades llama subjetividad política, que consiste en ser sujetos productores del cambio. En este sentido, todo movimiento social es una plataforma anti-desahucio de este sujeto político. Las redes de las que se sirven los MS (movimientos sociales) no son solamente un medio de intercambio, son también una red que sirve para no caerse.

Me ha interesado mucho el libro de Margarita Padilla: El kit de la lucha en internet, pues pienso que se pueden extrapolar algunas cosas que plantea en cuanto a la lógica del funcionamiento en red, al funcionamiento de los grupos. Como ella dice, internet puede servirnos de inspiración en tanto y cuanto los dos aspectos importantes son la circulación y la comunicación. Alguna de sus características son: se puede cooperar con desconocidos; no hay un lugar central desde donde ver todo; no hay centro ni todo, vanguardia ni retaguardia; hacer red pasa por vaciar el centro y poner en contacto a otras personas entre sí; compartir los procesos, reconocer las contribuciones de los otros, no reducirse a los de la propia cuerda; es un poder sin poder; no está hecha para que deje de haber desigualdades.

Todas estas características producen cambios en la distribución del poder.

Como ella dice «la experiencia en red puede ayudarnos a superar esquemas de pensamiento político que hoy no sirven y que son dicotómicos: gobierno-oposición, izquierda-derecha», aunque al igual que T. Forcades, plantea que hay que estar alerta, seguir escuchando y pensando sobre la marcha.

También me ha gustado mucho lo que plantea Amador Fernández Savater en su trabajo: El arte de esfumarse2. Él nos plantea romper los «contornos identitarios», y de convocar una «huelga de identidades», donde podemos «ensanchar juntos lo posible». Comparte con Padilla la idea de saltar los encasillamientos que nos dividen, y eso implica aceptar el desafío de mezclarnos, aceptar lo imprevisible, y ambivalente, hasta el punto dice de «preguntarnos si seguimos siendo de los nuestros».

Creo que nos propone una lógica donde se trataría de conjuntos abiertos que a su vez incluyen a otros conjuntos abiertos y así sucesivamente, y donde además tiene cabida lo inacabado, lo incompleto, lo inabarcable, es decir, todo lo que Lacan incluía en su tachadura del Otro. Es decir, es una lógica más del deseo y no una lógica identitaria que excluye a lo diferente.

Se trata pues de una «lógica borrosa» como la nombra Antonio Rodríguez de las Heras3. Para él, el cambio pasa por arriesgarse a perder o abandonarlo que se tiene para buscar lo que se imagina. Critica también la lógica binaria por la que los hombres ordenaban el mundo, pues ya no nos sirve para entenderlo. Se trataría de ir incluyendo en la enseñanza conceptos como el de borrosidad

Me interesa todo esto mucho, pero veo problemas: el psicoanálisis nos enseña que lo diferente, lo Otro, es percibido como algo siniestro pero que a la vez forma parte de lo más íntimo de nuestro ser. Eso que es íntimamente ajeno a nosotros mismos, se externaliza, viendo al prójimo como la representación de esa extranjeridad propia, es decir, como el representante de nuestra alteridad rechazada, como algo que hace mancha a nuestros ideales, y como algo inmanejable. Las pasiones humanas están presentes.

Prescribir psicoanálisis para todo el mundo para saber un poco más de todo esto y aceptarlo, no tendría ningún sentido, pero pienso que sí sería necesario nutrir lo social y lo político con las experiencias de todas aquellas prácticas que incluyan en su fundamento la alteridad, y el psicoanálisis sería una de ellas.

Otras preguntas que me surgen a la luz de lo expuesto son: ¿es posible una sociedad sin jerarquía, o no hacer de la jerarquía la garantía para el uso de un poder sobre el otro? Sin el espacio libre de internet, el 15 M no hubiera ocurrido. Demostró ser un movimiento sin líderes, sin partidos políticos, y que ha creado una ola de movimientos sociales. No había un discurso sólido, sino un patchwork en el que no había líderes, sino redes con nodos en torno a los cuales surgieron afectos, identificaciones, pero no a personas, a los rasgos de esas personas, como al bigote de Hitler, sino a causas «nobles». Esa identificación a la causa tiene algo parecido a la posición de final de análisis.

Manuel Castell4 habla de «redes horizontales multimodales» que dan lugar a una unidad, necesaria para superar miedos, y que a la vez es fuente de empoderamiento. Él distingue la unidad de la comunidad, pues esta supone valores comunes y eso es un trabajo que aún está por hacerse en los movimientos. La comunidad sería el objetivo, mientras que la unión sería el punto de partida y fuente de empoderamiento.

El problema reconocido por la mayoría ha sido cómo llegar a tomar una decisión. Creo que esto está aún por explorar.

Notas

1 J. Lacan: El Triunfo de la religión, 29-10-1974.

2 Amador Fernández Savater. «El arte de esfumarse». Revista El estado mental nº 1.

3 Antonio Rodríguez de las Heras. Revista el Estado mental nº 1.

4 Manuel Castells. Redes de indignación y esperanza.