Publicado el 14/06/2015

TDAH: Del mal comportamiento a la angustia

No es la primera vez que el Colegio de Psicoanálisis aborda este tema en Jornadas o Talleres. Fue en 2004, hace más de diez años, en el que el Colegio de Psicoanálisis de Madrid convocó una Jornada en torno al creciente empuje a tomar las conductas y comportamientos exteriores como criterio diagnóstico y  a tratar de corregirlos, en cada vez más casos, por medio de la medicación.

Hemos tenido tiempo para comprobar que en esta alianza entre las farmacéuticas (que han conseguido millones de clientes más de los que ya tenían haciendo entrar a la población infantil en su mercado) y los profesionales de la salud mental, los profesores y los padres, solo sale perdiendo el niño al que, en un mundo en el que se le tiene en cuenta como nunca antes había sucedido, no se le escucha en sus malestares y dificultades. También el niño pasa a ser un consumidor más tanto de objetos como de medicamentos. También al niño se le exige que rinda a toda costa y si para ello fuera necesario drogarle así se hace.

No estamos en el mismo punto que hace 10 años, decía. Hoy en día ya han surgido muchas voces alarmadas por el creciente número de niños diagnosticados con este “Trastorno”. No es raro encontrar ya voces de alarma. En la revista del Colegio de Psicólogos se han encontrado artículos que nos ponen en guardia ante tal dislate. Podemos leer : “Un estudio alerta sobre la prescripción de medicación para el tratamiento del TDAH en menores de cinco años”. “¿Es necesaria la intervención farmacológica?” etc

 En la misma revista citada, en un número de finales del 2014 encontramos un estudio realizado por la Agencia Vasca de Tecnologías Sanitarias Osteba, donde pone en entredicho la existencia de la enfermedad y alerta del creciente e indiscriminado uso que se está haciendo de psicoestimualntes para su tratamiento. El documento advierte que la mayoría de guías de práctica clínica del TDAH, principalmente las españolas, fallan en aspectos tan importantes como la rigurosidad de la metodología utilizada y están financiadas por la industria, que fabrica y comercializa la medicación.

No dejo de sospechar si la misma industria farmacéutica pagará también estos estudios y planea lanzar algún otro fármaco al estar mostrando éste sus deficiencias.

 ¿Un trastorno? ¿Una epidemia? ¿Un negocio? ¿Un reflejo del modo de vida en el que viven nuestros hijos? Son  preguntas que se hace Heike Freire en su libro de reciente  aparición: ¿Hiperactividad y déficit de atención? La autora recorre con soltura todos los factores sociales, políticos y económicos que se dan cita en torno a este fenómeno y propone una manera diferente a la farmacológica de prevenir y abordar el problema que pase por cambiar el entorno educativo, familiar y social del niño. Le parece esta opción más saludable que la medicamentosa por la que se trata de que el niño se adapte al ambiente en el que criamos a nuestros hijos que la autora considera enfermo: sedentarismo, ausencia de juego simbólico y de juegos al aire libre, presencia masiva de todo tipo de pantallas, educación para la competencia, largas jornadas cargadas de deberes y un largo etc

Heike pone el dedo en la llaga y piensa que no es el niño el que enferma por un defecto genético sino que es su ambiente el que le enferma al no darle los recursos necesarios para abordar las exigencias que luego les pedimos.

En este aspecto incide, de otra manera, el  filósofo coreano, Byumg-Chul Han, que en su libro La sociedad del cansancio analiza como cada época histórica ha tenido sus formas de enfermedad calificando las que hoy nos aquejan de enfermedades derivadas de un exceso de positividad. Hay una violencia en la positividad. El hiper de la hiperactividad… representa sencillamente una masificación de la positividad.

 La sociedad del siglo XXI ya no es una sociedad disciplinaria (en la que había prohibiciones y se trataba de que el ciudadano obedeciera al estado) como nos enseñó Foucault. Es una sociedad del rendimiento. No somos ya sujetos obedientes sino sujetos de rendimiento. Los sujetos de la sociedad de hoy en día son sujetos emprendedores de sí mismos (¿les suena verdad?). “Hazte emprendedor”

No se trata ahora de prohibiciones y por tanto de no poder; sino todo lo contrario. Yes, we can,t el lema de la campaña presidencial de Obama y el de un partido de reciente aparición en España es el lema de la sociedad de hoy en día. Lo positivo se convirtió en lema y se reconoce más efectivo que lo negativo. El “tú puedes”, lema también de la psicología positiva, ha sido un cambio de paradigma en el que hemos pasado del deber al poder.

 No se anula el deber sino que queda incorporado tras un “puedes” exento de límites y por lo tanto convertido en imperativo “nada es imposible”. Muchas de las enfermedades de hoy en día: depresión, síndrome de desgaste ocupacional, y la que hoy nos ocupa, el TDAH, serían formas de desmentir y cuestionar la posibilidad de este paradigma de la época. El psicoanálisis siempre reconoció en el síntoma su marca de disidencia y subversión. “No- poder-poder- más” conduce a un destructivo reproche de sí mismo y a la autoagresión. No hay nadie a quien obedecer y por ello nos abandonamos a la libertad obligada o a la libre obligación de maximizar el rendimiento. Es el diagnóstico que hace este filósofo que no está para nada alejado del punto de vista psicoanalítico que hace de la imposibilidad la salida de la repetición ruinosa.

No es por tanto la nuestra una sociedad libre, bien lo sabemos. Somos nuestros propios amos y así víctima y verdugo; esclavo y amo se desdoblan en cada uno de nosotros. En nuestro interior se libra una batalla puesta en evidencia por Freud visionariamente cuando sitúa un exterior en lo más íntimo de nosotros mismos. Eso de lo que no queremos saber, expulsado del sistema consciente, retornará en los síntomas. Pero si el síntoma neurótico por excelencia se juega en el escenario de la impotencia,  un “no puedo” que suele atribuirse a cargo del otro, en el mundo de hoy nos encontramos cada vez con más frecuencia síntomas que se juegan en un momento anterior pues participan del primitivo reino infantil del todo es posible.

¿No nos dicen nuestros niños hiperactivos a lo que conduce la actividad a toda costa?  ¿No nos muestran la tiranía que sufren los que no pueden establecer los límites de templanza y moderación donde habita el deseo? ¿No nos enseñan, sobre todo, que no oponerse a satisfacer los impulsos de manera inmediata no conduce a una mayor libertad sino que, por el contrario genera nuevas obligaciones?  ¿No ponen en evidencia que más quieren huir de la falta más la llevan pegada a la suela del zapato cayendo en un estado de insatisfacción permanente condenados a huir entonces de su propia sombra?

En los niños de hoy en día este exceso de positividad se manifiesta también en un exceso de objetos de consumo, de información, de estímulos y de impulsos. Esto modifica la atención que queda fragmentada y dispersa. Son niños que están a todo lo que ocurre a su alrededor con tal de evitar el pensamiento intensivo y tranquilo. Pero hay actividades que requieren de una atención profunda y entre ellas el estudio es una de ellas. Por ahí hunde sus raíces la falta de atención.

La actividad sin cortes, la actividad a tontas y locas que muestran estos niños les deja prisioneros de la actividad en sí misma. El lúcido de Nietzche que preconizaba la contemplación como elemento esencial en la vida humana escribe en Humano, demasiado humano:

A los activos les falta habitualmente una actividad superior…en este aspecto son holgazanes.. Los activos ruedan, como una piedra, conforme a la estupidez mecánica.

Por falta de sosiego, nuestra civilización desemboca en una nueva barbarie. En ninguna época se han cotizado más los activos, es decir, los desasosegados.

Y efectivamente estos niños que, por lo general, se portan mal en clase, que no pueden parar quietos un momento, que no controlan sus impulsos, que no escuchan a quien les habla cuando se les pregunta por sus acciones no pueden responder cabalmente de ellas. No las subjetivizan, no las hacen suyas. Estoy de acuerdo con el filósofo en que, de alguna manera, las enfermedades modernas apuntan al colapso del yo. Por lo general son niños que presentan una imagen ideal más precaria respecto a otros niños en los que la imagen queda claramente anudada a ideales simbólicos; Y por ello muy sometida a la tensión agresiva con los compañeros. No terminan de situarse como uno más entre ellos, pues quieren destacar todo el rato y su narcisismo rezuma una cierta prepotencia y soberbia. Difícil entonces, encajar los fallos en esa imagen tan ensalzada y férrea. ¿Qué encubre este narcisismo?

En mi observación con estos niños he descubierto siempre este elemento que Nietzche señala: el desasosiego, nombrado por nosotros como angustia. En todos los niños pues es mucho más común en varones (las niñas presentan más que hiperactividad, la forma de falta de atención) he encontrado un componente masivo de angustia encapsulado en ansiedad, en este movimiento constante de un cuerpo que no han terminado de simbolizar por no haber renunciado a encontrar satisfacción con el mismo.

Si la angustia señala el terreno intermedio entre el deseo y lo que llamamos goce, más cerca del sufrimiento y del exceso que del placer que queda del otro lado, del lado del deseo, estos niños se encuentran ahí detenidos.

Vemos con claridad como la lógica colectiva y la individual es exactamente la misma. Ese exceso de satisfacción pulsional que no logra pasar por la imagen del cuerpo por estructura  no es drenada, al menos en parte,  por la palabra y lo simbólico. Y si por conseguir el amor de los padres se renuncia a algunas satisfacciones infantiles quizá estos niños imaginen que lo tiene todo ya ganado pues todo se lo hemos ofrecido desde el principio. Todo, menos lo más importante, lo negativo: la falta, la prohibición, los límites entre lo permitido y lo no permitido. Esa negatividad que el autor citado considera necesaria para que pueda desarrollarse la vida espiritual del ser humano, vida espiritual que ha sido cercenada en nuestra sociedad de consumo y por ende en los modos diagnósticos y clínicos que ha promovido.

No quisiera que mis palabras se escucharan en el sentido de que la falta de disciplina de otros tiempos así como el miedo y el temor a los mayores de antaño fuera la panacea. Ese tipo de educación creaba también sufrimiento en los niños y niñas. Diferente, pero sufrimiento también y quizá tengamos que pensar con Freud en su magistral obra El malestar en la cultura  que no habrá paradigma cultural que no cause sufrimiento en el humano.

Sino que quiero señalar aunque solo sea con un trazo grueso que cuando proponemos a un niño o niña  el imperativo “tú puedes triunfar” con el mensaje de competencia que queda establecido no abrimos para él el camino del deseo que establece corte y límite a la infinitud.  ¿ No muestran precisamente con la agitación de sus cuerpos la imposibilidad de tal propuesta?.

Y a ese síntoma que muestra una disidencia frente al discurso social establecido le aplicamos la misma medicina, nunca mejor dicho que en este momento que” a veces el remedio es peor que la enfermedad”. Un excitante químico, la anfetamina; no deja de tener guasa el asunto, un excitante para curar la excitación) para que algo reviente y se pare. “Desde que le damos la medicación, ya no tenemos niña” dice una madre entrevistada acerca de los efectos de la misma en el libro citado de Heike.

Lo que el psicoanálisis propone es otro camino diametralmente opuesto. Nuestra escucha estará dirigida a esa disidencia subversiva que trae el síntoma pues tras ella se encuentra esta intimidad y subjetividad que el DSMIV ha dejado fuera. Ese síndrome conductual, igual para todos, se convertirá, con suerte, en el tratamiento con un niño en un síntoma particular. Y esta conformación le dará la posibilidad de encontrar un corte que le posibilite actuar y no actuar; pensar y crear; en definitiva vivir como un humano que tiene que aceptar que cuenta con un límite desde el momento de partida, su propia desaparición.

Este taller va a dar cuenta de ello.