Publicado el 04/08/2018

Sobre la inmediatez

Al título de las jornada ¿De qué sufren los niños? le agregaría hoy en día, porque creemos que las diferentes épocas generan distintas manifestaciones de la angustia. Un afecto que no es nuevo pero que tiene nuevas formas de presentarse en estos tiempos en que, en el imaginario social, los objetos reemplazan a los ideales. Ser una buena persona está en desuso al lado de tener…ropa, coches, chalets.

¿De qué hablan los padres cuando vienen a consultar por un niño? Si se pudiera generalizar un poco, más allá del padecimiento singular con que se presenten los padres o el niño, lo que se repite en el relato de cada familia es el de la falta de tiempo, la cantidad de deberes, el tener que cumplir con las actividades extraescolares y no saber cómo poner límite a…el uso de los móviles.

La mayoría de los niños están globalizados en las mismas actividades y todas casi con igual nivel de exigencia. Corriendo de un lado para otro, de manera tal que, durante los momentos de descanso, o de tránsito de una actividad a otra, es cuando se les permite en calidad de premio, conectarse a la tablet, así de paso no se quejan. Ocupados o conectados. Podríamos decir que esos son los términos en los que se juega lo que fuera la dialéctica del Fort Da, es decir, casi sin ausencias, casi sin vacíos.

Entonces cuando nos preguntamos de qué sufren los niños, lo que nos encontramos son rutinas organizadas de tal manera que no quede ni un segundo de tiempo disponible a sufrir por algo, o simplemente a aburrirse, porque si no están jugando con el móvil, están detrás de la madre pidiéndolo insistentemente.

Este es el perfil de la familia media de la época, la que pretende una vida sin angustia, una infancia sin aburrimiento, y este es el marco en el que se dirime las constitución subjetiva de los niños de nuestro tiempo. Me impactó mucho hace unos años, a la hora del desayuno en un hotel familiar, observar que los pequeños menores de dos años eran hipnotizados con la tablet para que abrieran la boca y les entrara la comida. No hay palabras, no hay el juego del avioncito de por medio.

Como psicoanalistas sabemos que esta posición tiene consecuencias. Si desde la escena familiar, en los tiempos en que se pone a prueba la capacidad de frustración de padres y niños (por ejemplo el paso del biberón a  la comida), con su angustia correlativa, se ofrecen objetos en lugar de palabras que les permitan soportar el vacío, soportar el tiempo, se lo empuja desde el inicio a relacionarse con un objeto que captura la mirada, recortándose de las relaciones con el otro, favoreciendo de esta manera el desarrollo imaginario ante el simbólico.

Reflexionando sobre el tipo de consultas que recibo, acotando la pregunta a los tiempos en los que la castración ha operado, es decir al campo de las neurosis, se me ocurrían dos grandes grupos:

Por un lado los que presentan el malestar en relación a su desarrollo académico, como los déficit de atención, la hiperactividad, el desinterés por aprender, acompañado de una desvalorización hacia los adultos encargados de transmitir esos conocimientos. Niños que se resisten a las renuncias pulsionales que la lectoescritura exige, aspirando de esta manera a una satisfacción pulsional inmediata: Hablar todo el tiempo, no quedarse quieto, no perder tiempo con los deberes, pretendiendo ubicar al Otro (padres, maestros) como al servicio de sus propias demandas. Son actuaciones impulsivas en las que falta la articulación metafórica de los síntomas.

Y por otro lado ubicaría a quienes presentan sus dificultades en las relaciones sociales, tales como inhibiciones, situaciones de acoso, de rechazo. Son niños que se resisten a ser uno más entre los pares, sin embargo en estos casos, aunque sea por la vía del rechazo, el otro tiene un lugar, lo que los hace más permeables al trabajo analítico, en el que se tratará de desplegar la relación imaginaria agresiva.

No voy a explayarme en estos temas, sino en uno de los síntomas que aparece como al margen de estas formas del malestar, que podríamos decir que es funcional a esta posición subjetiva que exige la inmediatez: la enuresis nocturna hasta edades muy avanzadas. No es que sea nuevo, y desde el psicoanálisis hay una amplia literatura sobre como el aparato urinario es el portavoz del aparato sexual todavía no desarrollado1, pero creo que sí lo es la cantidad de niños que usan pañales para dormir hasta los nueve o diez años. A tal punto que en los colegios tienen estrategias pensadas para que puedan participar de los campamentos con sus compañeros, ahorrándoles pasar vergüenza.

Digo que se queda al margen porque no se consulta por esto, no genera una demanda específica sino que aparece durante las entrevistas con los padres, escapándose incluso a la noción de síntoma, ya que lo refieren como una cuestión de madurez a conseguir, hipótesis sostenida por los pediatras. Cuando surge, se apresuran a aclararme que no lo regañan por eso, es decir, no lo “traumatizan” porque se haga pis para que no sufra por ello, sino que lo generalizan, poniéndolos en serie con algo que le sucede a muchos niños. Como decía una madre, Si se fabrican pañales para niños de diez años quiere decir que es normal.

Pero en particular, veo niños que no esperan a la noche, ni a que termine la clase, el videojuego o la película que están viendo. Son niños entre cinco y nueve años con enuresis diurna, niños que van soltando orina durante casi todo el día, quedándose tan a gusto, nunca mejor dicho. No importa el olor ni las quejas de sus compañeros. No hay vergüenza ni culpa, es decir que tampoco esta reconocido como síntoma.

Sin embargo, este si es un motivo de consulta, pero ¿porqué? porque lo que les resulta insoportable a los padres, es verlo salir del cole con esa mancha en los pantalones, como explicaba la madre de un niño con muchísimos otros padecimientos que parecía no registrar. Es la mancha en la imagen del niño y no el síntoma como tal, lo que deriva en una demanda del lado parental. Es una mostración del lugar fálico que efectivamente cumple para la madre.

Son casos que nos presentan una dificultad en la clínica, porque estos niños se presentan renegando del tema, y ante la pregunta por el pis dicen directamente que no se hacen, aún oliendo. Del lado del niño tenemos, por un lado, su no renunciamiento al último baluarte fálico el que, aún cuando algo se escape, da cuenta que al menos funciona.  Por otro lado, el no renunciamiento a un circuito de satisfacción pulsional cerrado, en tiempos donde debía ya estar instalado el período de latencia.

En el trabajo analítico se tratará de introducir la dimensión del tiempo y la espera, que implican aguantarse, como la promoción de los diques psíquicos necesarios para el lazo social. Durante las sesiones, estos niños no consiguen terminar un juego, interrumpiéndolo ante la posibilidad de perder o, por el contrario, el pis o su olor adquieren valor agalmático. Una niña de ocho años, que aseguraba no hacerse pis, me pregunto en voz alta por el olor, en un intento de introducirlo de alguna manera en las sesiones. Y dice: Ah! Es el perfume de la princesa, personaje que ella venía representando. A partir de ese momento el significante perfume entra a jugar por la vía de la metáfora, lo que tiene efectos fuera de sesión en un control de la orina, que dura solo el tiempo en que mi personaje responde a todas los sometimientos del suyo.

Estos casos, que no son los más habituales, me han llevado a preguntarme qué esta pasando con la posición perversa polimorfa de la primera infancia en la que, como decíamos antes, hay un empuje a seguir gozando de manera autoerótica, en edades donde deberían estar funcionando los diques anímicos como la vergüenza, el asco o la moral2.

Siguiendo estas reflexiones, podemos preguntarnos también, qué formas toman las demandas de los padres en la actualidad ya que, con frecuencia, no es el síntoma en sí mismo el que los preocupa, sino que su hija o su hijo pueda sufrir por ello. En lo particular, intento darle un lugar a la angustia de los padres, pero pretender que las distintas etapas de la vida, que implican siempre una renuncia en pos de otras ganancias, no le cuesten un poco de sufrimiento es pretender ganar en un juego sin haber participado.

Esto nos da la clave, ya que las respuestas que demandan la inmediatez, no son innatas, sino son respuestas a un Otro que también pretende mostrarse como potente, sin faltas, que a su vez demanda al niño que no se angustie, no se aburra, no se muestre inquieto. Un Otro que en lugar de donar la falta, junto a significantes que permitan operar la separación, donan pañales, o medicación, lo que les facilita una posición de no saber, eludiendo su propia responsabilidad y exigiendo al analista la rápida disolución de síntoma que llevan ocho o nueve años de resistencias.

Que queremos decir con esto, que la respuestas sintomáticas en la infancia son respuestas a una posición de goce que les viene del Otro, en la que, como decía Lacan, todo lo que no está prohibido se hace obligatorio3.

Es importante ubicar esta dificultad porque nos permitirá hacer con ella, es decir interrogarla en lo singular ¿porqué no puede tolerar unas cuotas de sufrimiento?¿Cómo se puede conseguir algo sin una renuncia? ¿Cómo pretender ser aceptado por los compañeros sin renunciar a jugar solamente a su propio juego?

De esta manera, se desplegará la posición en que cada familia ubica al hijo y su relación con la falta, porque como dice C Soler, ante los mandatos del goce, las defensas se modifican en su forma, y la experiencia analítica del inconsciente no cesa de verificarlo, pero responden menos a las contingencias históricas del discurso que al irreductible efecto del lenguaje.4 Es decir, podemos atribuir a las características de esta época que los padres no toleren el sufrimiento de su hijo, pero nada sabemos sobre las fantasías que, cada padre o madre, hayan podido construir alrededor de que un niño sufra.

Esta es la gran ventaja que tenemos desde el psicoanálisis, que no nos quedamos con los rótulos, que interrogamos los significantes, aunque sean los que están de moda, abriendo por esta vía las puertas al sujeto y el trabajo del inconsciente.

Como analistas sabemos que siempre se escapa algo a este intento de cercar el sufrimiento a cualquier precio o a los imperativos de la época que mandan a gozar inmediatamente. Si no nos ponemos en los extremos de la enuresis diurna, creo que uno de los padecimientos que genera un gran sufrimiento, es el miedo. A la vez, que el miedo ha dejado de ser una etapa común a los tres o cuatro años, como un signo que algo de la castración estaba operando, como manifestación de los tiempos lógicos que anuncian la elección de una neurosis, para convertirse en señal de las fallas que se están jugando en la aceptación de esa castración.

Pero tiene una particularidad, y es que no llegan a hacer una fobia, lo que  implicaría un movimiento libidinal fuera del cuerpo de la madre, ya que introduciría un significante que implica un objeto, operaría la metáfora, constituyéndolo en síntoma. La fobia, cumple una función en la constitución subjetiva, como elaboración sintomática de la angustia, alivia por el hecho de que la localiza desplazándola de su lugar de origen, a saber, el cara a cara con la madre, hacia un objeto más alejado que se puede  evitar. Es un gran beneficio para el sujeto.5

Si ese cara a cara no termina de desplazarse, generando inquietud, es porque la función paterna esta en manos de padres maternalizados, en tanto privan poco y más bien sostienen los arbitrarios significantes maternos sobre su saber hacer con los hijos. Es allí cuando surge un miedo menos cernible, más del lado de la angustia señal, la que no engaña, la que toca al ser. Así es como esa angustia que se intenta tapar, ignorar, disimular se cuela como el agua, encontrando una vía a través de los miedos,  transformándolo en uno de los motores de las demandas en la que padres e hijos se presentan divididos.

Para concluir ¿Cuál es el mayor perjuicio de estas exigencias de inmediatez de nuestra época? Si no se destina tiempo para el juego dialéctico de presencias y de ausencias, quien resulta aniquilado es el deseo. Si no hay renuncia a esas parcelas de goce, si no se tolera la falta, no se funda el sitio para ubicar el deseo, deseo de saber, de bailar o de jugar al fútbol, deseo que hará de motor para lograr el tan ansiado éxito de nuestros tiempos.

Notas

1 En todos los períodos, Freud insistió repetidamente en la equivalencia entre enuresis y onanismo; lo hizo, por ejemplo, en el caso «Dora» (1905d), AE, 7, págs. 69-70; en los Tres ensayos de teoría sexual ( 1905d), AE, 7, pág. 172; en «El sepultamiento del complejo de Edipo» (1924d), AE, 19, pág. 183, así como en «Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica entre los sexos» ( 1925f), AE, 19, pág. 269.; Sobre la conquista del fuego. (1932 [1931]

2 S. Freud. Disposición perversa polimorfa. 1905. AE7 pág.173.

3 C. Soler. La perversión generalizada. 2005. Pág. 206.

4 Idem. Pág. 207.

5 C. Soler. Lo que Lacan dijo de las mujeres. Paidós, Bs.As. 2006. P 154-8.