Publicado el 30/10/2024

Sobre el amor maternal

Quiero agradecer especialmente a Carmen Gallano por su invitación a trabajar sobre este tema y por su generosidad en la transmisión del psicoanálisis.

Ante la propuesta, decir algo sobre el amor maternal, se me venían a la cabeza varios observables clínicos que tienen que ver tanto con la falta como con el exceso de amor, especialmente con el estrago materno. Para ello habrá que buscar, por un lado, la división entre la mujer y la madre y, por otro, el lugar en que se ubica al hijo. Virginia Chana ha hecho un recorrido en esa línea y yo intentaré decir algo sobre el amor maternal en sí mismo.

Releí el capítulo sobre «El descubrimiento de la infancia», del libro El niño y la vida familiar en el antiguo régimen de Philippe Ariès (1987), para pensar la influencia de cada época en el modo de relacionarse con el hijo-hija. Sabemos que se engendraban muchos niños para conservar algunos y que la idea de «despilfarro necesario» estuvo vigente hasta el SXVII, es decir, no necesariamente se tenían hijos por amor y era importante que sobrevivieran algunos como futura mano de obra laboral. El cambio de paradigma respondió a una teoría económica de la necesidad del control de la natalidad, y ya definitivamente en el SXVIII a la creación de los métodos anticonceptivos.

Hasta esa época, el niño era parte de la comunidad, vivía entre los adultos y no tenemos referencias (en este libro) a la relación singular de una madre con su hijo. El niño estaba sujeto al uso que quisieran darle, en cierta medida era «esclavo del adulto»1 para trabajar e incluso como objeto de diversión o maltrato. Pongo el acento en el lugar de objeto, ya que lo más inquietante es que el infanticidio no se consideró asesinato hasta el SIV.

En los siglos XVI y XVII, es la iglesia la que indica a las familias que tienen que ser responsables de la educación de los niños, iniciando el tránsito de la comunidad a la vida privada, privándolos asimismo de la libertad que gozaban entre los adultos, encerrándolos en un régimen disciplinario cada vez más estricto, incluso infringiendo el castigo físico. Nuevamente ubicados en lugar de objeto, pero ahora de la severa educación moral.

Tengamos en cuenta que muy recientemente en 1959, el niño es reconocido como persona con derechos y en 1989, anteayer, se declara la Convención de los Derechos del niño. Entonces, si con los años fue necesario regular las relaciones entre padres e hijos, es de suponer que el amor maternal habrá tenido un recorrido similar. De parirlos para la comunidad a parirlos para el corazón de la familia privada, llegando al extremo en la actualidad de parirlos para sí mismas en la elección de ser madre soltera.

La socióloga francesa, Elizabeth Badinter (1991) se pregunta si existe el amor maternal2 y, para responderse, rastrea el lugar de la madre en la historia de Francia. Hace un recorrido desde lo que llama el «amor ausente» y menciona la indiferencia y el rechazo de las madres por sus hijos. Es significativo que las mujeres de clase alta rechazaban dar el pecho entregándolo a las nodrizas quienes daban de mamar a varios a la vez. Este hecho se interpreta como una coraza sentimental ya que, ante la alta tasa de mortandad aún en el SXVIII, era mejor no encariñarse con un objeto que desaparecería.

Las mujeres comienzan a ocuparse de dar de mamar a sus hijos recién a partir del 1760 en que los libros, con Rosseau a la cabeza y por un interés económico, les indican que tienen que alimentar a sus propios hijos. A este período Badinter lo llama el del «amor por la fuerza». Allí nace el mito del amor maternal como valor, promocionando a la vez a la mujer como madre. Los antiguos desechos interesan al Estado… Y los niños ya no se mueren como moscas, lo que plantea la hipótesis de que los niños morían porque las madres no se interesaban por ellos. Sobreviven al primer año cuando son ellas las que dan de mamar, es decir, cuando comienzan a encariñarse y además se decide que no era necesario envolverlos en una sábana como gusanitos para que no se movieran, lo que facilita la respuesta del bebé al encuentro con la madre.

Hago este rodeo histórico para constatar que el amor maternal no tiene que ver con el tan promocionado instinto maternal, por lo que «La maternidad dejó de ser una obligación de la naturaleza y un destino de discurso; devino una elección de goce (…), la segregación del discurso y de la palabra de la mujer en la madre, ya no opera más a pleno. Hay entonces una inversión del orden. Si en el discurso tradicional hay primero madre y secundariamente mujer, hoy en día hay primero mujer que pueden hacer la elección de la maternidad.»3

¿Qué podemos decir sobre el amor maternal desde el psicoanálisis y en nuestra sociedad? ¿Qué operaciones son necesarias para que una madre pueda amar a su hijo?

Freud hablo de la función estructurante de la castración materna y ese punto seguirá siendo el hueco donde pueda alojarse el amor de una madre. Sin embargo, los posfreudianos como Winnicott, Balint, Melanie Klein, pusieron el acento en la presencia y el amor de la madre, es decir, se distanciaron de Freud y el Edipo, poniendo en valor la relación dual, lo que tuvo efectos de culpabilización de las madres por los síntomas de sus hijos. Este modelo de la madre suficientemente buena está muy presente en la actualidad, lo que las lleva a grandes sacrificios y mucha exigencia como contrapartida.

Es Lacan quien pone el acento en el deseo de la madre, lo que implica a la mujer y su deseo, aunque no habla de la madre del amor. Este es un aporte fundamental para la clínica ya que, buscando una alternativa al peso imaginario atribuido al complejo de Edipo, considera que hombre, mujer, padre, madre, hijo son significantes; e introduce el concepto del Otro primordial con quien se establecerá la compleja relación entre el bebé y la madre, quien lo introducirá en la dialéctica del amor, del deseo y del goce. Será el deseo de la mujer en la madre lo que permita limitar la pasión materna, hacer de ella no-toda para su hijo. Es decir, Lacan rescata la dualidad entre mujer y madre, no es lo mismo ubicarse en un lugar o en otro, y, fundamentalmente, si se es pura madre se excluye a la mujer.

En principio Lacan tomó los conceptos del Edipo freudiano. En el Seminario 4 (1956) hace muchas referencias al respecto, dirá que el pequeño interviene como sustituto, como compensación, en una referencia sobre lo que le falta a la mujer. Recordemos que la mujer sale del Edipo marcada por una falta fundamental que tratará de rellenar, de tapar, de completar, esperando como don del padre la llegada de un hijo, por lo tanto, con respecto a esa falta, «el hijo le aportará una satisfacción sustitutiva».

De lado del niño, si todo va bien, se identificará con el objeto imaginario de ese deseo. Sin embargo, sabemos y cuanto antes lo asuma el niño mejor para él, que esta es una «relación imaginaria tramposa» ya que ni es el falo, ni la falta será saturada. La madre, dependiendo de dónde ubique al hijo, puede favorecer esta salida u obstaculizarla. «No es lo mismo si el niño es metáfora del amor de ella hacia el padre o metonimia de su deseo de falo, que no tiene y nunca tendrá».4 Esta situación es estructurante.

Pero, «el niño no sólo colma, también divide. Que divida es esencial. Ya hemos dicho que es esencial que la madre desee más allá del hijo… Cuanto más colma el hijo a la madre, más la angustia, de acuerdo con la fórmula según la cual lo que angustia es la falta de la falta. La madre angustiada es, de entrada, la que no desea —o desea poco, o mal— como mujer… Se les suele negar la perversión a las mujeres… Pero eso sería no ver que la perversión es, en cierto modo, normal por parte de la mujer es lo que se llama amor materno, que puede llegar hasta la fetichización del objeto infantil. Resulta conforme con la estructura que el niño, como objeto de amor, no pida sino asumir la función de velar la nada que es, cito, el falo en tanto que le falta a la mujer».5

Ya veis lo difícil que es rescatar el amor maternal.

En el seminario de Claves de la teoría lacaniana hemos estado trabajando el amor de un sujeto hacia su partenaire, sin embargo, la clave para pensar el amor maternal está en que es un tipo de «relación despareja». El desequilibrio se da en tanto no se trata de dos sujetos sino de un sujeto y un objeto que, encima, depende absolutamente del sujeto, depende de ese Otro primordial para llegar a sujeto en el futuro. Relación que, como decía al inicio, fue necesaria regular al punto de penar el infanticidio. Esta relación, además de despareja, se establece en un encuentro cuerpo a cuerpo, con efectos de goce para ambos. Por lo tanto, se tratará del equilibrio o desequilibrio del trenzado entre el deseo de la madre, su amor por el producto y la satisfacción ganada en este encuentro.

Como sabéis, no hay texto especialmente escrito sobre este tema, por lo que me he servido del libro de Colette Soler Lo que Lacan dijo de las mujeres, específicamente el punto IV dedicado a La madre. Soler busca qué decir de la madre más allá del Edipo y se pregunta «¿Cuál es el valor del amor de una madre, para la humanización de un sujeto?»6

Para responder dice que el amor maternal, como todo amor, está estructurado por el fantasma. El amor reduce la pareja a ser solo el objeto que llama a la división subjetiva, pero que llame no garantiza que la división se produzca, será necesario que ese objeto se pueda dialectizar. En el caso de la madre, depende de dónde ubique al hijo en su fantasma, si como objeto causa de su deseo o como condensador de goce.

La alienación, que también es inherente al amor, tiene una particularidad en la relación madre-hijo ya que, como decíamos antes, tienen estatutos diferentes. Uno como sujeto con poder sobre el recién nacido y el otro como objeto indefenso, absolutamente dependiente. Este «estado» de objeto real, lo deja a merced, «en las manos de la madre quien, mucho más allá de lo que exigen los cuidados, puede usarlo como una posesión, como una muñeca erótica para gozar y hacer gozar. Mucho dependerá del lugar que el inconsciente materno reserve a este objeto, surgido de lo real, en el caso que le reserve uno.»7

De manera que, si hablamos desde el lugar en que lo ubique en su fantasma, implica ya tomar un lugar simbólico ¿Cuál es ese lugar? El de suponer que allí donde de momento hay un objeto que solo necesita cuidados, hay un sujeto a devenir. Al encontrarse con el recién nacido es clave poder suponerlo desde el inicio como un sujeto, dirigirse al bebé como alguien independiente de ella.

Entonces, dado el desequilibrio de las dos partes en esta pareja, ¿Qué frenaría esos posibles daños colaterales en el encuentro entre una mujer y su retoño?

El amor maternal se manifiesta no en los cuidados corporales, ya que no sería suficiente, sino en las palabras que pueda dirigirle, aquellas que transmiten un deseo no anónimo, el deseo de un sujeto independiente de ella, podríamos decir.

Ofrecer palabras de amor, sencillas y tiernas, como canta Serrat, pero no tan eróticas podemos agregar, ya que —recordemos— la palabra también causa el goce en el cuerpo. Dirá Soler que «la dedicación materna vale tanto más cuando ella no es toda de él, es también de su pareja, su trabajo o lo que ubique en ese lugar, pero a la vez no está totalmente en ese otro lugar insondable: es aún necesario que su amor insondable sea referido a un nombre».

«No hay amor sino de un nombre», decía Lacan en el Seminario 10 (1962) y creo que vale para el amor hacia un hijo. Podemos pensar que dar un nombre, implica a lo simbólico, al Don, pero fundamentalmente, anticipa a un sujeto.

Lacan se interroga sobre si «la mediación fálica drena todo lo pulsional que puede manifestarse en la mujer, y en particular toda la corriente del instinto maternal»8 y nos podemos responder que siempre queda un resto real que lo fálico no llega a recubrir. Lacan, cada vez más, ubica que lo simbólico no consigue «domesticar» del todo lo real pulsional.

Por lo tanto, no será la falta de amor sino los excesos los que complican la constitución subjetiva del recién nacido y será necesaria una separación. Hay varias maneras de querer demasiado, por un lado, demasiada madre en tanto ubica al hijo como lo que la completa, demasiado ocupada en el niño. Cuanto el hijo más tapona la falta, menos mujer y más amor de madre con mayor prevalencia del goce. En el otro extremo, demasiada mujer, en tanto lo abandona porque ese hijo no consigue convocarla al lugar de madre, no otorga al hijo brillo fálico y goza más allá del falo.

Lo que drena, además, es «la otra cara de los poderes de la palabra: la que significa más allá de sus dichos, en sus silencios, contradicciones, hiatos, sus equívocos, todo lo que no dice pero deja entender. El deseo indecible se puede leer mientras que el goce se deja más bien sorprender en las escenas furtivamente percibidas».9

Veis cómo rápidamente nos vamos a lo que no tiene que ver con el amor ya que, por supuesto, no podemos hablar de amor puro sino enlazado, lo más equilibradamente posible, al deseo y al goce. En cuanto a la madre, el equilibro estaría entre la mujer y la madre, el deseo de mujer en la madre es un deseo que limita la pasión maternal. B. Nominé nos decía en una ocasión que, en el trabajo con niños, tenemos que preguntaros qué mujer es esta madre.

«La madre entonces marca con su palabra, le toca transmitir la Lalangue, es lalengua privada de la pareja originaria de la madre y su pequeño prematuro. La lengua Eros del primer cuerpo a cuerpo, cuyas palabras dejan huella por el goce que encubren» (Soler). Goce que no debería ejercer.

Como conclusión:

El don activo del amor conlleva la puesta en juego del orden simbólico. Amar, implica hacerlo más allá de lo que parece ser.

Podemos decir que el amor de una madre será posible si ve más allá de la captura imaginaria. Si la madre puede aceptar, sin desestabilizarse demasiado, la particularidad del sujeto que se va constituyendo y tomando sus identificaciones propias. El amor maternal Implicará, suponer un sujeto singular donde todavía no lo hay, capaz de separase de ella, dotarlo de cierto brillo fálico a la vez de poder tolerar sus dificultades, sus diferencias, como las elecciones particulares que haga.

Es decir, que su amor se pondrá realmente a prueba si consigue soportar las respuestas que el hijo de a su ofrenda, ya que el hijo colma pero también divide y podrá aceptar, rechazar o hacer aquello que no estaba en los planes imaginarios de la madre.

Podemos pensar que el aforismo «Dar lo que no se tiene a quien no lo es», en la relación madre-hijo es donde más se puede poner a prueba. Sería una máxima del amor maternal.

Notas

1 Enesco I., El concepto de la infancia a lo largo de la historia.

2 Badinter E., ¿Existe el amor maternal? Historia del amor maternal. Siglos XVII al XX. 1981. Barcelona: Paidós-Pomaire.

3 Brousse MH., Lo femenino, pág. 22.

4 Lacan J., Seminario 4, pág. 244

5 Miller JA. Artículo «El niño entre la mujer y la madre». Título do Coloquio organizado, los días 01 e 02 de junio de 1996, en Lausanne, por Grupo de Estudios de Ginebra.

6 Soler C., La madre, Lo que Lacan dijo de las mujeres, pág. 148. Paidós 2006.

7 Soler, pág. 134.

8 Lacan J. Ideas directivas para un congreso sobre la sexualidad femenina. Escritos 2, pág. 709. 1958.

9 Soler, pág.

Bibliografía

Badinter E. ¿Existe el amor maternal? Historia del amor maternal. Siglos XVII al XX
1981. Barcelona: Paidós-Pomaire

Brousse MH, Lo femenino. Bs As: Tres Haches, 2020

Gallano C. La alteridad femenina. Foro Psicoanalítico de Madrid. 2014.

Ileana Enesco, La infancia en la historia.

Lacan J., Ideas directivas para un congreso sobre la sexualidad femenina. Escritos 2.1958.

Miller J.A., Artículo «El niño entre la mujer y la madre». Título do Coloquio organizado en 1996, Lausanne, por Grupo de Estudios de Ginebra.

Nominé B., Diagnóstico diferencial entre neurosis y psicosis en la clínica analítica con niños. Las Palmas, Gran Canaria, 2010.

Romero D. S., El amor en los tres registros en la enseñanza de Jacques Lacan. Olivos, Grama Ediciones, 2022.

Soler C., La madre, Lo que Lacan dijo de las mujeres. Bs As. Paidós 2006.