Publicado el 20/08/2018

Pensar en los videojuegos me tranquiliza

La ficción está al servicio
de contar verdades indemostrables,
inverificables, improbables.

Juan José Saer

Quienes trabajamos con niños estamos llamados a tener en cuenta diferentes demandas, la de los padres, algún otro familiar, el niño, y en algunos casos, la demanda escolar o institucional. Cuanto más demandas hay en juego, mayor esfuerzo debemos poner en descifrar la del niño.

Desciframiento complejo, más aún en una época en la que no hay preguntas por el padecimiento, sino una tendencia a uniformarlo, a ubicar cualquier padecimiento en una serie de trastornos preestablecidos, a los que se le puede aplicar pautas también preestablecidas, con el objeto de reconducirlos por la senda de las normas. Desligándose así, los adultos y las instituciones, de la implicación en ese padecimiento y sus causas.

En los casos de comportamientos violentos, es decir, donde menos recurso a la palabra tiene un niño y es la acción la que se hace oír, es preciso suponer que lo sintomático del niño es su respuesta singular a la pregunta “que me quieren” de sus Otros primordiales, modo de respuesta particular que, a su vez, convoca a los adultos. Por lo que en el trabajo con niños, es necesario ubicar cuál es el modo de respuesta particular del niño más allá del comportamiento en si mismo, es decir que Otro supone esa respuesta y a que Otro convoca.

Os propongo entonces reflexionar sobre la posición del adulto y los efectos que produce en el niño. Para ello comentaré un caso en el que escuchar al niño permitió a la institución escolar “verlo con otros ojos”, aún a pesar que los padres interrumpieran el tratamiento con el niño.

Cuando consultan por Antonio tenía 7 años recién cumplidos, cursaba 2º grado y lo hacen por sugerencia del colegio. Se presentan con un informe escolar que destaca los comportamientos que consideran violentos: “Pasividad, mentiras, malas caras, cuchicheos, amenazas, gestos que indican rabia o ira, insultar, tirar objetos (tiró un estuche a la profesora), dar golpes en la mesa, escapar de la clase de gimnasia y esconderse”, y otra lista con las pautas realizadas que no tuvieron los efectos esperados.

En la primer entrevista los padres agregan que es vago y “torpe en sus movimientos”. La causa de estas acciones violentas la atribuyen a que “no le gustan las exigencias del colegio”, lo consideran muy infantil y creen que le cuesta hacerse mayor. Destacan especialmente que a los cuatro años se preguntaban si tenía déficit de atención, diagnóstico que fue descartado, y las “mentiras exageradísimas” que dice desde siempre.

Hablan de un niño que no ha dado problemas hasta hace unos meses en que del colegio los empieza a llamar por su mala conducta. Dicen que ellos también han probado distintos tipos de castigos, los que a veces surgen efecto pero que luego no sostienen.

Al finalizar la entrevista, teniendo en cuenta que es el colegio el que indica la consulta, y que no encuentro algún aspecto de la subjetividad de estos padres afectado, les pregunto si algo les preocupa en particular. Su preocupación es que Antonio no este preparado para la vida que “es muy dura”. Al interrogar esta afirmación, cuentan un accidente sufrido por la madre cuatro años antes, lo que le supuso un largo período de hospitalización, más otro de rehabilitación y secuelas para el resto de su vida. Consideran que esta situación traumática no afectó al niño porque era pequeño, incluso consideran que se vio beneficiado de la misma, ya que la madre tuvo que quedarse un año en casa.

Antonio dice que viene porque se porta mal y que se enfada cuando se burlan de él: “Me llaman tonto”. Desde la primer entrevista, con un dibujo, pone en evidencia el hecho traumático que sus padres refieren como un acontecimiento del pasado. No supo decir que tipo de accidente pero aclara que se lo van a contar cuando sea mayor, aunque él “lo adivina todo”. También mencionó los dolores, esos “ay, ay” que dice durante la noche y que lo ponen muy triste porque no quiere que su madre sufra. Continuó con un relato sobre diferentes pérdidas: la de un abuelo, la de unos juguetes en una mudanza, la casa que dejaron para mudarse a otra, todos acontecimientos de un pasado lejano.

Además de adivinar, dice que cuando se porta mal lo tranquiliza la fuente cerca de la casa, que guarda el agua en el corazón y la usa cuando la necesita. Aclarando por ejemplo: “Hoy en el cole no me he enfadado y no tuve que usar lo del agua, cuando tiré el estuche todavía no lo había inventado”. De esta manera Antonio comenzaba sus sesiones diciendo: “No te lo vas a creer…” seguido de un relato como bien advertía, inverosímil, o “Casi ni yo me lo creo…”, lo que continuaba con la descripción y la representación de videojuegos, que aseguraba con vehemencia haber vivido en persona.

En este caso tenemos por un lado la demanda del colegio con la serie de comportamientos violentos que no han conseguido controlar. La de los padres de proveerle de herramientas para la dura vida, pero en ningún caso hay una pregunta sobre lo que le sucede a Antonio y porque se porta mal. La demanda del niño es la de portarse bien, pero sobre todo de encontrar algo que lo tranquilice, más adelante dirá que quiere ir a la india a que “le enseñen a ser pacífico”.

Escuchar al niño.

Cuando nos disponemos a escuchar a un niño, partimos del convencimiento que las escenas infantiles y sus relatos son siempre verdaderas. Freud nos recuerda que “La vida anímica infantil y primitiva muestra, en efecto, ciertos rasgos que si se presentaran aislados habría que atribuirlos a la megalomanía: una hiperestimación del poder de sus deseos y sus actos mentales, la “omnipotencia de ideas”, una fe en la fuerza mágica de las palabras y una técnica contra el mundo exterior, la magia.”1

Así, en uno de sus relatos, mientras hablaba del mundo de la tribu Rander y el mundo Claner, ubicamos hacia donde están dirigidos sus esfuerzos. Dice: “Los Claner tienen la habilidad de que se les desaparecen los huesos para no hacerse daño y así evitar accidentes. Los huesos se hacen de agua y cuando se estrellan ya no tienen dolor, luego se les vuelven a aparecer”. Intervengo diciendo que eso podría haber ayudado a su madre, entonces cuenta su versión que nada tiene que ver con la real: “Mi madre iba caminando y se le cayo una farola que le cortó un brazo, yo tenía cuatro años pero el mundo Rander lo conocí a los cinco, te protegen los huesos, son irrompibles”.

Antonio se ha visto desde muy pequeño expuesto a una situación traumática que no ha sido mediatizada por la palabra tranquilizadora de los padres.  Esta es la causa de que el propio niño, en su intento de encontrar un sentido a lo sucedido, haya desarrollado un complejo mundo de fantasías tomando los significantes que le proveyeron los videojuegos, la tv o una tía que le cuenta cuentos.

Así, responde al silencio del Otro creando una superproducción de historias, a la manera de los Mitos, que dejan de ser mentiras ante la presencia del psicoanalista. Historias que nos indican que esta plenamente dedicado a construir un relato que vele el impacto devastador de ese accidente, creando sin cesar personajes con huesos preparados para superar cualquier obstáculo, que tengan la capacidad de advertir, esquivar, superar los imprevistos a los que el sujeto esta expuesto, lamentando no haberlos inventado antes para salvar a su madre.

Mundo propio que no tiene el fin de engañar, que le ha servido de protección y refugio, al que recurre ante las situaciones en las que no confía en sus capacidades o en las que no sabe dar una respuesta.

Sin embargo, la posibilidad de que este niño estuviera marcado por el accidente pareció no tener sentido para sus padres: “Fue hace mucho tiempo, él solo tenía tres años, no puede acordarse nada”, dicen. En este caso es la madre la que no puede reconstruir ni un solo momento del año posterior a la fecha traumática, dice no recordar nada de nada. Tened en cuenta que fue al año de ese accidente que sospechaban que el niño tenía déficit de atención, no pueden recordar pero tampoco hablar del hecho traumático, incluso en el colegio es algo que se sabe, pero que nunca han contado.

Así como los videojuegos, parte de las historias tenían como personajes a padres fuertes y valientes hijos, también me pedía que fotocopiara los dibujos que ejemplificaban sus historias, para enseñárselos a su padre. El niño lo buscaba para jugar utilizando guiños de su propia jerga (la informática), pero cada vez se encontraba con su frustración y el rechazo de sus construcciones, sentenciando su torpeza e infantilidad, a lo que Antonio responde con sus innumerables negativas (conductas oposicionistas).

Debo aclarar que durante los seis meses que vi a Antonio nunca mostró signos de violencia, de agresividad o rebeldía. Solo una vez me dijo: “¡Deja de escribir! que tardas mucho y me pones nervioso!”. La escritura fue una intervención mía, como intento de introducir pequeños intervalos en las historias metonímicas que casi no le permitían respirar. Un intervención que pretendía establecer ciertos ordenes, de buscar conexiones, hacer listas pero sobre todo darle valor de relato a lo que al principio tenía más la estructura de un videojuego.

Al tiempo, él mismo pidió que tomara nota y la escritura de sus historias, descripción de sus personajes, listas de los chistes buenos y los chistes malos que pueden ofender, se transformó en una herramienta de trabajo conjunto. El contaba y yo tomaba nota, hacía preguntas, lo detenía para que aclarara, le pedía tiempo para escribir y, a veces,  sugería algún cambio o proponía turnos para contar anécdotas, aunque no siempre era posible intervenir. “La intervención del analista será ver como hacer un agujero, un vacío y de ahí un zurcido, no reduciendo el trauma sino haciendo escritura sobre ello.”2

Con el tiempo, reconoce que relataba los videojuegos que le gustaría tener y que de mayor se dedicaría a inventarlos, así a las listas se sumaban “este es de verdad” y “este es el que me invento”. En algunas sesiones propone juegos de mesa, el ajedrez del que tuvo que aprenderse las reglas, o me enseña  recetas, lo que nos indica un cambio de posición en el niño y la posibilidad de comenzar a jugar una vida no virtual.

Los comportamientos violentos y el trabajo con la escuela.

Tuve varias conversaciones telefónicas con la tutora, con la psicóloga e incluso asistí a una reunión en la escuela.

Durante 1º grado, se lo consideraba un niño “muy tranquilo, solitario, que desconectaba de su trabajo, con muy bajo nivel académico”. Esta descripción nos hace deducir que no solamente no hubo Otro que hablara del hecho traumático, tampoco que le hablara demasiado a él o de él. Para el colegio el aspecto académico ya no presentaba un problema, consideraban que había recuperado el nivel adecuado, transformándose incluso en un niño de notables y sobresalientes.

Fue al comienzo de 2º cuando empezó a revelarse y desafiar a los adultos. Aún así, su profesora lo ve como un niño bueno, sostiene que aunque ella es exigente y no le deja pasar una, jamás se le enfrentó. Esta profesora lo entiende porque padeció una situación similar de pequeña y sabe que se sufre mucho.

Con el cambio de curso a 3º, ocurrido durante el tratamiento, vuelven a saltar las alarmas porque no terminaba sus trabajos en clase, o porque había restregado su 10 en matemáticas a un niño que solo había conseguido un 3 (un niño que habitualmente se burlaba de él porque jugaba mal al fútbol). Al ser reprendido por este hecho, e insistir en que se diera prisa en terminar el trabajo indicado, amenazó con su puño a la profesora.

Entonces lo que lo hace responder violentamente es toparse con un Otro que no lo reconoce en otros aspectos que no sean las conductas esperadas, adultos que no valoran una buena nota, ni dimensionan la importancia que tienen las cosas para este niño, poniendo el acento en lo que consideran “su infantilismo”.  Responde haciéndose rechazar. A este punto me refería al comienzo de la ponencia cuando sugería los efectos que los adultos generamos en los niños, los efectos que produce no ubicar la posición subjetiva y el trabajo psíquico en que se encuentra el niño.

Si bien no fue posible realizar un trabajo analítico con Antonio, ya que le pusieron fin considerando que no podían permitir que el niño fuera malo con unos y bueno con los que se lo pasaba bien, que el día que venía a consulta era el único día tranquilo en la semana, lo que nos recuerda las aportaciones de Freud a la clínica con niños, “Las resistencias internas que combatimos en el adulto están sustituidas en el niño, la más de las veces por dificultades externas. Cuando los padres se erigen en portadores de la resistencia, a menudo peligra la meta del análisis o este mismo”.3

Sin embargo fue posible un trabajo con el colegio. “Pensar en los videojuegos me tranquiliza”, dijo Antonio a la psicóloga escolar después de reconocer que se había portado mal, que no estaba bien burlarse de un compañero ni desafiar a la profesora. Frase que la psicóloga pudo escuchar y valorar, después de las entrevistas que mantuvimos, y ya no sugerir que se le limitaran aún más las horas con las videoconsolas. A partir de entonces, y a pesar de la interrupción del tratamiento, desde el colegio pudieron “ver de otra manera” a Antonio, entender que “no es un mal chico” aunque les da mucho trabajo, y reconocer que a veces “uno se olvida que son niños”.

“Me porte bien o me porte mal”, eran frases que a veces enunciaba al comenzar la sesión lo que nos lleva a preguntarnos que porta este niño que desafía al mundo con su puño. Porta, por un lado, el peso de un goce familiar mudo en el que él mismo está entrampado: porta para esta familia la falta y la causa del malestar.  De esta manera, si para los padres la rebeldía y los problemas quedan del lado del niño, les permite distraerse de la pregunta por su propia implicación en el síntoma que presenta el niño, les evita la pregunta porque es bueno con unos y con otros no.

Una de las propuestas al colegio del niño fue intentar que a un niño diferente se le permita ser diferente, sin que esto signifique romper con el imperativo de “las normas son iguales para todos”. Este es un desafío que se nos presenta a los adultos, por supuesto que tiene que cumplir con las normas, pero ¿cuál es la manera?. Para un niño que sabe del impacto devastador de lo Real, como en este caso en particular, la amenaza del castigo no tendrá resultados.  ¿Qué amenaza puede resultar efectiva a quien sabe de lo que la mayoría de nosotros no sabemos: que un miembro del cuerpo puede faltar en lo real y, en su lugar, hay la presencia diaria del dolor?, esta es la causa de que no tuvieran efectos todas las técnicas intentadas.

Nos corresponde a los adultos poder prever que un niño de estas características continuará generando situaciones conflictivas, y es nuestra responsabilidad adelantarnos, proveerle de palabras que lo calmen, de significantes que sostengan la infancia, para que no se vea obligado, como en el caso de Antonio, a recurrir a sus videojuegos o al agua de la fuente.

*Presentación en las XI Jornadas sobre violencia en la infancia.

La violencia como respuesta privilegiada en la actualidad.

Referencias

J. Lacan. Dos notas sobre el niño

Notas

1 S. Freud. Introducción al narcisismo, Biblioteca Nueva,pág. 2018.

2 C. Meza. Clínica psicoanalítica con niños, púberes y adolescentes. Cap. La fijeza del trauma, pág. 168. Letra Viva (2009)

3 S. Freud. Conferencia 34. Amorrortu Editores, Pág. 137