Publicado el 04/06/2017

Oscar Masotta, la verdad oculta del saber

I

Comenzaré por la interrogación que me surge a la hora de entrar como psicoanalista española en este Coloquio: ¿cómo pudo producirse que este hombre, Oscar Masotta, en sólo 4 años, entre 1975 y 1979, introdujera el psicoanálisis lacaniano en España con imparable fuerza?, ¿no es un fascinante enigma que lo lograra solamente con su decir, con su decir en un estilo de enseñanza? Enseñanza para él modesta, pues no se pretendía otra cosa que lector de Lacan y de su retorno a Freud. El anuncio de sus primeros “grupos de estudio” en Barcelona, en octubre del 75 era una simple hojita de papel que decía “Freud/Lacan, lectura estructuralista de Freud, clases a cargo de Oscar Masotta”.

No por modesta, a la vez que honesta y rigurosa, esa lectura, que no ahorraba ningún detalle, dejaba de transportar un decir especial que, en la voz de Oscar, se tornó fascinante. Cierto es que el estilo bohemio de Oscar, el ser un intelectual de izquierdas exiliado y perseguido, contribuían a nuestro aprecio. Pero no estaba ahí el secreto de su agalma, el tesoro preciado escondido en el envoltorio exterior del silene en su persona. ¿Eran su cultura, su saber, su estar a la última de la vanguardia cultural, lo que le conferían ese halo especial que nos atrajo a tantos jóvenes? Solamente en parte. Cierto que Masotta puso color en la gris España freudiana de la IPA que nos aburría; cierto que él resonaba con nuestro hartazgo del conformismo cultural que regía en el final del franquismo; cierto que a aquellos jóvenes airados que buscábamos referencias en la antipsiquiatría, en la filosofía y en la política, Oscar nos condujo al entusiasmo por ese Lacan en quien él había visto “una convergencia de la fenomenología, el estructuralismo, el marxismo y el psicoanálisis freudiano”. Explicaba además, a los jóvenes influenciados por el partido comunista, su crítica al freudomarxismo de Politzer que habíamos pregonado.

Pero ¿qué encontró Oscar Masotta en los policopiados de los seminarios de Lacan que le procuró Pichon?, ¿qué buscaba en las 100 páginas que cortó, para llevárselas, robándolas, de la Encyclopédie française?, anécdota que me relató un colega argentino (y que, por cierto, yo creí había sido una performance).

He de señalar que el enigma Masotta, para nosotros españoles, tampoco residía en que supiéramos de su trayectoria anterior en Buenos Aires, de su paso del pop al psicoanálisis y del Instituto di Tella a la Escuela freudiana de Buenos Aires, que fundó. Poco conocíamos de su historia anterior, ya que él apenas hablaba de ella y no se jactaba en absoluto de la admiración que suscitaba en la Argentina. En cuanto a su relación con el psicoanálisis era discreto, y pudoroso respecto de la crisis psíquica de juventud que le condujo a psicoanalizarse.

Hasta aquí voy desgranando en qué rasgos no creo residiera su fascinante enigma. ¿Dónde, entonces? Me pregunto si no estaría justamente en su fascinación, la de él, por el enigma que encontró en los Escritos y Seminarios de Lacan. Recuerdo que hace tiempo escribí sobre mi asombro al caer en mis manos, en el 73, los Escritos de Lacan, que fui a leer por citarlos Althusser. Asombro al no comprender, al no hallar mensajes claros, pero sí retazos de efectos de sentido deslumbrantes y el palpitar, para mí en ellos, de una verdad enigmática.

Así, ¿cómo no iba a interesarme por aquel que, en el grupo de estudios, se ofrecía a leer lo que no comprendía? En ello Masotta seguía à la lettre la indicación de Lacan de que sus Escritos eran para ser leídos, no para ser comprendidos ¡Feliz encuentro el mío con la enseñanza de Masotta!

Algo determinante de mi transferencia con Masotta fue lo que él había escrito en el 65, en Roberto Arlt, yo mismo. He ido a volverlo a leer, lo cito: “Actuar es a cada momento, a cada instante de nuestra vida, como tener que resolver un problema de lógica (…) pero como la capacidad lógica del hombre es infinita, siempre es posible resolver problemas imposibles. Hay gente que lo hace. Son los enfermos mentales”.

Joven psiquiatra que yo era, en mi primer trabajo en un psiquiátrico de monjas, estaba hastiada de que el mensaje antipsiquiátrico de la liberación de los locos no nos diera la más mínima respuesta para entender a ese sujeto radicalmente otro, el loco, el llamado enfermo mental, que nos confrontaba a lo irrisorio de cualquier ambición terapéutica o liberadora. Y he aquí que alguien, llamado Jacques Lacan, afirmaba, de modo tan paradójico como luminoso, que el loco es quien nos descifra la clave de lo imposible de la libertad, justamente en su ser libre.

Masotta y Lacan convergían en ocuparse de lo real de la locura –lo real como lo imposible en lo simbólico, en el orden del lenguaje, que postulaba Lacan– y en interrogar la relación de lo real con la verdad que se fragua en los tropiezos del lenguaje. En suma, frente a la verdad freudiana, obturada por los psicoanalistas de la oficialidad española, frente a lo real de la locura, obturado por la psiquiatría, Oscar Masotta nos abría el acceso a esa verdad sin olvidar lo real de la clínica, que desbarata los saberes constituidos y las ideologías.

En el 76, en Ensayos lacanianos, insistirá al respecto, diciendo: “La ideología comienza en el exacto punto en que, cualquiera fueren sus razones, la verdad de la falta (falta en el saber) queda obturada”.

II

Entraré ahora en un segundo punto para relatar algo más de lo que fue la llegada de Oscar Masotta a España en 1975 y su estancia desde 1976. En Londres, en 1974, donde yo asistía a la Philadelphia Association de Laing, el azar de los encuentros hizo que dos amigos psiquiatras (no cito nombres) me llevaran a conocer a Masotta, recién exiliado. Junto con Marcelo Ramirez Puig, luego tuvimos el deseo de hacer venir a Masotta regularmente a Barcelona, a ayudarnos a leer a Lacan. Sin Marcelo, que se hizo su secretario y organizó los grupos de estudio, jamás la enseñanza de Masotta hubiera prosperado en España. En la Universidad pública, la enseñanza de Masotta, incluso a final del franquismo, no hubiera tenido cabida. Lo interesante en aquellos años transcurría en los bordes marginales de la Universidad. Estábamos acostumbrados a la clandestinidad.

La generosa oferta del pintor Guinovart, ofreciendo su estudio para las clases de Oscar, facilitó la cosa. Así, tuve la suerte de participar, desde octubre del 75, en el primer grupo de estudios, con compañeros que luego devinieron valiosos intelectuales, con aquellos que luego íbamos con Oscar a debatir de lo divino y de lo humano al lugar de moda de la vanguardia cultural de la Barcelona de entonces, el poco convencional Café de la Ópera. Imaginen el efecto en aquella joven extraviada que yo era, cuánto aprendí y de cuántos prejuicios me desprendí…

El efecto de transferencia me llevó a pedir análisis a Masotta. Sorpresa, él rehusó, argumentando que jamás tomaría en análisis a sus alumnos, y menos a los más amigos. Él nunca se presentó a nosotros como analista, no pretendía ocupar el lugar de Sujeto supuesto Saber. En Barcelona tomó a algunos pacientes, a petición de amigos; pocos y exteriores a sus grupos de estudio. Él se decía lector y estudioso de textos teóricos y reconocía su escasa experiencia clínica, por lo que le interesaba la nuestra. No puede ser más acertado el título de Ana Longoni para la exposición: “La teoría como acción”. Él confirmaba lo que había afirmado sobre la acción en Roberto Arlt, yo mismo, que he citado antes.

A posteriori, ahora, tantos años después, diría que el éxito de la enseñanza de Masotta, lo podría definir con lo que Lacan, en el Seminario XVII, El reverso del psicoanálisis, llamó “la histerización del discurso”. En el capítulo II (pp.33-34), Lacan afirma: “el analista instituye la experiencia psicoanalítica vía la histerización del discurso, que es la introducción estructural mediante condiciones artificiales, del Discurso Histérico”. El Discurso Histérico –no tengo tiempo de desarrollarlo aquí– lo resumiré de manera simple diciendo que es el que, desde la falta del sujeto, se hace agente de la producción de saber. “Industrioso como es, el sujeto histérico fabrica un hombre animado del deseo de saber”. Pero ¿de qué saber?, preguntemos a Lacan. Responde: de un saber que ya no ocupa el lugar esclavo, que no trabaja al servicio del amo, ni es el saber académico y que, como hizo Hegel en la filosofía, apunta a subsumir el lugar de la verdad.

Lacan, en la prosopopeya de la verdad en su escrito La Cosa freudiana,hace hablar a la verdaden la palabra: “Soy para vosotros el enigma de la verdad que se escabulle apenas aparecida, hombres que sois tan duchos en disimularme bajo los oropeles de vuestras conveniencias (…) hombres, escuchad, os doy el secreto: Yo, la verdad, hablo”. La verdad, y así lo demostraba Masotta, se desliza al hablar, emerge y, en sus destellos, se pierde. Pero “¿Qué es la verdad como saber?”, interroga Lacan en esos párrafos del Seminario XVII, 11 años después de escribir La Cosa freudiana. Insiste: “Es un enigma”, “sólo puede decirse a medias”. Pero explica ya aquí, en el 67: “Un enigma es una enunciación de la que falta hallar el enunciado, o enunciados en los que se ha de hallar la enunciación”.

Entonces, lo que he llamado el enigma del “efecto Masotta”, efecto tan poderoso en España, ¿no lo podríamos cifrar en su efecto de histerización del discurso, en cómo nos hacía estudiar? Pues enseñaba haciendo buscar la verdad en el saber del significante y haciendo buscar el saber en las emergencias torcidas de la verdad. De hecho, Lacan dirá que la verdad que no pasa al saber puede suscitar amor, pero se queda en la impotencia.

Potente fue el reguero de la extensión del psicoanálisis lacaniano en España vía los grupos de estudio de Masotta de Barcelona a Vigo, Valencia, Bilbao, Madrid, etc. y sus conferencias y seminarios. En España, fue menos hombre de pluma que de verbo y sus publicaciones españolas –ambas del 76: Lecciones de introducción al psicoanálisis y Ensayos lacanianos– recopilan más exposiciones orales que artículos escritos.

Lo más interesante de los grupos de estudio de Masotta en Barcelona fue la pluralidad de sus participantes, de distintos ámbitos de la cultura y profesionales. Por ello, no puede hablarse de Masotta en compartimentos estancos, ya que su transmisión tuvo efectos transversales en el campo de la cultura.

Un capítulo aparte, en la consolidación del efecto Masotta, merece la creación de la Biblioteca Freudiana de Barcelona en el 77, que luego fue seguida de otras en España. Con un grupo de siete españoles –2 mujeres psiquiatras (entre las que me encontraba), 1 antropólogo, 2 filósofos, 1 filólogo, 1 psicólogo clínico– y un argentino, su secretario, Marcelo; ninguno psicoanalistas, no fundó una Escuela como en Buenos Aires. Quiso que su Presidente fuera el joven psicólogo Joan Salinas, un clínico de hospital, no un intelectual. Pensó la Biblioteca –le cito– como “un proyecto libresco en el sentido más literal y material del término”. Despojó lo “libresco” de cualquier connotación peyorativa. Debió darse cuenta de nuestra incultura, pues así nos indicaba que mucho habíamos de leer para las finalidades de la Biblioteca: “promover el estudio del psicoanálisis y la creación de las condiciones mínimas que posibiliten la formación en la investigación y la práctica en ese campo”. “Para ello tomará como referencia internacional a Lacan y su Escuela, l’Ecole Freudienne de Paris, a la que informará de sus actividades”.

Con Masotta, supimos algo de la Escuela de Lacan –l’EFP– y, en mi caso, pude ir a psicoanalizarme y a formarme a París desde el 77. Pasé dos años viajando entre Barcelona y París. El resto de mis compañeros de los grupos de estudio de Barcelona se analizaron con los alumnos de Masotta de la Escuela Freudiana de Buenos Aires, que se desplazaron a vivir y a trabajar en Barcelona.

III

Tras lo dicho, vale la pena, como tercer punto, que vaya a leer cómo Masotta mismo presentó lo que fue, para él, su enseñanza de psicoanálisis en España. He extraído algunas citas de su prólogo a las Lecciones de Introducción al psicoanálisis, que recogen sus seminarios en Vigo de noviembre de 1976.

Así se define: “Ante las presentaciones de paisajes –la dura belleza de las rías gallegas– y de personas –asistentes a mi seminarios– era yo más bien un espectador intermitente”.

“Se trataba de introducir el psicoanálisis haciendo uso de palabras sencillas. La dificultad no está en los términos, ni en los desvíos, ni en los accidentes de su significación, sino más bien en las ideas y los hábitos. Y también en la posición del interlocutor. Hablar de introducción al psicoanálisis no significa decir que quien introduce es el conferencista, puesto que todo discurso se origina en el lugar del otro, el auditor” (…) “¿Habéis reflexionado sobre el hecho, poco insignificante, de que un seminario se lleva a cabo con palabras efectivamente proferidas y que éstas no son ajenas a la teoría, puesto que no hay teoría que no esté construida con palabras?” (…) “Se equivocaría quien viera en nosotros la intención de inventar conceptos. No se tratará de gestar términos, sino de no dejar de señalar el límite que el concepto en cuestión no podría franquear sin destruir los fundamentos de la teoría psicoanalítica misma”.

Basten estos enunciados de Masotta para mostrarnos su modestia y su rigor, siempre atento a los meandros de la teoría. Pero sigamos interrogando el enigma Masotta en su enunciación, en esa verdad de él, oculta en el saber que desplegaba a retazos. No era ajena a su estilo, en el que a veces brillaba una ironía socrática, sin escepticismo ni cinismo, mostrando cómo la verdad era pariente pobre de lo real y, a veces, con arrebatos de irritación impaciente.

Su estilo latía en los poderes de su palabra, variables, siempre en el filo entre verdad y saber, en su división; pues buscaba saber de la verdad para descubrirla no-toda y buscaba la verdad en el saber, en su corazón, como lo que falta en el saber.

Resumió muy bien el método de enseñanza de Masotta, Enric Berenguer, colega psicoanalista de Barcelona, cuando explicaba cómo Masotta hablaba en torno a la falta. Situaba acertadamente que Masotta tomaba dos vías: la estructuralista, que apunta a sacar a la luz la estructura del texto, y la lacaniana, que hace responder al texto a las preguntas que el texto plantea. Pero la más interesante –añadiría– era la vía propiamente masottiana, que no dejaba de interrogar: “¿qué falta en el texto?”. La falta se desplegaba, en Masotta, en tres dimensiones: la primera, en que el texto no responde a todo lo que el autor se plantea; la segunda, en lo silenciado –por no sabido o por sabido y ocultado; la tercera, en el concepto que requiere nueva elaboración para resolver lo que el texto no resuelve. Siempre rodeando la falta, Masotta se centró en el retorno a Freud de Lacan y, consciente de que se quedaba en esa etapa de la enseñanza de Lacan, anterior a su invención del objeto a, nos advertía: “Lacan comienza ahí donde nuestro acercamiento a su obra termina”.

Masotta interrogaba con su método, igualmente en la filosofía, qué es una teoría. En su prólogo sobre Deleuze, en Empirismo y subjetividad de 1976, afirmaba: “Una filosofía no es una respuesta sino la apertura a las condiciones de la cuestión que plantea” (…) “con un texto, están las ganas de investigar la cuestión, para convertirla, como dice Foucault, en un problema insoluble” (…) “Se trata de inventar –lo que exige un rigor que la ilusión desconoce y que la lógica del deseo soporta–, en el lugar de ese vacío (pleno) de lo real, siempre abierto a la inspiración del goce y del saber del inconsciente”.

Masotta en el 76 se decía ya, en sus publicaciones y en su enseñanza oral, plenamente lacaniano, independientemente de que Lacan lo nombrara más tarde AME de su Escuela y lo invitara a conversar con él a París. Lo especifica en Ensayos lacanianos, en 1976: “Lacaniano no quiere decir que el autor detenta quien sabe qué sabiduría sobre la obra de Jacques Lacan, lo cual, bien entendido, sería ridículo, sino que se refiere más bien a la práctica –trabajosa, infinita– de una lectura de esa obra, la que acercó al autor a una reflexión sobre Freud inseparable del psicoanálisis y su práctica” .

Terminaré con una cita de Masotta en ese libro en la que apunta al nudo de lo real con lo simbólico y con lo imaginario: “la relación del sujeto al sexo estructura cualquier relación de aspiración del saber a la verdad (…) Si el inconsciente existe es porque el sujeto no sabe hasta qué punto y, puesto que habla, el problema consiste en la triple relación del lenguaje con la verdad y con el goce” (p. 11).

Imaginen el dolor y la perplejidad por la prematura pérdida de Oscar Masotta, a sus 49 años, el 13 de septiembre del 79. Su enfermedad fue muy penosa para todos nosotros.

He de concluir. Lo haré expresando mi homenaje y afecto a las dos personas más queridas de la vida de Masotta, su mujer Susana Lijtmaer y su ya gran mujercita, su hija Cloe Masotta, ambas en Barcelona. Quiero celebrar cómo Cloe Masotta se ha involucrado en este proyecto, en el que sin duda está descubriendo lo más valioso de su padre.