Publicado el 19/07/2023

Orografía de la angustia

Clase impartida el 26 de enero de 2012, en el Seminario de Teoría Psicoanalítica del Colegio de Psicoanálisis de Madrid, dedicado a la Teoría de los afectos. Texto publicado en Algunos apuntes, clases y escritos sobre Psicoanálisis, Cultura y Arte, Vicente Mira, editado por el Colegio de Psicoanálisis de Madrid, en 2015.

La lágrima fue dicha.
Olvidemos el llanto
y empecemos de nuevo,
con paciencia,
observando a las cosas
hasta hallar la menuda diferencia
que las separa
de su entidad de ayer
y que define
el transcurso del tiempo y su eficacia.
¿A qué llorar por el caído
fruto,
por el fracaso
de ese deseo hondo,

compacto como un grano de simiente?
No es bueno repetir lo que está dicho.
Después de haber hablado,
de haber vertido lágrimas,
silencio y sonreíd:
nada es lo mismo.
Habrá palabras nuevas para la nueva historia
Y es preciso encontrarlas antes de que sea tarde.

«Nada es lo mismo», Palabra sobre palabra, Ángel González

En el texto del Seminario X, dedicado a la Angustia, Lacan desde la primera página produce una de esas afirmaciones que luego va a ir elaborando, y es que la angustia se produce en el mismo lugar que el fantasma, es más que hay una equivalencia entre fantasma y angustia. Vamos a tratar de preguntarnos por el lugar del fantasma respecto del sujeto y así ir avanzando sobre los desarrollos del deseo en el grafo tal y como aparece en «Subversión del sujeto y dialéctica del deseo».

Lacan plantea, además, una pregunta aparentemente tonta, que es acerca de la comunicación de la angustia en la cura; no cabe duda que la angustia es algo que se produce en el sujeto, en un sujeto determinado e inmediatamente esa angustia tiene que pasar a algún lado. La psiquiatría clásica nos lo decía, de la neurosis de angustia inicial se pasa a las neurosis obsesiva, histérica o fóbica como modos de envolver y por tanto de enmascarar esa angustia bruta radical y vital, que es el término de Freud que usa Lacan también en algún momento, vital, y que caracteriza a la angustia.

Esa pregunta de la comunicación de la angustia en la cura en realidad a lo que lleva, en mi opinión, es a preguntarse por el analista, qué hace el analista con la angustia del paciente en la cura, y de ahí podríamos prefigurar una máxima, cómo fabricar analistas a la altura de la angustia, esa sería una excelente pregunta.

Producir analistas a la altura de la angustia es lo que podríamos llamar producir analistas de verdad, aprovechando que la angustia es verdad, es el afecto que nunca miente. Uno se pregunta cómo es ese analista a la altura de, tanto más que a la altura de siempre evoca en el discurso común los ideales, el bien, la admiración, el saber de, la escucha de, y tantas otras cosas; yo no he escuchado muchas veces esa fórmula concreta de producir un analista a la altura de la angustia. Cómo se presenta la angustia en la cura y cómo se comunica esa angustia, qué efectos tiene esa comunicación de la angustia en el lugar del analista y cómo localizar los puntos de angustia, éste es un segundo paso que me parece importante. ¿Cómo se comunica la angustia en la cura? es un interrogante. Pero la pregunta fundamental es: ¿qué me quiere el Otro?, esa es la pregunta que va a abrir a las angustias que afectan al sujeto en mayor o menor grado, hay un qué me pide el Otro. A veces puede estar escondido ese qué me pide el Otro, la pregunta se velará, se esconderá, se desplazará, se disfrazará, pero en el surgimiento de la angustia siempre hay un ¿qué me quiere el Otro?.

Esta pregunta primordial: ¿Qué me quiere el Otro? se conjuga desde los dos lados en la cura. El qué me quiere el Otro lo puede conjugar el analista con su propia punzada de angustia cuando viene un paciente y no sabe realmente lo que quiere, sabe lo que pide, pero ¿qué quiere de mi?, pregunta básica para la instalación de la transferencia, no deja de ser una incógnita; pero también para el paciente, qué me quiere el Otro resuena con fuerza en el interior de la transferencia cuando el analizante se pregunta por el analista, cuando el hilvanar una interpretación también despeja el qué quiere de mi, tanto cuando el analista recibe demandas más o menos veladas como cuando el paciente recibe lo que él interpreta como demandas más o menos veladas; en ambos casos esa comunicación de la angustia es comunicación de ¿qué me quiere el Otro?.

La primera respuesta de Lacan, conocemos algunas de ellas porque las viene hilvanando a lo largo de su enseñanza, no es cómo producir analistas a la altura de la angustia sino qué no debe hacer el analista, no qué debe hacer, cosa mucho más complicada sino que es lo que no hay que hacer; son indicaciones que ya tienen mucho valor, y lo que dice Lacan es muy sencillo: no hay que dar respuestas fuera de sitio, no hay que dar respuestas fuera del lugar de la angustia. Eso nos va a obligar a ocuparnos por los lugares de la angustia, no por las causas, e intentar que las respuestas como analistas estén, incidan, en esos lugares precisos y no en otros. No dar respuestas fuera de sitio incluye no dar respuestas de tipo del don, ansiolíticos desde luego, instrucciones, consuelo, consejos, etc.. Quizá una de las diferencias que podríamos hacer entre la psicoterapia y el psicoanálisis podría pivotar en torno a esta cuestión, el analista no debe responder a la angustia en términos de demanda ni en términos de don, mientras que el psicoterapeuta si lo hace, de hecho es lo que hacemos con el qué me quiere el Otro.

Segundo punto que nos indica Lacan, y para ello vamos a ir al grafo del deseo, todas las respuestas que se ubiquen en el piso inferior del grafo, y el piso inferior del grafo es el representado por la flechita que va de m a i(a), quizá haya que traducir esto, m es el Yo, el Yo como instancia, es decir el Yo opuesto al Ello y al Superyó, y el i(a) es la imagen del semejante lo que Lacan llama la instancia generadora de ese Yo y lo que como imagen del semejante es el fundamento del narcisismo.

No dar respuestas a nivel de este primer piso implica no dar respuestas que se ubiquen del lado del narcisismo, ni del lado del Yo; por ejemplo no se trata verdaderamente de reforzar el Yo del paciente; son comentarios del tipo: ¡hombre como no va a poder usted con esto, con las de cosas que ha podido en la vida!

También están las respuestas de tipo narcisista un poco peculiares, hasta algunos dichos de Freud podrían confundirse con ellas, que es ¡usted está en buenas manos!, hay algún momento en que Freud dice a veces: hay que afianzar la autoridad del médico, para hacerle tragar al paciente las interpretaciones en la cura; en algún momento se podrían confundir, y no confundamos, lo que es la autoridad de la palabra con el narcisismo. Son fórmulas curiosas pero yo las he oído, eso es una respuesta muy médica: no se preocupe por lo que le pase porque están en buenas manos, esto ya no es decir tú eres un tipo estupendo que va a poder con esto, es decir yo soy el tipo estupendo que va a poder con esto. EL registro del narcisismo, es otro de los registros, y no es precisamente la respuesta más adecuada a la angustia.

La tercera, que es la que más me interesa, es la más sutil, es tener mucho cuidado con las respuestas del lado del fantasma. Estas pueden calmar un tanto la angustia del sujeto porque le reubican en su fantasma, porque generalmente es la fractura fantasmática la que ha producido esa angustia, es en la brecha del fantasma donde se ha producido esa angustia. Entonces, que del Otro, aquí el analista, pueda el sujeto recibir una confirmación de su fantasma, de algún modo, tranquiliza mucho, pero puede producir inmediatamente pasos al acto y acting- outs.

He tenido ocasión de verlo peligrosamente, pero por no citar casos de la propia vida, citaré el caso de los «sesos frescos», de Ernst Cris, el gran analista. Ante un paciente que se acusa a sí mismo de plagiario, cuestión que le angustia mucho, el bueno de Cris se lee el libro que supuestamente ha plagiado, y cuando viene a la sesión le dice: mire, me he leído el libro que presuntamente ha plagiado y el de usted y usted no ha plagiado nada, defienden tesis diferentes, el sujeto dice muchas gracias y se va. En el barrio judío de Nueva York donde vive el analista, hay tiendecitas donde venden sesos frescos y produce un bonito y ligero octing-out, que es pedir sesos frescos, uno de sus platos preferidos, mejor plagiar que comer sesos frescos, es un acting-out leve, la mejor manera de demostrar que quizás el fantasma calmaba algo de la angustia.

Lo que habría que hacer, Lacan lo dice, es no dar respuestas al estilo del fantasma sino seguir la estructura del fantasma. En el seminario anterior, de la Identificación, ha aclarado que el deseo, en aquella época, ocupa el lugar, el marco, está estructurado con el fantasma; por otro lado, el deseo tiene mucho que ver con la angustia fundamentalmente.

No es tanto del lado de dar respuestas al estilo del fantasma sino siguiendo la estructura, entendiendo bien lo que viene a hacer el fantasma para un sujeto, siguiendo los avatares del sujeto del inconsciente en su deseo, no con su deseo, si no en su deseo. Nos vemos obligados a un cierto recorrido del grafo de Subversión del sujeto y dialéctica del deseo.

Partimos de la angustia de la cura, el sujeto que acude al analista, es un sujeto ֆ (tachado), es un sujeto que viene a decir, ya advenido, que dice, se somete al decir del lenguaje, está divido de su goce por el significante, ya ha sido trabajado por el lenguaje, ha nacido a la palabra y viene a decir, a eso le invitamos; entonces, primero para decir va a tener que buscar en el registro de los significantes, que ya de entrada es el discurso del Otro, el discurso del inconsciente (son equiparables en cierto momento), tiene que encontrar las palabras a decir, pero antes se va a encontrar con algo que llamamos, imagen de sí mismo: esto me da vergüenza, lo digo o no lo digo, qué va a pensar el otro de mí, lo digo para quedar bien. En su tarea de decir, el primer punto, cuando se encuentra aquí, con la cadena significante, se encuentra con i(a), la imagen de sí mismo, la imagen especular, el Ideal, que para Lacan es el narcisismo.

El narcisismo acalla a un sujeto más que otra cosa, nada impide más hablar que el narcisismo; todos lo hemos vivido: me atrevo a preguntar, si pregunto demuestro que no sé, etc.; este sería un punto de barrera, de inhibición, no de angustia, de parada más bien. Si me encuentro con el Otro (A) empiezo a decir, naturalmente siempre digo con los significantes del Otro, que son los del sujeto porque va a tener que buscar sus palabras en el lugar del Otro y en ese encuentro con las palabras del Otro inmediatamente hay un efecto retroactivo, que puedo llamar significación del Otro, que es eso, un sentido, una significación, antes de que nadie diga nada en el propio decir del sujeto, ya hay un sentido. En el acto de decir va a encontrarse ya con un sentido.

En este nivel, al sujeto de sus propias palabras le viene un mensaje, no es más ni menos que el sujeto recibe del Otro su propio mensaje de forma invertida, tal y como dice Lacan; el sujeto recibe del Otro una significación que no es significación que nos dé el Otro, si no que nos da el lenguaje propiamente dicho, y ya es una significación para el propio sujeto. No basta para satisfacer al sujeto, pero es una respuesta que el lenguaje le da al propio sujeto, ante ese punto de s pequeña de A grande, s(A). Tanto más si el sujeto comente un lapsus, aquí es donde el sujeto se da cuenta que ha cometido un lapsus, y  puede hacer dos cosas: interrogarse sobre él animado por un deseo, ahí está el deseo de interrogarse sobre su dicho, o no, decir que cometí un error, que se trata de un error o usted me ha oído mal. El lapsus que el sujeto no le interroga, no hay deseo que le anime a saber sobre eso, se va para abajo, se va al Ideal del yo y al confort del Ideal. Entre medías se encuentra el refuerzo del Yo del sujeto (moi).

El sujeto que no habla es por su propio narcisismo, lo que hace es ese cortocircuito. También hay sujetos que cortados por su propio narcisismo no dicen para no desvelar lo que podría ser error, lapsus, pero cuando alguien a su lado dice, entonces saltan: ¡eso quería decir yo!, ese es el cortocircuito, es el sujeto que no se expone a decir, es aprovechar un yo auxiliar, como se decía antiguamente, para que el otro diga lo que se supone que yo quería decir, he dicho con las palabras del otro.

Si un sujeto se encuentra animado por su deseo, si el deseo persiste, tira para arriba, la flecha de arriba se encuentra con ֆ◊D, se encuentra con la pulsión. El deseo de decir, de interrogar, se encuentra con lo que no se dice tan fácilmente, la pulsión. El deseo y la pulsión no son lo mismo. Con algo que no se dice tan fácilmente y que de biológica no tiene nada, decía Freud que no era biológica sino un concepto límite entre la biología y el psicoanálisis, no que formaba parte de la biología.

La pulsión de Freud es Trieb, el concepto fundamental límite con lo biológico del empuje a la vida. Pero Lacan descubre muy pronto que la pulsión no es sólo eso, si no que es un constructo, está construida como tal, y a expensas de la demanda del Otro. En la pulsión es donde, paradójicamente en contra de la lectura freudiana que es que nos empuja hacia, que también es cierto, es en donde se pone con mayor evidencia el qué me quiere el Otro.

¿Qué es la pulsión? La pulsión es la amenaza interior.

Es una amenaza por dos razones: 1ª te exige como sujeto hacer algo con ella, es bicho, bicho, no tiene sujeto, Freud dice es acéfala, no tiene sujeto, pero exige al sujeto hacer algo con ella, habita al sujeto pero no tiene sujeto, y 2ª siempre angustia al sujeto, siempre le angustia como tal, incluso en el caso que se satisfaga, la pulsión se satisface pero el sujeto no, y las más de las veces cuando se satisface la pulsión el sujeto sufre, sufrimiento que aquí quiere decir angustia.

El sujeto animado por su deseo, con cierta valentía, tira para arriba y se encuentra con la pulsión. Segundo nivel del grafo: digamos que el sujeto se las arregla de algún modo con la pulsión, mal ya que no hay modo de bien arreglárselas, pero eso le lleva directamente a un punto fundamental, absolutamente fundamental para entender la angustia: S(A) que es que el Otro falta, el Otro no es ni consistente ni está completo. Inconsistencia e incompletud es el significante de la falta del Otro, es decir, el Otro falta. Uno de los puntos fundamentales de angustia es la pregunta qué me quiere el Otro, y: 1º el Otro no está, 2º el Otro falta, 3º no hay Otro, 4º no sabe lo que quiere, no existe como tal. La barra sobre el Otro es la inexistencia, la inconsistencia y la incompletud del Otro, un Otro que hemos construido imaginariamente a lo largo de toda la vida.

El Otro del lenguaje sí, pero el otro del deseo, con ese punto nombrado como deseo del Otro, ese que falta, y si no falta…, los ricos por ejemplo no pueden desear, como decía Lacan, porque no les falta de nada; por ejemplo, ¿qué regalar a un niño que tiene de todo?

Para rematar el grafo: El sujeto ya bastante, bastante, como diríamos, vapuleado, suficientemente vapuleado por la pulsión del interior que le habita y por el Otro que no existe, bueno que es inconsistente, incompleto, como tal Otro no existe, ahí responde con lo que Lacan escribe S tachado rombo a, ֆ◊a. Ahí desemboca en el fantasma. Lacan habla que la angustia se produce en el lugar del fantasma, es cierto que ahí desemboca la angustia.

En el grafo del deseo vamos a tratar de introducir la angustia en el grafo. En primer lugar: es evidente que la angustia se produce con el deseo, van de la mano, el deseo se produce solo con la falta. El deseo se produce con la falta, el confort está en el Yo, un sujeto animado por el confort, del ideal, de lo que no quiere hablar nunca es de la falta; un sujeto animado por el principio del placer, es decir,  el principio del confort, lo que no quiere es que nada se mueva, que todo se quede tranquilo y menos aún que aparezca la falta. Es evidente que a ese sujeto el surgimiento de un deseo que le intenta sacar de sí es obligatoriamente una fuente de angustia. Es el primer vértice de la angustia.

Cuando surge el deseo como tal, tomando la definición de Lacan, el deseo es el deseo del Otro, esto implica un ¿Ché Voui? Implica un ¿qué me quiere? Es el primer vértice, este deseo, como decía, donde se produce la angustia.

Falta una cosa que no está dicha, debería estar: significante voz, goce y castración. Están las líneas intermedias del grafo que son las propias. En la primera línea, la línea significante, que es la propia del sujeto, no en abstracto, por eso había escrito significante voz, porque un sujeto va a encontrar en el Otro los significantes para su decir, que van a salir con voz; en la búsqueda de una satisfacción ahí se encuentra con la otra línea que es goce, castración.

Por qué la pulsión angustia tanto? Se satisface ella sola sin satisfacer al sujeto y es la amenaza interior, pero ¿qué amenaza interior es? Primero, si se satisface la pulsión no se satisface el deseo. Pero, además, hay dos encuentros harto hostiles para el sujeto: por un lado, toda pulsión tiene dos caras, pulsión de vida y pulsión de muerte, y no hay ninguna pulsión pura de vida o pura de muerte, solo en la psicosis hay esa desimbricación pulsional pero no en todas las psicosis tampoco. Entonces, toda pulsión que es parcial: oral, voz, seno, chupar.., en fin, todo lo que se ha descrito en la fenomenología psicoanalítica, por un lado lleva consigo la dimensión mortífera de pulsión de muerte y además, por otro lado, tiene como consecuencia la castración; por algo esa flecha (en el grafo) entra como goce y sale como castración.

Aquí castración lo decimos de manera muy elemental: la pulsión se satisface, pero no satisface al sujeto, no al deseo, es decir, deja un resto de castración. Las pequeñas satisfacciones pulsionales, que el sujeto se puede permitir, dejan siempre un sabor a poco, a pecado, a prohibición o engordan.. El enfrentamiento con la pulsión hace obligatoria la castración del sujeto. Para Freud toda la angustia es angustia de castración, castración es un nombre propio de la angustia freudiana. En un punto donde el encuentro no solo es juego Eros-Thanatos, vida o muerte, sino que además deja como salida la castración, no es un plato de gusto, de ahí la amenaza interna y el segundo vértice donde surge la angustia.

El tercer punto es, obviamente, S(A), lugar donde falta el Otro, que el Otro falte es una fuente de angustia fundamental. Respecto al deseo del sujeto, claro. Si es qué me quiere el Otro, y ese Otro es inconsistente e incompleto, el lugar de la respuesta es la angustia. Pero no solo por eso, no hay sujeto sin Otro, el fundamento de la estructura subjetiva está en el Otro, el sujeto es radicalmente dependiente del Otro. De qué Otro, del Otro del significante naturalmente. Que fácil confundirse, que fácil para el neurótico creer, el neurótico trasforma sus fantasías en realidad, creer que sus palabras son más que palabras, pero las palabras son voz que se escapa por ahí, significantes que representan al sujeto para otro significante, pero cuya materialidad hay que interrogar, no es que no la tengan, pero hay que interrogarla.

El registro del Otro falta nos deja angustiados, desconstruidos de algún modo, sin el soporte del Otro, que ha sido nuestro soporte propiamente dicho para fundarnos como tal, como sujetos. El sujeto es efecto del significante, no causa, es efecto del Otro. Un Otro inconsistente e incompleto dónde deja al sujeto como efecto, lo deja desmembrado como tal, al nivel que hablamos, fundamentalmente angustiado.

El cuarto vértice de la angustia es el fantasma. El fantasma es la respuesta del sujeto a la falta del Otro, con eso el sujeto responde, en el fantasma se aloja un sujeto que ha desfallecido en el encuentro con la falta en el Otro. El sujeto está maltrecho, ya ha sido vapuleado por la pulsión con la consecuencia de castración y se ha quedado prácticamente desconstruido, deshecho, al no encontrar su fundamento en un Otro que falta, y entonces ha respondido con su fantasma, para alojar su Yo maltrecho, que sirve para exaltar la magnificencia del Yo.

Mucho más sencillo sería decir que el fantasma está ahí para dar un poco de confort fantasmático al Yo maltrecho que ha sido vapuleado en los dos pasos anteriores. Eso por un lado, el Yo tiene un pie puesto en el fantasma, es equivalente aquí a cualquier fantasía diurna que nos hagamos, es el lugar donde se aloja el Yo maltrecho que se ha enfrentado con el Otro que no existe. Pero también sirve para dar una falsa consistencia a ese Otro. De algún modo, el fantasma responde a la inconsistencia del Otro dando un lugar fantasmático de confort para el sujeto y restaña, en cierto modo, a ese Otro que falta. En esta experiencia el Otro falta pero habrá un Otro en la experiencia, en la fantasía, donde con ese Otro que se acomoda a mis fantasías, mis deseos el Yo se queda más tranquilo. Así refuerza al Otro que falta y al Yo. De las dos maneras el fantasma funciona. La brecha, el desgarro, cualquier cosa que venga a desgarrar el tejido fantasmático es angustiante.

Estos son los cuatro vértices donde se juega la angustia del sujeto.

Hay un vértice que, o dos, que están en cuestión en la angustia, el deseo y la falta en el Otro, qué me quiere el otro; esa doble pareja, el deseo y el Che Voui?, siempre están en cuestión en la angustia. Para algunos sujetos están en juego los cuatro. En los neuróticos obsesivos el encuentro con la pulsión, no solo con el deseo, le da pánico. Antes de encontrarse con la pulsión es capaz de inventarse cualquier delirio al estilo del «Hombre de las ratas», con tal de seguir con el goce de contrabando, que no se confiesa, no se declara, no se muestra. La pulsión la deja ahí sin acercarse, no puede acercarse, el neurótico obsesivo es especialista en eso.

Este cuadrilátero de emergencia de la angustia nos señala cuatro puntos ante los cuales un analista debería, tendría, que estar a la altura:

  1. No caer con la trampa de la demanda y responder con dones, allí donde se trata de deseos, no retroceder ante el deseo del paciente, también de su propio deseo como analista.
  2. Cuando de la pulsión se trata tampoco hay que retroceder, ahí hay que pedir cuentas, habrá que hacer lo que haya que hacer, enfrentarse con lo posibilidad de lo que hay, si el analista retrocede ante la pulsión está trabajando con un sujeto ideal que no tiene cuerpo, solo palabras, aunque las palabras son del cuerpo también, pero sin ocuparse del cuerpo. Que un analista no retroceda cuando la pulsión viene, sea lo que sea que pueda venir: el objeto, el drive, una energía pulsional desplazada, que coloca al sujeto en dificultades, pero también se puede presentar como satisfacción pulsional de contrabando, y ahí, efectivamente, habrá que pedir cuentas. La pulsión es algo complejo, es un constructo, tiene cuatro elementos, meta, objeto, fuente, empuje…. Es un constructo. A veces se satisface silenciosamente en la transferencia y hay que estar al quite, que no sea tan silenciosa, que sea dicha. El don de la voz tiene satisfacción pulsional del sujeto, interrogar al sujeto ante ese recibir la voz es no retroceder ante la pulsión, ahí cada uno se las debe apañar como pueda. El vértice pulsional es uno donde el sujeto no puede retroceder.
  3. El Otro que falta, ¿cómo sería esto, ¿qué sería retroceder ante el Otro que falta? Hay una forma inmediata, que es decir: no se preocupe yo estoy aquí, soy ese Otro al que no le falta nada, confíe que no lo va a faltar, yo estoy aquí. Es una forma de representar un Otro sin falta. Una de las mejores maneras de no retroceder aquí es el silencio del analista, es una manera de hacer inexistir al Otro, cuando es solicitado a nivel pulsional, voz, por ejemplo, a ese Otro que puede dar la voz, es el silencio. No es solo una muestra de prudencia, de intento de escucha, que algo de deseo advenga, también es, en algunos momentos, una elección de no decir que hace discurso, pero del Otro que falta. Un silencio que habla a gritos, ese silencio que habla a gritos, es el que no retrocede ante el Otro que falta. Dice a gritos que no va a decir.
  4. En último lugar, como todos desembocan en la fórmula del fantasma, cualquier rasgadura, resquebrajamiento del fantasma va a hacer aparecer la angustia. La emergencia de la angustia puede ser colocada en alguno de esos lugares, o en varios a la vez.

Que podamos escuchar la angustia que un sujeto trae enmarcada en estos cuatro vértices, es una manera de producir un analista a la altura de la angustia.

No tenemos que olvidar lo dicho al nivel del fantasma, el cuarto vértice en cuestión. A nada que el fantasma, retroactivamente, se alimente con el drive pulsional, con el empuje pulsional, tenemos garantizado el paso al acto o, en el mejor de los casos, el acting-out. Cuando algo de la pulsión, el drive pulsional, se pone vía deseo al servicio del fantasma en el cortocircuito de arriba, éste es el sujeto que no se enfrenta con la pulsión pero con el drive alimenta el fantasma, ahí peligrosamente viene el acting-out o el paso al acto. Aquí no hay que retroceder.

Siguiendo el grafo: se ve que lo cojamos por donde sea el sentido de este cuadrángulo desemboca en el fantasma, en S(A), en a, si se atreve con algo de la castración, algo del goce, desemboca en a; d y a no están metidos en el grafo, son laterales, son lo que anima, lo que está por fuera. Efectivamente el deseo siempre es extímico, el deseo está fuera de la estructura, y el fantasma también; s (A) al seguir el camino con la flecha, va a conseguir significación del Otro, es decir, reforzar al Otro del fantasma, reforzar al Otro que aquí faltó, esperando que este no falle nunca y de ahí directamente a m (moi), reforzar al Yo del sujeto producido vía del Ideal.

Freud dice que, y no se equivoca, el asiento de la angustia es siempre el Yo. Al final donde siempre se asienta la angustia es en el Yo, no es en los vértices donde surge, que son de la estructura del sujeto, el asiento puede ser el Yo, no es contradictorio, los vértices son de la estructura del sujeto. Lacan cuando prosigue la flecha descendente se encuentra con la significación del Otro, un refuerzo del Otro que falta, y con el moi, el Yo del sujeto de la segunda tópica (Yo, Ello, Superyó).

¿Qué sería no retroceder frente al fantasma? Lacan aconseja en este seminario X de La Angustia, seguir el fantasma en la estructura, interrogarle en su estructura. Quiere decir, creo yo, no olvidar que el fantasma está construido, no es la orografía, si no la tectónica que es el conjunto de placas de la tierra, el tejido fantasmatico.

El espesor de la tela del fantasma se escribe: ֆ◊a,  i(a), m, ֆ y naturalmente objeto, a. Esto es, apartando para ver lo que hay dentro. Si aparto en el fantasma me encuentro con el objeto a, con el narcisismo al servicio del cual está, con el Yo al que fortalece, con el sujeto tachado, ֆ, porque es su estructura, con los rasgos unarios, me encuentro con la tachadura que es producto del Otro. Con todo eso me encuentro en un fantasma, estructurado en su fórmula. Seguir es ver de qué está hecho ese tejido fantasmatico, ver qué rasgos unarios han entrado ahí, qué objeto, enterarnos de que va la objetalidad de ese fantasma para ese sujeto, ver cómo sostiene su narcisismo y su Yo, ver qué Otro se inventa con ese fantasma, en fin seguir por ahí.

En algunos sujetos, localizar el vértice en el que se produce la angustia ya es reducirla; para muchos sujetos, ni siquiera se trata de nombrarla, si no de localizar el vértice. En algunos sujetos histéricos y obsesivos, la angustia surge en esa fórmula de confundir la demanda del Otro con su deseo, y sentirse impotente para satisfacer ese deseo, no es el deseo lo que intentan satisfacer si no una demanda del Otro, imposible, que puede aparecer en forma pulsional, porque en la pulsión está la demanda del Otro, que no sabe lo que quiere y no le pide eso.

Por otro lado, romper las significaciones de la angustia, romper las significaciones fantasmáticas, si se puede abrir esa rasgadura fantasmática alivia algo, si se puede. Eso se consigue con la equivocidad del lenguaje, si se tiene una buena equivocidad, sin equívoco no funciona. Lacan dice en este Seminario, la angustia ocupa el lugar del fantasma; se fabrica, emerge, con los otros vértices, pero el final del circuito, emerja en el vértice que emerja, es el fantasma. Fantasma igual a angustia, lo dice muy claramente desde las primeras lecciones del seminario.