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Los engaños del sujeto en el capitalismo moderno
El sujeto del capitalismo moderno quizás sea el más engañado de todos los tiempos. La teoría marxista explica cómo al obrero se le sustrae la plusvalía de su trabajo, siendo eso precisamente lo que hace valor para el capitalista. El plus de valor de la producción del obrero, se la embolsa el capitalista en la medida en que la fuerza de trabajo no está compensada con el valor del mismo. El valor de ese trabajo no es equivalente a lo que gana el obrero. Hay un plus.
Sujeto engañado en el sentido de que el discurso capitalista ofrece una serie de objetos – llamados por Lacan letosas: (…)“pequeños objetos ‘a’ minúscula que se encontrarán ahí, sobre el asfalto en cada rincón de la calle, esa profusión de objetos hechos para causar su deseo, en la medida en que ahora es la ciencia quien lo gobierna” 1 mediante los cuales habría una recuperación de la plusvalía que se le sustrae. Recuperación de un goce globalizado. El discurso capitalista se asocia entonces al fantasma en el sentido de que este es la maquinaria dispuesta en cada sujeto para recuperar el goce perdido por ser hablantes.
Engañado además porque como dice Lacan, esos objetos se proponen como causa de deseo, cuando en realidad, lo que causa el deseo es el vacío del objeto, su ausencia.
Veamos lo que dice Sami Naïr en el artículo “La impotencia de la izquierda europea”2: “La crisis actual muestra no solo el carácter despiadado del capitalismo liberal y financiero -despiadado en el sentido de que lo único que le importa es sacar el máximo beneficio en detrimento del derecho y de la vida de millones de seres humanos explotados, excluidos y humillados por el desempleo-, sino también la dramática impotencia de las fuerzas progresistas y, muy en particular, de la izquierda europea para ofrecer una alternativa creíble frente a los errores de este sistema”.
Vicente Verdú en su libro “El estilo del mundo”3, distingue tres etapas en el desarrollo del capitalismo: un primer período que nombra como capitalismo de producción –que se desarrolla desde finales del siglo XVIII, hasta la segunda guerra mundial, donde lo importante eran las mercancías. A continuación vendría el capitalismo de consumo, desde la segunda guerra mundial hasta la caída del muro de Berlín, donde lo importante para destacar es la trascendencia de los signos, la publicidad, y a continuación, el capitalismo de ficción, que surgiría en los años 90 del siglo XX, y que según el autor, pone énfasis en el carácter teatral de las personas.
Lo curioso en el capitalismo de ficción, es que esa lógica de la que hablaba anteriormente en relación a la plusvalía, se ha trasladado a cada una de las actividades del ser humano, entre otras el consumo, sea este del tipo que sea. Por ejemplo, el shopping nos lo venden como un ocio, pero en realidad es un trabajo forzoso, ya que no basta con consumir, sino que hay que saber todo sobre el producto, hacer comparativas de precio, no vaya a ser que nos engañen. De ahí el eslogan de una multinacional bien conocida: “Yo no soy tonto”. No ser tonto es equivalente a no ser engañado por las diferentes ofertas del mercado. Así, si no queremos ser engañados, estamos obligados a un trabajo extra de información como consumidor, que nos lleva a un estado paranoide, de permanente alarma. Otro ejemplo es viajar, que conlleva el esfuerzo de buscar vuelo, hotel, diseñar un programa para que nada quede sin visitar, etc.
Quizás, se podría pensar en una equivalencia entre no ser tonto y no ser incauto del inconsciente4. Cuanto más se busca la certeza de satisfacción mediante la posesión del objeto de consumo, más no- incauto se es del inconsciente, luego, más se yerra. ¿Pero de qué manera? El inconsciente nos devuelve siempre la hiancia, cómo el objeto es siempre lo que se escapa, lo que no puede ser apresado, lo que no puede colmar la falta de relación sexual. Es lo que siempre se revela en los sueños de angustia de múltiples maneras: como una cita a la que nunca se llega, como no poder correr más deprisa para llegar a un sitio, como algo que nos persigue incansablemente etc. Ahora bien, que el objeto no se alcance no quiere decir que no exista. Es una existencia de vacío. El errar el objeto es lo que a medida que se avanza en un análisis, se transforma en una certeza, que finalmente permite alcanzar una satisfacción que nos hace menos tontos, en el sentido de no creer en el engaño de que es posible hacer desparecer la hiancia mediante el objeto que tendría la clave del “lust”.
Los avances técnicos han acercado el mundo a los sujetos, tenemos más que nunca un acceso a la información desde casa, de manera inmediata. Todo parece mucho más fácil con internet. Pero desde que existe esa ventana abierta al mundo, cada vez trabajamos más. Trabajar desde casa es una comodidad en un sentido, pero en otro por ejemplo, es estar enteramente disponible para la empresa las 24 horas del día. Así que esas blacberry que muchos se jactaban de poseer como un objeto preciado – pequeñísimo portátil con acceso a internet –son las modernas cadenas que cada trabajador tiene en sus manos, sin saberlo.
“Enhance your life with a Blackberry Smartphone” Realce su vida con su teléfono inteligente Blackberry. Así se anuncia en Venezuela.
En otra publicidad, aparece una mora como si fuera una bala atravesando una manzana y el eslogan dice que es la primera pantalla táctil del mundo. Basta con un solo toque de dedo, y tenemos la información a la velocidad de una bala. Desde luego, Dios no lo hubiera hecho mejor en la creación del mundo.
¿Cuál es la lógica que está detrás de todo esto? El señuelo es lanzar un significante ideal que engaña a los sujetos consumidores (SC). Pero el asunto es que hay otro significante que no está tan visible, pero que está por todas partes ya que es el sostén mismo del capitalismo actual: ¡CONSUME, A TODAS HORAS, SIN DESCANSO!
No hay descanso posible, pues siempre nos toca trabajar incluso para consumir como decía antes. Cada uno tiene que gestionar su vida si no quiere perder el tren de la modernidad: su trabajo, el tiempo libre, las cuentas corrientes, los afectos etc. Somos autogestionarios. Valga la ironía para dar cuenta de cómo se vende una idea de libertad equivalente a la autogestión.
El significante ideal que se lanza como señuelo puede ser por ejemplo “Bienvenido a la república independiente de tu casa”, slogan de Ikea que quiere decir que si tú consumes los productos de Ikea, vas a poder hacer de tu casa una república – curiosa paradoja al confundir la res – publica con lo privado5–. Vas a poder ser libre en tu casa, hacer de ella lo que quieras sin dar cuenta a nadie. Es un slogan con un gran poder cautivador. Pero entremos un poco en ese mensaje, pues es una invitación a que circunscribas tu vida, tu libertad a los muebles que “libremente” eliges en Ikea. Así pues.
LIBERTAD= CONSUMO DIRIGIDO
Todos por igual haremos de nuestras casas esas repúblicas independientes, todas iguales al tener los mismos muebles de Ikea que no dejan margen alguno a lo original, a lo singular. Todos bajo el Uno de la uniformidad, pero creyéndonos diferentes por el hecho de aspirar a la “independencia”. Se ve muy bien en ese slogan, la fragmentación que el capitalismo produce en los vínculos humanos, y cómo encierra al sujeto en un solipsismo, que en latín quiere decir “solamente yo existo”.
Nunca hemos trabajado tanto por menos. Llegar hasta el objeto que se desea adquirir en Ikea, implica dar un rodeo por toda la tienda: primero al primer piso, después al piso bajo, y al final llegar hasta el punto de almacenaje, y encontrar uno mismo dónde está localizado, para después, una vez en casa, hacer el montaje, que en el mejor de los casos sólo lleva una tarde. ¿Cuál es el ahorro real? El de la multinacional, que se ahorra cuantiosas cantidades de dinero en personal, y astutamente sabe utilizar el marketing para hacer creer al consumidor que todo ese empleo de tiempo es una ganancia en libertad, independencia etc. Es la generalización del consumidor-proletario.
Freud estableció la causa por la cual se produce la constitución de la masa, que según él era de carácter libidinoso. Se refería a la masa con caudillo. “Tal masa primaria es una reunión de individuos que han reemplazado su ideal del yo por un mismo objeto, a consecuencia de lo cual se ha establecido entre ellos una general y recíproca identificación del yo”6.
El tipo de masa ha cambiado a medida que ha ido variando el capitalismo. Ahora las masas son de consumidores. No se trata de masas con un caudillo visible, pues no hay una figura que dé cuerpo, que encarne un S1 con un efecto aglutinante y de identificación entre los individuos que componen la masa. Ahora, se trata más bien de un S1 desencarnado. El S1 es ¡CONSUME!, y no se articula con ningún S2. El efecto es el desamparo del sujeto moderno que yo propongo como el real del capitalismo.
No hay un amo encarnado al cual seguir doctrinariamente o al cual combatir militantemente, pero tampoco hay Otro al cual dirigirse, al cual preguntar, al cual demandar, reclamar si algo no funciona. En consecuencia, no hay tampoco fratria. Cada uno está solo con su ideal de bienestar enganchado al mandato superyoico consumista. Eso no hace lazo con el Otro. Lo que sí hay son aglomeraciones de sujetos que circunstancialmente, contingentemente, se reúnen en torno a algo que les convoca, por ejemplo un partido de fútbol de la selección, pero que después desaparece con la misma rapidez que se reunió. Son aglomeraciones efímeras.
No parece que haya causas que unifiquen, que identifiquen entre sí a los sujetos. Las coincidencias son más bien de goce. Se reúnen aquellos sujetos que gozan de forma similar, y entonces se agrupan.
Esto se ha extendido también al campo de la salud mental que cada vez más opta por agrupar, segregar a los sujetos en torno a una patología cada vez más imprecisa y difusa porque sólo toma en cuenta signos, disfuncionamientos conductuales y/o somáticos. Cuando se localizan varios signos de disfuncionamiento, se crea un síndrome. Una vez nombrado el significante que aglutina a los sujetos, estos quedan segregados, marcados e identificados con dichos significantes. Hay un significante que nombra y que parece que por sí mismo da la respuesta. Los pacientes, no tienen inconveniente en nombrarse como “bipolares”, “ansiosos”, “esquizofrénicos”, “hiperactivos”, “fibromiálgicos”, “psicosomáticos”, etc. Después del efecto de desamparo al que el capitalismo despiadado reduce al sujeto, verse localizado, identificado bajo un significante para el Otro de la salud mental, produce cierto alivio, al menos efímero. De ahí que no haya vergüenza en nombrarse como bipolar, etc.
Otra de las características del desamparo del sujeto moderno es verse reducido a mercancía. Esto se ve muy bien en las compañías aéreas de bajo coste. De nuevo, el señuelo es el ahorro, adquirir un billete de avión a un precio por debajo de coste. ¿Qué ocurre?, que los pasajeros no son tales, son mercancía a colocar de la manera más eficaz posible, siguiendo la lógica de embalaje industrial del airless packaging systems, es decir, sin aire. Se trata, de aprovechar al máximo posible el espacio en el avión y que la mercancía a transportar esté colocada de tal forma que permita el máximo provecho espacial, al igual que se embalan los muebles en Ikea. Siguiendo esta lógica, si un vuelo no se llena, y el siguiente tampoco, se puede cancelar el vuelo porque no se cumple con esos criterios de máximo aprovechamiento espacial. Evidentemente a los pasajeros no se les dará esta explicación. A esa mercancía se trata de colocarla en un almacén (hotel), hasta que se pueda colocar en otro avión una vez que se compruebe que no va a haber huecos. Lo más difícil de aceptar a los que han sufrido una situación así es que no son considerados como sujetos. No hay Otro a quien dirigir la demanda, pues todo vuelve al sujeto (mercancía) en un “búsquese usted la vida”. Así pues, una vez más lo que inicialmente aparecía como un ahorro, muestra al final del proceso su verdadera faz que es la pérdida de ser de sujeto, un sujeto reducido a la condición de objeto. A partir de ahí emergerá la angustia, tan característico del sujeto moderno.
Esta ausencia del Otro, esta forclusión moderna del Otro, es lo que en política se refleja en la llamada Big society, defendida entre otros por David Cameron, y que consiste en reducir el peso del poder público incorporando a los ciudadanos a las tareas diarias de gestionar el país. “La gran sociedad es un cambio cultural enorme por el cual la gente se ayuda a sí misma a través de su propia comunidad”.
Lo que se proclama como una ganancia demócrata bajo el señuelo de una pseudo comuna generalizada, en realidad es una pérdida, una reducción del peso del Estado y en consecuencia, reducción del amparo del sujeto. Según palabras de Cameron, “Si publicamos los datos precisos de dónde y cuándo se han cometido los crímenes en la calle podemos dar a la gente no solo el poder de obligar a la policía a rendir cuentas sino que, en el futuro, los ciudadanos pueden ponerse en acción por sí mismos, por ejemplo poniendo en marcha nuevos programas vecinales de vigilancia o un nuevo club juvenil”. Las tres patas en que se basa todo esto son “descentralización, transparencia y dinero. Descentralización del poder central al local y desde este al ‘nanonivel’: a las comunidades, los vecindarios y los individuos”.
Ya no habrá un Gran Hermano controlador de todos los ciudadanos, sino que todos seremos el Gran Hermano para el otro, es decir, una Big paranoia.
Lo preocupante, es que desde la perspectiva de la izquierda, tampoco hay apuestas sólidas, como nos lo recuerda Sami Naïr en el artículo La impotencia de la izquierda europea 7
(…)“ Una vez más son los ciudadanos quienes deben pagar el grueso de la factura. Se reducirán sus derechos sociales siempre en función de un único parámetro: disminuir las rentas de trabajo para mantener las de capital. Es la filosofía política que predomina en todos los partidos conservadores”(…)
(…)“Pero lo más grave es ver cómo se extiende la impotencia de la izquierda europea. Podíamos haber esperado, por ejemplo, una iniciativa común de los sindicatos europeos, una acción coordinada, aunque hubiera sido simbólica, para reafirmar la solidaridad de condición de los asalariados y desempleados ante las duras restricciones que padecen. Pero nada. Podíamos haber esperado que los intelectuales de izquierda se lanzaran a la batalla. Pero nada. Impera el silencio. Es el grado cero de la izquierda política e intelectual europea”(…)
(…)“Y, sin embargo, la crisis es la gran oportunidad para reafirmar esta solidaridad, ya que el capitalismo financiero acaba de demostrar una vez más que no tiene patria, sino solo intereses, que son los de las grandes empresas multinacionales”(…)
Respecto a la sexualidad, existe una lógica similar en algunas teorías feministas a la del slogan anteriormente mencionado de Ikea, en el sentido que proclama la posibilidad de construir el sexo al propio antojo.
La filósofa feminista y profesora de universidad en París VIII Beatriz Preciado8 utiliza conceptos como los de biohombre, biomujer. Tiene una idea del cuerpo como “artificio, arquitectura, construcción social y política. Veo el cuerpo como arquitectura, como relación con las instituciones médicas, jurídicas y políticas”.
Su idea es que la división hombre-mujer, es una construcción social. La sexualidad sería algo plástico, así como la identidad y la orientación sexual, los modos de desear y de obtener placer. De ahí su idea de que están sometidos a una regulación política. “Hay un enorme trabajo social para modular, controlar, fijar esa plasticidad. Y no sólo política, también psicológicamente. Cada individuo es una instancia de vigilancia suprema sobre su propia plasticidad sexual (…)La máquina de control eres tú, y lo interesante es la manera de desactivarla”.
Así pues, ¡Bienvenido a la república independiente de mi sexo!
Propugna que habría que estar en permanente rebelión, porque de otra manera hay un cierre, una clausura de la propia identidad. “No creo en la identidad sexual, me parece una ficción. Un fantasma en el que uno se puede instalar y vivir confortablemente”. Nombrarse como heterosexual, sería algo que promueve lo inamovible para ella.
De alguna manera opone el concepto de biohombre, o biomujer -de claros ecos foucaultianos- al concepto de transgénero. Los biohombres, las biomujeres, estarían insertos dentro de la biopolítica, que ejerce un control sobre las estructura de la subjetividad y también sobre la producción de placer, mientras que definirse como transgénero implicaría una libertad respecto al biopoder.
Sin duda, el cuerpo está articulado al discurso del Otro, por eso en la psicosis, donde hay un desamarre de ese lugar Otro, existen tantos estragos en relación al cuerpo. Beatriz Preciado tiene razón cuando afirma que la identidad sexual es una ficción, un fantasma, pero no como algo que sea sabido y mucho menos manejado por el sujeto. La identidad sexual no es un tema de creencia o no creencia, sino una cuestión de estructura para el ser hablante. Hay una maldición sexual en el sentido de que el inconsciente dice mal el sexo, tiene un defecto en el decir, no dice el sexo en cuanto Otro, que es el sexo de las mujeres, pues solo hay un decir macho9. No hay una identidad sexual, hay posiciones sexuadas: la posición macho, y la posición hembra, y esto es independiente del sexo anatómico que se tenga, pues en eso Freud erró al afirmar que “la anatomía es el destino”.
Ahora bien, que no haya identidad sexual no quiere decir que cada uno tenga en sus manos las cartas para jugar un día a lo homo, otro a lo hétero, a lo transexual, es decir, jugar el juego del “transgénero”. Entre otras cosas porque hay algo que insiste repetidamente en cada baza y es el fantasma en el que se sostiene el deseo, y a ese saber sólo se puede acceder mediante un análisis. Además, lo que hace a la posición sexuada macho o hembra, es la manera de gozar. Se goza a lo macho o a lo hembra, independientemente del sexo que se tenga, y esto no es al albur.
Beatriz Preciado tiene una idea un poco naïf de que sería posible una separación de lo que llama el biopoder. ¿En qué un sujeto sería más libre al designarse como transgénero y transitar de lo homo a lo hétero y otras variedades sexuales? Cree que es posible salirse del discurso mediante la auto-nominación sexual en permanente mutación.
Ella hace una buena lectura de la situación sociopolítica, pero sin embargo falla a la hora de las conclusiones. Habla de depresión colectiva cuyos signos son el “consumo aberrante, la producción de desigualdades, la normalización excesiva, la sobrevigilancia y la cultura de la guerra”. El momento actual es “el momento farmacopornográfico de sobreadicción, sobreconsumo, y destrucción”. Siguiendo a Sedgwick, una teórica queer americana, apoya la idea de la revolución (sexual) como modo de salir de la depresión política.
Cree que el reto de la izquierda para el siglo XXI es tomar conciencia de este estado de depresión colectiva. Eso favorecería un despertar revolucionario, y aquí viene su apuesta de pensamiento, pues opina que ese despertar viene de aquellos que se han apartado de los márgenes de lo politico: los gays, lesbianas, yonquis, putas, ya que “ahí hay modos de producción estratégicos para la cultura y la economía, y ahí se están produciendo soluciones”…”Hay que abrirse a lo no familiar, no nacional, no racial, no generizado”. Esto lo basa en la idea de que los emblemas de la biopolítica son el género, la heterosexualidad, la familia, la raza y la nación.
Afirmar que el mundo gay es marginal, es faltar a la verdad en tanto que actualmente es un lobbie con gran biopoder, y que mueve miles de millones.
¿De qué modos de producción se trata? De los modos de producción de goce, es decir, discurso del Amo, y no se ve en qué esto producirá ninguna revolución, en qué la manera de gozar “al margen” –y estar al margen no significa que el discurso desaparezca – puede producir un cambio en los modos de producción capitalista, que tiene una escritura diferente. Además, la revolución no es sin el sujeto, y precisamente el goce deja de lado la subjetividad, pues entre el goce y el sujeto hay disyunción.
La suya es una lógica de ida y vuelta: si los modos de gozar están sujetos a los mecanismos de control del biopoder, bastará con cambiar las maneras de gozar para que de esa forma se produzca un cambio en las estructuras biopolíticas. Ni lo uno determina tanto lo otro, ni tampoco los modos de gozar se cambian así como así.
¿Abrirse a lo no racial, no familiar, no nacional, no generizado? ¿sería posible la inexistencia de raza, nación, género y familia? Mata moscas a cañonazos, porque para evitar la diferencia, la alteridad, propone acabar –suponiendo que eso sea posible- con aquello donde se puede experimentar.
B. Preciado reconoce que hay un cierto elemento de propaganda, y cita a Itziar Ziga, una amiga suya periodista, autora del libro “Devenir perra” en el que dice “nosotros follamos más y mejor. Follamos fuera de vuestras restricciones normativas y eso es un placer que nunca conoceréis. Y si os tienta saberlo, wellcome to the revolution”.
Más que “revolution”, parece un slogan de las páginas de contacto de los periódicos que como mucho, puede tentar a algún neurótico que se lamente de su falta en gozar, con la idea de que hay otro que goza más y mejor.
Ahora bien, si la sexualidad depende del Uno fálico, ¿acaso se sale de eso mediante la diversidad de prácticas sexuales? ¿no es eso una invitación a la puesta en acto del fantasma sexual masculino que siempre está anclado en el goce? Esto es un callejón sin salida, sobre todo para las mujeres, pues la única “revolución” sexual para una mujer es saberse Otra, y aceptarse como no-toda.
La sexualidad de una mujer que está colocada en posición mujer, tiene dos puntos de anclaje, como nos decía Lacan en su Seminario Aún. Uno se dirige al falo (ϕ), y el otro apunta al S (A tachada), o sea, aquello con lo que “una mujer está intrínsecamente relacionada (…)La mujer tiene relación con el significante de ese Otro en tanto que, como Otro, este nunca deja de ser Otro”.
La mujer no puede escribirse a no ser que se tache esa mayúscula. Nada puede decirse de ese universal, porque no es tal. Así pues, “de La mujer nada puede decirse. La mujer tiene relación con S(A tachada), y ya en esto se desdobla, no-toda es, ya que por otra parte, puede tener relación con ϕ”.10
Por una parte B. Preciado critica un rasgo de la sociedad moderna que es la sobrevigilancia, y por otra propone que cada individuo sea una instancia de vigilancia suprema sobre su propia plasticidad sexual. ¿En qué quedamos? ¿Para separarnos de la sobrevigilancia social tenemos que hacernos vigilantes perpetuos de nuestras maneras de gozar, para no instalarnos en la satisfacción sea esta homo o hétero? ¡Vaya esfuerzo! También propone alternativas radicales a la cultura de la guerra, y una de ellas es “el acceso igualitario a las técnicas de la violencia….Hay que dar armas a las mujeres puesto que los hombres están armados”. Así que, mientras ella cree salirse por una puerta del discurso biopolítico dominante, sin saberlo vuelve a entrar por la puerta trasera que ella plantea como propuesta revolucionaria.
Volviendo al principio del trabajo, surge la pregunta ¿hay salida al engaño que se produce como efecto subjetivo del discurso capitalista según lo escribía Lacan? No desde luego por la vía “revolucionaria” indicada por la corriente feminista que defiende Beatriz Preciado, que es una revolución en el sentido de vuelta al mismo punto, o peor, ya que quiere hacer una religión fundamentalista del sexo.
Si nos tomamos en serio los diagnósticos de Sami Naïr de impotencia de la izquierda y el de Beatriz Preciado de depresión colectiva, tenemos que considerar dos cuestiones, una es que la impotencia es la consecuencia de ignorar lo imposible, y otra que la depresión es el efecto de desatender la causa del deseo.
La izquierda ignora la verdad de que ya no hay discurso que la sostenga, y que la política ha declinado hacia la economía. Para Alain Badiou, la muerte del comunismo es la separación del sentido y de la verdad de la historia11. “Entre la verdad política y la verdad de la acción política y el sentido de la historia existía una coincidencia. La muerte del comunismo es la segunda muerte de Dios, pero en el territorio de la historia”.
La impotencia y la depresión colectiva son dos de las afecciones del sujeto contemporáneo. La impotencia es equivalente al desamparo del que hablé anteriormente, y que nombré como el real del capitalismo. Al no haber Otro, sino tan sólo aletosfera (así es como nombra Lacan el lugar donde se sitúan las fabricaciones de la ciencia), al sujeto no le queda otra que “pagar el grueso de la factura” utilizando palabras de Sami Naïr. El sujeto contemporáneo tiene que pagar él todo, lo cual no es lo mismo que hacerse responsable. Sujetos que cargan en sus cuerpos y en su ánimo con el peso de esa falta de Otro.
Hay culpa y, paradójicamente, a la vez hay impunidad, que, junto a la mentira, son otras de las consecuencias de la ausencia de Otro al que recurrir, apelar.
Hay al menos dos salidas posibles a este engaño, una es a través del arte, que por habitar siempre en los márgenes del discurso, está a resguardo de los riesgos de la deriva del capitalismo, y otra es el psicoanálisis, siempre y cuando este no se transforme en una religión más, es decir, que no equipare verdad y sentido. Más bien hay “regiones de sentido” (Alain Badiou).
El psicoanálisis permite a un sujeto acceder a un saber sobre sus engaños diversos, las diferentes maneras en que se sirve del objeto del fantasma para escamotear la falta que le habita. Tomar la medida de la distancia insalvable entre aquello que causa nuestro deseo y aquello hacia donde apunta. Saber que hay un real (algo indemostrable desde lo simbólico) y que el real es el sentido del síntoma. Que no hay acceso al goce más que pasando por la castración, pues no hay atajo posible que no lleve a un callejón sin salida.
Si esto es posible, es entre otras cosas porque en la dirección de la cura hay una ética que guía al analista, así como también la hay en el analizante, y que determinará sus posiciones subjetivas en cuanto al deseo, el amor y el goce.
Pero me interesa especialmente tomar en cuenta la ética del analista porque hay algunas críticas que se hacen al psicoanálisis que parten de supuestos falsos. Así en el comentario del libro de Juan Bautista Fuentes12 “La impostura freudiana. Una mirada antropológica crítica sobre el psicoanálisis freudiano como institución”, que hace Marino Pérez Álvarez, nos cuenta que el autor afirma que el psicoanálisis “enreda” al paciente en una suerte de desentendimiento moral y lo lleva a una disipación de la responsabilidad personal en cuanto a lo familiar, lo personal y lo comunitario. Plantea la terapia como un anhelo frustrado de vida comunitaria, que llevaría al paciente a un análisis interminable. El paciente encontraría en el terapeuta un vínculo que lo salvaría de la desintegración o descomposición social actual. Gustavo Bueno estaría en esa línea al identificar al psicoanálisis como una “hetería soteriológica” o comunidad salvífica.
El análisis no conduce precisamente a desentenderse del otro, sea este el partenaire que sea, y por otra parte, nada más lejos de una comunidad salvífica que la transferencia con el analista. Otra cosa es que eso pueda ser un fantasma que albergue el analizante, que al igual que otros, habrán de caer a lo largo de la cura como las fichas de dominó.
Sin embargo, hay que tener en cuenta que el estrecho por el cual pasa el psicoanálisis desde sus orígenes, tiene a un lado Caribdis – monstruo que amenaza con tragarlo con los libros negros del psicoanálisis, o con aquellos que, en nombre del psicoanálisis, lo desprestigian con su práctica; o también con todos aquellos que han querido amputar al psicoanálisis los conceptos más valiosos y que lo diferencian de cualquier otra práctica clínica. Y al otro, Escila – monstruo que habita como amenaza interna a las propias instituciones analíticas.
Así pues, el psicoanálisis no está exento de peligros, y su porvenir como nos recuerda Lacan, depende de lo que se haga con el síntoma, es decir, con lo real. Si al psicoanálisis se le pide que nos libre de lo real (equivalente a lo imposible) y del síntoma, si eso ocurre, “puede esperarse cualquier cosa, a saber, un regreso de la religión verdadera (…)” .
El destino de la verdad es que se olvide, pero todo depende de que lo real insista, y para ello, el psicoanálisis tiene que fracasar en la demanda de que nos libre de lo real y del síntoma. Es después de afirmar esto, que plantea Lacan lo siguiente: “sólo hay un síntoma social: cada individuo es realmente un proletario, es decir, no tiene ningún discurso con que hacer lazo social, dicho con otro término, semblante”13
Notas
1 Jacques Lacan, Seminario El reverso del psixcoanálisis. 1969-70. Lección del 20-5-1970. Editorial Paidós, Los surcos de la aletósfera, pag 174)
2 El País, 17-7-2010
3 Vicente Verdú.: El estilo del mundo. Editorial Anagrama 2003
4 Les non dupes errent Jacques Lacan. Seminario XXI, inédito1973-1974. El título de este seminario es homofónico a Les noms du père.
5 República viene del latín res publica, y quiere decir conjunto de las cosas de interés común para todos los ciudadanos de una nación.
6 S. Freud. “Psicología de las masas y análisis del yo”.1920-1921. Editorial Biblioteca Nueva.
7 El País, 17-7-2010
8 ( El País del 13 de Junio del 2010- Libros: Manifiesto contrasexual, Testo yonqui, Pornotopía, )
9 Juego de palabras francés entre macho y dicción: mâle-diction
10 Jacques Lacan. Semianrio Aún. 1972-73. (lección 13 -3-1973).
11 Alain Badiou. En la Creencia y el Psicoanálisis. Diana Chorne y Mario Goldenberg (compiladores). Editorial FCE 2006.
12 Juan Bautista Fuentes. “La impostura freudiana. Una mirada antropológica crítica sobre el psicoanálisis freudiano como institución”. Ediciones Encuentro.
13 Jacques Lacan La Tercera. 1974. Intervenciones y Textos 2. Editorial Manantial.