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Lazos amorosos
«Tengo casi cuarenta años, y me siento solo. Veo las redes sociales y todo el mundo tiene una vida, hacen cosas, tienen trabajo, tienen amigos, tienen pareja. Yo no conservo amigos de mi adolescencia, y algunos amigos recientes, sin entender bien por qué, de repente y sin más desaparecen de mi vida». Menciona que lo mismo le ocurre con sus parejas, que ha tenido pocas relaciones estables, y que, desde la última ruptura, las apps de contacto se constituyen en el medio para intentar conocer a alguien: «paso horas viendo fotos, enviando mensajes. Cuando por fin alguien te responde, solo quiere ver fotos de tu cuerpo. Si a veces, y con suerte, se da alguna breve conversación y esta lleva a algún encuentro, sólo es para el sexo. Se disfruta del momento, todos tenemos de necesidades, pero luego simplemente no quieren saber más de ti.»
La vida parece transcurrir en ese gran espacio virtual donde parece que todo es posible y donde se puede «tener todo», donde se puede gozar ilimitadamente. Se entra entonces a jugar de la misma manera, a buscar ese objeto que colme la falta, hora tras hora, día tras día. Se busca incansablemente en esos espacios la satisfacción prometida.
Las aplicaciones son una especie de catálogo, donde escoger pareja es tan fácil como escoger un par de zapatos, se convierte al otro en una mercancía, pero al mismo tiempo, el propio sujeto se convierte también en mercancía. El encuentro con el otro es siempre fugaz, y si bien, por un lado, parece aceptarse la idea del sexo sin compromiso, por otro, se anhela impacientemente que ese contacto posibilite un vínculo con el otro. Se goza y mucho, pero queda siempre velada la pregunta por el amor. A la inversa del título de aquella película española dirigida por Manuel Gómez Pereira (1993), la pregunta ahora sería: ¿Por qué lo llaman sexo, cuando quieren decir amor?
Como plantea Colette Soler: «el resultado concreto -hoy en día es verdaderamente muy visible, por lo menos se percibe cuando se compara con otras épocas- es que cada sujeto está obligado a hacerse cargo de sus propios vínculos sociales…Los sujetos lo formulan muy sencillamente, se escucha esto a diario: “Quisiera construir algo”, dice el sujeto moderno.»1
La angustia, la soledad y el desamparo dan cuenta del sufrimiento subjetivo, y denuncian también el malestar de nuestra época. Frente al dolor subjetivo, y al imperativo actual de gozar ilimitadamente, ¿Cuál sería la solución que propone el psicoanálisis?
El psicoanálisis interviene acercando a cada uno, de manera singular, a su propio deseo, confrontando al sujeto con su goce y permitiendo a partir de la desalienación no la adaptación de un sujeto al mundo, sino un sujeto que ante lo insoportable pueda decir que no.
Notas
1 Soler, C (2000-2001) Declinaciones de la angustia. Colegio Clínico de Paris. p.85.