Publicado el 05/07/2016

¿La transferencia como límite al desciframiento del inconsciente?

En nombre de la Junta de Estudios, los docentes y los miembros del Colegio de Psicoanálisis les doy la bienvenida. Como saben hoy vamos a inaugurar este curso, 2003-04, en el que se cumple el quinto año de vida de nuestra institución de enseñanza, investigación y transmisión del psicoanálisis.

En una carta de Freud a un psicoanalista, tras recomendar que se relacione más con los colegas le dice, textualmente: “Es difícil practicar el psicoanálisis en medio del aislamiento, pues se trata de una empresa exquisitamente comunitaria”.

Por ello les agradezco su presencia aquí hoy, porque esta es una vocación de nuestro Colegio, la de permitir y facilitar el trabajo de estudio e investigación de nuestra disciplina entre los psicoanalistas, y también, hacer lazo con el resto de la comunidad social, no psicoanalítica, a la que pertenecemos.

Bien. Si ustedes han leído nuestro cuadernillo de actividades lectivas habrán visto que este año vamos a trabajar lo que constituye el corazón mismo de la teoría y la clínica psicoanalíticas: la pulsión, el inconsciente y la repetición, la clínica de la angustia y de la neurosis obsesiva, la transferencia…

Y ¿por qué hemos elegido, para hacer la apertura del curso, el título de “La transferencia como límite al desciframiento del inconsciente?

En 1937, después de cincuenta y un años dedicados a construir la teoría y ejercer la clínica psicoanalítica, Freud se pregunta por la eficacia terapéutica del psicoanálisis y sus posibles límites.

Dedica su texto Análisis terminable e interminable a responder a esta pregunta. Y concluye que, entre otros obstáculos, es la intensidad de las pulsiones y en especial la pulsión de muerte la responsable de gran parte de la resistencia que se encuentra en el análisis. Incluso llega a darle el estatuto de causa última del conflicto psíquico. La pulsión es irreductible y de ahí se deriva un límite que es estructural.

Ahora voy a introducirles el concepto de pulsión.

Cuando Freud se estableció como médico de enfermedades nerviosas en Viena, en 1886, utilizaba, en el tratamiento de sus primeras pacientes histéricas, los métodos terapéuticos de su época: la hidroterapia, la electroterapia, la cura de reposo…

Pero como los resultados obtenidos demostraron ser insatisfactorios, empezó a buscar en otras direcciones.

Durante varios años investigó y practicó el método hipnótico con sus pacientes y fue  esbozando su primeras hipótesis.

En 1893 publicará con Breuer,  La comunicación preliminar sobre el mecanismo psíquico de los fenómenos histéricos en la que exponen su divergencia con la génesis de la histeria propuesta por Pierre Janet, en esa época una autoridad en la materia. Más tarde escribirá: “era forzoso que tal divergencia se produjese, dado que yo no partía, como Janet, de experimentos de laboratorio sino de empeños terapéuticos”

Igualmente será su práctica clínica la que le conduzca a separarse más tarde de Breuer, al precio incluso de perder su amistad.

A partir del abandono definitivo de la hipnosis, cuyos resultados eran nuevamente insuficientes y su sustitución por la asociación libre,  en el trabajo de escucha de sus pacientes, Freud encuentra, en lugar de sucesos traumáticos, recuerdos, fantasías, y produce el descubrimiento del inconsciente.

No hay construcción teórica en Freud que no provenga de su quehacer cotidiano en la clínica. Cada hipótesis de trabajo, cada concepto teórico era deducido de esta praxis y al tiempo, puesto a prueba por ella misma. Si los resultados terapéuticos no eran suficientemente satisfactorios, no se conformaba, allí donde otros no iban más allá. Todos los virajes, los giros, los replanteamientos de la teoría y técnica psicoanalíticas, que hace Freud, tienen su origen en lo que va encontrando día a día en los tratamientos de sus pacientes, empujado por un deseo incansable de saber que le hizo seguir trabajando hasta el final de su vida.

Deseo de saber que le obligó a separarse todas las veces que fue preciso para continuar su camino: de Charcot, al que admiraba, de su amigo Breuer, de su íntimo amigo Fliess, de su discípulo predilecto Jung…

 Pues bien, en los años veinte se produjo un viraje fundamental, un antes y un después en la teoría psicoanalítica, con dos textos: Más allá del principio del placer (1920 y El yo y el ello (1923).

Freudva a introducir el concepto de pulsión de muerte y una nueva y definitiva dualidad en su teoría de las pulsiones: las pulsiones sexuales o pulsiones de vida (Eros) y la pulsión de muerte o de destrucción.

Llevaba tiempo preguntándose por la lógica que podía regir una serie de fenómenos clínicos que había ido localizando : la compulsión a la repetición, solidaria con la reacción terapéutica negativa; el masoquismo del yo; la repetición en la transferencia…

Al igual que otros fenómenos de la vida humana en general: la tenaz insistencia los sueños en las neurosis de guerra o en caso de sucesos traumáticos; las llamadas neurosis de destino o de fracaso que adquieren un sesgo demoníaco y en las que se constata lo que podría denominarse como un destino funesto en la vida de algunos sujetos…

Todos estos fenómenos tenían en común el hecho enigmático de que el sujeto humano tiende a repetir actos psíquicos: síntomas, sueños, elecciones… a pesar de que conlleven un sufrimiento que puede ser muy intenso.

La tendencia a la repetición mostraba una naturaleza pulsional y era más potente y más primaria que el principio del placer. Principio que había regido el funcionamiento del aparato psíquico freudiano de la primera tópica.

Con este material clínico, construyó el concepto de pulsión muerte. Y la antigua dualidad pulsional entre pulsiones sexuales y pulsiones del yo es sustituida por la oposición entre pulsiones sexuales (Eros) y pulsión de muerte.

Aunque Más allá del principio del placer yaestaba escrito en el verano de 1919, no fue publicado hasta 1920. En enero de ese mismo año murió súbitamente su hija Sofia. Previendo que sus nuevas formulaciones fueran adscritas a la inmensa tristeza que le había producido esta pérdida –como así fue- Freud le pidió, más tarde, a su colega Eitingon que fuera testigo de que el texto estaba terminado cuando su hija gozaba de perfecta salud.

Freud esperaba el rechazo a su nueva tesis que modificaba, radicalmente, algunos de los conceptos y articulaciones sostenidas durante los veinte años de trabajo anteriores. Y así sucedió.

En 1961 se publica su biografía, escrita por su fiel discípulo y amigo, Ernest Jones. Dice que a pesar del enorme prestigio de Freud, sus nuevas teorías solamente fueron aceptadas por unos pocos: Alexander (quien más tarde también se separó de ellas), Eitingon y Ferenczi.

Y añade: “Por lo que a mí me consta, los únicos analistas que aún emplean el término “pulsión de muerte” son Melanie Klein, Karl Menninger y Herman Nunberg- y lo utilizan en un sentido estrictamente clínico que se halla muy distante de la teoría original del Freud”. Estamos en 1961.

Y el propio Jones dice estar de acuerdo, con la propuesta del psicoanalista Edward Bibring, quien sentencia que las pulsiones de vida y muerte son instintos biológicos cuya existencia es una pura hipótesis ya que no son psicológicamente perceptibles. Por eso recomienda que se excluyan del campo de la clínica y se reserven para un “contexto teorético.

Lo subrayo, contexto teorético, significa: “que se dirige al conocimiento, no a la acción ni a la práctica”.

¿Y qué es el psicoanálisis, sino una teoría nacida desde y para la práctica clínica.?

Hasta el final de su vida sostuvo Freud el concepto de pulsión de muerte y su intrincación con las pulsiones sexuales en el ser humano.

Impresiona leer en los textos cómo se desvirtuó, confundió, neutralizó o se negó esta última formulación freudiana de su teoría de las pulsiones. Y qué graves consecuencias tuvo para el desarrollo del psicoanálisis, su teoría y su clínica.

Porque el inconsciente de la primera tópica, casi sinónimo de lo reprimido, antes de Más allá del principio del placer no es el mismo que el inconsciente que Freud formula como la instancia del ello. Pues no todo en el inconsciente va a coincidir con lo reprimido. No todo va a ser significante, no todo va a ser descifrable. Las huellas mnémicas, las representaciones que constituyen el inconsciente van a estar íntimamente asociadas a las primeras experiencias de satisfacción e insatisfacción del sujeto. Cuando, años más tarde, Lacan intenta articular el inconsciente con la pulsión, insiste en que esas huellas mnémicas hay que entenderlas como unas cifras, como letras, como inscripciones significantes, pero no como sentido. Y es fundamental no olvidar que son signos impregnados de goce. Significantes amos, los llamará Lacan. Esos son los representantes de la pulsión freudianos.

Si se elimina esta última dualidad pulsional , el tratamiento psicoanalítico se convierte en una especie de reeducación o re-aprendizaje, mediante un trabajo de ortopedia y reforzamiento del yo. Un tratamiento que tiene por objetivo lograr una mejor adaptación a la realidad. Y el final de análisis se alcanza vía la identificación del paciente con el analista, quien, podríamos decir , aparece como un modelo ideal de sujeto sano. ¿A qué ética responde esta clínica?

Al eliminar la radicalidad que introduce el concepto de pulsión y su categoría de irreductible se modifica la concepción misma de la subjetividad humana que formula el psicoanálisis. Freud definió la pulsión como: “un concepto límite entre lo psíquico y lo somático”. Y como: “una exigencia de trabajo impuesta a lo anímico por su conexión con lo somático”.

¿Qué tiene que ver entonces con el instinto? Si se confunde pulsión con instinto, y se piensa el ello tan imaginariamente como “el depósito de los instintos que hay que domesticar” se olvida que, precisamente, lo simbólico que nos constituye, el lenguaje, nos sustrae del instinto que es la guía por la que el animal se orienta a lo largo de toda su vida.

Si ustedes me permiten decirlo con palabras muy sencillas el animal “sabe” “cómo buscarse la vida”: con quién debe relacionarse y de quién defenderse,  cuándo y cómo es el momento de separarse de sus progenitores, con quién y cuando aparearse, cómo y hasta cuándo cuidar de sus crías…

Ellos hacen, sin dudar, precisamente todo aquello que al hombre, en cambio, le resulta problemático, fuente constante de equivocaciones y de sufrimiento. Pues el sujeto humano, el único ser viviente que habla, tiene que recurrir al lenguaje para orientarse y resulta que es insuficiente, no tiene palabras para decirlo todo, y deja algunas preguntas sin respuesta. ¿Cómo explicar la sexualidad y la muerte.?

En lugar de instintos tiene pulsiones. Y la pulsión es acéfala, sólo busca y siempre lo logra, por una vía u otra, su satisfacción.

El máximo ejemplo de esta enorme confusión y alejamiento del psicoanálisis freudiano lo ofrece la llamada vía americana del psicoanálisis. La llamada “psicología del yo”.

Efectivamente, hará falta que llegue Lacan con su propuesta de retorno a Freud, que incluía la “recuperación” y relectura de la pulsión de muerte, para que el psicoanálisis, que estaba deslizándose en una pendiente de adormecimiento progresivo, despertara.

 En su conferencia de 1967, en el Instituto francés de Nápoles, dice Lacan irónicamente:

“(…)Habiendo sido el esfuerzo de los psicoanalistas, durante décadas, tranquilizar acerca del descubrimiento del inconsciente, el más revolucionario que haya existido para el pensamiento, las cosas llegaron al punto (…) de que ellos mismos lograron olvidar el descubrimiento”

Y propone, en su acta de fundación de su Escuela de Psicoanálisis, en 1964, que: “(…) debe cumplirse un trabajo que, en el campo que Freud abrió, restaure el filo cortante de su verdad”.

Con el psicoanálisis sucede como con el arte. Siempre se intenta neutralizar, amortiguar, reducir en lo posible la verdad de la que habla, su capacidad de subversión del discurso establecido.

Me explico. Algunas de las cuestiones cruciales sobre la subjetividad humana que el psicoanálisis trata de  conceptualizar son evocadas en las obras de arte, en todas sus manifestaciones, desde siempre.

¿Por qué una obra de arte resiste el paso del tiempo?. ¿Por qué, en el siglo XXI podemos conmovernos ante una obra realizada o escrita hace uno, dos siglos o cuatro mil años?

En su Seminario “La ética del psicoanálisis” Lacan dice que “la sublimación artística apunta a evocar la Cosa, Das Ding, apunta a presentificar lo no presentificable en el significante”.

En el comentario a este Seminario, Colette Soler dice la Cosa a la que se refiere Lacan no es la Cosa en sí de Kant, sino que es una Cosa vivientees una Cosa que quiere algono es una Cosa que duerme. Y homologa, en un sentido topológico (extimidad), el núcleo central de la pulsión con la Cosa.

Y subraya la definición de Lacan de la Cosa: “aquello que de lo real primordial padece del significante” Y dice que es como un lugar vacío de representación que está en el centro del significante, vacío de representación pero no como vacío de algo viviente. “La Cosa no puede alcanzarse con el significante. La clínica del significante no cubre todo el campo de la pulsión”.

Freud siempre quiso que el psicoanálisis fuera reconocido como ciencia. Al final del historial clínico de su paciente, la señorita Elisabeth von R. que describirá como su “primer análisis de una histeria” hace un divertido y, al tiempo bien interesante, comentario sobre esta cuestión.

“ Me resulta singular que los historiales clínicos por mí escritos, se lean como unas novelas breves, y de ellos esté ausente, por así decir, el sello de seriedad que lleva estampado lo científico”.

Se disculpa por ello e insiste en que él proviene de la neuropatología en concreto, dice. Luego considera que este curioso efecto que le acerca más a la literatura que a la ciencia debe tener que ver con la materia de la que se ocupa. Y sigue:

(…)Pero una exposición en profundidad de los procesos anímicos como la que estamos habituados a recibir del poeta me permite, mediando la aplicación de unas pocas fórmulas psicológicas, obtener una suerte de intelección sobre la marcha de una histeria.”

Efectivamente, la ciencia no se ocupa del sujeto del inconsciente. Lo excluye. Pero la buena literatura, la poesía… siempre lo hizo. Se trata siempre del conflicto del sujeto con su deseo y con su goce. Elizabeth von R. rechaza, espantada, su deseo por el marido de su hermana muerta.

El psicoanálisis sí se ocupa de ese sujeto del inconsciente que es efecto del encuentro imposible entre dos materiales heterogéneos: un material real, lo viviente y un material simbólico: el lenguaje.

También la religión se ocupa del sujeto. Se ocupa de la culpa, ese eco subjetivo de la falta. Pero con unos fines muy diferentes. Mediante las creencias que propone intenta consolar y curar esta división estructural.

Giorgio Agamben, en su libro El lenguaje y la muerte dice textualmente: “Ya en la aurora del pensamiento griego, la experiencia humana del lenguaje, o sea, la experiencia del hombre en cuanto que es a la vez viviente y hablante, un ser natural y un ser lógico, había aparecido, en el espectáculo trágico, necesariamente escindida en un conflicto incurable”

El arte y el psicoanálisis no apuntan a suturar esa falta que constituye la subjetividad del ser humano, sino  que hacen algo con ella, operan con ella.

Esta falta, imposible de colmar, es la causa del deseo humano.

Un año antes de su muerte, Freud escribió en una breve nota suelta: “(…) Siempre falta algo para la plena satisfacción.(…) Esperando siempre algo que nunca vino.”