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La querella del sexo. Algunas consideraciones
Partimos del principio que nos tomamos en serio la demanda del sujeto postmoderno de hacer objeción a la asignación del sexo que le viene de un Otro simbólico en base a la anatomía. Y sí, en ese sentido, Freud tenía razón; él no hizo más que sancionar la indefectible marca de esa asignación por el Otro del lenguaje cuando afirmó que la anatomía es el destino. Sí, destino en la medida que es el destino de la estructura del sujeto, es decir, cómo cada quien puede hacer con un cuerpo que es marcado por el significante en el arbitrio de la estructura.
Decir que nos lo tomamos en serio desde el psicoanálisis no significa que hacemos militancia de esa objeción del sujeto postmoderno. Nos lo tomamos en serio como en cada caso que escuchamos la pregunta de un sujeto sobre su sexualidad sabiendo que los psicoanalistas no estamos para servir ninguna norma, binaria o no binaria.
En todo caso, la pregunta por el sexo en cada sujeto presupone tomar como principio al sujeto en cuestión y al sexo por fin cuestionado. Entre toda la fenomenología de la identidad sexual que hoy se despliega en el movimiento LGTBQ+, y que cien años después de la querella del falo en la historia del psicoanálisis llamaría hoy la «querella del sexo», la particularidad que supone la posición no binaria aporta un fértil campo a la cuestión de la elección del sexo como la entendemos en psicoanálisis, reactualizando subversivamente el
presupuesto freudiano de la bisexualidad. ¿En dónde radicaría la subversión? En que lo que se reivindica ahora no es ser un poco hombre y un poco mujer al mismo tiempo, como en la bisexualidad, sino no ser ni lo uno ni lo otro. Volveré sobre esto.
Tomando en cuenta la necesaria diferenciación que introduce Freud entre la elección del sexo propio y la elección del sexo del objeto erótico o partenaire, considero que los sujetos que podríamos entender verdaderamente como no binarios son:
- aquellos que no tratan de cambiar su sexo anatómico al sexo contrario (estos sí serían binarios en mi opinión) sino que afirman no definirse como hombre o como mujer ni en su apariencia ni en su desempeño en la vida (estereotipos de comportamiento), es decir, no hay designación del sexo propio como binario;
- o en quienes la elección del sexo del partenaire (objeto erótico) no es estable como hombre o mujer.
No creo que los homosexuales (lesbianas o gays) pertenezcan a esta categoría si para ellos, independientemente del sexo propio con que se identifican, el sexo del partenaire erótico está claramente definido como de su mismo sexo anatómico y no varía.
Hasta ahora todos hemos pensado, siguiendo a Lacan, que la inscripción sexual según las fórmulas de la sexuación —es decir, en lo que Lacan llamó la lógica fálica como regida en el campo de lo simbólico y con su más allá en el no-todo fálico— es presupuesto para una elección de goce del sujeto ante la imposibilidad del goce absoluto que supone la entrada en el lenguaje.
El asunto es que aún en esta elección del sexo parecen ser cada vez más evidentes —ahora salen a la luz, no es que no existieran siempre— atravesamientos de una posición a la otra que no siempre son fácilmente explicables. Durante mucho tiempo, estos atravesamientos fueron considerados como desviaciones patológicas o explicados desde el psicoanálisis mismo en base a la relación al sexo en sus formas particulares de la estructura subjetiva perversa o psicótica. Así, la no definición sexual del sujeto como hombre o como mujer se interpreta como una dificultad en la inscripción sexual en la lógica fálica y se identifica frecuentemente con la estructura subjetiva de la psicosis. (La forma en que esto se ha asociado a la perversión en tanto posición subjetiva toma formas más complejas porque no se supone que no haya tal inscripción, sino que hay una forma particular de denegación en el sujeto de esa renuncia al goce absoluto.)
El problema es que cada vez más estos atravesamientos cuestionan el binarismo de la lógica fálica y tenemos que preguntarnos qué quiere mostrarnos este fenómeno. Si la explicación fuera que estamos ante la consecuencia de la crisis del patriarcado, en tanto forma de concreción de la metáfora paterna, tendríamos que preguntarnos cuál es el status de la metáfora paterna y del Nombre del Padre en el ser hablante que, disintiendo del binarismo, disiente de la lógica fálica. No obstante, si es posible disentir, hacer objeción al significante que viene del Otro del lenguaje, no es posible hacer objeción a la alienación en lo simbólico. La querella del sexo hoy parece ser el síntoma de un sujeto posmoderno que, disintiendo del binarismo de la lógica fálica intenta nombrarse en identidades cada vez más plurales, sin saber que es de otra nominación de la que hay que ocuparse: una nominación que permite un más allá del sexo y la cual Lacan abordó al final de su enseñanza.
La lógica fálica supone que eso que pone obstáculo a la relación sexual entre mujeres y hombres es el falo como significante fundamental. Es decir, la significación fálica introduce la disimetría en el inconsciente, el “malentendido” que hace la relación sexual imposible de escribirse allí. Este malentendido estructural no se limita sin embargo sólo a la relación entre hombres y mujeres. El significante fálico es obstáculo a cualquier relación sexual, ya sea entre sujetos del mismo sexo anatómico o del mismo sexo adjudicado. Creo que partir de este principio pudiera iluminar algunas cuestiones. No se trata de roles, géneros construidos performativamente en una cultura; la disforia entre los sexos, estrechamente ligada a la disforia con el sexo propio, al parecer ha existido siempre en la humanidad.
Desde Freud y con Lacan sabemos que hay una sola inscripción respecto al sexo, que es la primacía de la significación fálica, queriendo decir esto que es el significante del deseo y del goce para ambos sexos; en el caso de la mujer las cosas son siempre más complejas. En este
sentido, concebir un binarismo del sexo, independientemente de la posición teórica de que se parta, supone un problema epistemológico fundamental: no se puede interrogar la sexualidad dentro o fuera de ese binarismo de la lógica fálica si al mismo tiempo se parte de él como principio, ya sea para afirmarlo o ir en su contra.
La objeción del movimiento Queer se asentaría en la posibilidad de sexuación por fuera del significante fálico que significa la diferencia sexual hombre-mujer. ¿Es posible ir por fuera del significante fálico como significante fundamental que inaugura la imposibilidad del goce sexual absoluto? Podríamos dejar la pregunta abierta, pero no es posible convenir con una
posición teórica que pretende hacer objeción de la alienación constitutiva de todo sujeto
desde el momento que habla. La reivindicación de una autodeterminación del sujeto no puede obviar que todo sujeto está sujeto —y valga la redundancia— a una alienación fundamental en el campo de lo simbólico, por el hecho de que su entrada en el lenguaje supone una operación de alienación a lo que viene del Otro.
La verdadera asunción del sexo no es otra que la asunción del deseo inconsciente que surge tras la marca del significante en el cuerpo y el goce que falla como imposible. P. Gerovichi en su intervención en nuestro grupo de trabajo el año pasado planteó el problema desde el prisma del deseo. Y creo que esto tiene toda su importancia, porque poner el acento en la
cuestión del deseo es lo que al psicoanálisis le ha permitido precisamente ir más allá de la psiquiatría y más allá de la psicoterapia. El deseo inconsciente que orienta un análisis dará cuenta de una elección de goce que está de entrada en la relación al Otro en lo simbólico, una elección de goce particular que siempre existe independientemente de cuál sea la estructura subjetiva. Si el psicoanálisis puede ofrecer algo a ese sujeto es de lo que de su deseo puede este hacerse cargo, es decir, saber qué hacer con ese deseo (—o con su ausencia— y
ahí viene toda la cuestión de la pregunta sobre el deseo en la psicosis) para no estar a la merced de su propia elección de goce.
Un psicoanálisis llevado a su fin también pudiera ofrecer algo más. Si hay alguien que quiere salirse de su sujeción, tiene la opción de hacerlo: Lacan lo formuló como el sexo Otro. Todo sujeto tiene potencialmente esta oportunidad. Ella también es una elección, quizás la más difícil de todas pues implica la absoluta alteridad de uno mismo. Entonces, el lado derecho de las fórmulas de sexuación no concierne sólo a las mujeres; un hombre también puede elegir inscribirse allí, también parcialmente, como ellas. Ellas están no-todas en la lógica fálica porque están un poco del otro lado también, a veces sin saberlo. Así, ese sexo Otro que Lacan llamó /La (barrada), está fuera de género.
Creo que en todo caso no se puede generalizar, no sucede lo mismo en todos los sujetos que dicen ser no binarios. Cuando recibimos a un sujeto en consulta no damos por hecho su inscripción sexual como hombre o mujer aun cuando él crea tenerlo muy claro, pues precisamente esa es una pregunta fundamental en el curso de un psicoanálisis. Se trataría siempre de ver en un análisis qué se juega en la elección de goce del fantasma fundamental. Sólo así podríamos saber si esa reivindicación por la no inscripción binaria como hombre o como mujer apunta a una verdadera alteridad.