Publicado el 28/02/2024

La adolescencia no es un diagnostico

También, en algún momento, había pensado titular esta conferencia como: «La adolescencia no es un síntoma». Mi esfuerzo ha sido intentar pensar lo que ocurre con eso que se llama la adolescencia o los adolescentes, intentar pensarlo fuera, para sacarlo de la etiqueta misma de adolescencia como tal. Así pues lo mejor para eso me ha parecido ir a ver en diferentes escritos qué era esto de la adolescencia.

Historia y etimología

Yo creía que adolescencia venía de dolor, venía de adolecer, pero tiene que ver con el crecer, lo cual es mucho más lógico. De paso me he encontrado con dos cosas curiosas:

  • Una, es que el adolescente es un término antiquísimo, está introducido en la lengua española desde el siglo XV, mucho antes de que fuera introducido el término adulto, paradójicamente.
  • Y otra, es que proviene del verbo crecer, en concreto del participio activo del verbo crecer, adolescente sería creciente, traducción latina exacta.

Efectivamente es un término clásico, es decir, hay adolescentes en los textos clásicos romanos, siglos I, II, III, incluso a.d.C., hay pues textos romanos donde la figura del adolescente existe como tal, pero es curioso que ahí la figura del adolescente no aparece en absoluto con las connotaciones con las que aparece en nuestra lengua corriente, concretamente adolescente sólo aparece ligado a eso, al crecer, al joven antes de ser hombre, al joven que casi va a ser hombre, justo antes de tener representación social y prácticamente no existe en estos textos otro tipo de connotación, no figura para nada como grupo no se habla de los adolescentes, funciona siempre como adjetivo, califica, pero no funciona como clase, grupo o casta.

Durante el Medioevo este término no tiene consistencia, sin embargo en esa época los niños nacen y en cuanto les destetaban prácticamente empiezan a ser objetos cotidianos.

Sólo en el siglo XIX empieza este término a tener consistencia en la instrucción o en la educación, separando niños y adolescentes. Estos aparecen connotados por dos polos  diferentes:

  • Por un lado está el joven como ser en peligro, la amenaza del pecado. Existe la idea de que se va a echar a perder, que se va a descarriar. Esto ocurre durante el comienzo del siglo XIX.

Habrá que esperar hasta después de la Revolución Francesa a que esto cambie de alguna manera.

  • Y por otro lado es considerado como alguien peligroso.

O sea que tenemos la pareja Seducción-Miedo. Seducción de la juventud y miedo —por el lado de los adultos— a esa juventud. Coexisten ambos en el mismo discurso, esta dualidad está muy marcada en lo que es el discurso social sobre los adolescentes.

Actualidad

Hoy en día existe por un lado esa fascinación, seducción, impregnada toda ella de narcisismo y , por otro lado, existe también el considerar que es algo peligroso, he ahí el marco de la relación de los adultos con la adolescencia, fundamentalmente marcada por esas dos posiciones, o bien miedo o bien seducción. Yo diría que miedo, fascinación y seducción es el marco en el siglo XX de la relación de los adultos con la adolescencia.

Lo pulsional

Merece —pienso yo— señalar aquí una cosa: el adulto es el participio pasivo del mismo verbo del que el adolescente es el participio activo. Ahí donde el adolescente aparece como el que crece el adulto aparece como el crecido. Me ha gustado encontrar esa dualidad de la lengua entre actividad y pasividad. Me ha gustado por una razón, porque cuando inicialmente se me ocurrió dar este título de «La adolescencia no es un diagnóstico» pensé inicialmente que lo que pasa fundamentalmente en la adolescencia pasa a nivel de la pulsión. La pulsión es un término de Freud que ha entrado en el discurso común. Me interesa esta dimensión de la extensión del discurso pulsión, es decir de algo que empuja, algo que lleva a alguien hacia algo y que lleva de una manera poderosa y potente. Pero la pulsión tal  como la articula Freud viene marcada fundamentalmente por estos dos modos:

  • Por el modo de la actividad.
  • Por el modo de la pasividad.

Entonces pega bien que el adolescente esté del lado de la actividad, esté del lado de lo que crece, de lo que está creciendo, del lado del empuje y del lado de la actividad pulsional, porque realmente es de lo que se trata. Me interesa más el término pulsión tal como se puede leer en cualquier lado como el empuje hacia, así sencillamente potente empuje hacia y los avatares de ese empuje hacia, me interesa es más —en este momento— que la conceptualización muy precisa del término pulsión.

Todos los libros sobre la adolescencia, todos, hablan del empuje pulsional de la adolescencia, no hay uno solo que no diga que en la adolescencia , no se sabe muy bien por qué —nunca dicen por qué, lo dicen como ex nihilo— de repente llega una edad x , no se sabe tampoco muy bien cómo situarla, si es de los 13 a los 19 o empieza a los 9 o a los 10, cada uno la sitúa a su manera, los sociólogos la situarán diferente a los pedagogos que a su vez la situarán de diferente manera que los psiquiatras  o que los poetas, etc. , es decir, que los discursos varían y de hecho el recorte de la adolescencia también varía, pero todos están de acuerdo en que hay un resurgimiento pulsional.

Cuando nos colocamos del lado del psicoanálisis necesitamos ser un poco más rigurosos porque la pulsión —tal como Freud la señala— está designada en principio como una energía constante, entonces no se ve de dónde va a emerger el resurgimiento pulsional, es decir, la energía pulsional es la misma a lo largo de la vida, o sea que podríamos pensar que para un sujeto, su libido, su energía, es durable, no varía, variará según en donde se coloca, podrá ser más frenada, podrá estar más desplegada, podrá ser más reprimida o podrá ser más actuada, pero en sí, la energía de la pulsión es constante. Es con la misma energía con la que apasionadamente el niño de un mes se engancha al pecho de su madre que con la que el muchacho se engancha al partido de fútbol, es del mismo orden y además es la única manera de pensarlo. Entonces, no se trata tanto de una inyección pulsional que ocurriría no se sabe por qué arte de magia en el comienzo de la adolescencia, sino que ocurre otra cosa y es que hay una redistribución de las cartas, las cartas son las mismas pero con otra distribución y ahí, entonces, el comienzo de la adolescencia es algo que no podemos de ningún modo situar, es decir que, para un sujeto esos cortes van a distribuirse muy tempranamente y, para otros, pueden tardar muchísimo tiempo.

¿Qué cartas son las que se redistribuyen? Yo he escogido fundamentalmente dos:

  • En primer lugar, se redistribuyen las cartas del deseo.
  • En segundo lugar se redistribuyen las cartas de la identidad, las identificaciones.

Hay un momento para el sujeto en que ya no quiere lo mismo que quería antes. Ya no goza de las misma cosas que gozaba y, es más,  como toda pérdida —cuando la pierde, hay algunos que no la pierden nunca— sanciona esa pérdida, lo que perdió, como despreciable, es decir aunque el día pasado había estado jugando con cochecitos, a partir del momento en que pasa a no jugar con cochecitos, desprecia esos cochecitos como una cosa pequeña.

Entonces yo situaría para cada cual, para cada sujeto adolescente —no como categoría sociológica, así no me interesa para nada, y además me parece que las fronteras están muy desdibujadas actualmente— situaría el principio de cada adolescente en el momento preciso en que todos los modos de satisfacción que podríamos nombrar como infantiles se ven marcados por una barra que sería: «Eso es de niños». Ese es el momento preciso en el que para cada sujeto se va a jugar algo muy preciso. En el discurso de los padres ocurre exactamente lo mismo. Cuando los padres dicen de un muchacho que es muy niño, lo dicen fundamentalmente en función de sus apetencias, sus deseos y sus intereses.

Como el deseo está marcado con algo que tenga que ver con la pérdida de los goces anteriores, que es una pérdida difícil pues no es fácil abandonar los modos de satisfacción infantil, todo el desarrollo de las neurosis en el adulto muestra muy precisamente lo difícil que es abandonar los modos de satisfacción infantil, no es fácil abandonar los modos de satisfacción infantil fundamentalmente por una razón, porque los modos de satisfacción infantil son unos modos que aparecen directamente ligados, directamente dependientes, directamente marcados por un proveedor mayor que es el Otro, sea quien sea ese Otro, madre, padre, tíos, familia; el sujeto dirá yo no soy responsable, el responsable es el Otro y el responsable de mi propia satisfacción también es el Otro, en ese sentido, quiero decir, que no es nada cómodo, nada apetecible abandonar esos modos, pueden durar mucho tiempo y realmente hay una pérdida tanto más que es una pérdida de modos conocidos, de modos satisfactorios, siendo una pérdida que apunta a un no se qué.

Es decir, que no es una pérdida con una ganancia inmediata. Mucho antes de saber qué desea tiene que —para que se plantee la pregunta misma del deseo— abandonar los modos anteriores. Me parece que ésta es una de las cosas con las que tiene mucho que ver lo que se ha venido a llamar crisis de la adolescencia, tiene que ver con la pérdida de los objetos de satisfacción, pierden —en cierto modo— un tengo por una incertidumbre.

El Otro sexo

De todos estos objetos de deseo aparece algo como fundamental. ¿Qué es lo que irrumpe potentemente? No es la pulsión la que se desborda porque ella está con la misma energía, sino que a la pulsión se le propone otro objeto y en esa redistribución de cartas, esa nueva escena, que se dibuja marcada fundamentalmente por la incertidumbre, está presidida por el Otro sexo.

Para situar la adolescencia diremos que se manifiesta en el momento en que aparecen los intereses sexuados por el Otro sexo, cuando efectivamente algo se ha fracturado del lado de los objetos infantiles, no todos, no siempre, pero algo se ha fracturado definitivamente del goce de los objetos infantiles. El punto fundamental son los avatares de esa escena que está presidida por el Otro sexo. Si aceptamos que, por un lado, la escena de la adolescencia está presidida por la irrupción del otro sexo, como Otro sexo, habrá que explorar lo que se juega en los modos de aproximación a ese Otro sexo en la adolescencia. Yo diría que verlo así me ha llevado a pensar en tres modos fundamentales.  Se me han ocurrido tres que reunían bastante bien los modos de aproximación del deseo hacia ese objeto que preside la escena y que es el Otro sexo, tanto para el uno como para el otro sexo.

  • El primero sería bajo el modo de la falta. Es decir, lo que siempre viene a faltar. Poco importa que haya tenido relaciones con chicos/as o no, tenga novia o no, poco importa que haya tenido experiencias sexuales acabadas, hay un modo de relación que es bajo el modo de la falta, podemos decir que es fundamentalmente bajo el modo de la insatisfacción. Es un modo muy particular en donde el Otro sexo aparece bajo el modo de la falta.
  • Existe otro que sería bajo el modo del ideal, no está muy lejos el modo de la falta del modo del ideal. Hay chicos/as que no lo colocan bajo el modo de la falta, bajo el modo del «no podré», «no seré capaz», bajo el modo del «es imposible», del «no tener» o «no ser capaz» de o de «no ser lo suficientemente para», esto no está muy lejos de que se construya bajo el modo del ideal y no me parece que sea un modo diferente. Este modo del ideal lo he escuchado más en varones que en hembras y el modo de falta lo he escuchado más en hembras que en varones. A los varones no les gusta mucho reconocer la falta, si es necesario mienten, pero el modo de la falta no es muy aceptable para el varón, como está  marcado él por un tener ahí fundamental, tener esa cosa ridícula que tiene entre las piernas, sobre ese modo del tener fundamental donde se coloca ahí el  eje de su ser, el modo de la falta no es reconocible. Sin embargo sí aparece muy marcado el modo del ideal, el modo del ideal que puede ser una chica como ideal, el amor platónico intocable al estilo del amor cortés, precoz pero absolutamente terrible, que lleva a muchachos a sufrir extraordinariamente por ese amor platónico que a veces sostienen durante años, o bien un ideal más construido bajo el modo del ideal de la pareja x y z o la propuesta por la sociedad en el momento.
  • El tercer modo me ha parecido que englobaba una buena parte de conductas, pensamientos, de comportamientos o estilos adolescentes. Diría que es bajo el modo del uso, bajo el modo del goce. Este no es exclusivo de los varones —aunque se podría pensar, hay ejemplos clínicos que no vienen al caso en que esto tiene una versión femenina.

Aquí el Otro sexo es pensado literalmente como un objeto del que hay que obtener el máximo de satisfacción en el menor tiempo posible y de la manera más económica posible. Naturalmente ese modo de goce, es el modo peor  de relación con el objeto porque plantea inmediatamente su límite y su exceso. Naturalmente para el uso no hace falta que sea el Otro sexo como tal, puede ser el Otro sexo como imagen, como ensoñación o como fantasía.

Lógicamente estos tres modos tienen su corolario de respuestas dificultadas, es decir, en cada uno de los modos lo que no viene a funcionar, por decirlo así, es el fracaso inevitable de los tres modos del deseo y es cierto que no más para el adolescente que para el adulto, no hay relación armónica con el sexo y que de esa disarmonía fundamental se llega a decir que las mujeres y los hombres son razas distintas. Filosóficamente se ha mantenido que las mujeres eran radicalmente otras y lo terrible es que se ha sostenido que las mujeres eran otras para las mujeres mismas, toda la histeria, todo lo que llamamos neurosis histérica, la estructura histérica demuestra que la mujer es otra para sí misma, pero no es esa línea la que voy a explorar ahora.

Lo que sí quiero examinar es que hay una disarmonía fundamental. Solo haciendo un empuje de idealización absoluto podemos pensar que los hombres y las mujeres están hechos para estar juntos, las pruebas históricas demuestran que la historia del mundo es la historia de las disarmonías. Lo que mantiene que el hombre y la mujer sigan teniendo que ver algo juntos es fundamentalmente que no funcionan igual, es fundamental que no hay posibilidad de una relación armónica, porque en tal caso se acabó el interés, se acabó el deseo y se acabó el amor. En la raíz misma de todo lo que de interesante se puede producir entre un hombre y una mujer, o viceversa, está el hecho de que hay que superar un punto de disarmonía radical. Esto hace que los modos de aproximación solo puedan ser los de la falta, del goce y del ideal. No hay el buen modo.

Sobre este fondo de disarmonía radical me parece que se sitúa para el o la adolescente la incertidumbre de la relación con el otro sexo. Esto quiere decir que ni siquiera estos tres modos que he nombrado son en sí tan fáciles de ejercitar, es decir, que los tres modos tiene un corolario de respuestas dificultadas, respuestas impedidas.

Si lo anterior son los tanteos, el modo de aproximación, las respuestas a ese modo de aproximación a su vez se complican y se complican de tres modos:

  • El primero de ellos sería el modo del no quiero saber nada, modo habitual de los jovencitos obsesivos y de algunas jovencitas, más de los varones que de algunas jovencitas. El modo habitual de « a mí lo que me interesa  es estudiar, el fútbol, los amigos, o los grupos de Rock», etc. Pero el auténtico no quiero saber nada  es el modo de la represión, todo lo que tenga que ver con el Otro sexo cae bajo la barra de la represión, funcionará a nivel inconsciente pero en lo que es el personaje adolescente que se presenta ante nosotros, se presenta limpio de toda sexualidad, lo cual no deja de plantear un problema porque el material reprimido retorna, porque el modo de la represión es un modo que tiene siempre un retorno de lo reprimido y el retorno de lo reprimido justamente al no hacerse en donde se podría hacer, es decir, en la relación imposible con el Otro sexo, se hace en otros lados, lados que pueden ser apreciados socialmente y lados no tan apreciados, es decir, que no es muy difícil pensar, por ejemplo que la tan traída y tan llevada violencia de la adolescencia —supuesta— no es más que una deriva sustitutiva del desplazamiento, de la confrontación o con la falta como tal, reprimida, o con el uso como tal imposibilitado, también reprimido, o bajo el modo del ideal absolutamente inalcanzable, es decir, sometido también a la barra de la represión, no el ideal sino las consecuencias de ello. La característica del material reprimido es que se desplaza alegremente sin ninguna intervención del sujeto y retorna en otro lado.

Bien, habría que interesarse por ese otro lado, naturalmente cuando es bajo el modo de la pseudo-sublimación obsesiva sacan 10 en todo, nos sacan unas notas estupendas, pero también van a consulta, sacan unas notas estupendas pero pueden tener por ejemplo un ataque de sonambulismo que les angustie ferozmente.

El retorno como síntoma no es específico de la adolescencia. Reprimir la aproximación al Otro sexo implica desplazar esa energía, libido, y hacerla aparecer en otro punto.

Dado que muerte y sexo se tocan tan íntimamente, no me extrañaría en absoluto que todo lo que tiene que ver con la destrucción se anude poderosamente sobre la represión de lo sexual, y digo represión en sentido pleno, es decir, el no quiero saber nada, como si el sujeto pudiera formular no quiero saber nada, de hecho todo demuestra que no quiere saber nada y él naturalmente ni siquiera sabe que no quiere saber nada, es decir, sencillamente para él eso no existe.

  • La segunda respuesta dificultada que me ha interesado extraer no es bajo el modo de la represión sino bajo un frágil semblante, es decir, bajo el modo de eso a mí no me interesa,  que no es lo mismo que bajo un radical no quiero saber nada. Este es un momento interesante de franqueamiento. Yo diría que este modo de la negación es obligatorio, e instala barreras frágiles, semblantes muy impregnados de narcisismo, muy impregnados de un juego de escondite, por decirlo de algún modo. Naturalmente es completamente diferente el adolescente que funciona bajo el modo de la represión que el adolescente que funciona bajo el modo de la negación. Negar la falta, negar el uso del goce o negar el ideal, es un modo muy especial, muy específico de respuesta dificultada y digo dificultada y no fallida, porque fallida son todas.
  • El tercer modo lo he nombrado bajo el modo de la voluntad, no es bajo el modo del deseo porque si decimos bajo el modo de la voluntad habría que introducir ahí algo que está muy ligado a lo que antes he llamado el modo del goce, el modo del uso.

El modo de la voluntad es contra el saber pero funciona como si fuera sabiendo, es decir, lo que no quiere saber el modo de la voluntad es sobre la imposibilidad, es decir, sobre la disarmonía radical, sobre la falta, el uso o el ideal que se elabora del otro sexo, de eso es de lo que no quiere saber nada. Es una negación radical a la diferencia de los sexos. En esa voluntad que es siempre voluntad de goce hay algo ahí que niega el saber, pero no es el mismo saber de antes, el saber de antes es sobre lo que hacía puente entre un sexo y otro y aquí el saber que niega es sobre la diferencia de los sexos.

Esa voluntad es la que marca una posición que tiene un extremo patológico que es la perversión, no hay nada que niegue mejor la diferencia de los sexos que la perversión.

Esa voluntad si funciona bajo el modo de la falta a lo que apunta siempre es a rellenar esa falta, se sutura el punto de falta, no hay constatación, ni no saber, ni semblante, ni defensa respecto a la falta. Si es bajo el modo del goce es lo que lleva a la perversión y si es bajo el modo de ideal también hay una forma peculiar del modo del ideal que va pegado a la voluntad y es la que lleva a la neurosis grave. Cuando un sujeto se aferra al ideal y además tiene la voluntad de gozar de ese ideal, satisfacerse de ese ideal, eso instala progresivamente una separación cada vez más patente de lo que podríamos llamar la realidad común de los humanos. Es decir, que está dispuesto a tomar sus deseos por realidades. Se puede observar en neurosis graves del adulto ese punto muy precisamente.

En resumen, tres modos de aproximación del deseo al Otro sexo y tres modos de respuestas dificultadas a cada aproximación. ¿Qué dibuja esto? Dibuja fundamentalmente —y así es como definiría la relación de eso que llamamos adolescente— que está cambiando un modo de goce infantil por una incertidumbre que es la conjugación de una imposibilidad y una impotencia. ¿Cuál es la imposibilidad? No hay nada que nos diga que la relación entre un sexo y el otro tiene que ser armónica, más bien todo apunta hacia la imposibilidad de armonía de la relación.

El que lo conjugue bajo el modo de entre la imposibilidad y la impotencia, el no elegir entre la imposibilidad y la impotencia me parece que es muy peculiar de un no saber que es propio de ese punto de incertidumbre que es abrirse a una escena que está presidida por la relación con el Otros sexo. Me parece que ese es el marco, el marco fundamental que ordena todo lo que se puede traer y llevar de los adolescentes respecto a la libido, el redesencadenamiento, el resurgimiento, el lado —diría— peligroso del adolescente. 

Las identificaciones. El ideal

El otro lado, que es el lado del adolescente a educar, del adolescente a controlar, del adolescente rico en virtualidades, está marcado porque ya no es el Otro sexo el que preside la escena sino que es el ideal, fundamentalmente el ideal del Otro. Estas son las figuras que el adolescente viene a darse, aunque en realidad las reciba de los demás, las reciba del Otro, es cierto que las elige, hay un punto de elección que viene a darse para ser, no para tener como en toda la vertiente anterior.

Si ha abandonado un tener por una incertidumbre, ahora va a tener que cambiar un ser por un quiero ser, más o menos consciente, pero hay algo ya del hacerse. Ese quiero ser puede jugar en el lado del narcisismo en su sentido más vano. Fundamentalmente ese modo del narcisismo responde a la imagen, responde a lo más superficial de la imagen.

Los adolescentes siempre lo pasan fatal con la imagen porque del paso de un ser a un querer ser, ahí donde está situado el cuerpo, no ya el cuerpo afectado por los deseos y las pulsiones, como decía antes, del lado del tener, sino el cuerpo del lado de la imagen para el otro, siempre hay fractura, la fractura no entra entre los criterios de belleza y es que de un ser de niño tiene que pasar a un cuerpo diferente y de nuevo ese quiero ser que se coloca con un cuerpo diferente, no saben cuál es. Esta fractura la entablillan —por decirlo así— con los ideales de la persona, es decir, la entablillan con los significantes del Otro, del Otro del código, ante el que testimonia de su propio ser.

En este segundo punto, en esta dificultad de combinar imagen y ser y de combinarlo bajo el modo imagen para unos, imagen para todos o, dicho de otra manera, imagen para el semejante próximo o imagen para el otro que ya no es un semejante próximo, es decir lo que es ya una construcción puramente simbólica, ahí es donde se sitúan todos los elementos del ideal, del ideal como los ideales y éstos se escogen de lo que el Otro propone, la proposición viene de fuera, la proposición viene del Otro y es propuesta en tres órdenes:

  • O bien como signos de identidad y diferencia, por ejemplo pensad en las corbatas de los colegios ingleses, o el acento, la manera de hablar, etc.

Esos significantes del Otro que el sujeto elige pueden funcionar en ese registro. Los signos de identidad son siempre signos de diferencia.

  • O bien como espejismos para la fantasía, es decir como objetos inalcanzables y espejismos para nutrir el fantasma.
  • O  bien como modos unificados de satisfacción. Esto ha funcionado siempre. Por ejemplo todos los colegios de una ciudad o de una nación en un momento dado juegan a lo mismo.

Esos elementos significantes que se proponen y que son modos unificados de satisfacción son extraordinariamente peligrosos.

Si antes pensábamos que era el Otro sexo el que presidía la escena a la hora de considerar la pulsión, es decir, las satisfacciones de un sujeto, es fácil darse cuenta de que lo que le viene del Otro en este modo del ideal, sea bajo la identidad, sea como espejismos para nutrir el fantasma, sea como modos unificados de satisfacción, modos unificados de goce, está opuesto al deseo del sujeto. Eso es absolutamente crucial en esta dramatización y es crucial porque no está hecho ese modo de identidad, hay identificaciones e ideales desde hace siglos pero los adolescentes tienen que negociar esas identificaciones ideales con los otros. Ese es el momento fundamental de lo que llamamos la adolescencia, negocian sus propias identificaciones ideales con los otros. Es decir, que si tenemos ya divisiones internas, hay que pensar que la aproximación pulsional al Otro sexo es radicalmente opuesta a los modos ideales y que incluso podríamos decir, ahora sí, que hay trastornos propiamente neuróticos de la adolescencia. Estos siempre consisten en que hay un retorno de la verdad de lo pulsional sobre el ideal.

Pero los modos dificultados de aproximación son modos teledirigidos también desde el ideal. Es decir, que ahí donde se instala realmente un modo neurótico, es decir, algo que podríamos llamar neurosis, diagnóstico neurosis, no es en la adolescencia, sino en el retorno de la verdad de la pulsión sobre el ideal, ahí es donde se produce esa fractura que puede producir desencadenamientos de trastornos, que si bien no son específicos de la adolescencia encuentran ahí un desarrollo singular.