Publicado el 04/07/2018

La adolescencia: del encuentro con el cuerpo a la decepción

Todos tenemos un cuerpo que no cesa de cambiar y que por esos cambios despierta al sujeto que los experimenta, en el sentido de tener que reorganizarse de nuevo.

Un ejemplo paradigmático es la adolescencia, la llamada crisis de la pubertad, lo que Freud llamó metamorfosis de la pubertad. Lacan en un texto titulado “El despertar de la primavera”, toma de un dramaturgo de 1891, Wedekind, el título de su libro para evocar ese momento de despertar del adolescente al amor y a la sexualidad. Despertar marcado por las identificaciones y el lenguaje pero cuyo goce sexual no podrá jamás ser del todo simbolizado, lo cual ya sabemos comporta sufrimiento y síntomas.

En estos cambios no sólo la biología y su tiempo cronológico determinan las modificaciones que el cuerpo sufrirá a lo largo de su existencia. Desde el psicoanálisis está el tiempo lógico del inconsciente con sus momentos de ver, de comprender y de concluir en relación a esos cambios.

Ciertos momentos de la vida se convierten en cruciales. Se trata de momentos de pasaje de una etapa a otra: el bebé pasa a niño, después viene la adolescencia, en la mujer la maternidad, la menopausia y para todos el anuncio de la llamada tercera o cuarta edad, manera de nombrar la etapa en que se acerca la muerte. Cada una de estas etapas exige para el sujeto una modificación libidinal, podemos decir una forma distinta de acercarse al goce. Y en esos momentos, ese cuerpo se convierte en un enigma del que cada uno debe poder volver a apropiarse simbólicamente. Así el cuerpo no deja de dar trabajo por lo real de sus cambios.

El cuerpo se modifica también con las enfermedades, las operaciones quirúrgicas o los accidentes. Todos estos sucesos dejan secuelas que pueden ser definitivas y que producen en ocasiones un despertar del sujeto. De esta forma toma conciencia de su cuerpo y del goce en juego.

Desde el psicoanálisis

Pero, evidentemente lo que nos importa señalar desde el psicoanálisis es que el cuerpo no es sólo biología ni mecánica, por más que cada vez con los avances de la ciencia (con el ejemplo de las prótesis etc), el cuerpo pueda mecanizarse al máximo. En el cuerpo es necesaria siempre la operación del lenguaje sobre la biología o la mecánica para que el cuerpo se constituya como tal cuerpo con sus registros de lo imaginario, simbólico y real, ya que a lo real del organismo, de la materia, a eso imposible de simbolizar del todo, a lo que está fuera del sentido, se añade siempre lo imaginario de la forma y las marcas del simbólico.

Freud hablaba de zonas erógenas para tratar de este apropiarse del cuerpo de una forma libidinal por parte del sujeto y Lacan llega a decir en un texto titulado “Función y Campo de la palabra y del lenguaje”, que el lenguaje es “cuerpo sutil pero cuerpo al fin y al cabo” y que “las palabras están en todas las imágenes corporales que fascinan al sujeto”. Así, es este el cuerpo que interesa al psicoanálisis, el cuerpo sensible a los efectos de la palabra sobre él.

Que el cuerpo esté marcado por las palabras, puede demostrarse en todas las edades y todas las estructuras clínicas. En las neurosis se demuestra ya sea protegiéndose de las palabras en la fobia, produciendo rituales en el obsesivo y siendo una metáfora a descifrar como un jeroglífico en la histeria. Esta forma de mostrarse organiza lo que Lacan denomina el síntoma como suceso del cuerpo marcado por el lenguaje.

La adolescencia

Vamos a tratar de explorar algunos de estos fenómenos referidos a la adolescencia, en donde la cita con el cuerpo es crucial para mostrar los efectos de la palabra en el cuerpo, traducidos en síntomas, y que una vez descifrados pueden a su vez producir sus efectos a nivel del inconsciente y de la vida del sujeto.

Para empezar voy a situar la adolescencia como el tiempo para comprender en relación al encuentro con el goce sexual que se presenta y en relación a las identificaciones que envuelven a la pubertad. Pubertad que a su vez sería el tiempo de ver esos cambios en el cuerpo, y que es propio a cada sujeto. El tiempo de concluir que se daría en un après coup, sería el tiempo de salida de esa adolescencia, si salida hay. Esta salida se refiere a las condiciones de goce o condiciones de amor en relación al Otro sexo.

El tiempo para ver es así el tiempo de la pubertad, la articulación entre el cuerpo biológico con sus transformaciones que se muestran al sujeto, y las coordenadas simbólicas que ese sujeto haya vivido. Es decir qué tipos de otros han sido sus referentes, desde su familia hasta el entorno social que le haya tocado vivir. Son las condiciones para que ese sujeto subjetive, haga suyos sus cambios corporales.

El tiempo de comprender: Ya hemos dicho que la adolescencia es el tiempo de retorno de las identificaciones y del encuentro con el goce sexual de la infancia. Para Freud, la identidad sexual se interroga de nuevo bajo el fondo de lo que se simbolizó en la infancia. Es el momento de las preguntas: ¿Qué soy? ¿Qué es ser un hombre? ¿Qué es ser una mujer? ¿Cómo acceder al Otro sexo sin demasiada frustración?

En la actualidad se invierte mucha energía en hablar de la adolescencia porque la sociedad se ve reflejada en ese grupo de edad de alguna manera y entonces se los mira, podemos decir que con lupa. Se pasa rápidamente del orgullo de mostrar sus proezas, a la vergüenza o el horror por algunos de sus actos. Cuando ocurre algún acto violento la sociedad se pregunta de forma culpable cómo ha podido suceder.

En cuanto a la historia de la adolescencia no es una historia lineal. Ha ido cambiando según la cultura dominante en una sociedad determinada. Desde el momento en que se habló de adolescencia de forma parecida a la actual, a principios del siglo XX como de un “segundo nacimiento”, marcado por la sexualidad y la inserción social, hasta ahora la forma de presentación de los adolescentes ha cambiado mucho. Podemos decir que cada vez se avanza más en la edad de la adolescencia, o sea dura más, y que la edad se acorta, hay un acortamiento de la infancia. Hay autores que hablan del final de la infancia, tal como la entendíamos.

Ese malestar de ese momento de transición marcado por la pubertad, en algunas sociedades se señala con los ritos de iniciación para simbolizar ese paso del niño al adolescente. Algunos tienen una forma directa sobre el cuerpo: la circuncisión, la ablación del clítoris etc. Pero todos estos ritos son la expresión simbólica de cuestiones que ocurren en todas las culturas: separación del medio familiar, posibilidad de acceso a las relaciones sexuales. Señalan también qué hay que hacer para llegar a ser un hombre o una mujer.

Podemos pensar que esos rituales que antes en nuestra sociedad occidental podían ser el final de los estudios, el trabajo, el servicio militar, actualmente son difíciles de obtener. Los estudios, la dependencia económica por el paro, o la precariedad de los empleos mantiene a estos sujetos en la estructura familiar, y en la dependencia. ¿Cómo hacen para entrar en ese mundo adulto? Surgen diversos síntomas y un dolor de existir que los produce. Para el adolescente esta etapa en general es difícil porque los modos de satisfacción anterior estaban ligados a los otros, a la familia, ahora debe poder abandonar estas formas de satisfacción e ir a lo desconocido si puede.

La crisis de la adolescencia

Ante todo esto, diremos que la crisis de la adolescencia no es un concepto clínico universal. Si crisis hay es estructural de ese modo de pasaje, es decir es una forma de pasaje, de travesía para todos. Todos estos desajustes, estas incertidumbres, la abren a diversos síntomas, que si bien pueden tener una lectura sociológica, desde el psicoanálisis se consideran como fenómenos subjetivos, particulares de cada adolescente, y que la respuesta a dar siempre será uno por uno.

En la clínica vemos además la diferencia de respuesta del lado masculino y del lado femenino. Del lado masculino, el muchacho intenta tomar los significantes del otro, y ser un hombre conlleva algo del orden del tener. Si ese tener es difícil, y no ha podido situar en la infancia unas identificaciones sólidas, se aferrará a algo, como puede ser militancia en bandas, el consumo de drogas, violencia, etc. Se aferra para no caer en el vacío, en la frustración, a algo que le sostenga aunque sea desde el horror. En el mejor de los casos tendrá otros síntomas desde las neurosis.

Lacan dice que para ser un hombre, es necesario incluirse entre sus semejantes, ser uno más en una comunidad. Ser uno más puede ser muy fácil para los que se puedan identificar con alguno de los rasgos de esta comunidad, pero puede ser muy difícil para otros y puede ser imposible para algunos.

Del lado femenino, todavía hoy en día, no se le dice a una mujer serás una mujer si haces esto o aquello, viene mucho más definido por la biología. Se le dice: ya eres una mujer, cuando aparecen las primeras reglas, ante la extrañeza que esto puede comportar. Extrañeza en relación a su cuerpo, también al cuerpo del otro, y pueden aparecer fenómenos de repugnancia ya que ese ser mujer, le puede connotar a algunas algo sólo del orden fisiológico. Puede aparecer asco, vergüenza y reivindicación masculina.

Se refuerza la demanda a la madre, de que le diga cómo hacer para ser mujer, demanda que en ocasiones llega a una cierta ferocidad en las relaciones madre-hija desembocando en lo que Lacan denominaba el estrago de la relación entre ambas. Ciertamente nunca lo fisiológico a secas responde a lo que es una mujer. Además con la menstruación lo que se puede ser es madre, y es muy distinto ser una madre que ser una mujer. También pueden aparecer los síntomas de anorexia y bulimia en un intento de tapar con estos síntomas el confrontarse al cuerpo sin idealismo o sin evitación.

De ahí podemos señalar que los modos que se le ofrecen desde lo social a los sujetos adolescentes al entrar en la parte adulta de la vida, llevan implícitos una impostura, ni el varón será un hombre por el tener, o el acumular, ni la adolescente mujer será una mujer por la fisiología o la imagen perfecta. Estas respuestas se dan para intentar cernir el vacío, por una parte, en el varón, de lo que suponen unos límites para ser uno entre otros, y para la mujer el vacío de que no hay respuesta más que en la invención de cada mujer a esta pregunta de qué es ser una mujer.

Clínica

Yendo a la clínica, recogiendo los datos de un CSMJ, hace unos tres años, en Barcelona, aparecen como síntomas, en primer lugar los problemas de comportamiento, de violencia, de bulling hacia otros, o de sufrirlo. En segundo lugar, un déficit en los estudios, repetición de cursos, desinterés. En tercer lugar, los trastornos de alimentación, sobre todo en las chicas, anorexia y bulimia. En cuarto lugar, los intentos de suicidio que se habían agravado. Y por último, desencadenamientos de las psicosis.

De esta forma estos síntomas contemporáneos, también sociales, dan señales de que algo está sucediendo en nuestra sociedad. Muchas veces se perciben más desde el Otro familiar, social, escolar, que desde el adolescente mismo. Estas manifestaciones si son de violencia, pueden crear alarma social. El adolescente no se queja, no se pregunta ¿Qué me está pasando? Se trata de fenómenos, no de síntoma subjetivo. Pero estos fenómenos sí tienen una vertiente de goce, hay un sufrimiento, que se intenta paliar con el consumo de drogas, o de adicción a internet. En otras ocasiones, este síntoma social adquiere una modalidad de cierta perversión, los llamados “psicópatas”, parece reinar un goce sin sufrimiento, los jóvenes que asesinan en EEUU en algunos colegios, o algunos de los jóvenes skins, o que pertenecen a bandas.

Si estos adolescentes no alcanzan la dimensión subjetiva, podríamos pensar si son sujetos en donde la falla de lo simbólico, de las identificaciones, es enorme; o bien se trata de psicosis no desencadenadas y que están compensadas de esta forma. Por último, ¿es efecto de una determinada época? Es un tema a debate.

En todo caso, si son efecto de nuestra época, habrá que ver cuál es el discurso dominante de esta época que los está causando en parte, es decir que se añade a lo propio de cada sujeto. En efecto, nunca podemos olvidar lo propio de cada sujeto desde el psicoanálisis ya que, a igual entorno social o a igual familia, cada uno responde de una forma o de otra. Sabemos que el discurso dominante es el del capitalismo cada vez más feroz, el de la tecnología, y el de la ciencia. Son formas de exclusión del sujeto, de no tener en cuenta lo particular de cada uno, y que ejercen una influencia decisiva en los jóvenes. Introducen de entrada un fenómeno: el de la homogeneización de las formas de goce. El teléfono móvil, los juegos por ordenador, la moda, son iguales aquí que en el otro lado del mundo. Y en este goce para todos igual, están los que dicen que no, los que quedan fuera, no tienen acceso y quedan segregados.

Dice Colette Soler que quedan segregados los que no entran en la carrera, quedan fuera por nivel social, por países etc. Entonces los segregados circulan por otros modos de gozar que pueden llevar a la violencia o al paroxismo, al fanatismo y a los fenómenos más extremos.

Dentro de estos otros modos, tenemos los toxicómanos, dando lugar a fenómenos de marginación. Circulan a veces por guetos. Además renuncian a la sexualidad entendida como amor y goce. Gozan de la droga, y de ellos mismos a través de la droga. Trato de los toxicómanos graves, no de los transitorios en donde sí se pueden preguntar por los que les pasa y venir a las consultas.

Otro tipo de adolescentes son los que gozan de lo inmediato. Circulan por las discotecas, los afters hours, y las pastillas de diseño. No estudian, trabajan poco, evitan responsabilidades. Son hijos tiránicos, sin culpa, con exigencia y maltrato en ocasiones a los padres.

Otro tipo son los que surgen en “oposición” al sistema, a la producción de los objetos de mercado y al Estado que los sostiene. Son los jóvenes radicales. Están regidos por la figura de una cierta conciencia que Hegel llamaba la “ley del corazón”. Para ellos no rige la inmediatez del placer hedonista, pero sí la identificación de su particularidad con las necesidades universales. Lacan le llamó a esto la locura identificatoria sin mediación por lo particular o íntimo de cada uno. Establecen una forma de continuidad entre lo que creen y lo universal. Viven al mundo, al sistema, como un orden violento (a veces este sistema lo puede ser, pero no siempre y no todo). Sistema que contradice su ley y por lo tanto piensan de forma absoluta que hay que destruirlo. Golpean el orden y a ellos mismos. Pueden derivar a víctimas.

Otras formas son los que parecerían tener una adicción clara a Internet con serias consecuencias, creerse lo que ven, formar parte del juego a veces violento. Es un universo cerrado, virtual, prefieren estar encerrados en su habitación comunicando o teniendo sexo virtual. En Japón es un fenómeno frecuente y que da lugar a chicos que viven enclaustrados en sus habitaciones. Se trata de una simulación en que se intenta hacerse una identidad que no tiene en cuenta lo simbólico del Otro, sino su imagen.

La decepción

Es importante ver que en todas estas manifestaciones aparece lo que podemos denominar una decepción enorme ante la vida que se les presenta, que se manifiesta en la incapacidad de las identificaciones, en la fragilidad de las referencias simbólicas. Entonces desde el psicoanálisis será pensar de qué manera se puede ayudar a que esta decepción pase por la palabra, desde la familia hasta lugares como escuela, institutos. Y si los síntomas son importantes se podrá pensar en el tratamiento para estos sujetos.

Por último, es crucial pensar que en este pasaje de la infancia a la adolescencia, se dejan estructuralmente unas identificaciones que le vienen del Otro familiar, social y el sujeto se encuentra teniendo que elegir. Este es el momento de irse haciendo, y aquí entran todas las formas de elección para hacer frente a la decepción.

Una de las primeras elecciones es el narcisismo de la imagen. Es problemático porque es pasar de un cuerpo de niño a un cuerpo de adolescente que todavía no sabe cómo va a ser. En esa fractura de la imagen a veces intenta restaurar muy rápido, a veces con los ideales del otro, de la sociedad, las marcas de la ropa, los estilos diferentes etc. Después vienen las elecciones por un colegio determinado, por unos estudios superiores, etc. Todo esto ya designa un signo de diferencia que le aporta ser diferente y parecido a otros.

Sin embargo, es un momento de fragilidad en que si se aferra a un modo de satisfacción en torno a un ideal absoluto, pueden venir toda clase de síntomas, entre ellos el fanatismo.

Este fanatismo, tal vez es también un efecto de la fragmentación de los significantes amos. Es la llamada “decadencia” del padre, yo diría del padre simbólico y de la madre simbólica también. Los grupos se encierran en sí mismos, en torno a pequeños amos o a una idea que recoge esa carencia de las referencias simbólicas. Tenemos las diferentes etnias con sus reivindicaciones, las religiones de forma fanática en un intento desesperado de hacer regir un significante amo que llevaría a lo peor, o los diferentes modelos de ser adolescente. O incluso los diferentes síntomas que pueden dar lugar a identificaciones cerradas.

Esta fragmentación de los grupos, lleva a problemas de identidad y de identificación. Crea otros efectos como son los tatuajes, los piercings en un intento de particularizarse, de ponerse un nombre que los singularice. Es como si no tuvieran bastante con su nombre, su historia, necesitan frente a ese goce igual para todos los de un determinado grupo, algo que los marque diferentes.

La relación con el Otro sexo

En otro eje, muy importante, está la relación del adolescente con el Otro sexo, sea efectivamente de otro sexo o sea del mismo, siempre la relación sexual se da con Otro en posición de Otro sexo, de alteridad. Es un momento que puede ser vivido de distintas maneras. Puede ser vivido con cierta euforia, porque es un momento de liberación. Eso implica un cambio de posición simbólica en el mundo. No se trata de que la pulsión desborde la adolescencia porque la pulsión está desde que el ser humano nace, sino de que existe la posibilidad para ese sujeto adolescente de la relación sexual.

Esto da una serie de avatares en relación con este tema. Podemos dividirlos en tres formas: Una primera manera de jugarse en estos encuentros y desencuentros del adolescente con la sexualidad será por el lado de la falta, podemos decir de una insatisfacción y de poder irla aceptando. Sabemos que no hay relación sexual armónica del todo.

Otra forma es la de la búsqueda de un Ideal, puede ser poner el amor como algo idealizado, puede ser ponerlo como algo que no se puede tocar, el objeto de amor separado del objeto de goce.

Una tercera forma podría ser la relación con el Otro sexo, bajo el modo únicamente del goce, del uso de la relación sexual como un usar y tirar. Ciertamente sería una forma dañina para tratar de tapar el cierto vacío que toda relación sexual conlleva.

En el periódico El País del 25 de Marzo pasado leí un artículo muy interesante sobre la adolescencia en relación a este tema. Trataba de un Taller sobre sexualidad del Centro Madrid Salud Joven para primero de bachillerato. Nos dice este artículo que la edad de inicio de las relaciones sexuales se reduce, el acceso a la pornografía a través del móvil aumenta. Que la pornografía es a veces la forma de entrada a la posible relación sexual y al ver el porno a veces desde los 11 o 12 años, los jóvenes piensan que la sexualidad es así de forma mecánica y sin palabras o acercamiento de otro tipo. Las primeras relaciones tienen lugar hacía los quince años, pero a pesar del “saber de internet” no se sienten seguros y se pierden en lo que tiene que ver con la imagen de un cuerpo ideal. Chicos que sienten angustia porque no duran en la relación sexual lo que creen que tiene que durar o porque están acomplejados por su pene. Y lo que más me asombró, chicas muy jóvenes que preguntan por cirugía estética genital. Parece que por Internet se ha publicado una guía con dibujos sobre las distintas formas que puede tener una vulva ya que desde el Servicio de salud público de Reino Unido más de 200 chicas menores de 18 años se sometieron a una intervención quirúrgica para cambiar la forma o el tamaño de los labios menores o mayores entre 2015 y 2016. En Estados Unidos el fenómeno va en aumento. Todo ello debido a que, al ver porno de forma masiva, las chicas se fijan de forma perfeccionista en su anatomía y tienen complejos por no ser como ese porno les muestra en otras mujeres.

Todo esto nos lleva a pensar en el grave peligro de una forma de cosificación del cuerpo. Se trataría de un cuerpo-cosa, en lo real, sin pasar por la palabra, ni tan siquiera por lo imaginario y los fantasmas o las fantasías que acompañan a lo sexual quedan tapados por esa crudeza de la carne. De nuevo algo del capitalismo feroz que ofrece de forma descarnada una “carta” de cuerpo-cosa que evita enfrentarse a la creación de cada sujeto en relación al amor, al goce o al deseo.

Estas formas muestran de alguna manera, el fracaso de atreverse a desear. Pero hay formas aproximadas a este deseo y es sobre estas formas que el adolescente ha de ir haciendo sus pruebas y sus experiencias. Lo contrario llevará a nuevas formas de ese cuerpo que, por más que se quiera reducir a “cosa”, retornará en forma de síntomas.

En definitiva, en relación a este tema, se trata de poder señalar que no hay encuentro sexual perfecto o armónico. Hay suplencias a este encuentro en forma del amor o de las palabras que pueden acompañar. Asumir esto, que no es fácil, es una manera de asumir la castración, los límites de cada uno y acercarse a preguntarse por el deseo propio. Y esto conlleva también una forma de alivio.

Desde el psicoanálisis, se trata ante todo de no clasificar a los adolescentes, al contrario de lo que vemos en lo social, apostar por hacer pasar la palabra en el lugar de lo que de forma actuada está cada adolescente tratando de decir y que queda atrancado en su cuerpo. Tener en cuenta que es una etapa de una gran fragilidad, porque el sujeto quiere separarse de lo anterior, cómo la palabra misma dice, quiere se parare, alumbrarse, darse a luz, y muchas veces no sabe o no puede dar una respuesta.

Para aquellos que llegan a nuestras consultas, se trata de acompañarles en esa separación, por medio de las herramientas propias de nuestra orientación psicoanalítica, la escucha, la transferencia, la interpretación, para que se organicen en una nueva forma de inventar o crear ese mundo nuevo para ellos. Y no olvidar que se trata de respuestas individuales y ajustadas a cada sujeto. Lo contrario de las normas sociales rígidas que los quieren encerrar en una clase fácilmente identificable, ya que cada adolescente es diferente aunque todavía no lo sepa y deba poder recorrer el camino de esa diferencia.