Publicado el 06/07/2018

Exilio y lengua

Resulta sorprendente ir a verificar las relaciones del psicoanálisis con el fenómeno del exilio. Las vecindades son considerables hasta el punto de poder pensar que ambos van de la mano en la historia de la cultura de este último siglo, no sólamente porque en la “biografía” de los actores de esta historia abundan esos desplazamientos traumáticos, sino porque el mismo proceso analítico participa del fenómeno.

Nos habla de ello que el sujeto en análisis tenga que abandonar las certezas y el confort que su Yo y sus ideales le proporcionan para empezar a tener en cuenta lo que se produce en esa “otra escena” que es uno de los nombres que Freud dio al inconsciente. Que tenga que hacerse cargo de los ecos – a menudo sintomatizados – de lo pulsional vivido como extranjero aunque íntimo, que amenaza la tranquilidad y las convicciones del individuo, que amenazan hasta sus identificaciones , deslocalizándole con la angustia que resulta de esta amenaza. Que no pueda ya despreciar esos desechos de su discurso consciente que llamamos lapsus, olvidos y actos fallidos. En suma que tenga que ocuparse de las derivas de su ser, excéntricas al yo, en ese movimiento de exilio y retorno que Freud prefiguró en el de todos conocido “Wo es war, soll ich werden”.

Estos elementos son los que nos hacen afirmar, sin forzar demasiado, que en la cura analítica se trata de volver a recorrer el camino de un exilio siguiendo la deriva de las palabras, el exilio de “lo infantil” que el “programa de la cultura” impone, recorrer el camino de separaciones y pérdidas de los goces objetales primeros, de las alienaciones congeladas en conflicto, de las castraciones que no se hicieron por fijación a una satisfacción irrenunciable. La cura representa ese trabajo de idas y venidas, de rectificación de los investimientos libidinales cuando estos son la fuente de culpabilidad y angustia, cuando están en la raíz de la construcción de los sÌntomas.

Quizás no sea tan extraño, después de todo, que el exilio sea casi inherente a la experiencia del análisis. Exilio traumáticamente forzado en unos, siguiendo la lógica de exclusión y persecución de los movimientos totalitarios del siglo pasado. Sabemos que la práctica del psicoanálisis se acomoda mal con los regímenes no liberales. Os recuerdo a este propósito, el comentario sardónico de Freud después de la anexión de Austria por la Alemania hitleriana, “la civilización ha avanzado mucho, hoy queman mis libros, hace unos siglos me hubieran quemado a mÌ”. Hoy no podemos dudar que ese exilio, tan doloroso para sus actores, fue, para el psicoanálisis, una ocasión única de reforzarse por la transmisión de un saber y la extensión de una práctica “de primera mano”.

Pero no todos los exilios son forzados, modelos del destierro. Hay exilios voluntarios en los que lo traumático, también presente, no tiene las mismas características que en los anteriores, ya sean exilios “económicos” o “epistémicos”, en busca de modos de ganarse la vida o de obtener un saber. Estos exilios forman parte de la “trashumancia analÌtica” que es nuestra historia.

En España hemos conocido bien esos desplazamientos. La represión franquista produjo un parón en la instalación de las ideas psicoanalíticas pues los pocos que se habían interesado en serio por el descubrimiento freudiano tuvieron que exilarse víctimas de la persecución ( Angel Garma el primer psicoanalista español de antes de guerra civil y fundador de la Sociedad Argentina de Psicoanálisis, Mira y López potente divulgador que intentaba introducir crítica pero decididamente el psicoanálisis en la psiquiatría, su alumno Tosquelles, mentor después en St.Alban del movimiento de la Psicoterapia institucional, Miguel Prados fundador de la Sociedad Canadiense de Psicoanálisis por citar los más conocidos). Y nuestro país que podía haber sido un destino para los psicoanalistas que huían del régimen nazi quedó cerrado “a cal y canto”. Cuando de nuevo se suscitó el interés de ir en búsqueda de ese saber , en los finales de los cuarenta Molina y Portillo parten hacia Berlín. En los cincuenta casi un generación de analistas, sobre todo de Cataluña (Julia Corominas, Bofill, Folch son ejemplos conocidos) tuvieron que emprender el camino de Suiza y después de Londres. Bastantes años después, en los setenta, fue el turno de los analistas lacanianos emprendiendo el camino de Paris. Casi simultáneamente los avatares políticos y económicos de Argentina trajeron a España un número significativo de psicoanalistas de diversas obediencias, que ayudados por el idioma y por la apertura, entonces entusiasta, a posible discursos nuevos, se instalaron en este país.

Aunque no es el objeto de este trabajo, sería interesante estudiar cómo las diferentes experiencias y los diferentes modos de transmisión, marcados por diferentes experiencias del exilio, generaron efectos diversos y a veces opuestos. De empuje al saber y al trabajo analítico, de entusiasmo por el encuentro con la lógica del inconsciente en unos. De crispación sectaria, afianzamiento de los privilegios y mera búsqueda de reconocimiento en otros.

La regla general es tranquilizadora. Cuando la transmisión era el producto de un análisis llevado suficientemente lejos y del ordenamiento riguroso de esa experiencia, los efectos de saber y de deseo, los efectos salubres del exilio son patentes. No es el caso cuando son el beneficio y las ventajas a obtener lo que ocupa la escena como modos de perpetuar un exilio rentable, negando así lo radical de la experiencia.

Hemos de reconocer que, con el exilio, se exportaron también las rivalidades y servidumbres narcisistas y las luchas por las insignias del poder, tanto en los años finales de la década de los treinta como ahora, y las instituciones de los analistas llevan la huella. La fractura del Otro y de la subjetividad que el exilio proporciona puede desembocar tanto en lo mejor como en lo peor.

Volvamos a Freud, a su llegada a Londres tampoco las tiene todas consigo, le ha costado mucho llegar, ha gastado muchas racionalizaciones en Viena para no llegar a creer en la magnitud del desastre. El daño ha sido tan importante que, él, en cuya liberación han intervenido los poderes políticos aliados más relevantes y que está protegido por personalidades de enorme talla social, teme no poder ganarse la vida. El mismo Freud a quien llegaba puntual una carta en la que solamente figurara como dirección: “Dr. Freud, Londres” temía por su futuro profesional. Esto nos da una idea del daño a la identidad que su exilio había provocado, pero la huella m·s explícita de la pérdida nos la da una carta en la que, a poco de llegar a Londres, responde a su ex -analizante Raymond de Saussure, que le felicita por haberse salvado. En ella resalta “la pérdida del idioma con el que uno ha vivido y pensado y que nunca podrá reemplazar por otro a pesar del esfuerzo y la buena voluntad” y también cómo le resultaba difícil “renunciar a su acostumbrada escritura gótica”. Cuando saltándose las reglas tres secretarios de la Royal Society (en una excepción sólo anteriormente hecha con el rey de Inglaterra) llevan hasta su casa el ” sagrado libro ” con la invitación de sumar su nombre a los científicos ilustres (nombres como Newton o Darwin), no admiten que firme “Freud” le ruegan que firme con su nombre, “el apellido sólo, es privilegio de lores”. Firmar· Sigm. Freud, recuperando su firma de hace años (carta a Arnold Zweig).

Su identidad escrita, el estilo de su lengua, he aquí los bienes más preciados que el exilio le arrebata, aunque su nueva casa en el 20 de Maresfield gardens en Hampstead acoja felizmente su diván, sus antigüedades, su hija Ana, su familia y hasta su fiel criada y reproduzca con detalle su consultorio de Bergasse. Y es que el lenguaje como habitat común a los humanos existe, incluso pre-existe a los sujetos, pero la lengua no existe más que especificada en prácticas lingüísticas que son también prácticas sociales. Las historias de las prácticas lingüísticas no son historia de uniformidad y de obediencia sino más bien historias de rebeldías, de resistencia, de batallas perdidas y ganadas. El rebelde, el indómito que resiste es la lengua misma. Que, a pesar de las traducciones más o menos fieles que existen, leer a Freud en alemán o a Lacan en francés siga siendo substancialmente diferente es una victoria de la lengua.

El exilado aunque no pierda su idioma, pierde su lengua y con ella, su universo de discurso. Los sujetos establecen entre ellos lazos sociales que son lazos de discurso. Así es como vehiculan su sentido, como hacen su realidad de las impotencias e imposibilidades de su deseo y su goce, y cada discurso es relativo al universo de donde toma sus objetos. Cuántas veces escuchamos en análisis hechos en lenguas vecinas del castellano, la queja de que el sentido falla, que no acarrea las mismas experiencias, que el malentendido se instala, que los afectos no se transmiten . Esa real incomprensión, si puede ser un engorro para la comunicación, es un fertilizante para el discurso del inconsciente. Esa supuesta imperfección de la lengua, permite decir más de lo que se sabe, no saber lo que se dice, hablar para no decir nada. En el campo de nuestra experiencia no podemos hablar de defectos de la lengua sino de valiosas propiedades del acto de hablar, propiedades que no pueden ser eliminadas. El análisis suelta lo que el lenguaje mantiene amarrado.

He aquí una consecuencia de la vecindad de la experiencia del análisis y la del exilio: que tenemos que acostumbrarnos a un discurso suelto, “unfettered” diría Boole, atención flotante dice Freud, las palabras utilizadas son escuchadas en la acepción más amplia, de ahí que los límites del discurso sean coextensibles con el universo mismo del sujeto.

Quizás, a contrario, una consecuencia de lo insoportable de la práctica del análisis (recuerden que Freud hacía de psicoanalizar una de las tres tareas imposibles, junto con gobernar y con educar) sea el malentendido entre analistas y la proliferación de las fracturas y divisiones en las instituciones de analistas. No es de extrañar que cada grupo intente producir su propio universo de discurso, y que al defenderse como uno produzca su conjunto con clases, con selecciones, con clasificaciones y valores, produzca su propia lógica de la exclusión del otro. Igual que en las lenguas los exilados tienen mejor o peor fortuna. Así como hay lenguas dominantes hay grupos que no por ser frutos de un exilio dejan de convertirse en “colonizadores” imponiendo su discurso dominante sectario, “su imagen y semejanza”.

Pero en la lengua, en el psicoanálisis y en el exilio hay un real que resiste a la formalización Es el fracaso de la gramática de Chomsky (“Syntactic structures”) y el fracaso insistente de las integraciones del extranjero impuestas y forzadas desde el discurso de un Amo .Es también el  error de las instituciones de psicoanalistas que se pretenden únicas.

El fascismo unificador del lenguaje (R. Barthes) es una defensa, una respuesta a la tesis de Saussure: “En la lengua no hay más que diferencias”. Si damos un paso más con el concepto lacaniano de la lengua radicalizamos la cuestión pues éste hace da cada lalengua (es el neologismo que Lacan acuña) algo incomparable a cualquier otra.

Lo fundamental de la lengua es la noción de multiplicidad inconsistente  (Tarski lo demuestra al comienzo de su artÌculo sobre la función de la verdad, también la carta de Cantor a Dedekind). Un conjunto es una multiplicidad consistente cuando la totalidad de sus elementos existen simultáneamente. La hipótesis de una existencia simultánea de todos estos elementos conduce a una contradicción, desemboca en una multiplicidad infinita e inconsistente. De ahí , que cada final de análisis sea uno diferente de cualquier otro, que no se pueda prescribir ningún “verdadero final” y que ninguna “identificación al analista” sirva de “vara de medir”.

Del mismo modo, nadie puede decidir cuál es la “buena respuesta” a un exilio, como cada exilado hace valer su lengua, su discurso y su ser en el discurso del Amo en el que le toque bañarse, Victor Hugo o Joseph Conrad, Oppenheimer o Celan, Balint o Reik, Garma o S. Spielrein, tantos argentinos en Europa aferrados a la Boca y al mate u otros tantos que se han convertido en franceses, israelitas o catalanes, La lista puede alargarse indefinidamente . En todos ellos la cuestión que más me interesa es el devenir de la obligatoria pérdida, ¿han conseguido transformarla en una castración fecunda? ¿o la han fijado con la represión en la insistencia de un fantasma persecutorio?. ¿Han logrado producir algo nuevo con aquello que se vieron obligados a abandonar? ¿o repiten hasta la saciedad la misma impotencia de recuperar lo que fue perdido?

Una dimensión inevitable del fenómeno del exilio es el forzamiento de la lengua, aunque se juegue en el interior del mismo idioma. Las prácticas lingüísticas con su multiplicidad inconsistente remiten al sujeto a una exterioridad repetida. De ahí que las prácticas lingüísticas nos sitúen en el centro de los mecanismos de interpelación y servidumbre de los individuos al discurso dominante, hegemónico de los aparatos ideológicos, del discurso del Amo. Aunque la referencia sea de Gramsci, algunos no olvidamos cómo la palabra “significante” fue borrada del léxico de algunos analistas (he sido testigo de ello) con tal de no hacer referencia a Lacan cuando se fundó la Escuela freudiana de Paris. En su otra vertiente los alevines de analista lacaniano perseguían al hereje si escuchaban la palabra “contratransferencia”.

Podríamos pensar que donde subyace la desalienación al lenguaje dominante es en la reivindicación de lalengua, pero ¿qué encontramos?. Encontramos la reivindicación individual que aliena más aún al sujeto a los determinantes familiares, al goce privado de uno o de un grupo. Es la reivindicación a la identidad, a la pureza que nutre el odio al otro, la peor de las xenofobias que impide al sujeto “reunirse con la subjetividad de la época”.

También, la reivindicación política que eleva la lengua materna al carácter de lengua nacional para repetir los mismos callejones sin salida de la pareja hegemonía / represión. Algunos avatares de la escena política española son un buen ejemplo.

Para terminar diremos que el psicoanálisis es una máquina para desmaternalizar la lengua. El lenguaje es segundo en relación con la lengua, es el resultado de un trabajo sobre la lengua, es una construcción de la lengua, el lenguaje es el discurso del Amo y su estructura es la misma que la de éste. J. Lacan en el seminario XX, “Aún”, expone: “el lenguaje es una elucubración de saber sobre la lengua”. “El inconsciente como saber , lo que el discurso analítico quiere saber de él, está· estructurado como un lenguaje, el inconsciente esta hecho de lalengua” (en Televisión).

La lengua está· hecha de cualquier cosa y está· bien que sea así, de lo que  está· por ahí tirado, por las bodegas, las esquinas, las tertulias y los salones; el malentendido está· por todas partes todo puede fabricar sentido imaginario.

Decir la lengua es propiamente designar la lengua del sonido, del acento, la lengua supuesta, la de antes del significante amo. Es lo que el análisis parece liberar y desencadenar. La lengua es el depósito, la recopilación de otros sujetos, es decir, aquello por lo que cada uno ha inscrito su deseo en la lengua.

Las instituciones de analistas, justamente las que deberían estar “al cabo de la calle” de la desubjetivación y desmaternalización de la lengua que un psicoanálisis no puede dejar de producir, son las encargadas de realojar las identificaciones y el goce que la cura analítica pretendió desalojar. Sus utensilios son de todos conocidos, esencialmente la exacerbación narcisista y el amor bajo las insignias del Ideal, una transferencia que deliberadamente ignora lo real.

Los psicoanalistas causamos o sufrimos, o quizás ambas cosas juntas esos exilios interiores que las instituciones reduplican con su burocracia o con sus caprichos.

¿Es sólamente pensable que una inscripción del deseo exilado de un sujeto en la lengua no se convierta en el goce fijado de una servidumbre o de una persecución?

Decididamente, exilio, lengua y psicoanálisis se anudan incansable y particularmente en cada sujeto que a ello se arriesga.