Publicado el 15/06/2017

Estructura simbólica y dimensión real: las neurosis

Para una analista formado en la enseñanza de J. Lacan es casi imposible, al abordar el tema propuesto para la clase de hoy, no remitirse de inmediato al seminario once donde Lacan declina los cuatro conceptos que nombra como fundamentales: el inconsciente y la repetición; la transferencia y la pulsión. Es así, dado que es desde ahí que la clase está propuesta, pues el pensar la dimensión real y la estructura simbólica en el campo de la neurosis, tal y como lo hacemos hoy, es posible gracias al recorrido que Lacan comienza en este seminario citado.

En las primeras lecciones insiste en una idea: que el inconsciente no tiene solo una cara, la de estructura simbólica, estructura de lenguaje, metáfora y metonimia, sentido sexual del síntoma, sujeto como efecto de significante, portador del deseo inconsciente, sino que, en ese simbólico, hay un real en juego, que, en esa red de significantes, hay una hiancia, una apertura, una brecha, un vacío. S (A tachado) será mas adelante su matema.

Aborda el inconsciente desde la función de la causa y no incide en el inconsciente como saber, sino como abertura que sorprende al sujeto que puede reconocer que el inconsciente pensó sin él. Lo que quiero dejar señalado es que la causa del inconsciente es ajena al mismo, es heterogénea. Se trata del goce, sea en su vertiente de satisfacción o de insatisfacción y dolor, y no del sentido sexual freudiano.

Si este punto es importante es porque la pregunta por la causa del inconsciente es la misma que la pregunta por la causa del deseo del analista. Quiero decir con esto que si es importante es porque tiene consecuencias clínicas.

Diré también, como anotación, que no es la última palabra de Lacan sobre el inconsciente que lo seguirá declinando a lo largo de su enseñanza en sus distintas vertientes: como trabajo, como reunión de saber y verdad, como marca de goce en la letra….

Ese real explorado ya por  Antonia en la primera parte de la clase en las psicosis, va a estar en las neurosis conectado a una estructura simbólica, el inconsciente, pero de ese encuentro va a quedar una huella de goce fallado, imposible de absorber por el significante que el sujeto repetirá en sus vueltas significantes sin dar con ello, pues es un imposible, uno de los nombres que Lacan da a lo real.

Esta dimensión real del inconsciente en el neurótico va a estar velada por el fantasma, marco de lo real, principio de realidad en el neurótico que testimonia de que la pérdida de realidad no es solo atribuible a la psicosis. Cada sujeto neurótico fabrica su propia realidad, la enmarca en unas coordenadas simbólicas que envuelven sus primeras marcas pulsionales. Es lo que le imprime una determinada interpretación del mundo, una creencia ciega en el Otro al que atribuye un querer respecto a él. Algo, en definitiva, que dirige su vida sin él saberlo y que le obliga a repetir una y otra vez un encuentro fallido. Se pone en juego en ese cúmulo de fantasías, de ensoñaciones, de actuaciones, de modos de relación con el otro, de la forma de incluirse en una relación amorosa, de cómo aborda su sexualidad. Algunos de sus retazos puede volver en los sueños, en los actos  fallidos, en lo que Freud nombra como formaciones del inconsciente y, sobre todo, en los síntomas que encierran tras su envoltura forma, tras su sentido sexual, precisamente eso, el goce fijado de la sexualidad infantil.

La realidad sexual del inconsciente, término que Lacan acuña en este seminario  once al que me refiero, apunta a como la pulsión se inserta en el inconsciente  y a como la transferencia es justamente la puesta en acto de esta realidad sexual.

Dejaremos entonces desde el principio estas referencias esenciales: que la concepción del inconsciente como brecha, como pulsación, como evanescencia, todas las declinaciones, que Lacan hace en los primeros capítulos del seminario once, son solidarias del concepto sujeto como respuesta de lo real y solidarias del concepto deseo del analista. Y dejaremos una cita como referencia:

 “Lo que importa no es que el inconsciente determine la neurosis; respecto a esto Freud recurre gustoso al gesto pilático de lavarse las manos. Uno de estos días descubrirán quizá algo, determinantes humorales, por ejemplo, da lo mismo: A Freud esto le tiene sin cuidado. Y es que el inconsciente nos muestra la hiancia por donde la neurosis empalma con un real; real que puede muy bien por su parte no estar determinado. (1)

Si el inconsciente tiene relación con algo es con lo sexual. Es la hipótesis primera y nunca abandonada por Freud. Por supuesto que la clave está en como concebimos ese sexual. Vamos a dedicarle un cuatrimestre al tema que promete estar muy interesante.

Que en el origen de las neurosis se encontraba la sexualidad era algo que en los círculos médicos se comentaba sin ningún lugar a dudas.

Ya Freud en 1898 diferencia entre neurosis actuales y psiconeurosis según que el trastorno sexual sea de índole actual en las primeras o se refiera a la sexualidad infantil en las psiconeurosis:  Los sucesos e injerencias que están en la base de toda psiconeurosis no corresponden a la actualidad, sino a una época de la vida del remoto pasado, por así decir prehistórica, de la primera infancia, y por eso no son consabidos para el enfermo. (2)

En las primeras (neurosis actuales) bien la insatisfacción, bien la culpa de la satisfacción, son los elementos patógenos. En las segundas – si me permiten de entrada una simplificación en exceso- el elemento patógeno va a ser tanto una memoria como un olvido. Un traumatismo sexual reprimido que queda del lado del inconsciente y que retorna en los síntomas.  Así como el mismo Freud escribe en su Presentación autobiográfica: la doctrina de la represión se convirtió en el pilar fundamental en el entendimiento de las neurosis. (3)

Freud concibe por tanto el inconsciente como una memoria de huellas que insisten entre la percepción y la conciencia, lugar donde Lacan sitúa al Otro del inconsciente. El inconsciente por tanto conforma un saber que no se sabe, un saber que no está a disposición del sujeto y que, sin embargo, va a dar marco a su deseo y a sus modos de satisfacción. El inconsciente se estructura como una serie de represiones atraídas por un primera núcleo que constituye la represión original.

Traumatismo sexual que se organiza en dos tiempos estableciéndose entre ellos la lógica nachträglich. Lo estudiaremos en la primera clase del módulo II, pero me voy a permitir, a riesgo de imprecisión, establecer el esquema a mínima ayudada por la lectura de Lacan: en un primer momento,  se trata de la inscripción de una huella, de la irrupción de un goce debido al encuentro con lo real – tyché -, y en el segundo, será el intento de significación, de imprimirle sentido por medio del inconsciente.. Es la vertiente de automaton, de insistencia del significante de la que, no olvidemos, el sujeto no es su agente, sino su efecto. Pero Lacan nos advierte bien de que no se trata de una rememoración de lo vivido, pues ello está perdido

 Es un esquema que nos sirve para pensar cualquier tipo de traumatismo, sea éste un suceso que acaece a lo largo de la vida de un sujeto, sea éste el traumatismo mítico y originario de todo sujeto neurótico, el que supone del encuentro con un sexual que lo simbólico no reabsorbe del todo, no llega del todo a cubrir.

 Pero de cualquier forma, y a diferencia de la `psicosis como acabamos de escuchar, el inconsciente protege al neurótico de la irrupción de lo real. Es en cierto modo una paradoja como señala Colette Soler en un articulo  (4): El inconsciente, en tanto que asegura el pasaje de lo real traumático del goce  a lo simbólico, es pantalla que reprime lo real, como todo discurso. Pero en tanto que transfiere el afecto y lo escribe en letra de sufrimiento que atormenta al sujeto, según la expresión de Lacan, puede ser él mismo traumático, tanto en sus emergencias fantasmáticas como sintomáticas.

Es un tema que ha estado de aciaga actualidad los meses posteriores al 11- M. Ese traumatismo que supuso ese brutal atentado afectó a un gran numero de víctimas, entre las que también se encuentran algunas que no se encontraban en el lugar del suceso. El discurso psicológico y psiquiátrico imperante trata de curarlo con una nominación que iguala todas las respuestas: Síndrome Post Traumático y que fija también para todos cuales son los síntomas y cuanto van a durar. Para afrontarlo intenta proporcionar un saber universal que fue difundido en todos los medios de comunicación. Es decir como respuesta al traumatismo ofrece un saber prefabricado, un discurso al fin.

Sin embargo para el psicoanálisis, entre el suceso traumático, brutal por el efecto sorpresa, por la magnitud de impresiones que el aparato psíquico no puede absorber, por la rotura que imprime en el principio de placer, porque se trata de un encuentro con lo real del goce mortífero arrasador… Entre ese primer tiempo, decía, y las consecuencias que va a tener para cada cual, se encuentra el inconsciente de cada sujeto neurótico que impide hacer equiparables las consecuencias que tendrá para cada afectado y la respuesta que le va a dar. ¿Qué quiere decir esto? Que, aunque no cabe duda que se trata de un encuentro con lo real, en el sujeto neurótico éste va a estar necesariamente modulado, filtrado, paliado, y en directa relación con las huellas inconscientes de cada cual, que va a imprimirle diferente significación. El peligro exterior estará en el neurótico en íntima relación con el peligro interior.

De hecho lo pudimos comprobar cuando a los seis meses del brutal atentado, los medios de comunicación informaron del estado actual de muchas de las víctimas. No era el mismo, pues el grado de simbolización de lo ocurrido y la respuesta del sujeto se diversificaba en un amplio espectro. Desde el sujeto sometido a los efectos de la repetición de la escena traumática en una paralización e inercia extremas, hasta el que había podido de nuevo incorporarse a su ritmo cotidiano al haber podido encontrar algo a modo de suplencia, un saber o un actuar.  Me viene a la cabeza el caso de Irene Villa y su inmediata presencia en los pabellones de Ifema. Según sus declaraciones leemos que ha podido afrontar de nuevo su vida tras su terrible atentado hace años por parte de ETA al haber encontrado un modo de hacer, la solidaridad con las demás víctimas.

Si he tomada este ejemplo es porque  para Freud el estudio de las neurosis traumáticas, tras la primera guerra mundial, le abre el camino para su segundo gran descubrimiento, el mas allá del principio de placer. El proceso primario que impera en el inconsciente regido por el principio de placer puede estar amenazado y la repetición que Freud había constatado como algo que hacía tope a la rememoración actuándose en la transferencia se desdibuja.

Dejemos como hito teórico que Freud en el año 20 en su texto de Mas allá del P. Placer reformula la pulsión con relación a la compulsión de repetición. Freud encuentra un exterior respecto al principio de placer que domina los procesos inconscientes. Un exterior que, claro está, no se encuentra fuera del sujeto sino que es una fuerza constante que no conoce ni la noche ni el día. Se trata entonces de un exterior- interior que le lleva a escindir el inconsciente y el ello.

Volvamos al comienzo de nuestra explicación. Si la sexualidad está en la etiología de la neurosis ¿es ella entonces patógena? Y tendremos que admitir que no es tanto la sexualidad lo traumático sino la ausencia de saber con la que se enfrenta a ella el ser humano. De saber inconsciente, por supuesto. Es fácil la confusión entre saber consciente e inconsciente, pues el saber inconsciente tiene un estatuto muy particular. Y si no está colocado en el lugar de la verdad, es decir sino está conectado a la pulsión, es un saber que puede impedir mas que facilitar el trabajo inconsciente.

En este discurso capitalista en el que estamos inmersos que Vicente Verdú nombra como Capitalismo de Ficción se trata no ya de un capitalismo de consumo en el que es de destacar la transcendencia de los signos, la significación de los artículos envueltos en el habla de la publicidad. Estamos ahora en un capitalismo de ficción cuya oferta es crear una realidad de ficción, una segunda realidad con la apariencia de una autentica naturaleza mejorada, purificada y puerilizada. (5)

No se trata entonces de vender bienes de consumo sino felicidad. Así que ¿quién dijo que la sexualidad es traumática? Todos los esfuerzos dirigidos a negar el traumatismo de lo sexual pasan por el saber, por la información: programas en radio y televisión, discursos de los sexólogos, libros de autoayuda etc, para informar con pelos y señales de cómo hay que hacer hasta el punto de lo soez y lo chabacano. Y si me apuran de lo pornográfico. Sin percatarse de que reducen la sexualidad a una especie de gimnasia en las que los cuerpos se satisfacen en el anonimato,  es decir sin abordar las huellas de su deseo, o en la soledad del goce masturbatorio con la fantasía ad hoc para cada cual.

Cuando hablamos de falta de saber, por tanto, nos referimos claro está a saber inconsciente. Para la irrupción del goce que irrumpe en el cuerpo del niño, siempre demasiado pronto o demasiado tarde, marcado por el signo de la insatisfacción o del exceso de placer, atribuido al Otro o subjetivizado por medio de la culpa, el Otro no tiene respuesta. . Agujero en lo simbólico, castración del Otro, falta que habita el universo, traumatismo obligatorio para el que habla. El sujeto neurótico marcado por la experiencia de satisfacción y con un cuerpo erotizado por la pulsión, fabricará lo que Freud llamó Las teorías sexuales infantiles matriz del fantasma. Es un mixto de saber particular a cada cual conectado a una determinada fijación pulsional.

Recuerdo aquel niño de ocho años que como presentación en la primera entrevista saca un libro de sociales y lo abre por el tema de la reproducción: “ esto es un lío. El caso es que me lo sé, pero no me lo sé. ¿Tu sabes de eso?”.  Me suponía un saber como no puede ser de otra manera, pues es la razón por la que alguien visita a un analista. Elegí poner el acento en el lío apuntando a que formulara su propia cadena inconsciente.

A partir de ahí desplegó a lo largo de sus sesiones lo que amenazaba a su posición fálica simbolizada en sus dibujos por un magnifica nave espacial. Eran primero peligros que venían del exterior: el universo y sus astros, la meteorología, los cables de alta tensión etc. Era una nave fantástica y la dirigía un conductor muy experimentado que sabia mucho: las trayectorias de los planetas, las distancias entre ellos, la mecánica del avión, así que los evitaba todos,  hasta que la amenaza surgió en el centro mismo de la nave, pues un fuego voraz la consumía.  Situamos ahí algo que es un vacío de significación, algo no colonizado por lo simbólico, donde lo pulsional se inserta.

No se me ocurre otra manera de ilustrar cómo lo real, que afecta al neurótico,  nunca es un real desnudo, sino filtrado y protegido por su realidad construida fantasmaticamente, la nave, pero cómo también esa cicatriz del encuentro hace a la nave amenazada para siempre, por potente que sea, la amenaza del retorno de lo reprimido con el testimonio de la angustia o la presentación del síntoma.

Pues bien, vamos acabando ya, el neurótico va montado en esa nave espacial que es la significación fálica que le proporciona la metáfora paterna y con ella transita por los espacios siderales protegido del encuentro con los meteoritos. Esa nave espacial se construye con la cadena significante que preexiste al sujeto, con el deseo del Otro que le dio un lugar en el mundo, con la transmisión de la ley paterna cuya función es unir deseo y ley, en definitiva con la ley simbólica, pero tendrá siempre la huella y la cicatriz de sus orígenes, un encuentro con lo real. Ahora bien, su trayectoria estará marcada, estará fijada por unas coordenadas invisibles surgidas de ese fuego que le amenazará siempre , el fuego pulsional, que se erige en causa de deseo.

Vamos a tener la ocasión de trabajar en el seminario del Colegio el escrito de Lacan La dirección de la cura en el que Lacan revisa la práctica analítica de los analistas de la segunda y tercera generación después de Freud, pues les acusa de haberse alejado del psicoanálisis y en su nombre ejercer una pedagogía encaminada a la reeducación emocional del paciente.

Esta brecha, esa hiancia que espero haya logrado hacer presente (¡que difícil hacer presente algo que es ausencia!) y ya descubierta por Freud (en el trauma, en la falla del sueño, en el síntoma y en la resistencia en la transferencia), los postfreudianos se apresuraron a cerrarla. Es la acusación de Lacan, pues pienso que se puede nombrar como acusación de cobardía, de retroceder frente a una verdad nada cómoda. Ahora bien, a veces con la cantinela de los postfreudianos se nos olvida interrogarnos a nosotros mismos, a los analistas de hoy en día, a la práctica de cada día.

Me hubiera gustado trasmitir, aunque sólo fueran algunas briznas de las dificultadas con que el análisis se encuentra hoy y se ha encontrado siempre. La tentación de cerrar esta brecha es algo inherente al humano, fabricar saber para tapar lo real. ¿Qué es sino la religión, qué es la ciencia, qué es en definitiva la neurosis? Por eso – creo yo-  Lacan se refería a los analistas (en su función de analistas, claro está) cómo los que tienen algo de inhumanos, porque para dirigir una cura que pueda tener efectos no de saber, sino libidinales (no olvidar que el síntoma subjetivizado como sufrimiento es sin embargo satisfacción pulsional, es decir que para evitar el sufrimiento hay que rectificar la satisfacción pulsional). Repito, para dirigir una cura que tenga efectos, el analista debe poder alojar el fuego de la nave de cada sujeto (permítanme la comparación un tanto burda). Y para eso ha tenido que consentir en apagar los rescoldos de su propia nave a lo largo de su propio análisis.

¿Qué hace tan difícil para el analista, aun en el supuesto de haber llevado su análisis hasta el final, es decir a tocar el límite por donde la neurosis empalma con un real, dirigir desde ahí la cura? Puedo asegurarles que los docentes del Colegio del psicoanálisis procuramos, al menos, mantener la pregunta abierta, pues si se cierra es seguro que un saber ha venido a ocupar ese lugar.

Referencias bibliográficas

(1)  Lacan. J, Seminario, libro XI, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Paidós, Buenos Aires, 1984, pag. 30

(2) Freud. S, La sexualidad en la etiología de las neurosis, A.E. III, pag. 261

(3) Freud. S, Presentación autobiográfica, A.E. XX, pag. 29.

(4) Estudios psicoanalíticos. Trauma y discurso, , Miguel Gómez Peña, Málaga 1998, pag. 155

(5) Verdú. V, El estilo del mundo, Anagrama, Barcelona 2003,