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Escritura y olvido
Para la apertura del curso del año, propuse abordar el tema de la escritura y el olvido. Pronto verán porque. Cuando hablamos de escritura, nosotros lacanianos, no nos referimos forzosamente a la literatura. Hay un modo de escribir que no lleva a la literatura sino a las matemáticas, al dibujo a la topología. Freud, para sostener su pensamiento, usó esquemas, esbozos, pues se trataba para él de escribir, de capturar por la escritura, algo de lo real de nuestro psiquismo. En Lacan ese empuje a la esquematización, a la escritura matemática es mucho más importante.
El colegio de psicoanálisis de Madrid este año se dedicará al estudio de la última parte de la enseñanza de Lacan, un momento en que Lacan reduce el espacio psíquico a tres registros, que él había despejado muchos años atrás, lo imaginario, el registro de la imagen, de sus efectos, el registro de lo Simbólico, es decir de las palabras, como se ordenan y como nos ordenan, nos orientan, y el tercer registro que consta con todo lo que no cabe ni en las imágenes ni en las palabras: lo real. Lo que Lacan nos mostró en la última parte de su enseñanza, es que esos tres registros han de ser anudados los unos con los otros, de cierto modo, para que el hombre sepa orientarse en su vida. Para pensar esa ligación de los tres registros de la estructura, Lacan uso el emblema de la familia Borromeo: una cadena de tres anillos enganchados de tal modo que dos, sólo son anudados por la presencia del tercero. Que uno falte y los otros dos se sueltan. ¿Por qué, Lacan tomó tan en serio ese modelo del dicho nudo Borromeo? Por haber estudiado muy de cerca la psicosis, creo.
Claro está que la psicosis se desencadena y el resultado del desencadenamiento es que el sujeto pierde sus marcas. Queda claro también que hay, en ciertos sujetos dispuestos a la psicosis, suplencias que les permiten precaver del desencadenamiento. El estudio clínico y estructural de esas suplencias nos muestra como ciertos sujetos pueden suplir la falla de un registro para anudar los otros dos. Así que, solemos estudiar la clínica de la psicosis con este modelo que Lacan nos entregó. Pero, más allá del estudio de las psicosis, Lacan nos llevó a considerar que este modelo Borromeo valdría para todos: el síntoma siendo, para la mayoría, el medio más común para anudar los tres registros de lo Real, lo Simbólico y lo Imaginario.
Pues bien, esa cadena borromeana es una escritura. Tiene sus leyes, su lógica, y ahora los matemáticos han logrado reducirla a una suerte de solfeo que uno puede descifrar y prescindir de hacer los nudos o de dibujarlos. Pero la escritura, en un sentido más prosaico, es un modo de anudar, anudar letras, anudar palabras, anudar acontecimientos para construir un relato, y también anudar un escritor con el lector. Hay libros que no podemos dejar, nos agarran, otros los dejamos después de haber leído unas páginas.
Considerar la escritura como nudo nos permite considerar que la escritura puede coger en las mallas de su red varias cosas y así participar sea en la memoria, sea en el olvido. El olvido no significa forzosamente que unos significantes no se hubieran inscritos; la represión descubierta por Freud demuestra que unas representaciones son atrapadas, guardadas en nudos inconscientes.
El olvido es un proceso que participa de la memoria. Uno no puede estudiar el olvido sin referirlo al registro de la memoria.
El olvido tiene varios valores.
Hay el olvido inexorable que implica que la huella se borre. Es algo que todos tratamos de contrarrestar. Porque la pérdida de la huella remite a una muerte simbólica.
Pero al lado de ese olvido inexorable, hay el olvido de reserva, el olvido como remedio contra la reaparición de huellas de las que quisiéramos prescindir. En realidad en ese tipo de olvido la huella no está borrada y con ciertas condiciones, podemos acordarnos. Si preferimos olvidar ciertas cosas que son infelizmente inolvidables, es que la memoria no es siempre afortunada.
Nos gusta acordarnos de une recuerdo que fue un evento; es una memoria declarativa que necesita que hagamos un esfuerzo para recordar. Pero al lado de esa memoria afortunada, hay la memoria que machaca, esa memoria que algunos dicen traumática. Es una memoria automática que hace reaparecer, en bucle, significantes que han rodeado un traumatismo y que conllevan los mismos fenómenos emocionales que los que fueron experimentados en el momento del trauma.
Lo que caracteriza el traumatismo y su repetición en la memoria traumática, es la reaparición de elementos que se manifiestan en una experiencia horriblemente presente, es un presente que no pasa al pasado.
No podemos hablar de memoria y de olvido sin referirse a la cuestión del tiempo. Nadie la trató como San Agustín lo hizo. En el libro XI de sus Confesiones. Agustín nota que pasado y futuro no son sino representaciones en el discurso del presente. Luego dice que hay tres tiempos, el presente del pasado, el presente del futuro y el presente del presente. “El presente del pasado es la memoria, el presente del presente es la intuición directa y el presente del futuro es la espera.”
Otro filósofo se dedicó a la estructura del tiempo, es Heidegger, para quien la temporalidad consta de tres ek stasis ligadas de tal modo que una no tiene sentido sin las otras dos. Para Heidegger, la temporalidad así estructurada permite que el sujeto tenga su dasein, su modo de ser y estar en el mundo.
Luego, una lectura lacaniana de la tesis de Agustín revisitada por una lectura Heideggeriana me llevó a escribir los tres tiempos destacados por Agustín con la triada Simbólico, Imaginario y Real.
Propongo que consideren el pasado del lado de lo Simbólico, puesto que consta de representaciones que se ordenan en una historia, el futuro, dado que lo imaginamos, es fácil ubicarlo del lado de lo Imaginario. Os queda por admitir que el presente está del lado de lo real. Lo podemos concebir fácilmente. Tal como lo real, el presente es difícil de alcanzar, huye de modo permanente, Agustín decía que el presente sólo existe al dejar de ser. Si consideramos el presente como real, luego entendemos que el neurótico trata de huir de él, permaneciendo en el pasado de sus repeticiones o apresurándose en el futuro de su imaginación.
Sin embargo abrirse al presente, permite aprovechar la contingencia, saber disfrutar la realidad. Al ser hablante, le podemos desear que sepa estar en la realidad, es decir abordar el presente real con el presente del pasado simbólico, es decir sus recuerdos y con el presente del futuro imaginario es decir sus expectativas, sus deseos.
Categorizar así el presente real, el pasado simbólico y el futuro imaginario, me llevó a tratar de escribir esa construcción trinitaria del tiempo subjetivo con el aparato que Lacan nos entregó, es decir el nudo borromeo que él dibujaba como una red de tres círculos de Euler.
A la intersección del presente y del pasado, pueden colocar el presente del pasado, o sea la memoria, los recuerdos.
A la intersección del presente y del futuro, colocamos lo que Agustín llamaba espera, y para nosotros puede ser sea el deseo cuando uno espera buenas cosas, sea la angustia cuando uno espera lo peor.
Queda por ver lo que podríamos escribir en el cruce del pasado con el futuro. A priori, parece problemático. Pasado y futuro sólo se juntan gracias al presente del presente. Sin embargo hay una articulación posible, es el modo del futuro anterior, lo que permite imaginar que el presente de hoy será un pasado mañana. Es un atrancamiento peculiar del tiempo muy importante puesto que determina la significación après-coup de un acontecimiento. Freud muestra que el discurso produce efectos de significación que pueden modificar representaciones del pasado, reordenar recuerdos hasta crear traumatismos après-coup.
Segun dice un tal Boris Cyrulnik, el que está traumatizado padece dos veces: padece del golpe y luego de la representación del golpe. Pues, la memoria traumática testimonia de un pasado que no pasa, o sea que no se olvida, que permanece en ese real del presente del presente agustiniano.
Decir que el pasado pasa, es decir que en el momento presente, ya no está, es naturalmente olvidado, aunque inscrito en alguna parte y por ser inscrito en alguna parte como huellas mnémicas que han tomado sentido y su sitio en una historia, el pasado pasa y permanece en su sitio.
A fin de cuentas, esa escritura del nudo del tiempo que os propongo, es una escritura que anuda lo real del presente, lo simbólico del pasado y lo imaginario del futuro. Es preciso poder hacer ese nudo para construirse una historia y arreglárselas con la realidad presente.
Habrán notado que cuando están a gusto, cuando tienen un proyecto, cuando saben por dónde van, cuando el pasado permanece en su sitio y nos les empuja a machacar, pues bien no ven pasar el tiempo. Mientras que si interrogan a un melancólico, verán que para él, el tiempo se eterniza, no pasa y luego él no lo puede olvidar, no puede olvidar su ser para la muerte, solo piensa con morirse. Cioran decía en sus momentos de melancolía que “el tiempo no se rebaja al acontecimiento”. Al escribirse en el evento, el tiempo como objeto real se olvida, pasa sin que uno se dé cuenta, sin que uno se inquiete.
Volviendo al tema de la memoria traumática, podríamos decir que testimonia de algo que no pasa a la escritura del acontecimiento. Es la repetición de algo que queda real, horriblemente presente. Es una página a la que uno no puede dar vuelta, una página en la que nada pudo ser escrito. Freud no decía otra cosa cuando trataba de entender la significación de los sueños traumáticos. Si ese tipo de sueños se producen y se repiten, es para reproducir el trauma y tratar de dominarlo al escribirlo con lo simbólico.
Podríamos considera la memoria traumática como un nudo peculiar de lo Real del presente con lo Simbólico del pasado, mejor dicho es como si lo Real del presente estuviera en continuidad con lo Simbólico del pasado, como si podríamos pasar de uno a otro sin corte ni nudo.
Esa hipótesis encajaría bien con lo que llamaban, en la época del Quattrocento: arte dell’oblio. Describían así un recurso contra la invasión de esa memoria repetitiva. Al paciente le prescribían traducir con una imagen el recuerdo inoportuno, esbozar la imagen en una hoja, arrugarla, desgarrarla, quemarla o tirarla al río. Así pues, se trataba de introducir lo Imaginario para permitir otro tipo de lazo entre Real y simbólico, un paso por la escritura para apagar el fenómeno repetitivo.
Sin saberlo yo mismo, practico desde mucho tiempo, ese arte dell’ oblio con niños. Cuando me relatan sus pesadillas repetitivas, les invito a tratar de dibujarlas, suelen surgir significantes de los que trato de hacerles escuchar las resonancias, lo que les da a reírse y luego desplaza el tono espantoso. A menudo es muy eficaz, las pesadillas cesan. Ahora puedo entender porque. Es que propongo pasar por la imagen para anudar de otro modo lo real con lo simbólico. Luego algo se escribe y puede olvidarse. Algo cesa porque acaba por escribirse. Lacan así definía la categoría modal de lo posible. En eso se distingue de lo necesario: lo que no deja de escribirse, y se opone radicalmente a lo imposible: lo que no deja de no escribirse.
En un libro titulado Lethé arte y crítica del olvido, un tal Harald Weinrich relata el caso del paciente de un psiquiatra ruso, Dr Alexandre Romanovitch Luria, pues, un paciente que sufría una hipertrofia de la memoria de la que sacaba provecho al presentarse en cabarés como mnemonista profesional. El quien se presentaba varias veces a la noche necesitaba reservarse momentos de olvido especialmente para adormecerse. Había elaborado una estrategia: notaba en un papelito lo que quería olvidar. Cuando el truco no bastaba para borrar el recuerdo inoportuno, desgarraba el papelito, lo quemaba o lo tiraba al agua. Weinrich nota que si la escritura tiene un papel tan importante en el proceso de la memoria, es estupendo ver que, en ese caso, muy al contrario, la escritura sirve el olvido.
Se sabe que cuantos quieren desarrollar su memoria usan medios mnemotécnicos. Los que sufren el síndrome de Asperger lo confiesan, puesto que no pueden olvidar nada, suelen asociar una imagen, un color a un número o a una letra. Lo que llama la atención es que el esfuerzo necesario para recordar un significante, enganchándolo con una imagen, es del mismo tipo que el truco del arte dell’ oblio para deshacerse de un significante inoportuno. Eso nos lleva a considerar que memoria y olvido son las dos caras de un mismo proceso que necesita la escritura, es decir un nudo que agarra los significantes en una red según las tres coordenadas de la estructura: real, simbólico e imaginario.
El inconsciente freudiano junta memoria y olvido. Lo reprimido está inscrito en alguna parte. Si un significante queda cautivo en una cadena de escritura inconsciente, luego no puede ser disponible para la consciencia que trata de rememorar. Reprimir no equivale a borrar la huella. Freud dedicó un capítulo de su psicopatología de la vida cotidiana al estudio del olvido. En el caso famoso del olvido del apellido Signorelli, por ejemplo, muestra como aquel nombre permanece cautivo de una cadena de significantes reprimidos que lo asocia a pensamientos que Freud hubiera querido olvidar, especialmente cosas de la muerte y del sexo. Por un lazo metonímico es como el apellido Signorelli queda retenido fuera de alcance de la rememoración. Queda retenido en un nudo de representaciones prohibidas. No por casualidad uso el término retenido, puesto que da lugar al equívoco. A la vez dice que ese significante no está disponible, y a la vez decir que está retenido indica que está memorizado, no borrado para nada sino cogido en una memoria que no es sino el inconsciente.
La mayoría de los ejemplos entregados por Freud en la patología de la vida cotidiana, respecto al olvido de nombres, muestra que se olvida un nombre porque está retenido en un nexo de asociaciones. A veces, Freud señala que en el lugar del nombre olvidado una imagen se impone. Es el caso del olvido de Signorelli. Freud nota que cuanto menos puede recordar el apellido, más el retrato del pintor se impone en su recuerdo. Freud ve el auto-retrato del pintor que se pintó, el mismo en uno de sus frescos. Pero cuando su compañero de viaje le sopla el apellido del pintor que le faltaba, Freud nota que poco a poco la imagen del pintor se desvanece. Podemos deducir que la imagen servía para tapar el apellido que era preciso olvidar.
Freud nota que sus recuerdos infantiles siempre son visuales. Lo que lo llevara a estudiar la cuestión del recuerdo-pantalla, punto interesante en la medida en que combina un significante olvidado y una imagen. Notemos la función de la imagen en ese nudo realizado por el inconsciente para mantener en el olvido una representación censurada por la consciencia.
Para olvidar el inconsciente retiene ciertos significantes en su escritura. El inconsciente escribe para que el sujeto pueda olvidar. Esa necesidad del olvido fue demostrada por Freud de varios modos, pero es especialmente claro en el texto llamado el block maravilloso donde Freud nos propone una metáfora para el sistema percepción-conciencia.
Les recuerdo que Freud hizo la hipótesis que entre percepción y conciencia hay que interponer la huella mnémica. Eso significa que uno se da cuenta de lo que percibe porque lo asocia con algo que ya fue inscrito en él, una experiencia de la que ha guardado la huella.
El block maravilloso era una lámina de resina recubierta de una capa de cera sobre la cual iba una hoja de papel encerado transparente, ella misma cubierta por una lámina de celuloide. Con un punzón se aprieta el celuloide y así se pone en contacto la hoja de papel con la capa de cera y un trazo aparece. Al despegar la hoja de papel de la tableta, el trazo desaparece. Así uno puede escribir, borrar y escribir de nuevo. Cuando uno mira de cerca la capa de cera, a una luz apropiada, ve que la superficie de cera ha guardado la huella aunque esa huella no resulte visible una vez el papel despegado de la tableta.
Freud asimila la hoja de celuloide al sistema de la percepción que no conserva ninguna huella duradera, asimila la hoja de papel encerado a la conciencia, y la lámina de cera al inconsciente. Luego lo que se escribe es el resultado de la coalescencia de esas tres capas. Lo que aparece como escritura es el resultado de una conexión entre percepción, conciencia y huella inconsciente. La percepción es insoportable, puede ser traumática cuando uno no la puede enlazar con algo conocido, cuando se queda sin sentido. Darle sentido, inscribirla en una historia es ya un modo de remediar un exceso de percepción.
Si la conexión entre las tres capas no se realiza, luego nada no se escribe, nada puede ser retenido, recordado, pero nada tampoco puede olvidarse. Puesto que para olvidar es preciso despegarse del presente percibido, inscribirlo en alguna parte y pasar página. Insisto en esa posibilidad de desaparición ya que el olvido cumple una función importante. Bien se sabe que muchos autistas dan muestras de una hipermnesia asombrosa. Numerosos testimonios dan muestras de ese empuje a memorizar, como si el autista fuera condenado a no poder olvidar nada.
Volvamos al Block maravilloso. En realidad, con ese dispositivo Freud distingue tres tiempos: el tiempo de la percepción que en sí mismo no deja huellas, uno percibe en el presente. Luego hay el tiempo de la inscripción que permite tomar conciencia de lo que sucede. Esa inscripción implica la coalescencia de tres capas, o sea el lazo con la huella mnémica. Y hay el tiempo de borrar que permite reutilizar la tableta para nuevas escrituras. Con ese modelo, Freud muestra que para que el psiquismo no deje de grabar nuevas impresiones, es preciso que sea capaz de olvidar.
Sin embargo hay cosas inolvidables, es el caso del traumatismo. ¿Cómo hacerlo pasar al inconsciente? Aquí es donde me viene un recuerdo para mi inolvidable, el de una chiquita de 5 o 6 años que me habían presentado en Medellín. Su psicóloga quería saber qué hacer con esa chiquita que habían excluido de la escuela por sus trastornos de comportamiento. Vale decir que su comportamiento era particularmente inadaptado ya que proponía a sus compañeros hacerles felaciones. La escuela no había encontrado otra solución sino la de echarla. Cabe decir que esa chiquita había sido criada por una madre soltera que se prostituía en casa.
No recuerdo exactamente lo que esa chiquita me dijo. Sobre todo ella me preguntaba por cosas sencillas de la vida cotidiana, lo que demostraba su falta de marcas. En cambio recuerdo perfectamente la pregunta en la que terminó nuestro encuentro. “Quisiera que me enseñes escribir”.
Otro ejemplo me viene a la memoria cuando reflexiono en esa cuestión del traumatismo.
Recuerdo haber atendido hace ya unos años un varoncito de 3 años que acababa de padecer lo que su familia suponía ser un traumatismo espantoso. Volvía solo con su padre a casa. El padre acababa de jugar rugby y se derrumbó en la alfombra del salón vencido por un infarto. Se supone que el niño permaneció media hora solo frente al cadáver de su padre antes de que la madre acudiera. A raíz de ese acontecimiento trágico cuyo sentido le había escapado, se puso a jugar a hacerse el muerto. Se tiraba al suelo diciendo “estoy muerto”.
Cuando atiendo a ese niño por primera vez, él llega fanfarroneando en mi despacho: “Papa ha muerto”. Luego, muy animado, empieza con una visita muy completa de mi despacho. Se sienta en mi sillón, coge el teléfono, tocan al timbre, él contesta al interfono, como si estuviera listo a ocupar mi puesto. Pronto me doy cuenta que ese chiquito no ha entendido lo que significaba la palabra: Papa ha muerto. Sin embargo ha comprobado la importancia que le otorgaba esa frase que él repetía y con la que pasmaba a sus allegados.
En esa época pensé que yo tenía que apartarme de la fascinación colectiva. No se trataba de imponerle a ese chiquito palabras y un sentido a partir de una escena que sólo hubiéramos podido imaginar. A él le tocaba encontrar sus propias palabras para construir su historia.
En un primer tiempo aconseje a la madre que le contara lo que ella vio al volver a casa. Había visto al niño presionando la barriga de su padre. Luego el niño pudo relatarme lo que había sucedido. El recordaba un gesto de su padre que se estaba derrumbando y que había extendido los brazos. Así que el niño pensó que su padre pedía que lo ayudara a levantarse. Se quedó fijado en esa idea que hubiera podido levantar a su padre. Recuerdo haberle dicho que le hubiera resultado imposible levantar a su padre quien, ese día, había decidido morirse Así pensaba yo en devolverle al padre la culpa de su muerte. Sea lo que fuere después de esa sesión, el niño dejo de fanfarronear con su “ mi padre ha muerto”, se apaciguó aceptando que yo le pusiera limites a su suerte de megalomanía. Creo que a fin de cuentas lo impactó que yo subrayara lo imposible. Pronto hablamos de otra cosa y dejó de venir.
Volvió a los 12 años por tener pesadillas desde que se había puesto a practicar el surf tal como su padre. La madre había favorecido una identificación del hijo al marido difunto legándole al hijo la tabla de surf de su padre. El hijo tenía pesadillas desde que había colocado la tabla en su habitación. Pronto identificó el asunto, colocó la tabla en un armario fuera de su habitación, desaparecieron las pesadillas y el también porque ya no tenía más que decir.
Volvió una última vez, a los 16 años para tranquilizar a su madre que se preocupaba porque no estudiaba en el colegio y que se escapaba cuando ella le prohibía salir. El entendía la inquietud de su madre y se comprometió a tranquilizarla. Hablamos un poco de su porvenir y entonces es cuando me enteré de que quisiera hacerse de bombero.
Ese joven me mostraba como tejaba su camino a partir de un encuentro con lo real, del que había logrado protegerse, rodeándolo por un nudo de sentido que le permitía olvidarlo y sin embargo eso era, sin que lo sepa él mismo, lo que le orientaba la vida.