Publicado el 25/09/2020

El valor de la vida

Supongo que fue en el momento que hemos experimentado recién con esa pandemia que se les ocurrió proponer este tema de charla para esta noche: el valor de la vida.

Es verdad que, en estos momentos, casi todos los estados se enfrentaron a una elección difícil entre la salud de su economía y la salud de sus ciudadanos.

Me parece que ese tipo de elección, planteado de modo explicito, es bastante nuevo. No creo que en las pasadas grandes epidemias, la cosa se planteaba así. Por ejemplo, en la época de la peste grande, la gente no se preocupaba por la salud de la economía.

Lo que ha cambiado mucho desde esa época, es la mundialización de la economía. El mercado mundial, los negocios, luego el trabajo de las empresas, los empleos, todo eso se ha vuelto una necesidad vital para muchos. Entonces nos hallamos con dos tipos de enfermedades: las enfermedades de los cuerpos y las enfermedades de sus intercambios es decir las de la economía. De ahí la elección difícil entre salud de los cuerpos o salud de la economía.

Yo estaba en es punto de reflexión cuando vi un documental sobre el precio de ciertos medicamentos y las ganancias enormes sacadas por la industria farmacéutica especialmente por ciertos grandes laboratorios. Por ejemplo, para el tratamiento de ciertos canceres, cobran más de tres cientos mil euros para una sola quimioterapia. ¿Cómo justifican tal precio? No tanto por el precio de fabricación de la medicación, ni por la necesidad de invertir en las investigaciones fundamentales (ya no las hacen, se hacen ahora en las universidades) sino por la ley del mercado fundada en la demanda, importantísima cuando se trata del valor de la vida.

Así que, en nombre del valor de la vida, sacan ganancias enormes que sólo sirven para nutrir sus accionistas y asegurar la salud de su economía. Luego vemos que el valor de la vida para cada uno sirve como índice y pretexto para sostener una economía cínica que parece no tener límites y no preocuparse por la salud de los cuerpos sino por la tasa de su cotización en la bolsa.

Aquí encontramos aquella pareja despejada por Freud: pulsión de vida / pulsión de muerte. Una no anda sin la otra. Así que apostar por el valor de la vida puede conllevar a nutrir la pulsión de muerte.

Creo que llegaríamos a la misma conclusión reflexionando sobre esa nueva corriente que se llama transhumanismo. Se trata de posponer los limites de la vida gracias a las nuevas tecnologías, los robots, la inteligencia artificial y así mejorar la raza humana.

Los transhumanistas consideran ciertos aspectos de la condición humana tal como la discapacidad, el sufrimiento, la enfermedad, el envejecimiento o la muerte como indeseables. Y sueñan con aumentar el cuerpo humano, implantando todo tipo de aparatos, prótesis, chips en el cerebro, para llegar a una raza post humana que seria, según dicen, la única salida para nuestra raza.

No es difícil vislumbrar detrás de ese movimiento que se alegra ver que la ciencia puede posponer los límites de la vida, detrás de ese movimiento que parece ser a favor del aumento del valor de la vida, todo lo contrario, o sea un movimiento para deshumanizar nuestra condición y así llegar a lo peor.

A fin de cuentas, estos primeros puntos me llevan a la conclusión sencilla que lo que le da su valor a la vida es el hecho de que uno la puede perder, pero cualquier que sea el esfuerzo que uno haga para no perderla, para no correr ese riesgo, eso no aumenta el valor de su vida, muy al contrario, la desvaloriza.

La primera idea que tuve al descubrir el tema que proponían para nuestra charla fue lo de considerar que, al nivel de la evolución de nuestra civilización, el valor de la vida parece haber aumentado. Si piensan en las guerras de la Antigüedad o de la Edad Media, si piensan en como fallecían los hombres en los campos de batallas, en como fallecían madres y niños en el parto, podrían pensar que a primera vista la vida no tenía el precio que tiene ahora. Hoy en día cuando un ejercito se entrega a la guerra es con aparatos que le prometen el riesgo cero.

Hay aquí como una paradoja. El valor de la vida parece haber aumentado a lo largo del desarrollo de nuestra cultura, sin embargo, no podemos decir tranquilamente que nuestros antepasados menospreciaban la vida. Muy al contrario, yo diría que lo que menospreciaban era la muerte. La consideraban como un real imprescindible que daba más sentido a su vida.

Hoy en día, lo hemos visto con el transhumanismo, se trata de borrar la muerte como límite de la vida, se trata de borrar la muerte en nuestra cultura. Los rituales funerarios van desapareciendo cada vez más de nuestra vida cotidiana, aunque se nos proporciona el numero de decesos debidos al Covid cada día. Pero es un numero, y nada más. Un numero indica un valor, pero no basta para dar un sentido.

Aquí llego a un punto que permite quizás resolver la paradoja. El valor, no es exactamente el sentido. Eso es especialmente llamativo cuando se trata de la vida. No hay que confundir el valor de la vida y su sentido.

En una famosa conferencia dictada en Bélgica, Lacan decía: «fuera del riesgo de la vida, no hay nada que a dicha vida le da un sentido.» Es decir que cualquier que sea el valor de la vida, o su precio, lo que le da su sentido es que uno puede arriesgarse a perderla.

A menudo los que padecen una angustia de muerte, los que temen morirse, no se dan cuenta de que en realidad lo que les dan miedo es vivir.

Pero, decir que lo único que da sentido a la vida es lo de arriesgarla es quizás un poco radical. Es verdad para ciertos, pero no para todos.

En cambio, en Freud encontramos esa cuestión del precio de la vida desarrollada de otro modo. El mismo Lacan lo subrayó en su seminario del año 65: Los problemas cruciales comentando el estudio de Freud sobre su olvido del apellido Signorelli.

Recuerden que Freud relataba su charla con un compañero de viaje y confesaba que tuvo que censurar ciertos temas que le venían a la mente tal como la importancia de la sexualidad en los pacientes turcos para quienes el precio de la vida es totalmente ligado a la sexualidad de tal modo que prefieren suicidarse si su sexualidad deja de funcionar. Saben que había aquí un nexo entre la muerte y el sexo, y Freud nos demostró que ese nexo funciona como agujero negro que arrastra cualquier significante que resuena con él.

Así que, aprovechando una observación de sus pacientes, Freud nota que la muerte y el sexo son los dos polos que enmarcan el precio y el sentido de la vida. Eso lo sabíamos desde hace mucho tiempo. La vida se inicia con un encuentro sexual y se acaba con la muerte. Pero en este texto Freud va mucho mas allá porque añade que el sexo y la muerte participan en el nudo a partir del que se teje el inconsciente. Luego nos quedaría por estudiar la relación que existe entre el inconsciente y el sentido de la vida.

Dejo ese punto a un lado porque me queda un último punto por abordar.

El precio de la vida es precisamente el índice con el que se discriminan dos posiciones distintas en un discurso que ha estructurado generación tras generación nuestra cultura durante siglos.

Recuerden que en aquel discurso hay el que está listo a arriesgar su vida en el campo de batalla —el amo— y el que prefiere gozar de la vida —el esclavo.

Hasta la Revolución, la mayor parte de la aristocracia francesa se fundaba en lo que llamaban la nobleza de espada. Es decir que a quien se había ilustrado por sus hazañas en el campo de batalla el Rey le otorgaba un titulo de nobleza. Supongo que pasaba lo mismo en España en el ámbito de la caballería.  Nobleza de espada y caballería han pasado de moda. ¿Sera que todos, somos esclavos? ¡Claro que si! Y menos mal, porque la vida del esclavo es más cómoda que la del amo. Pero el problema con el que tropezamos es que, si somos todos esclavos, ¿de quien los somos? Visto que han desaparecido los amos: de nadie. Aquí está el problema. Somos todos esclavos de un sistema, de una economía, que se funda en nuestro goce, que lo nutre, lo que nos vuelve cada vez mas esclavos de él. De ahí surge el grito saliendo del coro de los esclavos: «que salven nuestra economía, antes que nada.» Y así vuelvo a mi punto de partida: ese virus maldito nos lleva a una elección difícil: ¿salud de los cuerpos o salud de la economía?