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El valor de la vida: Vida y psicoanálisis
Sea por esta extraña vía, es un honor compartir con Ana y, sobre todo, con Bernard, a quien hace tiempo que no veo, ya que a Ana la veo más a menudo, esta mesa redonda en estas circunstancias extrañas.
1926, George Sylvester Viereck entrevista a Freud. El entorno es apacible, hay flores en el jardín de la bonita casa de los Freud en los Alpes suizos. No obstante, en este idílico lugar, un hombre, Freud, nos hace oír su sufrimiento. Lo que dice conmueve. Dividido, se contradice. Su cáncer, operado muchas veces, le obliga a llevar el artilugio de un maxilar que le dificulta el habla.
¿Qué sentido tiene para él la vida? Viejo, con 70 años —aunque no tanto, diríamos ahora— y enfermo. Por un lado, no soporta la vida y dice: «tal vez los dioses sean gentiles con nosotros tornándonos la vida más desagradable a medida que envejecemos. Por fin la muerte nos parece menos intolerable que los fardos que cargamos». Por otro lado, Freud rápidamente nos dice también cómo no se deja derrotar: «Aun así prefiero la existencia a la extinción, y 70 años me enseñaron a aceptar la vida con serena humildad. Soy afortunado». Vale la pena leer la entrevista entera, ahora con la espada de Damocles del miedo al virus que tanto agitan los medios de comunicación ante la imparable pandemia.
¿Es cambiante el valor de la vida? Sí y no. La vida no tanto, pues la pandemia ha hecho visible lo que sabíamos que ya existía: la vulnerabilidad humana, la falta de garantía, la brecha y las desigualdades sociales qué tantos políticos tratan de disimular, entre otras cosas. La cuestión es: ¿De qué valor de la vida hablamos desde el psicoanálisis? Pues con el psicoanálisis podíamos saber que la incertidumbre, la falta de garantía en el otro del saber, son estructurales en la condición humana; pero el valor de la vida es cambiante.
Ya como palabra, «valor», la RAE nos dice, si miramos en el diccionario, 8 sentidos diferentes del término. No los citaré para no perder tiempo. Lo sabemos en carne propia y ajena. Valía, valentía, valor material son los más comunes. Ahora se cuestiona mucho porque la subjetividad de la época, más con la pandemia, depende mucho de los discursos imperantes en lo social. Pero nosotros, analistas, si bien atentos a la subjetividad de la época, oímos también, y, sobre todo, al sujeto particular del inconsciente en el que reside la clave de sus síntomas, que no encajan en la subjetividad de la época. Sí, el síntoma del que padece cada cual es disidente. Pero eso no quiere decir que el sujeto sea disidente, eso no quiere decir que el sujeto se pregunte por ese síntoma como algo que le concierne a él. El síntoma puede ser disidente, el sujeto no siempre es disidente- cada vez menos-. Por eso entiendo que Lacan diga a los americanos que la vida tiene valor cuando alguien llega a estar contento de vivir por efecto de su análisis. Por eso entiendo que no predique sobre cómo vivir, pues el valor de la vida cambia en un sujeto, y de unos a otros.
No concuerdo con el Freud que refiere: «Es posible que la muerte en sí no sea una necesidad biológica. Tal vez morimos porque deseamos morir». Me pregunto, ¿no es una negación de que hay un real biológico? Porque en otros momentos lo reconoce, que hay un real biológico ajeno al inconsciente. ¡Ay, porque el inconsciente no es el todo y no hay todo! Hay un real de la vida biológica, ignorado por el inconsciente. Lo no sabido tampoco de la biología, esa falta de saber es lo que creo que mueve a los científicos.
Pero pongamos a Freud en contexto. Nos dice, creo en esa entrevista, que ambivalencia es lo mismo que contradecirse. Recuerdo que Lacan decía que el verdadero ateísmo es no contradecirse todo el rato, y Freud no era un verdadero ateo, porque creía en el padre, tapón de la falta estructural del Otro, de lo imposible de saber y decir. A tachado es el matema que escribió Lacan, tapado por la creencia en el padre freudiano. Por ejemplo, tras la frase citada, Freud nos habla de la ambivalencia amor-odio. No lo comparto, y me alegré de hallar el seminario «Aun» a un Lacan explícito que dice: No, o amamos u odiamos a alguien. Es justo el seminario en el que más se separa de Freud. En otros ya lo había hecho. Explica que hay amores no narcisistas, amores que son por contingencia, encuentros entre sujetos de un inconsciente. Amores y amistades. Y hay odios, dirá Lacan, por intolerancia al ser y la existencia real del otro, irreductibles por ese real en el corazón del ser del otro. Con Lacan no hablamos de pulsión de muerte, ni hablamos de su lucha pulsión de muerte-pulsión de vida, pero hablamos de goces contrarios al deseo, de goces fuentes de síntomas, autodestructivos, y de deseos que vencen, o no, pero que tienen, algunos, con el análisis, la posibilidad de vencer esos nefastos goces.
Con Lacan y en la clínica cotidiana, no hacemos ya una dualidad en pugna. Apuntamos a que el psicoanálisis se proponga anudar deseo y goce, de modo que haya goces que, al tornarse placenteros, sean más asumibles por el sujeto del deseo, por un sujeto deseante.
Así, la cuestión del valor de la vida nos conduce a que no hay dogma alguno en el psicoanálisis, pero sí un saber de la condición humana que tiene consecuencias teóricas, clínicas y para orientar la praxis terapéutica. Eso no quiere decir relativismo, o cinismo, sino que no hay más brújula que la de la ética. Muy presente, por cierto, la ética en Freud, al que admiro cuando nos dice, por ejemplo, que esa gratuita maldad humana, no presente en los animales, puede disiparse con el saber inconsciente, cuando ya se dispone de sus laberínticos hilos. En Freud, como en los griegos, encuentro una ética que con Lacan llamaría «no ajena a la tragedia del deseo». Algo que Unamuno llamó el sentimiento trágico de la vida. En el siglo 21 eso ya no rige. La tragedia carece de sentido; la tragedia es tan sabida como banalizada, por ejemplo, en la televisión. Y ya sabemos la función de la comedia, que da o no da valor a la vida, pero con su chispa nos hace olvidar lo real un rato y nos entretiene muy a gusto. «Más Santos, somos más nos reímos», que decía Lacan en el 74 en «Televisión».
Divertirse da valor gozoso a la vida, y más ahora en el 2020 cuando los discursos, los vínculos sociales, han estallado por el neoliberalismo capitalista que ha hecho cambiar, no la condición humana del hablante, pero sí el valor de la vida en la subjetividad. Con el psicoanálisis, he dicho y lo afirmaré del modo más simple, que la vida adquiere valor libidinal cuando un deseo se anuda con modos singulares de goce. Esto difiere para cada cual. ¿No es lo que Lacan llama «Sinthome» ?, me pregunto.
Pero es difícil hablar desde el psicoanálisis del valor de la vida, al menos para mí, sin distinguir previamente que lo real no es unívoco. Me explicaré lo más simplemente que sepa, pues reales, existen diversos, hoy me referiré a tres:.
- Hay un real biológico, ya lo he dicho. Vejez, enfermedades y muerte, ajenos al inconsciente. Hay quien no quiere morir y muere, y hay quien no quiere vivir y vive, como más de un melancólico, por ejemplo. Y hay el misterio de quién vive y quien muere, en el que su posición subjetiva incide y lo puede dilucidar, quizás- conozco casos- , a posteriori en un análisis, cuando sobreviven a una enfermedad, a un cáncer, por ejemplo. Son casos que alegran. Hay casos que alegran la vida, hay otros que alegran menos la vida.
- Hay un real, que he llamado antes de la brecha social, que retorna cada vez más, con creces, en proporción a cómo no lo ha inscrito el discurso capitalista como imposible. ¿Quién se creía que la felicidad existe, o que no hay imposibles, pastoral propia de la ideología de mercado? Resulta entonces que cada vez hay más pobres que antes, ya que las llamadas crisis económicas dejan en la miseria a quien no se lo esperaba. Se revela, más aún, que sin bolsa no se puede vivir. Ladrones los hay de muchos tipos…
- Me referiré ahora al resto real de la condición humana de la que más nos ocupamos en el psicoanálisis: El Real de los seres hablantes que somos, lo queramos o no, sexuados y mortales. Ese real, letal en la alienación significante, puede revelarse vital en la separación del Otro del significante , para valer en el deseo. Ahora bien, ese no todo significante y no todo inconsciente sólo se atisba pasando por la experiencia del inconsciente, que no conoce edad, por cierto. En suma, que hay distintos registros de lo real. He dicho he dicho algunos, no todos, y algunos registros que determinan el valor de la vida.
La medicina científica en sí no promete la vida eterna, ni que exista cura para todas las enfermedades. No estoy de acuerdo en que ciencia y religión sean lo mismo. Sean cuales fueren las pretensiones de la tecnociencia, el anhelo de la vida eterna es un ideal religioso. No es lo mismo que ganar saber a lo ignorado de lo real, en la física, biología o matemáticas. No estoy hablando de la tecnociencia, sino de la ciencia.
Diría, para resumir, que la ciencia puede dar valor a la vida por el saber que falta, en el deseo de adquirirlo; mientras la religión puede dar valor a la vida con la creencia en otra vida mejor que está. No sé si afirmar que la ciencia apunta a dar valor a la vida por el saber y la religión por el ideal. En ese aspecto, el psicoanálisis está más cerca de la ciencia que de la religión; pero ideales, y también laicos, hay muchos. Cualquier cosa que rompa las expectativas de un sujeto, sus ideales, lo que esperan en el horizonte, sus aspiraciones, lo que le afecta, lo que le resulta incómodo, y fuente de malestar o traumático es tratable en un psicoanálisis. Sea lo inasimilable también de las catástrofes naturales, o de las enfermedades y otros reales que los inherentes a ese resto del inconsciente que he dicho en el apartado 3.
No es azar que abunden las «ofertas» de servicios psicológicos. Para muestra, un email recién recibido de publicidad de un centro de fisioterapia. Cito la publi:.
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Las palabras son sugestivas, no inocentes. Asesoramiento dice lo que dice. Discusión más agudizado con la pandemia. ¿El psicoanálisis asesora? No. No es una terapéutica como las demás. Si no asesoramos con protocolos es porque escuchamos para oír que impide al paciente dar un valor a su vida. Hay quien se angustia con la pregunta del sentido de la vida. Hago un inciso: a mí siempre, pensando el tema, me recuerda a la genial película de Terry Jones La vida de Brian.
Sentido puede ser tomado en su connotación lingüística o también como dirección a seguir. Los neuróticos nos hablan más de las desgracias del ser, de no caer en gracia o de la desgracia que les cae encima, sin motivo, no entienden, les cae encima. No asesoramos ni prometemos la felicidad porque no hacemos publi tramposa, como en la economía de mercado, que se apodere de cualquier bien o mal con tal de vender. Eso es nuestra ética.
El valor de la vida, insistiré, no es promesa de felicidad o dicha. El valor de la vida se adquiere pasando por la castración, que nos indica que la ausencia de felicidad es lo que hace, justamente, que la vida tenga un valor subjetivo. El valor de una satisfacción singular que no envidia ya a la que el otro tiene. Oímos las desgracias del neurótico y del psicótico sufrientes, lo que les impide radicalmente estar contentos de vivir. El fantasma neurótico, la convicción o las certezas delirantes psicóticas, son el mayor obturador de la cuestión, y sobre todo de la de la cuestión del sujeto; pero, sobre todo, estructuralmente son el mayor obturador de la castración. La castración se manifiesta no sólo en nuestra humana vulnerabilidad. Nuestros complejos, dice Freud en la citada entrevista, (que por cierto la encontráis fácilmente en internet con el título «El valor de la vida») nuestros complejos dice Freud, «son la fuente de nuestra debilidad; pero con frecuencia son la fuente de nuestra fuerza». La falta del sujeto, los límites, son llevaderos, como compruebo. No es eso lo que nos produce el horror de la castración, creo. La falta de valor da un valor deseante a la vida, al fin y al cabo. La falta, la falta subjetiva y la falta en el Otro. Lo que nos falta, en suma, da un valor deseante a la vida; pero también se puede usar como coartada, aviso. Lo que nos produce horror es descubrir que no hay saber que nos diga qué somos; y lo que puede dar valor a la vida es una elección ética, propia, especial, que anuda deseo y goce.
Horror de la castración; ¿cómo pasar por ese horror de la castración para dar valor a la vida? Porque hay éticas dispares. Somos «épars desassortis» dijo Lacan en francés. Me gusta más la traducción de «dispersos dispares» que «dispersos desparejos».
La ética del deseo del analista no es obligatoria. Hay otras: por ejemplo, la que se llama «del sano egoísmo», cuidar lo propio y lo que nos rodea, y sin ser cínico. Hay elecciones del deseo; pero eso sí, que no carecen de consecuencias. Estar con otros, construir algo en común; hay que desearlo, y activamente.
Es una alegría, una satisfacción subjetiva inmensa descubrirlo con el psicoanálisis, que, en eso sí, concuerdo con Freud, nos libera del Superyó y nos confronta a la libertad de elegir. Pasar por la angustia y la tristeza puede llevar, si queremos, a librarnos de ellas, de la angustia y la tristeza. Los duelos llevan un tiempo, pasan. Y como dice la sevillana: «Pasa la vida». Pasa la vida, pero no siempre tan callando, como dice la sevillana. Mientras los sanitarios de la pública claman en Madrid «no podemos más», pasa la vida; pasa la vida, no sin valor.
Gracias.