Publicado el 08/03/2017

El saber-hacer del analista y la cuestión del toque

Así como Menón le pregunta a Sócrates si la virtud se enseña o no, nosotros podemos preguntarnos si ser analista es algo que se enseña o no, y por lo tanto, si se puede aprender. Podemos responder que ser psicoanalista no es del orden de la maestría. No hay ni maestros ni pupilos, y lo que se transmite no es el saber, sino el deseo de saber. Por eso, lo que se enseña no depende del saber acumulado, sino de la manera en la cual ese saber haya sido prendido, anudado, incorporado por aquel que transmite una enseñanza, lo cual está anudado a su propia experiencia en el análisis.

La pregunta que se plantea Lacan desde muy pronto es acerca del lugar que debe ocupar el analista, y cuáles son las condiciones para ello. A lo largo de su enseñanza va aportando mojones respecto de esa cosa difícil de atrapar que es el saber del psicoanalista. En el Seminario de la Transferencia, ese lugar está en relación a cierta operación que implica el orden de un vacío.

En las conferencias que Lacan dio en Sainte Anne en 1971 sobre el saber del psicoanalista, o sea, 10 años después del Seminario de la Transferencia, plantea que “la cuestión del saber del psicoanalista no es de ningún modo saber si eso se articula o no, sino saber en qué lugar hay que estar para sostenerlo”.1 Pero una cosa es saber en qué lugar hay que estar para sostenerlo, y otra saber sobre ese mismo lugar en el que se está, ya que el discurso del analista no es del orden del conocimiento, pues no hay una relación de conocimiento con el objeto “a”. Lo importante de nuevo para Lacan es que hace falta estar en un lugar determinado para que ese saber se pueda sostener.

En la Nota italiana (1974) afirma que, si bien el análisis es una condición necesaria, no es suficiente para ser analista. De ahí que diga que no cualquiera sea analista. “De donde surge el analista es del no-todo”, y para ello, hace falta tomar en cuenta a lo real en tanto que aquello que resulta de nuestra experiencia de saber.

El real que le interesa al psicoanálisis es el sexual. Si el analista puede circunscribir la causa de su horror a saber, horror ante la existencia de ese real, entonces “él sabrá ser un desecho”. Es decir, podrá ocupar la posición de aquello que para el sujeto se presenta como causa del deseo.

Eso que es inatrapable y que llamamos “a”, es lo que ocupa el lugar del semblante en el discurso del analista, que resulta de la operación que se produjo en su propio análisis. Precisamente eso es lo que está escrito en la parte de debajo de dicho discurso. Ahí, lo que ocupa el lugar de la verdad es el saber, saber del analista podemos decir, y que está hecho de los efectos de la constatación -a través de las vueltas en el análisis-, de que entre S1 y S2, hay un abismo. Ese abismo va a ser el Uno que insiste, y que tiene como consecuencia que la verdad solo puede medio decirse. Así que podemos decir que éste es el núcleo esencial del saber del analista. Es un real que precisamente es lo que lo hace sostenerse como discurso.

Merece la pena resaltar la diferencia entre saber-hacer (savoir-faire), y saber apañárselas (savoir y faire). Saber-hacer es el conocimiento práctico de alguna actividad. Es un componente esencial de un arte u oficio, pero no cabe en un libro de recetas. Apunta a la experiencia, pero no solo, ya que incluye el tacto, la mano izquierda, que añaden algo más a la cuestión de la experiencia. El saber apañárselas, (savoir y faire), se refiere sin embargo a la capacidad de manejar algo o saberse manejar con algo, saber desenvolverse.

Podemos decir que el saber-hacer del analista, está articulado en parte, al saber del analista. Antes planteaba que el analista es un producto contingente de la operación analítica, así que no siempre sucede. El saber que se extrae de la experiencia analítica es el del inconsciente llevado hasta el límite del no sentido, de lo no sabido que se goza. Es un saber que ya no es supuesto, y es un saber sin sujeto, y que también implica saber cómo se embrollo en sus síntomas, y un cierto saber apañárselas con eso. Lo que ha sido producto de un acto, y que no es del orden ni del conocimiento, ni de la información, ideales de nuestro de nuestro tiempo, ¿es enseñable? El pase nos muestra que hay algo de esto que pasa, y también nos enseña.2

¿De qué depende la cuestión del “toque” implícita al saber-hacer del analista, ya que no es algo que se puede adscribir al conocimiento? Podemos decir que tiene que ver con el saber extraído de su experiencia como analizante. Es la cura lo que puede conducir a un savoir y faire: un saber hacer con el síntoma, lo cual va de la mano de las vueltas que hay que dar en un análisis para localizar las zonas oscuras, imposibles para el saber, cuyo territorio es lo real. Me atrevo a decir que el saber del analista es un efecto de saber de su propio análisis, sobre lo no sabido, que puede permitir contingentemente un saber-hacer como analista, y operar como tal, dado que su propio análisis le ha conducido a algo del orden de un desecho, de un vaciamiento de goce imprescindible para poder ofrecer vacante ese lugar a otro analizante, como nos plantea Lacan en el seminario de la transferencia. Pero si bien se dan las condiciones necesarias para poder operar, pienso que hay otra cosa que añadir a ese saber-hacer. Se trata del “toque”3. ¿Podemos llamarlo estilo? Es aquí donde apunto la hipótesis de que su estilo se derive de su savoir y faire, de la identificación con su síntoma. Eso es lo que le puede dar además un cierto saveuoir –palabra hecha con sabor (saveur) y saber (savoir)- un determinado sabor al saber, un cierto paladar, y que pueda conducir las curas con un “toque” personal, un matiz. Eso que en la elaboración de un plato no está incluido en la receta. Así pues, planteo una trenza entre saber del analista (savoir de l’analyste)-saber hacer del analista (savoir-faire de l’analyste)- y saber apañárselas con su síntoma (savoir y faire). Siendo esto último lo que daría el “toque” particular al saber-hacer como analista, de lo que resulta que no haya moldes para los analistas. No hay uno igual al otro.

Savoir y faire del cual los artistas nos enseñan cuál es su “Instrumental”. Justamente ese es el título del libro de James Rhodes donde testimonia de la manera en la cual con la música ha podido construirse un nudo que le permite vivir en vez de suicidarse.

Ese saber hacer con (savoir y faire), está, tanto del lado del analizante como del analista, en tanto que ambos son sereshablantes, luego sometidos al mismo imposible de la falta de saber de lo sexual. Ambos se posicionan ante los advenimientos de lo real. La diferencia estriba en que al analista se le supone estar advertido de la existencia de dicho real, y haber llegado a saber cómo se embrolla con sus síntomas, y cómo desembrollarse; haber encontrado una manera no tan sufriente de hacerse con ese imposible, para lo cual en su análisis tuvo que deponer su horror a saber, e incluirlo como parte de la constitución de su núcleo sintomático, y no dejarse engañar demasiado por aquello que lo vela. Eso le puede permitir poder seguir la pista al analizante en cuanto a sus maneras de anudarse a lo largo de la cura. Precisamente en el Seminario del L’Insu dice que el pase consistiría en cómo reconocer lo que es un nudo borromeo en el pasante.4

No se trata de saber lo real, pues eso es inaccesible, sino tomarlo en cuenta en tanto que existe. Existe lo real, y existe el goce. Eso es del orden de lo Uno que insiste, de lo que no cesa de existir hasta la muerte. El real es inamovible, y el análisis no lo modifica, ya que justamente es del orden de la existencia. Pero el análisis sí puede producir mutaciones en la posición ante lo real. Esa es la apuesta.

El real es sin remedio, como dice Camila Vidal, expresión que me gusta, pues eso implica que no hay ni curación, ni corrección, ni auxilio. Tan solo la advertencia. Se está advertido frente a lo real, y eso, tomando prestada la tesis de Gilles Lipovetsky en su último ensayo, produce un efecto de “ligereza”.5

En El saber del psicoanalista, Lacan define al psicoanálisis como “la localización de lo oscurecido que se comprende, de lo que se oscurece en la comprensión, debido a un significante que marcó un punto del cuerpo”.6 El psicoanálisis es entonces una zona entre luces y sombras. Así que, si en el pase se testimonia sobre lo acontecido en un análisis, tendrá que estar también a media luz, como la letra del tango.

Si lo Real es “el misterio del cuerpo hablante”, de ese cuerpo “parasitado por el significante”, si con él solo podemos tener que vérnoslas en la oscuridad7, la pregunta para Lacan es cómo reconocer en la oscuridad lo que es un nudo borromeo, dado que afirma que es de eso de lo que se trata en el pase. Cómo deducir, extraer lo que es un decir, ya que no es lo mismo que lo que se dice. En su libro “Lo que queda de Auschwitz”, G. Agamben comenta que en los testimonios de quienes estuvieron en un campo de concentración, se incluye una “laguna”. Daban testimonio de algo que no podía ser testimoniado. Para Agamben, comentar esos testimonios incluye tratar de escuchar a esa laguna, es decir “tratar de escuchar lo no dicho”. Para lo cual, hacía falta que el testimonio estuviera bien contado.

Notas

1 Conferencias de J. Lacan en Sainte Anne, 4-11-1971. Ed. Paidós. P. 44

2 En español, mostrar y enseñar son sinónimos

3 Encuentro con sorpresa que en el Seminario sobre el deseo y su interpretación, (Lección 18 marzo 1959, pág. 307, )Lacan utiliza la palabra “toque” para hablar de que la representación de una obra es diferente a su lectura, pues eso introduce la dimensión del cuerpo, o sea, aquello de lo cual se provee el cuerpo. De manera que plantea una cierta afinidad entre lo que tiene que representar y su inconsciente. Eso que agrega, no es lo que constituye lo esencial de lo comunicado en la representación del drama.

4 L’Insu que sait de l’une bevue s’aile a mourre. Lección del 15-2-1977

5 Lipovetsky, Gilles. De la ligereza. Ed. Anagrama

6 Lacan, el saber del psicoanalista, 4-5-1972

7 Lacan, Seminario XXIV, L’insu. Clase 15-2-1977