Publicado el 05/07/2018

El problema estructural del masoquismo

En un texto preciso, innovador, inteligente, Gilles Deleuze cuestionó la supuesta unidad de sadismo y masoquismo, la creencia de que estemos ante un par reversible, que puede, por veces, desdoblarse proyectivamente en un agente y su partenaire, o bien en uno y el mismo sujeto. Para ello, con un criterio sin duda irreprochable, decidió “volver a empezar” prestando atención a los textos mismos de Sade y de Sacher-Masoch que causaron la transformación de nombres propios en nombres comunes1.

Pero, por más diferentes que sean como escritores Sade y Sacher-Masoch, en ambos casos, en el autor de Las 120 jornadas de Sodoma y en el de La Venus de las Pieles, los sistemas respectivos, el principio, los postulados y las derivaciones argumentales de cada uno, están pendientes del proceso de la escritura que implica una distancia irónica a través de cierto paso de comedia en Sacher-Masoch, y del ensayo de un lenguaje monumental en Sade, el que bien merecería el epíteto de ‘Bossuet de los infiernos’, un Bossuet aliado de la manera más extraña y eficaz, no siempre lograda, pero formidable en algunos momentos, con una suerte de picaresca excrementicia que transforma a la naturaleza en un banquete escatológico en el que constantemente, hasta la asfixia, se ingiere y expulsa mierda.

Gilbert Lely ha elogiado el estilo de la “introducción” de Las 120 jornadas, “…¿debemos recordar el retrato de Blangis, que brilla con un negro resplandor entre la espléndida desnudez de los esposos, la infernal belleza de su sermón a los ‘seres débiles y encadenados’, y esta galería de proxenetas y de dueñas, de ‘bardaches’<sirvientes homosexuales> y de muchachitas que nada ceden al album de los ‘Caprichos’ de Goya?”2

Las brillantes páginas que le consagrara Klossowski a la descripción del sistema sadiano, que se apoya en la tensión no redimible entre la búsqueda de abolición de todas las normas y al mismo tiempo la necesidad de mantener a cualquier precio esa ley de la que se abjura incesantemente3,no debe hacernos olvidar la formidable capacidad mimética de Sade, cuyo humor negro le permite imitar los más diversos estilos y formas –plegaria, homilía, memorialismo suntuoso, injuria, confesión, novela sentimental o libertina –, para componer con ellos un collage, un centón de citas y de alusiones, que profesa ese humor del cual forma parte esencial la advertencia dirigida al lector:

Es ahora , querido lector, cuando hay que preparar tu corazón y tu espíritu al relato más impuro que jamás ha sido hecho desde que el mundo existe, no encontrándose un libro semejante ni en los antiguos ni en los modernos. (…) Sin duda, muchos de todos los descarríos que verás pintados te disgustarán, lo sé, pero habrá algunos que te calentarán hasta el punto de hacerte eyacular, y esto es todo lo que queremos.4

 Se conoce desde hace mucho esta compulsión perversa a gozar de los límites del fantasma neurótico; ahora bien, el declararlo forma parte de otra escena que no es precisamente perversa y cuya singularidad quiero subrayar, aunque no sea este el lugar para su análisis.

 Es preciso decirlo: Sade no propone una práctica; de ella se han encargado, en el silencio del verdugo que contrasta con el clamor de las víctimas, los Gilles de Rais de la historia, y ya en la época suya, muchos de los que lo encarcelaron, en las sucesivas etapas de su vida: el reinado de Luis XVI, la Revolución, el Consulado y el Imperio.

Propone sí, llevar la imaginación a través del relato al límite de lo concebible, al límite de lo abominable: propone un libro, no una acción  y lo hace en un terreno en el que el perverso, ser de estereotipos y no de imaginación, no tiene nada que decir5.

Ejercita una pregunta radical: ¿ Es posible conservar los poderes de la literatura, conservar el cuidado del léxico, las premeditaciones sintácticas, el cálculo del efecto dramático, el armado del diálogo entre textos, la relación siempre difícil entre agudeza y espontaneidad, todo esto es posible cuando se ha sobrepasado la línea de lo atroz?

Lo cierto es que en la cuarta y última sección de Las 120 jornadas todo parece venirse abajo. Sade, quizá harto de suplicios imaginados, marchitos a fuerza de reiteración mecánica, quizá definitivamente hastiado, adopta el lenguaje administrativo de los campos de concentración: “Cuenta del total: Sacrificados antes del 1 de marzo en las primeras orgías…..10; a partir del 1 de marzo……20; y regresan 16 personas. Total: 46.

Respecto tanto a los suplicios de los 20 últimos sujetos como a la vida que se lleva hasta la partida, detallarlo a vuesto antojo. Comenzaréis por decir que los 123 restantes comían juntos y los suplicios a vuestro capricho6

“A vuestro capricho”, al torturador imaginario7 se le ha caído el látigo en la última frase de su obra.

I

La verdadera perversión, la grande, diríamos, carece de discurso; no milita ni argumenta, salvo forzada por algún testigo – analista, confesor, juez, psiquiatra y hasta policía –, y con la mayor de las renuencias. Y la razón de ello es simple, evidente, conmovedora: para el perverso, el neurótico constituye una fuente de explotación y de desprecio;según su perspectiva casi siempre tácita, el saber que invoca el hombre de la cultura es, digámoslo así, pura labia, pura boludez ilustrada ¿ quién puede saber del goce más que él?

¿Y Sacher-Masoch?

Pese al ingenio de Deleuze – ha escrito un texto sin duda más complejo y brillante que el del autor que comenta –, es notorio que literariamente está muy por debajo de Sade; aunque ya no sé si podemos distinguirlo de la literatura que engendró y que finalmente nos entrega un complejo textual considerable.

En La Venus de las Pieles, las dos figuras mayores – el látigo y las pieles –, son antes que nada eso: figuras retóricas de, para usar expresiones de nuestro autor, una embriaguez dulce8. Como lo advirtió el prologuista de una traducción española hecha hace mucho tiempo, probablemente al comienzo del siglo XX, algo esencial del personaje de Wanda se viste en traje de circo9.

No quiero decir, en absoluto, que los textos de Sacher- Masoch y de Sade sean “pura literatura”, en el sentido degradado de la expresión, precisamente porque la literatura tiene el poder de evocar lo inconmensurable e inabarcable cuando las ideologías lo censuran. Sin embargo, al dirigirse hacia el horror y la fascinación que circundan y penetran nuestro mundo, si es literario su objeto, por más detestable que sea, tiene un halo de dignidad estética que evoca la definición de belleza dada por Lord Bacon – “en toda belleza extrema hay cierta anomalía en la proporción10.

La dignidad está definida por el equilibrio inestable y lábil de la proporción amenazada por aquello que la excede y al mismo tiempo la estimula, la suplementa y en ocasiones la suple, aunque nunca deje de evocarla.

Entonces la verdad profunda de estos sistemas reclama, imperiosamente, por razones internas y externas – y estas últimas son, para nosotros, analistas, internas –, que otra textualidad, ajena a la estética11, aparezca para hacer contrapunto con ella.

II

De la vasta documentación sobre perversiones sobresale un texto de Michel de M’Uzan: “Un caso de masoquismo perverso. Bosquejo de una teoría”12. Aunque contiene observaciones indudablemente agudas, sobresale por la sensibilidad y honestidad con que nos ha entregado un documento clínico en cuyas entrelíneas podemos captar la transferencia invertida; es decir, ausencia de transferencia en el perverso y al revés transferencia efectiva del analista, lo que nos permite una visión nada abstracta y sólida, bien concreta, sobre la estructura.

“…el psicoanalista – dice casi inicialmente en un preludio significativo –, apenas tiene ocasión de encontrar al masoquista perverso, ese en quien las sevicias actúan sin el menor género de duda, que vive en su cuerpo lo que para algunos no es más que fantasma y que obtiene goce de ello. Por eso la mayoría de los trabajos conciernen, en rigor, sobre todo al masoquismo moral y al masoquismo llamado femenino, aun cuando se reconoce, con Freud, que su base común es el masoquismo erógeno”.

Hay aquí dos problemas previos a todo tratamiento riguroso del asunto: la tripartición masoquista según la discriminación freudiana13 entre masoquismo primario o erógeno, moral y femenino. Por el momento, quiero diferir el análisis del masoquismo erógeno, ya que nos reenvía al más allá del placer en el que una extraña positividad – el entrelazamiento del dolor y la voluptuosidad que cruza el abismo de lo que Freud denominó Nirvana14 –, se distancia de esa familiar magnitud negativa que es el placer, caracterizado solamente por la ausencia de displacer.

¿Qué hacer con esta dimensión tan ubicua como inaferrable, que Freud declara vinculada a “extremos harto oscuros”? ¿Qué hacer con esta oscuridad que nos remite, quizá en última instancia a la oposición sagrado/profano, a una prohibición firme de lo irrepresentable, en la que convergen todas las líneas de fuerza para finalmente perderse, cuya estela es un estremecimiento que inaugura el único mundo habitable, el profano?

Sobre el masoquismo femenino, Lacan dijo algo inapelable: es un fantasma masculino.

Y en cuanto al moral se confunde con el Super-Yo, es decir con la neurosis, con su declinación incesante de la culpa en necesidad de castigo; lo que tiene la mayor importancia, precisamente porque la amplia fenomenología del masoquismo pasa con una facilidad asombrosa del fantasma perverso de la neurosis, que no es otro que la perversidad polimórfica del neurótico, a las estructuras masoquistas, pero en el momento de ejemplificar clínicamente, sólo atina a centrarse en el masoquismo moral15.

Es este nuestro segundo problema: habitualmente el término ‘ masoquismo’ bascula inadvertidamente hacia la neurosis y así se dan respuestas triviales, casi cantadas, a un problema cuyos términos están mal desplazados.

El interés teórico del masoquismo perverso – sigue diciendo M’ Uzan –, es tan evidente que bien se podría esperar que, cuando a uno se le ofrrece la oportunidad de observar un caso, se consagrara a él sin demora.

No obstante, la observación de la que vamos a tratar aquí fue recogida hace ya más de diez años, y no pienso que este largo período se pueda poner entre paréntesis, pues precisamente dice sobre el caso algo que es esencial y significativo.

Por lo demás el material no proviene de una cura, sino de dos larguísimas sesiones; no deseé entonces proseguirlas, pese a que habría sido posible, tal como aplacé mucho tiempo el momento de interesarme en el caso. Efectivamente, las prácticas perversas de que se trata aquí son tan extremadas, tan espectaculares, que en un primer momento uno se siente inhibido. A tal punto, que casi todo lo que a este respecto se ha informado parece opaco cuando se lo compara con las sevicias que debió soportar mi sujeto.

Este cuadro sin duda les inspirará a muchos una mezcla de fascinación y horrorizada incredulidad, con el agudo sentimiento de que todo lo que se diga al respecto nunca será más que una racionalización defensiva más o menos lograda.

El señor M., mi sujeto, era quizá también de esta opinión; en todo caso, a pesar de la gran amabilidad y sencillez con que se presentaba, dejaba adivinar una actitud maliciosa y provocadora para con el interlocutor ( el rasgo demostrativo de Theodor Reik). (…) …habiendo leído cuanto era posible sobre masoquismo, se había sentido decepcionado.”

Se advierte: he transcripto estos escrúpulos iniciales en los términos mismos del autor, porque enmarcan adecuadamente lo que viene: es la acción sugestiva del relato perverso sobre el ánimo del analista, la prueba experimental que puede guiarnos en la maraña terrible de la perversión en el sentido estricto del vocablo; el perverso, el verdadero –no hago aquí más que evocar las fórmulas de Lacan en su seminario De un Otro al otro –, es un cruzado de la fe en el Otro.

Nuestro amable señor M. ha dejado su huella en la subjetividad de M’Uzan y con seguridad también en la nuestra: ¿ cómo no temer que las construcciones que realicemos, escasas de clínica, por lo demás ( y no está demás decirlo), por la sencilla razón de que el perverso “pesado” no transfiere (¿quién, como queda dicho, sabe más que él sobre el goce?)? ¿cómo no sospechar que puedan también escasear en riqueza teórica porque se confunden con una “racionalización defensiva”, que es lo que sostienen a una nuestro perverso y M’Uzan?

Nuestro perverso es amable, malicioso y provocador, sí, pero no un educador y si enseña algo (¡no lo esteticemos, por favor!) es como medio preliminar, cuya finalidad conduce a la degradación de la ley.

El señor M. tenía 65 años cuando consulta a M’Uzan y llega a él derivado por una radióloga que examinó su cuerpo, completamente cubierto de huellas de las flagelaciones sufridas y por tatuajes – “soy una puerca, ni hombre ni mujer”, “soy una puta, culéenme”, “sirvanse de mí como de una hembra”, “golpeen fuerte”, etc –, que saturan la superficie corporal, salvo el rostro. Estaba jubilado y había sido un obrero calificado en radioelectricidad, altamente reconocido por sus patrones, quienes le toleraban sus condiciones con respecto a horarios y duración de las vacaciones. Le repugnaba todo ejercicio de autoridad, y en ese momento vivía una vida familiar con su hija adoptiva y su pareja, sin que ambos tengan la menor noticia sobre su pasado de sevicias. Hijo de padres mayores, tuvo una madre tierna y un padre que al parecer fue masoquista. A los 25 años se casa con una prima, ella también masoquista. Como dice M. se inflingieron algunas sevicias mutuas, “por mutuo afecto”, pero las escenas más dolorosas eran representadas por él y su mujer como víctimas de varones – siempre varones, alguna vez dos, otra un estudiante que convivía con ellos y era desdeñado –, que les imponían toda clase de condiciones: colgados de los pechos, atravesados por ganchos de carnicero, crucifixiones feroces que terminaron tempranamente con la vida de su esposa. Antes, uno de los atormentadores, con el consentimiento de su esposa, le impuso la renuncia al coito normal; lo que quedó sancionado con un anillo en el pene.

Su mujer desempeñaba un doble papel: atormentada por varones le ofrecía la oportunidad a él de identificarse con ella, masturbándose. “…por otra parte – agrega M’Uzan –, le proporcionaba una ocasión suplementaria de vivir una humillación, como cuando, por ejemplo, sofocado entre el elástico y el colchón, asistía a las relaciones sexuales que su mujer tenía encima de él con otro compañero, el cual acababa de abofetearlo, de hacerle besar sus manos y sus pies y de ordenarle absorber sus excrementos”.

Tras la muerte de su mujer cae en una profunda depresión y contrae una tuberculosis pulmonar. Las prácticas masoquistas se interrumpen, en buena medida por la desaparición de los antiguos compañeros. Se casa con una prostituta, pero el matrimonio termina muy pronto en divorcio: las actividades ilegales de ella, sobre todo como celestina, lo ponen en una peligrosa cercanía con la justicia, cosa que no deseaba M. de ninguna manera. “Por otra parte – añade M. una observación que no podemos pasar por alto –, da a entender que se había sentido ofendido por la falta de moralidad de su nueva compañera”.

De este matrimonio conserva a la pequeña mucama que los atendía y que ahora adopta. Con la verdadera hija ya no tiene ningún contacto. M. tiene 46 o 47 años y abandona para siempre sus prácticas perversas: ahora vive de un modo bien convencional con la nueva familia que se ha creado.

Algo notable: los antiguos sueños suyos eran por completo masoquistas; cuando interrumpe la práctica de las sevicias, sus sueños comienzan a ser por completo heterosexuales, acompañados por poluciones nocturnas. En esos sueños se encuentra con una mujer voluptuosa a la que desea, son sus propias palabras, normalmente. Vale la pena subrayar que ya desde pequeño, en el colegio, buscaba que sus compañeros lo atravesaran con agujas, pero estos solían echarse atrás y se limitaban a ordenárselo. “Era resueltamente una ramera y eso me satisfacía”.

En algún momento, M., quien solía emprender largas marchas a pie, sufre una agresión y reacciona con gran violencia; incluso teme haber matado a su agresor. M’ Uzan conjetura que M. narra este episodio para impresionarlo: era algo que “…traicionaba su convicción profunda de disponer de una potencia sin igual”.

Sus descripciones acerca del goce, vale la pena que se las cite. Lo que se asocia primero al placer y luego al goce orgásmico es el sufrimiento y no como opina Reik la angustia y el terror. Es el dolor lo que desencadena la eyaculación; de ahí nace la puja incesante entre el atormentador y el atormentado por ver quién va más lejos.

“M. habla gustosamente de mejores propuestas, de puja. En ese momento ya nada teme, y quien retrocede ante el carácter extremo del pedido es el sádico:”En el último momento, el sádico siempre se achica.

III

En esta puja16 alguien podría indicar, como su objetivo, dice M’Uzan, que la aparente sumisión está destinada a poner en escena el sadismo del masoquista o bien actuar una fantasía de sumisión por el padre; en cambio, afirma, “…el servilismo y la humildad del masoquista traicionan afectos exactamente opuestos. Theodor Reik (recalcaba) que las escenas masoquistas son inversiones de ideas sádicas, la reanimación, la reproducción de lo que los niños imaginaron que era la actividad sexual de los adultos. …(frente) a su confesado deseo de hallarse frente a mí en una situación humillante yo adivinaba el profundo desprecio que le inspiraba por cierto aire socarrón o cosa así que había en su actitud, quizá lo que indujo a Theodor Reik a hablar de burla. ‘El masoquista –dice Reik –, va guiado por el orgullo y el reto de Prometeo, aun cuando quiera presentarse como Ganímedes’ .”

Sabemos ahora lo suficiente como para afirmar que sadismo y masoquismo no constituyen un par reversible, que no se trata de una inversión de afectos sino de una retórica de sometimiento del prójimo que promueve una ritual ilusión escénica, y que las metáforas míticas de Reik, pese a su refinamiento, no son adecuadas. El masoquista no es un rebelde, y por lo tanto nada tiene que ver con Prometeo: es un ser que defiende el orden establecido y lo sabríamos por Buñuel si careciéramos del psicoanálisis. Tampoco es un bello efebo y copero de Zeus que satisface la homosexualidad del dios; su homosexualidad es un medio, una trampa encarnada en la cloaca del ano, destinada – lo veremos luego –, a sostener una madre primitiva que vuelve del ostracismo a que la habría condenado un padre obsceno y ridículo, un sátiro de comedia negra que al fin revela, él también, ser la contracara de una marica.

§ De cualquier manera, no habría que psicologizar a los personajes – llamo aquí psicología a la vulgata edípica –. El agente del tormento es sólo eso: agente y lo que aquí llamo “madre primitiva” seguramente excede al personaje materno. Ella se corresponde con el otro mito paralelo al de Freud, el matriarcado según Bachofen17, en el que a un período inicial de arbitrario dominio masculino, el hetairismo, habría sucedido la ginecocracia, ámbito de la pacificación, de la afectividad y de los lazos de sangre, para rectificar ese dominio, el cual habría degenerado en el amazonismo, antes de que se impusiera la universalidad y la civilización patriarcal.

A pesar de haber leído a Deleuze a quien, no obstante le formula alguna crítica muy pertinente18, la complementariedad del sadismo y del masoquismo lastra todas sus construcciones, como cuando juzga que el partenaire que llama “sádico” podría muy bien encarnar la parte original del Yo en el no-Yo. También las lastra el aplastamiento entre las distintas formas de masoquismo. Así, con un curioso criterio evolutivo, llega a decir que existe en el masoquismo perverso un movimiento que tiende al masoquismo moral, con respecto al cual estaría en defecto; construcción que es el desenlace de una de las observaciones más pertinentes que hace y a la cual volveré.

Importa sí, antes que nada, subrayar que este aplastamiento de las nociones psicopatológicas – la confusión entre la perversión polimorfa y la perversión propiamente dicha, la ubicación del masoquismo moral en la misma clase de configuración que el masoquismo perverso, y el pasaje raudo de la pulsión sado-masoquista diseñada por Freud a las estructuras propiamente perversas19, pasaje raudo y sin mediación de la metapsicología a la psicopatología –, es el rasgo común del psicoanálisis, y no sólo del posfreudiano. Incluso en Lacan se vuelven notorios tales deslizamientos, pese a que hallamos en él los articuladores ( muchas veces explícitos) para establecer los cortes, las soluciones de continuidad, el espaciamiento de nociones habitualmente solapadas.

 En “Kant con Sade”, pongo por caso, Lacan despeja la estructura del fantasma y luego la “aplica al caso presente”, es decir al fantasma sadiano20. Pero ¿cómo conciliar la impecable y precisa descripción del perverso como aquel que espera que desde el Otro le sea por entero devuelta su división de sujeto, con la afirmación de que el fantasma hace al placer apto para el deseo?

La aplicación queda fuera de la aplicación porque el perverso suspende el principio del placer, suspende la función limitante del displacer, para rechazar la disyunción del deseo con el goce que es uno de los articuladores mayores de la obra de Lacan.

Quiero decir ( y vale la pena repetirlo aunque sea conocido) el goce, o sea un “centro de incandescencia o de cero absoluto cuya proximidad es psíquicamente irrespirable21 debe ser apartado del deseo, el que sólo se constituye, empero, en su vecindad paradójica22, girando en torno en un movimiento de vaivén ligado a la profunda labilidad de su objeto. Así, que el deseo se sostenga del fantasma es exactamente una dimensión ajena al rechazo de la disyunción.

Y sin embargo nadie más claro que Lacan para mostrar una separación radical que no instaura ningún paralelismo sino una correlación sin continuidad y una referencia recíproca que no cancela, antes bien incrementa, la disparidad:

…porque a ustedes… se les escapa lo que atañe a la perversión, a la verdadera perversión. No por soñar con la perversión son perversos. Soñar con la perversión, sobrre todo cuando se es neurótico, puede servir para algo completamente distinto, para sostener el deseo, lo cual es muy necesario cuando se es un neurótico.(…)

Naturalmente hay un hiato. Ustedes no son cruzados. No se dedican a que el Otro, es decir no sé qué de ciego, y tal vez de muerto, goce. …Es así, es un defensor de la fe. (…) Siempre… se trata de despojar a un sujeto – ¿ de qué? De lo que lo constituye en su fidelidad, a saber, su palabra.”23

Estos párrafos, tan nítidos, vienen no obstante precedidos por la pregunta de Lacan acerca de la “pulsión sado-masoquista” y de la afirmación de que “el juego con el dolor”, colocado en el centro de la escena y luego cuestionado por las elucubraciones analíticas corrientes, encubre todo lo relativo a la “perversión sado-masoquista”.

Pero en la oscuridad, en la confusión, es posible distinguir algunas líneas que terminan por imponerse con claridad a poco que les prestemos atención, sin que nos embaracen tanto las lagunas como las contradicciones.

Para centrarme en el masoquismo – Lacan no sólo de él habla en los párrafos de su exposición –, me parece pertinente oponer el cruzado de la fe al que se conserva fiel a su palabra, puesto que son dos dimensiones que se repugnan.

El cruzado de la fe es –a diferencia del cruzado de la historia –, un cruzado mudo: someterse a la voz del Otro quiere decir, a la letra, carecer de palabra.

§ La voz es lo que se oye sin que se escuche. Como lo quiere cierta tradición judía, la voz de Dios atronó en el monte Sinaí y nadie escuchó lo inarticulado e indistinto. Las Tablas de la Ley, en este contexto, son una interpretación de esa voz, no la misma voz.

La voz no conoce ni modulación ni entonación y sólo aflora por las grietas de ambas, como su rasgo ctónico, subterráneo, a la vez raíz de la fertilidad y tumba; es la oscura autoridad transferencial de la palabra.

En la neurosis de transferencia hay alianza entre la voz y el saber o, lo que es lo mismo, hay fuerza de ley.

En la psicosis y asimismo en la perversión, la voz y la ley se desintrincan, pero de maneras distintas: en la psicosis la voz del Otro arrasa al sujeto y lo hace sin ley; éste sólo puede defenderse, imperfecta y provisoriamente, sin poder evitar, a la postre, la pendiente de la locura, mediante ese remedo de interpretación que llamamos delirio. En la perversión el sujeto restituye la voz al Otro ( que puede leerse, también, como restituye la voz del Otro) abdicando de su palabra.

Esta diferenciación entre voz y palabra pone en entredicho el gesto inicialmente válido de deslindar lo que el sadismo le debe a Sade y el masoquismo a Sacher-Masoch. Los metalenguajes perversos acerca de la perversión son una perversión de grado diverso y cuyo estatuto, a la vez psicoanalítico y literario queda por definir. Ningún sádico o masoquista en tanto tal puede tener Ideas que transmitir o practicar una literatura experimental. ¿Y qué decir de la literatura de Genet?

Veamos otro párrafo de la misma clase, llamada “Clínica de la perversión” del seminario De un Otro al otro, y que está puesto bajo la apelación al “masoquismo moral”: “Basta haber vivido en nuestra época para saber que hay un goce en esta remisión al Otro de la función de la voz y tanto más cuanto que este Otro tiene menos valor, menos autoridad. De algún modo, esa forma de rapto, de robo del goce, puede ser, de todos los goces perversos imaginables, el único que se logre plenamente.”24

¿Masoquismo moral? Tenemos derecho a subrayar la confusión; pero no dejemos de lado el lugar que se concede a la voz, que obviamente, tiene aquí un alcance totalmente diverso al literario. Esbocemos una pregunta ineludible: ¿ cómo roba el masoquista el goce? ¿De qué rapto se trata, en el doble sentido del vocablo, éxtasis y hurto?

Quizá nos permita responder a la inquietante alianza del dolor y del goce que tanta vacilación, enredo y contradicción ha hecho surgir en la teoría, y del cual el propio texto de M’Uzan, al discutir sea con Reik, sea con Grunenberg, es testigo. Lo cierto es que, pese a las apariencias, es incomprensible que el dolor desencadene de inmediato el goce masoquista sin algún término de enlace entre ambos momentos.

Surje, sin embargo, una cuestión previa: ¿Es el dolor un término simple? Con respecto al dolor, al igual que el placer, cabe la observación freudiana acerca de que importa menos la cantidad que el ritmo. ¿Y el dolor llamado moral? Hay un caso citado por Reik25, caso emblemático porque conocemos a través de Kraft-Ebbing o de Havelock Ellis muchas figuraciones análogas, en el que un señor burgués contrata en un prostíbulo a una muchacha cualquiera para que le dé algunas nalgadas y algunos golpes de fusta mientras lo reprende por ser un mal niño; y él, que es impotente, se masturba y eyacula casi mecánicamente apenas empieza la función.

Tenemos todos los elementos del cuadro: la voz fría e incluso cruel, el desprecio, el látigo y la masturbación en un escenario claramente delimitado y separado por completo de la vida cotidiana. Mas el dolor es simbólico: importa más el gesto humillante que el dolor propiamente dicho. Se ha deslizado el dolor al sufrimiento. No obstante, no creo que se pueda confundirlo con el masoquismo moral, porque en este caso el castigo proviene de una declinación de la culpa –, si hablamos de masoquismo la culpa permanece al margen.

Por el contrario, el dolor es en el masoquista también un medio, un medio de degradar al prójimo para restituirle a la Cosa una dimensión que el Otro simbólico le habría sustraído. En el masoquismo moral, el castigo conserva los límites del fantasma y se nutre de él, cosa que no ocurre en el masoquismo estricto: el fantasma es sustituido por una ceremonia ritual.

Sin duda entre el Sr. M. presentado por M’Uzan y la viñeta esquemática de Reik, tan semejante a los casos floridos y hasta pintorescos de la Psycopathia sexualis de Krafft-Ebbing, funcionales a las fantasías masturbatorias, a la curiosidad exacerbada de sus lectores, hay una gran distancia, pero ¿por qué no pensar que en el primero, sobre todo con la noción tan ejemplar de “puja”, rastreable por otra parte en Sacher-Masoch, se despliegan analítica y procesalmente ciertas coordenadas que están condensadas y hasta estereotipadas en el otro caso? ¿ Por qué no pensar que en este caso también se cumple – en la realidad del sufrimiento, no en el dolor físico –, este doble movimiento del Otro al otro y de vuelta del otro al Otro, doble movimiento de rebajamiento y de restauración, de humillación y de represalia?

Para evitar fáciles y tentadoras abstracciones que bien pueden dejarnos con las manos vacías, como ocurre cuando se prodigan argumentos perfectamente reversibles o rectificables sin cesar, prefiero encarnar este escenario con un retorno al texto de M’Uzan.

§ Los deslizamientos de Lacan entre la pulsión sado-masoquista, el fantasma perverso en la neurosis, o sea el polimorfismo, y la perversión propiamente dicha, tan insistentes en toda su obra, seminarios y escritos – también es insistente la distinción al punto tal que la conocida y poco practicada fórmula “Lacan contra Lacan” halla en este lugar un terreno privilegiado –, obedecen a diversas razones, una de las cuales y no la menor, creo, responde a la necesidad de conservar el vínculo estructural entre las distintas modalidades psicopatológicas, como si un diseño fundamental y al mismo tiempo interrumpido en varios lugares de la trama, reapareciera con insistencia en y pese a las efectivas discontinuidades.

Pero hay otra que sin duda es un obstáculo. Me refiero a la noción de fetichismo, juzgada en los primeros tramos de Lacan como célula elemental de la perversión. Baste como ejemplo el lazo establecido, sin duda cuestionable desde desarrollos posteriores, entre fetiche y travestismo, opuestos simétricamente según el seminario La relación de objeto ( v. Paidós, Buenos Aires, 2007, p. 168 y subs.)

Allí dice que el fetiche constituye un velo y el travesti se identifica con lo que le falta al objeto situado detrás. Mas: el fetiche, lo que le falta a la mujer, como tal está inscripto en la cultura: es la condición, para el varón, de acceso al cuerpo de la fémina. Por lo tanto, es condición de la neurosis. Y como forma particular de perversión – el fetiche ya no como condición sino como objeto final –, no sostiene fantasmáticamente el deseo sino al goce que se estanca, sin la salida hacia fuera de la falicidad.

Es indudable que, de hecho sino de derecho, los últimos años de la enseñanza de Lacan modifican la concepción de la perversión, pero como oficialmente el fetichismo conserva su lugar de privilegio como supuesto diferenciador de la neurosis con la perversión, los deslizamientos persisten al igual que, lo hemos visto, en la mayor parte de las corrientes del psicoanálisis.

IV

En su seminario La angustia, Lacan insiste en que no hay simple reversibilidad entre el sadismo y el masoquismo. Sin embargo, el modo de presentar a ambas figuras, plantea cuestiones que nos colocan al borde de una impasse. Veamos un momento clave del texto:

“Dicen – el masoquista apunta al goce del Otro. Como les he mostrado, esta idea esconde que de hecho, en último término, se dirige a la angustia del Otro. Esto es lo que permitirá desbaratar la maniobra. Del lado del sádico. observación análoga. Lo patente es que el sádico busca la angustia del Otro. Lo que aquí se enmascara de este modo es el goce del Otro.

Nos encontramos pues, entre sadismo y masoquismo, en presencia de lo que se presenta como una alternancia26. Lo que en cada uno de ellos está en el segundo nivel, velado, oculto, aparece en el otro como meta. Hay ocultación de la angustia en el primer caso, del objeto a en el otro.No por ello se trata de un proceso inverso, de una inversión. El sadismo no es el reverso del masoquismo. No es una pareja reversible.La estructura es más compleja. Aunque hoy sólo aísle dos términos, pueden ustedes presumir, de acuerdo con muchos de mis esquemas esenciales, que se trata de una función cuadrádica. El paso de uno a otro se lleva a cabo mediante una rotación de un cuarto de vuelta, y no por una simetría o una inversión.27

 Tal y como presenta el esquema, ¿estamos ante una función cuadrádica? (sic: debería decir “cuadrática”). Si fuera así, si hubiera un paso rotatorio de un cuarto de vuelta, tendríamos que tener cuatro giros de cada uno de los términos, sea para volver a la posición inicial, como en la esfera del reloj, sea para ubicarse en el extremo polar, como acontecería en un esquema más complicado. Los cuatro discursos presentan una función cuadrática: cuatro términos, cuatro lugares, cuatro rotaciones.

Pero aquí sólo hay trocamiento de posiciones entre el otro minúsculo, o sea el partenaire, y el Otro con mayúsculas. La tradición sostiene que el sádico busca la angustia del Otro y el masoquista el goce; Lacan invierte exactamente estas posiciones al distinguir el partenaire imaginario – el pequeño otro –, del Otro simbólico, atribuyendo al otro las posiciones tradicionales y más evidentes y cambiando simplemente su lugar en lo que respecto al gran Otro, lo que le permite hablar de un recubrimiento recíproco.

Pero no es esto lo único que podemos objetar. Es más importante decir que si la angustia del Otro designa la última referencia para situar la estructura masoquista, afirmarla nos conduce a desconocer lo esencial de la experiencia clínica.

Debemos retener estos términos de otra manera y en otro contexto. Cuando M’ Uzan indaga los vínculos entre M. y el prójimo, dice algo pertinente: “¿Pero qué son los otros para él? ¿Qué es el prójimo?. No un personaje unívoco, desde luego; es cierto que se lo identifica fácilmente con el sádico, y que esta sombra tiende a abarcar todos los objetos…Pero ocurre que ese interlocutor viene a estar doblemente desvalorizado, primeramente como sádico potencial y en seguida como compañero incapaz de jugar el juego”.

Retengo, en primer lugar que el prójimo no es un personaje unívoco. Traducido a nuestro léxico, podemos decir que si no hay Otro con mayúsculas que no esté encarnado en otro con minúscula, la relación entre soporte y soportado presenta múltiples niveles y grados de imbricación: en torno a un núcleo indivisible de indeterminación, los hilos van y vienen en direcciones que no admiten ser repartidas en un terreno euclidiano. Así es posible decir, en principio, que la angustia buscada en el Otro, incumbe, antes que nada, a un otro cuya destitución simultáneamente destituye cierta dimensión del Otro de la ley, tal y como se lo representa el perverso: arbitrario y obsceno, obscenamente frágil en su oscilación entre la plena potencia y la caída estrepitosa, payasesca.

Al revés, si el sujeto masoquista persigue su abyección, su envilecimiento, si aspira a ser, más que como un perro ( esa figura está muy cerca de la degradación obsesiva en el masoquismo moral), porque al fin de cuentas el perro es un ser vivo, si busca su reducción a desecho, residuo de la actividad catabólica del psiquismo, es decir, algo inerte, muerto, incluso, en el extremo del presunto desvalimiento y degradación, cuando aparentemente ha perdido la voz ( en el sentido ahora corriente de la expresión) se opera una extraña y sorprendente conversión: el desecho ( que es detrito y no objeto a, es preciso decirlo; o en todo caso es un objeto a despojado de su función28) cumple el ritual del sacrificio destinado al robo de goce: rapto en el doble sentido: arrebato, acceso, y asimismo robo. ( El vocablo “arrebato” contiene los dos sentidos.)

¿Y qué hace el rapto sino arrebatar substancia gozante ( o lo que perverso cree ser tal) para transformarse él en la tésera ( contraseña) viviente del pacto que erige la sublime indignidad de un Otro salvajemente materno, un Otro en el que reinaría en calma ( he aquí su ilusión) la voz por fin sin palabra?

(Nada de todo esto es pensamiento del perverso; nosotros lo reconstruimos para dar una orientación al conjunto de sus acciones rituales.)

V

Finalmente, algunas puntuaciones:

1) Diferencia entre estigma y significante. El famoso látigo y su golpes sin duda implican una escansión y hasta una relación con la voz – el chasquido que hiere, fría y meticulosamente, que arde como un grito –, ese látigo que es una metáfora de todos los instrumentos de tortura perversos ( aclaración sobre la diferencia con la tortura del terrorismo de Estado) incluido el célebre procedimiento de la Colonia penitenciaria, pero se trata, antes que nada y sobre todo, de la marca de lo estigmático, que no es significante o más bien que es una forma degenerada ( para emplear el lenguaje pierciano) de él.

El significante sólo es tal cuando se borra: lo que garantiza la indelebilidad de su recuerdo.

El estigma es marca infamante –la Letra escarlata de Hawthorne bien puede ser su alegoría−, es decir, indeleble, como el tatuaje, aunque tiene otro alcance que éste, porque es instrumento de doblegamiento/ y de humillación.

El hecho de que perdure sin eclipse, explica que no tengamos que interpretar un discurso sino que construyamos lo que en algún sentido jamás existió – palabras que Freud aplicó a la fantasía “Un niño es castigado”, pero que son pertinentes, en rigor, sólo para la situación del masoquismo en particular y la perversión en general.

2) Los equívocos del término ‘sadismo’. Es preciso diferenciar qué está en juego en el vocablo cuya sombra cubre todo como dice M ’Uzan, es decir en la enorme extensión del término ‘sadismo’.

En el nivel pulsional el sadismo es reductible –si nos atenemos al esquema freudiano – a la fuerza de rechazo imprescindible para que el futuro sujeto, ya en el nivel fantasmático, pueda tomar distancia con el Otro, ejercitando esa mala fe neurótica que menciona Lacan, por medio de la cual se ofrece a sí mismo a condición de no ser tomado.

Podemos referirnos someramente a Pulsiones y destinos de pulsión 29

Los dos pares que allí muestran una conformación isomórfica ( sadismo/masoquismo y placer de ver/exhibición) son polimórficos y no perversos stricto sensu, en la medida en que tienen un carácter de estricta universalidad. Pero además, se advierte que la innovación freudiana toma apoyo en el carácter ternario de la disposición: activo, pasivo, reflexivo; reflexividad esta última que es diversa de la clásica porque implica la mediación de un tercero que permite la flexión. Un examen pormenorizado de Los cuatro conceptos30, nos mostraría inequívocamente cómo estos tres tiempos culminan en la reflexividad que es el comienzo propiamente dicho del fantasma. Así el masoquismo de este momento sólo tiene en común con el masoquismo propiamente dicho ( sólo sí, pero no es poca cosa…) la entrega al Otro, que en el neurótico es, no obstante, un modo del rehusamiento histérico. Dicha entrega permite un retorno circular al sadismo, un modo activo de la diferenciación, en este punto normativizante31.

En el sadismo propiamente dicho la humillación del partenaire convierte al sádico en un instrumento, en un agente fanático de la fe en un Otro absoluto; su diferencia con el masoquista radica en que éste renuncia a toda reticencia para poner a prueba los límites del otro, es decir se somete a una ascesis , a un ejercicio y acceso sin duda extraño y monstruoso a una experiencia de goce, mientras el sádico – recordemos la expresión que recuerda Lacan de Sade, confesión final de impotencia por lograr el objetivo “ ¡Me he quedado con la piel del imbécil!”, – busca un saber, que siempre se le escabulle y que en su pretensión última es mudo; debería satisfacerse en secreto .

3) Aquí cabe puntuar la diferencia del sadismo con la agresividad, la crueldad, el odio.

La agresividad es la tensión narcisista connatural a la fase del espejo; el odio, que pretende la destrucción de su objeto y que sólo enfila hacia uno especialmente valuado, valorizado como encarnación de algún mal y por lo tanto ni despreciado ni desdeñado, no pertenece a ninguna patología en particular y es el correlato pulsional del amor.

(Cuando interviene el odio hay una deflexión del amor que pasa desde el nivel de los ideales descriptos por Freud en su Introducción al narcisismo, a la dimensión real de la pasión: en el odio-pasión está comprometida la intimidad del cuerpo, en tanto el odio se dirige al corazón del ávido de aniquilación.)

La crueldad, al igual que el odio no es una estructura particular ni un elemento constitutivo de alguna, sea la que fuere, sino una pasión que afecta al sujeto de manera que podríamos calificar de reaccional. Se satisface con la inermidad de su objeto, teniéndolo a su disposición sin que él, por su parte, corra el menor riesgo32.

4) Así, con respecto al partenaire no se puede hablar de la complementariedad sado-masquista, aunque sí es pertinente desmontar la pareja trivialmente considerada tal, porque el correlato exigido por la acción masoquista es que exista un agente cruel; mas la participación sádica es sin duda contingente: si un sádico se prestase al juego se trataría, digámoslo así, de uno imperfecto33.

5) Acción ritual:  El lugar del fantasma neurótico es ocupado en la perversión por un montaje ritual, pero no hay que pensar que uno sueña lo que el otro realiza – que es la fantasía neurótica acerca de la perversión –, porque ambos planos no se superponen.

La acción ritual que, como el nombre lo indica, sigue un plan irreversible que nada puede alterar, no es imaginada primero y luego realizada, sino que se despliega toda entera en una escena simbólicamente degradada – degradada por la conversión del significante en estigma –, y que carece por completo de dimensión potencial ; por tal razón requiere la corporización inmediata y cosificada de un partenaire, que puede ser meramente ocasional. (Un exhibicionista no puede imaginar que hay otro allí: tiene que haberlo, necesariamente.)

Estigma y rito son términos que se sotienen entre sí para definir el espacio perverso.

Freud destacaba que el fantasma “Un niño es castigado” permanecía al margen de la vida corriente del sujeto; no obstante, esa marginalidad es en verdad muy precaria: la culpa neurótica reintroduce la fantasía de continuo en la conciencia y el paciente sólo con vergüenza puede balbucearla.

Por el contrario, la acción ritual está radicalmente separada de la vida cotidiana – y en este sentido no está en absoluto reprimida –.

Notas

1 Deleuze, Gilles, Presentación de Sacher-Masoch, Taurus, Madrid, 1973.

2 Lely, Gilbert, Vie du Marquis de SadeCercle du Livre Précieux, Paris, 1956, pp. 257/259.

3 Klossowski, Pierre, “Sade o el filósofo infame”, en El pensamiento de Sade, VV.AA., Paidós, Buenos Aires, 1969.

4 Sade, Las 120 Jornadas de Sodoma, Tusquets, Barcelona, 1991, p.64.

5 Es quizá a este respecto que Lacan hable en su seminario sobre la ética (L’ éthique de la psychanalyse, Seuil, Paris, 1986, p. 237), de que “Sade se presenta, desde entonces, en el orden de lo que llamaría la literatura experimental”.

6 Ob.cit. 417.

7 Digo “imaginario” para no confundir un sádico con un torturador: antes que nada un torturador no es una figura patológica ( aunque la tortura seleccione sus agentes, aunque de manera para nada unívoca, entre quienes no son neuróticos comunes y corrientes.) sino un agente del terrorismo de Estado.

8 Sacher-Masoch, Leopoldo, La Venus de las Pieles, Unilibro, Barcelona, 1978, p. 79.

9 Ib. 13.

10 Citado por Bioy Casares, A., en “Ensayistas ingleses”, incluido en La otra aventura, Emecé, Buenos Aires,1983, p.35.

11 No me olvido de la provocación del joven Borges, quien dijo, dirigiéndose al lector, “ni vos ni yo ni Jorge Guillermo Federico Hegel sabemos qué es la estética”. Seguro; pero al igual que él y por cierto con menor felicidad y talento, seguimos tomando decisiones estéticas. En las zonas más ricas y entrañables, nuestro saber en acto supera al saber teórico.

12 En La sexualidad perversa, VV.AA., Granica, Buenos Aires, 1975.

13 Véase “El problema económico del masoquismo”, en Freud, S., Obras completas, El Yo y el Ello y otras obras, vol. 19, Amorrortu editores, Buenos Aires, 1993.

14 El Nirvana no está simplemente más allá, es el más allá del más acá: una magnitud intermedia, siempre situable entre dos representantes.Situable, digámoslo así, en su insituabilidad.

15 Ver Nacht,S., El masoquismo, Sudamericana, Buenos Aires, 1968. Reik, T. Masoquismo en el hombre moderno, tomo 1, Sur, Buenos Aires, 1963. Entre los autores más actuales, podemos citar Mc Dougall, Joyce, Las mil y una caras de Eros, Paidós, Buenos Aires, 1998.

16 El término “puja” permite situar una vasta serie de aspectos y fenómenos, y antes que nada nos permite vislumbrar el alcance del llamado “pacto perverso”.

17 Bachofen, J.J., El Matriarcado, Akal, Madrid, 1992.

18 Deleuze habla de la ascensión hacia la idea por obra de los latigazos y M’ Uzan rectifica: es hacia el masoquismo moral, no hacia la idea. Yo diría: tampoco es hacia el moral, pero es oportuno que se critique el ascenso hacia la idea, porque el predominio de la idea pertenece a la literatura acerca del masoquismo, no al masoquismo propiamente dicho.

19 Que todos – ¡yo también! – empleeemos fórmulas como “propiamente” o “en el sentido estricto” revela y mucho el pantano de un tema que por todo lo que pone en juego – nada menos que la erotización del dolor –, sacude nuestras nociones y, desde luego, nuestras mentes.

20 Lacan, J. Escritos, tomo 2,  Siglo XXI, Buenos Aires, 2008, p. 735.

21 Lacan, J. L’ Éthique de la psychanalyse,Seuil, Paris, 1986, p. 237. Véase al respecto Vasallo, Sara, Escribir el masoquismo, Paidós, Buenos Aires, 2008.

22 Habría que evitar la representación grosera de las relaciones entre goce y deseo según los diagramas de Venn. Deseo y goce no están de un lado y del otro separados por una barrera. El goce aparece intersticialmente con respecto al deseo y éste solo puede constituir su separación del goce (¡pero no hay “campo” del goce!) en la más extrema de las proximidades.

23 Lacan, J. De un Otro al otro, Paidós, Buenos Aires,2008, pp. 233/234.

24 Ib. p.235.

25 En la obra de Reik ya citada.

26 “alternancia de ocultación recíproca”, decía la edición no autorizada por el autor.

27 Ib. nota 23, p.192.

28 En su seminario XI, Lacan distingue puntualmente el objeto a del desecho, al finalizar la clase décima.

29 Freud, S. Obras completas, Trabajos sobre metapsicología y otras obras, vol.14, Amorrortu editores, Buenos Aires, 2007, especialmente pp.122/125.

30 Lacan, J. Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Paidós, Buenos Aires, 1990, p.190.

31 “Cuando se trata de leyes del deber ( no de leyes de la naturaleza) y precisamente en la relación externa de los hombres entre sí, nos consideramos en un mundo moral (inteligible), en el que, siguiendo la analogía con el físico, la conexión entre los seres racionales ( en la tierra) se produce por atracción y repulsiónEn virtud del principio del amor recíproco; por el principio del respeto que mutuamente se deben, necesitan mantenerse distantes entre sí; y si una de estas dos grandes fuerzas morales desapareciera, “la nada ( de la inmoralidad) con las fauces abiertas, se tragaría el reino entero de los seres (morales), como una gota de agua”… . (Kant, Inmanuel, La metafísica de las costumbres, segunda parte de la Doctrina ética elemental, § 24, Altaya, Barcelona, 1996. pp.317/318.)

32 A los ejemplos clásicos de la crueldad infantil se puede sumar uno menos notorio y sin embargo absolutamente cruel: el envío de anónimos. Es la literatura policial la que ha sacado un gran partido de ese individuo que causa daño al violentar la privacidad, ese que puede ser cualquiera y que carece de nombre. Nada mejor, al respecto, que El hueco fatal de Nicholas Blake, incluso en los aspectos teóricos. (El séptimo círculo, Buenos Aires, 1954.)

33 Tiempo atrás tuve entrevistas discontinuas y a lo largo de unos cuantos meses con un travesti ( ¿ o una?, siempre vacilamos en el género y por razones obvias: ella no querría perder por nada del mundo sus genitales masculinos) que se llamaba a sí mismo y con un dejo de ironía,”travesti imperfecto.”