Publicado el 30/08/2016

El principito y el zorro

Cuando reflexiono sobre mi recorrido en la medicina y luego en la psiquiatría, me resulta claro que son los autistas los que me llevaron a dedicarme a la psiquiatría y luego al psicoanálisis. Al acabar mis estudios de medicina, hice mi residencia en un hospital de niños sin saber que albergaba a numerosos niños autistas. Allá me di cuenta que la posición médica no me venía bien, era inadecuada a cerca de esos niños. Luego empecé a analizarme y me dediqué al estudio de la psiquiatría. Una vez instalado como psicoanalista, hace ya treinta años, acepté atender a un  niño de cinco años encerrado en un autismo de Kanner. Al principio, yo no entendía nada a lo que sucedía durante nuestros encuentros. Pero poco a poco él me enseño a despejar la lógica  implacable que regía su mundo y sus comportamientos. Lo acompañe durante doce años. Nunca dijo ni una palabra, sin embargo paulatinamente se arriesgó a separarse un poco de una mirada cuya presencia le cegaba y algunas representaciones fueron posibles. Hubiera sido preciso despegarle también de la voz que le volvía mudo pero creo que hay que intervenir mucho más temprano si queremos ayudar a un sujeto como él a separarse de la voz para entrar en la palabra.

Ciertos autistas hablan. De modo raro y muy llamativo. Ciertos hablan como papagayos o como maquinas, es decir que les falta la enunciación. Hay varios niveles en el autismo, desde la mudez del autismo de Kanner hasta la verborrea del Asperger. Cada nivel se especifica por el nivel de separación con la voz. Pero de todos modos, hasta en los autistas de alto nivel, como se dice, se comprueba que la voz no es ese vacío en el Otro que permite todas las posibilidades de la comunicación: el malentendido, el chiste, el doble sentido, pues cuantas posibilidades faltan en esos sujetos que Lacan decía verbosos.

Sin embargo, algunos hablan y tienen algo que decirnos. Temple Grandin, Donna Williams, Birger Sellin, Sean Barron, y uno de los últimos, Daniel Tammet. Durante mucho tiempo me resultaba difícil considerar que esos casos del sindroma de Asperger pudieran formar parte del marco del autismo, puesto que esa clínica me parecía muy distinta de la que conocí con el autismo primario de Kanner. Sin embargo, recuerdo que Rosine y Robert Lefort que me animaron en el momento en que atendía a ese joven autista no dudaban de que se tratara de una sola y misma estructura.

Pues los hay que hablan, otros que escriben y tenemos que tomar en serio lo que dicen aunque ciertos parecen ser a la orden de los cognitivistas y testimonian contra el análisis. Poco importa, si testimonian de lo que han experimentado encerrados en sí-mismos, vemos que testimonian de la extrañeza del lenguaje para quien no participa en el lazo de la palabra.

Si leen el libro de Daniel Tammet1 verán que ese sujeto que no quería entrar en el circuito de la palabra, ese sujeto encerrado en su fascinación por el lenguaje reducido a una red de signos, ese sujeto rompe a hablar, a estudiar idiomas difíciles y acaba por redactar un libro en el que nos comunica su experiencia. Este hombre se las arregla bastante bien, se enamora, se aleja de su familia, enseña ingles en Lituania, se especializa en idiomas raros. Entonces, ¿ cómo ha logrado salir de su encerramiento? No parece haber encontrado a un terapeuta, el único tratamiento que tomó fue un anti epiléptico por crisis temporales a los cuatro años.

Se las arregló solo, inventando a una pareja imaginaria, una mujer vieja que le hubiera hablado hasta que él aceptara  que a los cien años de edad ella pueda morir. Otro recurso importante para él, su aptitud para el aprendizaje de las lenguas extranjeras. Así podemos entender que al pasar por la traducción, Tammet comprueba que un significante remite a un significado preciso, es decir a otro significante en otra lengua, y eso apacigua su perplejidad frente al significante.

Al salir de la adolescencia, este joven encerrado en si-mismo se atreve a contestar a la oferta de una asociación caritativa que manda jóvenes ingleses a Europa del Este para enseñar inglés. Es aceptado, y después de un periodo de iniciación, viaja a Lituania donde vive durante un año. Allá se interesa por la lengua lituana. Pues ese encuentro con un idioma extranjero y su estancia en un país extranjero le otorgaba otro estatuto a su extrañeza. Allá se volvía forastero.

Me imagino que el paso por la traducción le ha permitido salir de su sideración frente a la lengua. Nos relata que de niño se había inventado un idioma propio con gramática y más de mil palabras. Se trataba de remediar sus dificultades en manejar la lengua de los demás. Así podía encontrar un modo de expresar sus emociones pero expresarlas para él-mismo porque nunca quiso iniciar a nadie en su idioma íntimo.

El tema de la relación con la lengua es esencial en la posición autística. El sujeto autístico queda cautivo del significante, queda fascinado por lo real del significante. Aquí hay un goce primitivo que no se ha emparejado a la palabra. Es una suerte de goce automático del significante. No hay que confundirlo con el balbuceo de los bebes. Muchos de los autores notaron que una característica clínica del autismo primario es la ausencia del balbuceo en el bebe. Claro es que el balbuceo es ya un esbozo de relación con el Otro. El que escucha el balbuceo no tarde en contestar. La madre contesta haciendo eco al balbuceo de su niño y así le anima a tomar ese placer. Eso, sin duda, le incitará a entrar en la palabra por haber experimentado que hablar no es forzosamente renunciar a cualquier tipo de placer. Pero, otra vez más, quiero subrayar que el goce de la cháchara que todos conocemos, no tiene nada que ver con esa fascinación oscura del autista por el automatismo del significante, el cual no necesita ser sonorizado para funcionar.

En el libro “ There’s a boy in herehay un chico aquí dentro”, escrito por una madre y su hijo, Judy y Sean Barron, el hijo, Sean Barron, nos relata lo que sucede cuando se pasa horas en abrir y cerrar una puerta. Se trata de comprobar que nada ha cambiado entre el momento en que cierra y vuelve a abrir la puerta. “ Yo no podía dejar porque aunque yo había visto lo que había detrás, yo temía un cambio y tenía que volver a abrirla para comprobar.”Lo que a Sean Barron le falta es la representación simbólica que le permitiera memorizar lo que hay detrás de la puerta una vez cerrada. Por eso teme que el mundo este trastornado en cuanto desaparece la imagen. “Yo creía que el interior del armario giraba como el tambor de una lavadora.

Tenía otra estereotipia que enfadaba mucho a sus padres. Solía tirar cualquier objeto que estaba al alcance de su mano en el árbol del jardín. “Yo sentía un placer inmenso al tirar objetos en el gran árbol del jardín. Yo quería saber hasta dónde se colgarían. Eso tanto me gustaba que yo volvía a tirar el objeto hasta que se colgara aunque durara mucho tiempo. Yo perdía el sentido del tiempo, pasaban horas sin que yo me diera cuenta. Eso era mi universo… yo era dueño del objeto, subía al árbol porque yo lo quería. Cuando uno me castigaba, yo tenía la impresión de sufrir una invasión. Yo ya no era el dueño, alguien se había apoderado de mí. “ Si yo hubiera hecho lo que mi madre pedía, había riesgo de fracaso, yo podía equivocarme y luego yo sabía lo que ocurriera en ese caso”. Lo que Barron teme, no es el enfado de su madre, sino el fracaso. El mundo del autista es soportable con tal que él lo domine, que ese mundo obedezca a sus órdenes, a sus maniobras y que se quede siempre idéntico. El fracaso de esas maniobras le remitiría al caos. Podemos entender esa clínica si recordamos que lo que nos entrega una representación del mundo, es la estructura de la representación significante. Las huellas mnémicas son significantes y el significante se caracteriza por el hecho de que su relación a la cosa que representa no es directa. Una vez entrado en el orden del significante, uno puede prescindir de la presencia de la cosa. Luego los significantes se asocian, uno puede sustituir a otro, crear sentido ..;etc.

Uno podría considerar el autismo como incapacidad neurológica para manejar el significante. Como si conexiones complejas entre áreas del cerebro no fueran posibles. Pero enseguida la tontería de tal teoría surge cuando leemos los testimonios de esos sujetos que han salido de su mudez y se comunican con nosotros. Tienen uso del significante. Pero lo que les resulta difícil es el uso de la palabra, es decir lo que ocurre a nivel del sujeto que habla, que quiere decir, que entiende lo que se le dice.

Ciertos autores como Maleval2 piensan que el autista parece considerar los significantes como si fueran signos. Yo prefiero pensar las cosas desde el punto de vista de lo real del significante. Antes de significar, antes de asociarse con otro significante para crear una significación, el significante se relaciona espontáneamente a su opuesto. Así se define la noche por ser lo contrario del día, lo abierto remite a lo cerrado..etc. Así hay pares de opuestos. Pero tales pares no bastan para construir una representación del mundo. Eso es exactamente lo que nos enseñan los autistas.

¿Como uno puede pasar de ese universo donde los significantes sólo se colocan por pares de opuestos para entrar en un universo donde los significantes se ordenan para significar y donde uno los puede usar para decir?

A esa cuestión, el caso del pequeño Dick atendido por Melanie Klein nos permite contestar.

Aquel caso de Dick no deja de cuestionarme. Vuelvo a leerlo a menudo. En un primer momento, pensé que ese niño no debía de ser psicótico dada la reacción de Dick a la interpretación de Melanie Klein. Hoy, pienso que el caso Dick es el de un niño autista.   Llevan a Dick en casa de Melanie Klein por ser un niño que no se interesa por el mundo exterior, salvo por los trenes y las estaciones. Y a raíz de una interpretación deslumbrante del analista, en la que ella le impone el sentido de una historia puramente edípica, el niño se orienta en el consultorio y acaba por usar el lenguaje que hasta entonces rechazaba para expresar una llamada.

Miremos precisamente lo que aconteció.

Dick no queda insensible a la estructura de lo simbólico, maneja pares de significantes opuestos: presencia/ausencia, puerta abierta /puerta cerrada y aquello par raro:  tren/estación.

Son significantes opuestos: el tren se mueve, es cinético, mientras que la estación es estática. Ello probablemente a Melanie Klein le llamó la atención antes de que atendiera a Dick. Alguien le habrá hablado del asunto y enseguida ella vislumbró la importancia de ese par de significantes opuestos para el niño. Luego antes de atender al niño por primera vez, ella prepara su pequeño material: un pequeño tren y un gran tren. En cuanto Dick llega, ella le propone un par de significantes sugiriendo un sentido: los coloca uno al lado del otro diciendo: el trencito es Dick, el gran tren es Papa.

Así considera a Dick como sujeto a quien se supone que quisiera representarse debajo del significante trencito al lado del gran tren que representaría al padre. Es decir que de entrada ella hace tambalear el universo de sin sentido en el que Dick se mantenía tranquilamente. (La angustia surgirá justo después de esa identificación forzada.)

Trencito     gran tren
         Dick             Papa

Luego, Dick maneja su par de significantes habitual, toma el trencito lo echa, el trencito cruza el despacho y se detiene frente a la pared y entonces el niño grita: estación! Nada nuevo en ese grito pero dado que Melanie Klein ha identificado a Dick con en el trencito, refiriéndose a la comparación con el gran tren, Melanie interpreta: la estación es Mama.

El par significante tren/estación toma luego el sentido de la pequeña célula palpitante: Papa /Mama. Aquí está el injerto.

Tren → estación
Dick    madre

Queda por dar un paso más para sujetar un sentido a esa pareja significante, es lo que hace Melanie diciendo: “Dick entra en Mama”. Así pues esa significación fantasmatica radical orienta la pareja tren /estación. Esa pareja deja de ser un par de opuestos, (S,S’) se vuelve pareja ( S1 → S2) orientada por un supuesto fantasma que Melanie le entrega a Dick: “quieres entrar en Mama tal como lo hace Papa con su gran tren.” Después de haber oído esa interpretación increíble, Dick se esconde entre dos puertas y grita “negro”, Melanie añade: ”es todo negro dentro de Mama.” Luego Dick por primera vez llama a su criada. Esta secuencia clínica es muy importante. Nos muestra los dos niveles de la articulación significante que remite a las dos definiciones del significante.

El primer nivel remite a la definición del significante según la lingüística: el significante se define en la oposición. La noche se define como siendo lo contrario del día. Así hay pares de significantes y eso se demuestra en las formaciones del inconsciente. Por ejemplo, a menudo, en el sueño, el inconsciente usa un significante en vez de su opuesto. Freud se dio cuenta muy pronto de esa estructura antes de descubrir el inconsciente. Hablaba de representaciones penosas contrastantes.  Es una suerte de automatismo de la lengua. Como si el malestar como significante se vinculara forzosamente con el bienestar, tal como la desgracia con la felicidad, tal como la noche y el día. En una vida sana, esa asociación no se percibe. En cambio, los síntomas de la neurosis demuestran que los neuróticos quedan sensibles a esas asociaciones significantes. Es bastante llamativo en los obsesivos. A menudo el obsesivo se queja de que le estorban pensamientos contrarios.

Pues, si esa vinculación de un significante con su opuesto no se percibe en una vida sana, es porque el segundo nivel de la articulación prevale.

Aquí encontramos la segunda definición del significante, definición lacaniana: el significante representa al sujeto acerca de otro significante. Mi tesis es que esa segunda articulación esconde la primera. Es decir que en cuanto el sujeto usa el significante para representarse en la palabra, ese segundo nivel de articulación significante suplanta el primer nivel que ya no se escucha.

La lección que nos entrega el caso Dick es esa: cuando Melanie Klein le sugiere una representación bajo el significante del trencito, es decir cuando Melanie le impone el uso del segundo nivel de la articulación significante, Dick deja su goce habitual sacado del uso de pares de opuestos y entra en el circuito de la palabra.

Entonces podríamos considerar que por no usar ese segundo nivel, el autista permanece estorbado por el primer nivel, o sea la tontería fundamental del binarismo con el que la lengua se estructura.

¿Pero, por qué el autista no usa el significante para representarle a cerca de otro significante? ¿No puede o no quiere? Eso queda enigmático hoy en día. El psicoanálisis se descalificaría si pretendía imponer la tesis de un origen psíquico como causa única del autismo. Hoy en día, ni siquiera los genetistas no se atreven a decir que un genotipo peculiar y preciso pueda ser la única causa de la aparición de un autismo clínico. El año pasado salió a la edición en Francia el libro de un tal Bertrand Jordan, biólogo molecular, investigador en el CNRS3: “Autismo, el gen imposible de encontrar.”Este autor critica el anuncio de un test de detección del autismo hecho por un laboratorio en los Estados Unidos. Hoy en día no es posible proponer una detección seria. Los falsos positivos serían demasiado numerosos y el test, en sí-mismo, llevaría más daño que remedio. “El autismo siendo también un trastorno de la relación, la profecía llevada por un test demasiado impreciso corre peligro de ser auto realizadora. El niño señalado como siendo de alto riesgo será el centro de la solicitación preocupada de sus padres; si no fuera ya autista, podría volvérselo.”4

Este investigador en genética, nos advierte que no hay que confundir genotipo y fenotipo. El genotipo se manifiesta como fenotipo bajo la influencia de diversas contingencias, imposibles de calcular. La transmisión del genotipo no basta ella sola para escribir un destino.

Tendríamos que pensar en lo que representa ese recurso a la genética hoy en día. Para algunos, recurrir a la genética, es un modo de colmar la cuestión de la causa. Sin embargo esa cuestión de la causa se planteó mucho antes del advenimiento del proceso científico.

Buscamos una causa porque necesitamos palabras, cuya alcance supervaloramos, para tentar de dominar lo real. Así obran, más o menos, el oscurantismo, la magia, la religión y el cientificismo. La meta científica es algo distinta. El investigador científico, con tal que sea honrado, lo muestra claramente.

Los psicoanalistas, no hemos de prejuzgar una causa. El autismo, más que cualquier otra clínica, nos enfrenta a la ética del psicoanálisis. Lo que el autista nos muestra rebasa cualquier explicación fundada en el sentido. El saber presupuesto aquí es particularmente inútil.

Sea lo que fuere, más vale dejar a un lado esa cuestión de la causa y dedicarse a describir lo más precisamente posible la clínica del autismo, sin querer hacerla entrar a toda costa en el marco de una hipótesis previa.

Hemos visto la relación muy típica del autista con el lenguaje. El autista es cautivo del significante. Pero hay otros datos clínicos muy llamativos, especialmente en el autismo de Kanner, remiten a la relación muy peculiar del autista con su cuerpo. Podríamos hablar de su andar bien peculiar, de su anestesia al dolor, sus auto mutilaciones, sus estereotipias, su manierismo.

Pues esa fenomenología nos muestra las consecuencias corporales de un primordial rechazo de la alienación al discurso del Otro. Eso no es nada extraño si tomamos en cuenta que lo que está en juego en la alienación, es el cuerpo y su goce.

Si el niño acepta enajenar su ser a la demanda del Otro, del que depende totalmente, es porque aprende a satisfacerse con el reconocimiento y el amor del Otro. Así experimentara un placer, un goce emparejado a los significantes del Otro. Pero tendrá también que renunciar en parte a su propio goce.

Si esa alienación es soportable, es porque conlleva un proceso de separación. No todo es sacrificado en esa operación, queda un resto. Ese resto se condensa en esos objetos separadores: la mirada y la voz. Son objetos que han resistido al sacrificio al Otro. Por eso, el sujeto se apoya en ellos para existir en tanto deseo y oponerse a una total sumisión al Otro.

Unos años atrás, yo había propuesto un modelo para dar cuenta de la relación muy particular del sujeto autista con su cuerpo y con el Otro del discurso, apoyándome sobre la dialéctica Hegeliana del amo y del esclavo revisada por Lacan.

El cuerpo del Esclavo pertenece al Amo, en tanto representa el objeto de su goce. Pero el Esclavo, cuya posición se define como no habiendo renunciado al goce, no goza de hacerse el objeto del Amo, tiene su propio goce, goza de objetos que no ha abandonado al Amo “Si amo soy, dice Lacan, mi goce está ya desplazado, depende de la metáfora del siervo pero queda que para él, hay otro goce que queda a la deriva”5. Este otro goce que queda a la deriva, es el goce propio al Esclavo, ese que no está atrapado en la metáfora del Amo, se le escapa. Esto quiere decir que el esclavo no goza en su cuerpo esclavizado, no goza de su esclavitud, sino en otro lugar, y precisamente allí donde una parte de su ser escapa al Amo. El Esclavo goza de un objeto que no sacrifica al Amo. Ese objeto queda al margen, está situado fuera del cuerpo, en la medida en que no forma parte del cuerpo como Otro, es decir del cuerpo significante. Ese objeto, es lo que permite al Esclavo no confundirse con ese cuerpo servil que representa para el Amo. Es el goce de la vida que fija un límite a las exigencias superyoicas que imponen al ser un modelo ideal mortífero.

Pero ¿ puede uno gozar de la vida si no se la aliena a los significantes Amos? Es la cuestión que nos plantea el Autista. Para gozar, hay que tener un cuerpo, puesto que no hay goce sino del cuerpo. Pero tener un cuerpo supone que se ha alienado su ser al discurso del Otro. Un cuerpo es por tanto una entidad simbólica reconocida por el Otro, un cuerpo, es un objeto dominado por el significante-amo, porque más allá de la historieta Hegeliana, esta dialéctica nos permite cernir las complejas relaciones que vinculan al sujeto, su cuerpo, su goce al Otro. En el lugar del Amo Hegeliano, detentor de un saber absoluto, podemos situar al Otro de Lacan, representado de manera más económica por el significante amo.

El significante amo civiliza el goce del cuerpo, es lo típico del discurso de la educación. El significante amo, fijando el marco del goce, prescribe lo que conviene y prohíbe lo que no conviene. Es cierto que lo que no conviene toma todo su valor. Pero, ¿qué valdría el discurso de la educación si se radicalizase, si no permitiera ningún tipo de deriva? Viraría hacia el totalitarismo, el sadismo y a la tortura.

Es a lo que cualquiera está confrontado, madre, padre, educador o terapeuta, que quiera hacer entrar a la fuerza al autista en un discurso que rechaza. En este sentido el testimonio de Judy Barron es ejemplar; esta madre vislumbra claramente el horror al que podría conducirla la idea de educar a su hijo autista. No se trata del horror suyo, sino del horror por la posición que se le reserva cuando quiere a toda costa, hacer entrar a su hijo en el discurso.

¿Por qué el autista rechaza entrar en el discurso?

Aquí me atrevo a hacer una hipótesis, ya verán que sólo es la hipótesis de un sujeto, el sujeto de un primordial rechazo.

Lo que he aprendido de un niño autista a quien atendí varios años, lo que he leído en los testimonios y en los trabajos de los colegas, todo ello me lleva a pensar al autista en una posición del todo o nada. Algo hace que la representación significante, si se hiciera, se haría para él, sin resto. Se reduciría a ser el rehén del significante amo, sin escapatoria posible. No le queda más opción que tratar de neutralizar el automatismo significante. Es lo que hace en sus estereotipias. ¿Goza entonces de la vida? No, no lo creo, está más bien odiosamente gozado por el significante. Elige quedarse al margen, sitúa resueltamente todo su ser a la deriva del discurso. Pero no es una deriva en el verdadero sentido del término, porque la deriva supone que hay algo que excede a un marco. Aquí no hay tal.

Insisto sobre esta noción de goce a la deriva, porque me parece que es una indicación para un tratamiento posible. La educación, propuesta por algunos, más bien en boga hoy día, no me parece la solución adecuada. Corre el riesgo de girar hacia la ferocidad, no respeta la posición del autista. En cambio, todas las tentativas en el sentido de ir al encuentro de estos sujetos respetando sus derivas, han permitido amansarlos. Uso esa palabra amansar  que saqué del cuento “El Principito” de Antoine de Saint Exupery.  El Principito puede ser considerado, de cierto modo, como una metáfora del autismo. Pues, hay un coloquio muy interesante entre el principito y el zorro donde este dice:” por favor, amánsame”. El zorro enseña al principito a amansarlo.

Si vuelvo otra vez más al caso Dick, me parece que a fin de cuentas la eficacia de la intervención de Melanie Klein estriba en el hecho de que ella se interesó por el margen en el que Dick se refugiaba, fingiendo compartir así su interés por los trenes y las estaciones, ella logró amansarlo.

Entre los numerosos libros que testimonian de lo vivido autístico, os recomiendo la lectura de Donna Williams.6 Ella desarrolla su propia tesis. Según dice: “Los seres humanos constan de tres sistemas razonablemente integrados en las personas normales: el intelecto, el cuerpo y las emociones. En ciertas personas uno de los sistemas es defectuoso y convierte la integración completa en un imposible. Creo que en el caso del autismo, el mecanismo que controla la afectividad no funciona correctamente.7

El valioso testimonio de Dona Williams me lleva a considerar esta problemática del cuerpo del autista bajo el ángulo de la última elaboración de Lacan, la del nudo borromeo. Lo vivido corporalmente traduce la manera en la que el cuerpo está atrapado en el sutil nudo que lo ata al Otro del lenguaje y a lo real de las necesidades vitales. Tenemos todo el interés en considerar que este nudo tiene la estructura de una cadena borronea.

Para tener un cuerpo y habitarlo sin demasiado dolor, hace falta que ese cuerpo sea una entidad imaginaria anudada a lo simbólico por lo real. Sin lo real, el cuerpo imaginario podría confundirse con el cuerpo simbólico, lo que lo abocaría a un destino fatal, visto el ideal mortífero de lo simbólico. Piensen por un momento en el suicidio espectacular de Mishima, que logra en un acto altamente simbólico, sacrificar su cuerpo a despecho de lo real de la vida.

Para tratar de elucidar las paradojas del cuerpo del autista, Henry Rey-Flaud nos sugiere releer la metáfora de la “pizarra mágica” de Freud. El aparato psíquico, tal y como nos es descrito por Freud, conlleva tres niveles, una capa externa de celuloide que sirve de para-estímulos, una capa mediana en papel sobre la cual aparece la escritura y una capa profunda, hecha de cera, que contribuye a la aparición del trazo sobre la capa intermedia, pero que guarda también la huella, cuando el trazo se borra. Según dice Rey-Flaud8, la capa protectora, para-estímulos, fallaría en el autista, exponiendo al sujeto a un exceso de estímulos, ilegibles en tanto tales.

Lo que llama la atención en el modelo propuesto por Freud es su estructura ternaria. Para que una percepción pueda llegar a la conciencia, hace falta que se asocie a una trazo mnémico. El hecho de darle sentido, de inscribirla en una historia, es ya, en sí misma, una manera de prevenir el exceso peligroso. Se podría entonces comentar el modelo de Freud de una manera un tanto diferente, considerando que, contrariamente a la “pizarra mágica” en el aparato psíquico, ninguna capa es más importante que la otra. Son necesarias tres capas para que la inscripción aparezca y pueda desaparecer. Insisto sobre esta posibilidad de desaparición porque el olvido tiene una función importante. En este sentido cabe señalar que muchos autistas dan pruebas de una hipermnesia asombrosa. Son muchos los testimonios que dan cuenta de esta compulsión a memorizar, como si el autista estuviera condenado a no poder olvidar nada.

El escritor Borges ha entendido muy bien la estructura clínica de estos fenómenos y en este sentido recomiendo la lectura de una de sus novelas titulada: Funes el memorioso. A consecuencia de un accidente de caballo, el malogrado Funes padece de no poder olvidar nada. Borges imagina este pobre Funes atrapado en los significantes reducidos a signos, es decir en una relación directa, no borrada, con la cosa que lo representa. Borges describe así la incomprensión de Funes: no entiende que el perro con que se ha encontrado a las tres catorce horas visto de perfil, sea designado por el mismo significante que el encontrado a las trece quince visto de cara. Es decir reduce el significante al signo. En su ficción Borges capta muy bien que la representación significante permite el olvido, porque contrariamente al signo, el advenimiento del significante implica que la relación con la cosa sea borrada.

En el mismo orden de ideas podría evocar los logros en la memoria de un joven a quien atendí. Era capaz de memorizar una lista de una veintena de palabras, significantes encontrados en el camino para llegar a la consulta, que debía enumerar a toda velocidad. Recitaba la lista primero en un sentido y luego al revés en un estado mezcla de angustia y excitación. La angustia es comprensible porque se puede suponer que le era necesario recordar todo el recorrido significante, para asegurarse que lo había hecho bien y que estaba ahí, ante mí.

En el mismo orden de ideas, yo había notado que cuando franqueaba una puerta, le ocurría que se golpeaba ostensiblemente e inmediatamente se aseguraba ante el otro, que éste había visto que se había golpeado. Acabé por entender, que no sabiendo si era el mismo al pasar de dentro a fuera, le hacía falta esta sensación sobre el cuerpo para asegurar su identidad una vez franqueada la puerta. La excitación provocada por sus logros de la memoria es más difícil de captar, pero pienso que se trata del mismo fenómeno esencial. Quien dispone de la representación significante puede olvidar porque el acontecimiento producido o el objeto encontrado se registra bajo un significante que puede articularse en un vivido que tiene sentido.

La neurología nos enseña que hay distintos tipos de memoria. La memoria remota permite un olvido momentáneo y necesita ciertamente de la articulación significante, pero la memoria inmediata puede pasar de eso. Pienso que esta memoria toma caminos que son los de la repetición, es decir del goce. El goce tiene su propia memoria, no olvida.

Por eso insisto sobre la posibilidad de borrar que ofrece el dispositivo de la “pizarra mágica” propuesto por Freud. Y para retomar la hipótesis de Rey-Flaud de un disfuncionamiento a este nivel en el sujeto autista, se podría decir que no es por tanto solo la capa protectora la que no funciona en el autista, es también que la huella no se borra. Para ser más exacto, digamos que si la inscripción significante supone normalmente que las tres capas esten en contacto algún tiempo, es precisamente este punto de capitón el que no se efectúa en el modelo autístico. Luego, podemos considerar la clínica del autismo bajo el ángulo de la cadena borromea imposible. Esto permitiría entender un poco mejor lo que nos describen los autistas escritores en cuanto al afecto y la emoción. ¿Demasiado afecto o ningún afecto?

Si nos referimos a la definición radical dada por Jacques Lacan: “Afecto no hay sino uno, a saber, el producido del apresamiento del ser hablante en un discurso, en la medida en que ese discurso lo determina como objeto”9, podemos decir entonces que el afecto no es causa sino consecuencia, es el resultado de la alienación al Otro, una alienación que se hace en la forma del no todo, del malentendido, en resumen que deja sitio a algo que escapa al Otro, a sus palabras y a sus mandatos. Dicho de otro modo, el afecto atestigua que es un real el que asegura el nudo de lo imaginario del cuerpo al Otro como cuerpo simbólico. De manera evidente, es lo que no funciona para los sujetos autistas. De este hecho, no es en su cuerpo donde está afectado por el Otro, en tanto no es su cuerpo el que está alienado, sino que es todo su ser el que está a merced de los significantes.

Esto convierte en muy problemático el recurso de la educación. Aquel que quiere hacer entrar a cualquier precio al autista en el discurso del amo, que es el principio de la educación, ese tarde o temprano se convertirá en un torturador. Todos los padres de niños autistas lo han experimentado y dan dolorosamente, testimonio de ello. Pero algunos apasionantes militantes del método ABA parecen desconocer esa experiencia, si damos crédito a su manera de defenderse ante los pleitos interpuestos contra ellos por maltrato.

Cabe decir que hay en Francia, desde hace unos años, una pelea importante entre los conductistas y el ámbito analítico. Es una pelea inútil. No tendríamos que olvidar que el propio tema del autismo nos lleva naturalmente al binarismo fundamental del lenguaje. Sería importante contrarrestar esa tendencia sectaria e imbécil.

El pasado verano, visite un centro de atendimiento para jóvenes autistas en Barcelona. Allá encontré a varios terapeutas: educadores, logopedas, psicopedagogos que trabajan con referencias conductistas, y psicoanalistas. Todos trabajan juntos y pueden intercambiar sus puntos de vista sobre un mismo caso. Es posible y es fructífero. Creo que el atendimiento de un sujeto autista ha de ser pluridisciplinar.

Dicho esto, ¿Cómo puede posicionarse un psicoanalista ante un sujeto autista? La cosa no es simple. Según mi experiencia, creo que nada se puede hacer si el analista no parte de la suposición de que tiene que vérselas con un sujeto del que tiene cosas que aprender. Por otra parte se requiere paciencia y el analista debe poner todo su interés en limitar sus pretensiones terapéuticas. El furor sanandi sería particularmente nefasto.

He atendido a dos niños autistas durante muchos años: doce par uno, y quince par el otro. He sido llevado a intervenir varias veces en las instituciones que han alojado estos dos pacientes. Todavía ocurre que me consultan sobre ellos y respondo solícito, porque creo poder decir que la calidad del acompañamiento que estas instituciones ofrecen a estos pacientes depende mucho de mi propia inversión. Así se establece una red que hace posible la vida para estos pacientes y vuelve esta clínica soportable para quienes les acompañan. El psicoanálisis no está en vano en esta red, la teje y la sostiene y en mi opinión así es como el análisis demuestra su pertinencia en el abordaje clínico del autismo.

Notas

1 Tammet Daniel «naci un día azul».

2 Maleval Jean-Claude : l’autiste et sa voix Champ freudien Seuil 2009.

3 JORDAN Bertrand : Autisme, le gène introuvable. Seuil 2012.

4 Op. cit, p.44, Seuil 2012.

5 LACAN, J. (1967) La lógica del fantasma; sesión del 7 junio 1967, inédito.

6 WILLIAMS D., Si on me touche je n’existe plus, Collection j’ai lu, édition de 1994.

1 Op cit p. 291.

8 Rey-Flaud, H. (2008). L’enfant qui s’est arrêté au seuil du langage. Comprendre l’autisme, Flammarion-Aubier.

9 Lacan, J. (1969-70). Libro 17. El Reverso del Psicoanálisis. Barcelona, Paidós. p. 172.