› Novedades › Textos › Vera Castaño › El precio a pagar
El precio a pagar
Vivimos en un contexto, sobre todo en los países occidentales, donde el empuje constante al goce y a la plenitud inundan el discurso social. El tan extendido eslogan «Todo es posible» no hace sino insistir en una idea que es, paradójicamente, un imposible.
Es probable que nunca se haya aspirado tanto a la felicidad como ahora y, sin embargo, o precisamente por ello, dos de los síntomas predominantes hoy en día son la ansiedad (angustia) y la depresión. Lo vemos en la clínica con pacientes que llegan con el diagnóstico previo de una o de otra –a menudo de ambas al mismo tiempo– y en sesión hablan de su apatía, sus taquicardias y la sensación de «no poder parar».
Sobre la angustia, Lacan retomó la idea freudiana de que es una señal y la reformuló, subrayando que «la angustia no es sin objeto». Para el autor francés, esta se constituye «cuando algo, no importa qué, viene a aparecer en el lugar que ocupa el objeto causa del deseo». Dicho de una manera más sencilla: surge cuando falta la falta.
Tiene sentido entonces que los sujetos sufran de angustia en un mundo que nos invita a llenarnos con objetos de consumo bajo la promesa de que nos harán felices y nos quitarán malestar. El mensaje no es nuevo, pero las nuevas tecnologías hacen que su alcance e insistencia sean muchos mayores. La trampa está en que, al taponar el tan necesario –aunque no por ello menos incómodo– vacío, ese consumo frenético termina por intensificar la angustia.
En lo que respecta a la depresión, ni Freud ni Lacan utilizaban este término en el sentido en que se emplea hoy, pero sabemos que hay en ella una ausencia de deseo. Si asumimos que el discurso capitalista nos quiere entretenidos todo el tiempo con objetos que ofrecen una satisfacción inmediata, podemos intuir la cantidad de goce que está en juego. Y a mayor goce, menor deseo.
En general los sujetos se resisten a enfrentarse a la falta y hay quienes creen incluso que no tiene por qué haberla. El problema, claro está, es que por ese camino se han deshecho también de su deseo, que necesita de un poco de vacío para poder emerger.
¿Cómo podemos desde el psicoanálisis frenar esta rueda cuando hay cada vez más dificultades para que se produzcan entradas en análisis? Es uno de los grandes desafíos a los que nos enfrentamos y sobre el cual valdría la pena seguir reflexionando en esta Jornada.
Una sociedad que tiene como objetivo alcanzar la felicidad, como si esta fuera no solo un estado, sino uno que hay que sostener de forma permanente, está condenada al sufrimiento inherente a cualquier persecución de un imposible. Después de todo, como una vez escuché decir a la escritora portuguesa Lídia Jorge, «la vida es un intento de salvación de lo posible». Y el precio a pagar por aquello que nos mueva a vivir a pesar del «no todo» no es otro que la falta.