Publicado el 30/08/2016

El mal y su relación a la mirada y la voz

Entonces, me corresponde empezar esa serie de conferencias madrileñas sobre el mal. Vale decir que es un tema bastante nuevo en nuestro ámbito y en eso os agradezco el  haberlo elegido.

Lo más sencillo para introducir el tema sería volver a Freud y a su descubrimiento de la pulsión de muerte, la pulsión agresiva, que cada uno alberga en sus adentros. Esa pulsión pone trabas al lazo social promovido por la cultura, puesto que ese lazo social se funda supuestamente en otra pulsión, o sea la pulsión promovida por el amor: el Eros.

Es muy sencillo: el Eros reúne, mientras que Tanathos separa. En realidad Freud se da cuenta de que las cosas son mucho más complicadas, de allí resulta el malestar en la cultura, malestar que remite al malestar que yace en cada uno de nosotros, debido al conflicto entre las necesidades del individuo y las del grupo.

No es tan sencillo distinguir el bien y el mal. Porque depende del punto de vista que tomemos. Por ejemplo, si tomamos el punto de vista del individuo: satisfacer sus propias tendencias agresivas  no es  forzosamente un mal, a menudo puede ser un bien, al revés, reprimir esas tendencias y dirigirlas hacia si mismo puede dañar al yo.

Entonces, ¿dónde está el bien, dónde está el mal?. Uno podría decir que a nivel del individuo, el mal es emanación de la pulsión de muerte que empuja al yo a dañarse. Entonces el verdadero mal sería el mal proporcionado a si mismo y no a los demás.  Sería una filosofía algo sadiana, lo contrario de la caridad cristiana para quien el mal es únicamente el mal proporcionado al prójimo.

En este sentido  es  una influencia ajena  (la del Otro con mayúscula)  que le  permite al sujeto distinguir entre malo y bueno. “Librado a la espontaneidad de su sentir, el hombre no habría seguido ese camino; por tanto, ha de tener un motivo para someterse a ese influjo ajeno. Se lo descubre fácilmente,… su mejor designación sería: angustia frente a la pérdida de amor.  Claro que el que actúa mal corre riesgo de ser castigado por el Otro. Si pierde el amor del otro, de quien depende, queda también desprotegido frente a diversas clases de peligros, y sobre todo frente al peligro de que este ser hiperpotente le muestre su superioridad en la forma del castigo. Por consiguiente, lo malo es, al principio, aquello por lo cual uno es amenazado con la pérdida de amor.

Suele llamarse a este estado «mala conciencia», pero en verdad la conciencia de culpa no es sino angustia frente a la pérdida de amor, angustia «social». En el niño pequeño la situación nunca puede ser otra; pero es también la de muchos adultos. Por eso se permiten habitualmente ejecutar lo malo que les promete cosas agradables cuando están seguros de que la autoridad no se enterará o no podrá hacerles nada, y su angustia se dirige sólo a la posibilidad de ser descubiertos.1

Sobreviene un cambio importante – añade Freud – cuando la autoridad es interiorizada por la instauración de un superyó. Con ello los fenómenos de la conciencia moral son elevados a un nuevo grado.  En ese momento desaparece la angustia frente a la posibilidad de ser descubierto, y también, por completo, el distingo entre hacer el mal y quererlo; en efecto, ante el superyó nada puede ocultarse, ni siquiera los pensamientos. El superyó pena al yo pecador con los mismos sentimientos de angustia, y acecha oportunidades de hacerlo castigar por el mundo exterior.

Pero, a mi modo de ver, respecto a nuestro tema del mal,  el punto más interesante de este capitulo VII del  Malestar en la cultura viene a continuación cuando Freud subraya el porvenir de la pulsión agresiva reprimida. “El efecto que la renuncia de lo pulsional ejerce sobre la conciencia moral se produce, entonces, del siguiente modo: cada fragmento de agresión de cuya satisfacción nos abstenemos es asumido por el superyó y acrecienta su agresión contra el yo.

Es muy interesante porque así vemos que la conciencia moral, procedente de la cultura, no logra borrar por completo la pulsión agresiva, algo de esa pulsión permanece, bien tapado en lo íntimo del sujeto, precisamente en esa instancia llamada superyó quien luego puede tranquilamente ejercer su ferocidad contra el yo.

Esa ferocidad del superyó bien se hace oír en el caso de la psicosis y especialmente en la melancolía.  Veremos más adelante la relación de ese superyó con un objeto de goce muy peculiar que Lacan aisló y que llamó la voz.

Por ahora, sólo quiero subrayar la paradoja siguiente: cuanto más el yo se somete al mandamiento del superyó, más feroz se hace el superyó. El superyó nunca puede ser saciado, su glotonería es absoluta. Es importante considerar la naturaleza de ese superyó: a la vez procede de la educación,  de la cultura que nos impide satisfacer nuestras pulsiones y a la vez participa de la pulsión agresiva misma, siendo construido alrededor de un resto imposible de reprimir. El superyó no contradice el refrán antiguo: Homo homini lupus, muy al contrario, si lo miramos muy de cerca, el hombre es un lobo incluso para sí-mismo.

La lección freudiana aislando esa instancia feroz y siniestra en el corazón del hombre no les viene bien a los que no quieren saber nada de “la inclinación innata del ser humano al «mal.», a la agresión, la destrucción y a la crueldad.” Para ellos, Dios los ha creado a imagen y semejanza de su propia perfección, y por eso les resulta difícil admitir la indiscutible existencia del mal al lado de la bondad infinita de Dios.

El Diablo es entonces el “ mejor expediente para disculpar a Dios2. Pues, la existencia de Dios implica la existencia del diablo. El diablo, dice Freud, corporiza la existencia del mal. Es muy llamativo darse cuenta de que hoy en día el diablo ya  no asusta a nadie. Muy al contrario el culto satánico interesa  cada vez más a los jóvenes decepcionados, atiborrados por los bienes suministrados por el sistema del  consumo capitalista.

Recientemente, preparando esta conferencia, me enteré de la salida del libro de un tal   François  Meyronnis cuyo titulo me llamó la atención.: “Sobre la exterminación considerada como una de las bellas artes3. Se trata de una reflexión sobre la expresión del mal en la literatura  de hoy.

Será preciso – escribe Meyronnis –   que lo admitamos un díaal mal le sucedió algo.”.  Antes, el mal podía ser ubicado fácilmente del lado de esa instancia que lo corporizaba o sea el diablo. Había por un lado Dios y su creación, a partir de la nada, y por el otro lado, quien se oponía a la creación y  reivindicaba el retorno a la nada o sea el diablo.

Era bastante facil reconocer esas fuerzas opuestas, por aquí las fuerzas del bien   y por allá las fuerzas del  mal. Hoy, nos burlamos de quien trata de ubicar en las democracias occidentales  la fuerzas del bien y en el terrorismo islámico  las fuerzas del mal. “Uno quisiera que haya por un lado las democracias del mercado y por otro lado una internacional del terror manteniendo la discordancia. Es una burla con la que se atonta a las masas. …Al jugar con el espanto, el terror no quebranta jamás el control planetario, sino que lo consolida, lo refuerza. Después del desconcierto el terror engendra unas ganas (un prurito) de obedecer. 

Así lo imaginó un escritor francés, Jean-Christophe Ruffin, en su novela titulada Globalia. Se trata de un nuevo mundo totalmente globalizado, totalmente controlado por la policía, la justicia y la psicología. Los psicólogos sirven para castigar a la gente, un castigo común es por ejemplo la reeducación psicoterapéutica para enseñarles a los delincuentes el camino del bien .  Pues en este mundo, el gobierno, de vez en cuando, suele armar falsos ataques terroristas para reforzar la unidad del pueblo.

Al jugar con el espanto, el terror no quebranta jamás el control planetario, sino que lo consolida, lo refuerza.  Así pues , no es sencillo distinguir las fuerzas del bien y las del mal porque, en cierto modo, obran en el mismo sentido. Basta con pensar por ejemplo en las ganancias sacadas por las cadenas de televisión alrededor del 11 de septiembre del 2001 cuando nutrían nuestro goce con el espectáculo del horror.

Las fuerzas del mal habían armado el ataque y las fuerzas del bien sacaban provecho del horror llevado a la escena. Lo llamativo es que por ambos lados se hablaba de Dios. Los terroristas decían obrar en nombre de Dios, y los americanos contestaban predicando la cruzada. ¿Dónde está el diablo? En ningún lugar, pero el mal está por todas partes y nos da por gozar por medio del espectáculo que nos sirven cada día y que exigimos en nombre de un derecho a la verdad.

Antes, era mucho más sencillo denunciar las obras del diablo y sus empujes al goce. ¿Quién, hoy en día, se arriesgaría a denunciar el pecado o la culpa del espectador que mira el espectáculo de una matanza, o que lo escucha en su radio o que lo lee en su periódico?

Otra vez más os recomiendo una lectura, la de una escritora belga, Amelie Nothomb, su novela titulada Acido sulfúrico. Es muy llamativo, en esta conferencia, estoy hablando de la desaparición del diablo lo que colleva la omnipresencia del mal y se me viene a la mente este título : ácido sulfúrico. Huele a azufre! Así se decía en Francia cuando uno sospechaba la presencia del diablo.

En esta novela, se trata de un pseudo testimonio sobre el universo de los campos de concentración. En un primer tiempo, uno puede encontrar en este libro todos los ingredientes con los que se suele nutrir el apetito del lector: angustia y espanto de las victimas, ferocidad de los guardias,  es el horror al que estamos acostumbrados en este tipo de relatos. Pero,  de repente, hay un cambio de perspectiva, todo eso no es sino una escenificación para un espectáculo de televisión titulado: Concentración. Así Amelie Nothomb denuncia los siniestros reality shows de la televisión. Pero  a la vez denuncia el goce que pueden desencadenar los testimonios sobre el horror.

En un cierto momento, entrevistan a una de las prisioneras, presentada como  heroína: “A su juicio, ¿quienes son los más culpables?

—Pienso que los más culpables son los espectadores – contestó-.

—Claro que el público tiene la culpa, pero ir hasta decir que él es el más culpable, no! El público queda pasivo. Los organizadores, los políticos, son mil veces más culpables.

—Su perversidad es autorizada y luego creada por los espectadores. Los políticos emanan del público. En cuanto a los organizadores, son tiburones que se contentan con escurrirse en donde hay hiancias, o sea, donde hay  mercado que da beneficio. Los espectadores son culpables por formar un mercado que da beneficio”.

A continuación, la novela describe la evolución de ese espectáculo inmundo. Para remediar una baja de audiencia, los organizadores, deciden quitarles su papel represivo a los guardias y especialmente su responsabilidad en la selección que cada día manda a la muerte a cierto número de victimas. Los organizadores otorgan esa responsabilidad a los espectadores que ahora podrán votar por medio de su telemando, para designar a las victimas para enviar a la muerte. Enseguida la audiencia crece. Amelie Nothomb subraya así, de modo caricaturesco, el goce del testigo de vista, ese mismo goce que las pacientes de Freud confesaban haber experimentado cuando de niñas miraban al padre castigando a otro niño.

Doy por seguro que saben que la escena de un niño pegado por un adulto le sirvió a Freud como modelo del fantasma. El fantasma es una escenificación,  siempre se presenta como una escena, algo que ver. En realidad esa escena se desarrolla en una pantalla que tapa un vacío. El vacío producido por la falta de representación : no todo es representable, lo real no tiene imagen. Pues el fantasma pretende suplir esa falta y nos entrega una imagen  donde no hay nada que ver.

Si la escena del fantasma nos resulta tan atractiva, mientras que  es siempre la misma imagen, totalmente estereotipada, sin sorpresa ninguna, es que esa imagen suple la ausencia de una imagen que uno quisiera ver y que nunca verá. Eso es  lo irrepresentable, aquel objeto que falta en la escena que representaría la suerte de objeto que fuimos para el Otro, desde el principio.

El recorte de ese objeto imposible de ver y de representar  constituye el punto desde donde cada uno mira al mundo. El fantasma es la ventana a través de la que uno contempla la realidad de su mundo. Lacan nos recuerda que la palabra fantasma implica ese deseo de verlo proyectado como escena en la pantalla de nuestro cine íntimo. Nos gustaría ver este cuadro porque nunca lo podremos ver. Es la imagen que siempre nos hará falta: lo que fuimos antes de ser, y lo que ocurrirá con nosotros cuando ya no estemos.

Dicho de otro modo, lo que nos concierne en la escena del fantasma se halla más allá de la pantalla. Por eso podemos entender como la obscenidad de las imágenes del sexo y de la muerte pueden dar tantos beneficios. Del mismo modo podemos entender por qué la escenificación del traumatismo en el que nuestro semejante es una víctima. nos resulta tan atractiva.

Es importante que lo sepamos  porque, cada vez que uno evoca, incluso por motivos serios, una escena en la que una persona padece la violencia de otro, ello despierta ese goce del fantasma en el que recibe este tipo de  mensaje,  lo sepa  o no.

Esto es lo que  fui llevado a decir en el cierre de unas jornadas a las que me habían invitado. Eran jornadas de una asociación que atiende a personas que han sufrido violencias políticas. El tema era Transmitir y  testimoniar . Estaban en esas jornadas colegas que se dedican a recoger el testimonio de personas  traumatizadas.

En mi conclusión fui llevado a recordarles que el modelo del fantasma, según Freud, es una escena que uno imagina para gozar  y es una escena  de fustigación: pegan a un niño. El sujeto que usa ese fantasma es reducido a una mirada que goza frente al traumatismo que su semejante padece. Por supuesto mi conclusión  matizaba un poco  el elogio que habían hecho del  testigo y del deber de memoria, dado que en segundo plano se perfilaba el horror de los campos de concentración.

Para preparar mi conclusión yo había encontrado en Ricoeur, una reflexión interesante sobre el tema del testigo. El testigo desempeñaba en la antigüedad romana el papel del tercero. Testigo procede de testis, o sea el tercio en latín. En el derecho romano así designaban la función de la tercera persona encargada de asistir a un contrato oral  entre dos personas para poder certificarlo. Ricoeur nota  que “en el momento del testimonio, el testigo se sitúa en una posición tercera respecto a todos los protagonistas del acontecimiento. El testigo pide que uno lo crea. No se contenta con decir: “yo estaba allí”, añade, “créame”. La certificación del testimonio sólo resulta completa por la respuesta de quien recibe el testimonio y lo acepta.”

Gracias al trabajo de Ricoeur, vemos que hay dos estatutos para el testigo.

  • Un estatuto imaginario, en la medida en que el testigo participa en la escena, siendo el que mira. Así él está en la imagen en el sentido en que es tomado por testigo, a pesar suyo.
  • y por otro lado hay el papel simbólico del testigo como tercero cuyo testimonio tiene cierto valor cuando los demás lo escuchan y lo creen.

Ser tomado como testigo y testimoniar son entonces cosas distintas. Insisto en ese punto porque en sus libros, Primo Levi varias veces relata una pesadilla que tuvo en Auschwitz. En esa pesadilla, él quiere testimoniar del horror del lager pero sus interlocutores le vuelven la espalda y  no quieren escucharlo.

El rechazo del testimonio niega la función simbólica del testigo y lo mantiene en su estatuto imaginario en tanto que protagonista tomado  en la escena o sea participando al horror. Asi que el rechazo de su testimonio mantiene al testigo  en su vergüenza. Cuando uno  estudia los testimonios de los supervivientes de la deportación, comprueba que todos confiesan que, al principio, no querían hablar, temiendo que uno no los creyera.

Yo mismo recogí el testimonio de una colega y amiga mía que sufrió la deportación a Auschwitz y que me confesó que el sentimiento principal generado por todo eso, para ella, no era la culpabilidad de los supervivientes sino la vergüenza, por haber visto todos esos horrores y por haber sido reducida a una mirada. La mirada goza, incluso de lo insostenible, es así.

Hace unos meses, tuve la oportunidad de atender a un joven, totalmente trastornado y angustiado después de un desencadenamiento de goce que él no supo resistir. Para satisfacer la glotonería de una pulsión escópica bastante fuerte, solía ir a menudo a ciertas páginas de internet que le proporcionaban imágenes cada vez más violentas.

No pudiendo sustraerse de esa llamada y  empuje al goce, él necesitaba imágenes cada vez más fuertes. Hasta que un día se entera de que ciertas páginas web presentan videos con escenas violentas pero reales. Se trata, según dice, de violencias con animales. Entonces es cuando se encuentra con una imagen insostenible que lo atormenta, de día y de noche, desencadenando pesadillas horribles y fobias de impulso que lo llevaron a mi consulta.

El no pudo contarme lo que había visto realmente, varias veces trató de hacerlo contándome que se trataba de un hombre que le cortaba la cabeza a un cochino, pero supuse que tal vez se trataba de otra cosa más impensable. Sea lo que fuere, el desencadenamiento del goce frente a lo irrepresentable había hecho estallar  la ventana  tras  la cual solía mirar al mundo y luego lo inmundo se imponía por todas partes.

Aprovecho la ocasión para señalarles que la palabra mundus en latín significa limpio y así permite  distinguir el registro de lo humano mundus y el de lo animal, inmundus. En francés y en castellano también permanece el verbo mondar quesignifica limpiar.

Para volver a nuestro asunto, podríamos decir que el bien estaría del lado del mundo y el mal del lado de lo inmundo. Pero aprovechando el caso de este joven, podríamos decir que, para él, el bien estaría del lado de la imagen que le falta y que está buscando. El bien organiza su búsqueda mientras la imagen le  falta. ¡Que maravilloso sería ver lo que  no puedo ver! Pero, en cuanto logró alcanzarla, el mal surgió y se impuso desorganizando su mundo. Lo que surgió, es el goce mortífero de su propia mirada.

En la serie de los objetos que conocemos gracias a la teoría freudiana y a la enseñanza de Lacan, la mirada desempeña una función bien peculiar. El seno, el objeto anal, el falo, son objetos que faltan y por eso el sujeto los experimenta como bienes  que él quiere adquirir o de los que no acepta separarse. La mirada, en cambio, cuando surge, amenaza al sujeto y se presenta más bien como mal supremo.

Voy a entregarles un ejemplo sacado de un testimonio de una amiga mía sobre el universo espantoso de Auschwitz que  ella publicó el año pasado en Francia. Ella me pidió hacer una presentación de su libro dado que, de cierto modo, yo había participado a la elaboración del núcleo del libro, en tanto que pasador del relato de su experiencia.

Se trata de una persona deportada a Auschwitz que sobrevivió y que se analizó. Ella es psicoanalista. Cuenta que siempre se quedó con un recuerdo encubridor, terrible, cuya importancia no se modificó a pesar de un primer análisis. De joven la deportaron a Auschwitz y allá había escapado a la «  selección »  que la hubiera llevado a la muerte. Fue empleada en una barraca para registrar, en una maquina de escribir, la lista de las joyas robadas a las victimas. Por suerte, según dice ella, no trabajó sino un día en ese lugar. Pero bastaba para que se quedara con esa  imagen imborrable que me permito usar para ilustrar la relación entre la mirada y lo inmundo.

He aquí  la escena. Está sentada detrás de la máquina de escribir, frente a ella está la pared y una ventana. Por la ventana se ve una fila de personas recién llegadas y « seleccionadas », mujeres, niños y ancianos que hacen cola sin saber lo que están esperando. La fila avanza poco, de manera que nuestra joven ve a una niña y a su abuela, como enmarcadas en la ventana. Hace calor, la niña se impacienta, deja la fila y se aproxima de la barraca con un cubilete a la mano, como si buscara agua a un grifo colgado en la pared exterior de la barraca. Aquel grifo, esa persona tecleando en su máquina  no lo puede ver sino que lo supone. Un soldado SS se interpone, con calma, y  acompaña a la niña en la fila, enseñándole, con el dedo, que allá, más adelante encontrará agua, sin problema. La gente en la fila se tranquiliza.

Mientras esa escena se desarrolla en el marco de la ventana, otra escena se desarrolla a espaldas de la joven tecleando en la máquina de escribir  pero se refleja justo al lado de la ventana gracias a un pequeño espejo colgado en la pared. Se trata de un soldado SS en pie, otra joven deportada, de rodillas frente a él, recosiéndole un botón de la bragueta, se ríe ahogadamente. Luego , hay dos escenas desarrollándose frente a nuestra joven tecleando en la maquina de escribir, una está enmarcada por la ventana, la otra reflejada en el espejo.

Al margen de esas dos escenas, de vez en cuando, la joven, echando una ojeada, puede cruzar la mirada del SS en el espejo.

Así pues, un primer análisis interpretó la escena de la ventana por medio de la escena en el espejo. Como si la verdad escondida de la escena de la ventana fuera interpretada por la escena del espejo. El grifo que la joven supone colgado en la pared sin poder verlo, ese grifo que le faltaba a la niña en la fila, las joyas cuya lista tiene que establecer, la escena de la otra joven de rodillas frente a la bragueta del SS, todo eso, absolutamente conforme con la teoría del Penisneid, había colmado la hiancia provocada por el enfrentamiento de la muerte y de la mirada.

Así que tal interpretación no había cambiado nada, esa sujeto quedaba pegada a esa escena imborrable, identificada a la niñita en la fila a quien le faltaba el grifo. Esa imagen fija borra otro punto, o sea, el punto desde donde esa sujeto miraba. Curiosamente, sin saber por qué ella recordaba que por la ventana también podía ver, al margen de la escena, una maceta con un geranio.

Cabe decir que, por supuesto, toda la vida de esa mujer queda marcada por su experiencia  de la deportación y especialmente por su estancia en Auschwitz. Podríamos decir que Auschwitz le sirve como ventana para interpretar lo que ocurre en el mundo.

Un día sucedió que una amiga suya le enseñó un catálogo de fotos del campo de Auschwitz. Las conocía todas, salvo una que, enseguida, la trastornó. Es una foto en la que se ve la fila de los « seleccionados » haciendo cola delante de una barraca. Reconoce la barraca en la que ella escribía a maquina, la reconoce gracias a la maceta de geranio a pesar de que apenas se puede divisar en el rincón de la ventana.

Entonces muy conmovida puede decir: « Yo estaba aquí, justo detrás del geranio. » Pues se ve como no se había visto nunca. No se reconoce como antes,  a través de la ventana, identificada con una de esas personas despojadas de todo, sino como esa maceta de geranio, esa mancha incongruente en el universo del campo de exterminio, ese vegetal que mira a los que avanzan hacia la muerte.

Este testimonio es muy importante a varios niveles, hoy sólo me detendré en la diferencia entre el registro del objeto que falta y que puede ser considerado como un bien, el agua que falta, el grifo que falta, las joyas robadas, el penisneid… y el registro de un objeto que no falta sino que se impone y que desorganiza la escena cuando surge. Su presencia es siempre inoportuna, tal como ese geranio en Auschwitz, lugar del mal absoluto.

No todos hemos experimentado lo que esa persona nos relata, pero cada uno de nosotros podríamos testimoniar  del impacto  que tuvieron  las películas, las fotos o  los relatos de la Shoah en nuestra vida. Cada uno podemos comprobar el encuentro entre la mirada y el horror.

Pues, fue precisamente el punto de partida del libro de Meyronnis: el éxito del libro de Jonathan Littell, premio Goncourt 2006. Saben que este autor escribió una novela como si fuera el relato de un nazi que contara su experiencia de la matanza de judíos en Ucrania. El tema es que cada uno de nosotros podría haber participado en esa barbaridad.

Pero Meyronnis nota que el héroe de Littell no es exactamente cualquiera, ha cometido el matricidio, el incesto con su hermana, además es homosexual… tantas cosas que a Meyronnis le sirven para desbaratar el engaño. Según dice, en  el relato del héroe : ”La visión que da a ver y la nube que ciega no forman sino un mismo fenómeno, lo que desemboca en una distorsión con una nota perversa dominante.” De ahí el éxito literario, que testimonia de que el mercado es animado por el empuje al goce.

Respecto a ese tema de los campos de concentración, no dejamos de plantearnos la cuestión de ¿cómo fue posible en una cultura tan desarrollada como la nuestra? ¿No es el superyó colectivo de nuestra cultura occidental bastante fuerte para contrarrestar los maleficios de lo inmundo? Aquí es donde tenemos que revisar nuestra concepción del superyó.

Los seres hablantes, podemos hablar y entonces dominar nuestro goce. Así lo pensamos. Pero así desconocemos que la lengua es también un aparato de goce. Cuando el sujeto se aliena, tiene que traducir sus necesidades con la lengua del Otro. Pero no todo es posible de traducir, hay un resto, luego la lengua lleva en sí-misma un núcleo  insensato que no sirve para comunicar sino para gozar. Si consideramos el pacto de la palabra como un sacrificio, hay que considerar que algo escapa del sacrificio, y mejor así.

El modelo del sacrificio, es, en la tradición judeocristiana,  la alianza de Dios con su pueblo. Hay que notar que, antes que nada, Dios pidió el sacrificio del sacrificio. La alianza de Dios con su pueblo empieza por un sacrificio fallido, o impedido, podemos decir : Isaac nunca fue sacrificado. Se trata más bien de acabar con la tradición antigua que mandaba sacrificios humanos.

El dios judeocristiano manda a su pueblo que le sacrifique el culto a los dioses feroces a quienes les gustaba la carne fresca. Pues, la tradición del Midrach demuestra que algo del Elohim antiguo permaneció en Yawhé, y eso se hace escuchar con el sonido del Shofar que presentifica el vozarrón de la potencia ciega, el mugido del dios bestial.

Ese ritual le sirvió a Lacan para despejar la voz como objeto de goce en el seno mismo del Otro. El resto de goce que resiste el sacrificio cuando el sujeto entra en la alianza con el Otro, es la voz.

El Otro no ha de responder de la voz. El Otro , que es el lugar donde se garantiza el sentido de la palabra y especialmente el valor de la representación significante del sujeto, no puede garantizar todo lo que se dice o se escucha.  Eso es el espacio de la voz.

Pero hay una instancia que pretende borrar ese espacio y  apoderarse de ese objeto raro para reintegrarlo en el sentido, eso es el superyó, en el sentido lacaniano del término. El superyó manda que todo le sea sacrificado sin resto.

Ahora podemos entender que una cultura en la que se exige que todo sea visto, dicho, contabilizado, gracias a los adelantos de la ciencia que logran circunscribir cada vez más lo real del cuerpo humano, pues, podemos entender que el ideal de esa cultura obra en el sentido de ese superyó del que acabo de hablar.

Hoy en día tenemos aparatos con los que podemos comunicar, tomar fotos, videos, tenemos  recursos para reconocer a cada uno gracias a su huella ADN, todo eso puede estar al servicio de un control permanente de los individuos, pues  podríamos pensar que así estaríamos al abrigo de la violencia, que un mundo tan seguro habría dejado fuera la violencia.

De ningún modo : vemos, muy al contrario , que todos esos aparatos también pueden servir para gozar. Hoy en día, por ejemplo, hay una moda nueva: golpear a  uno siendo filmado por otro. No hablo de todo lo repugnante que uno puede realizar y compartir en la red internet con una webcam. Es muy llamativo:  hasta ahora,  esas porquerías escapan a cualquier control posible.

El medio que sirve para controlar a los individuos también les sirve para gozar, también sirve para desencadenar lo peor. Es el principio que Meyronnis llama orientación biopolítica. Se trata del apoderamiento biológico de los cuerpos por medio de la ciencia.  Los nazis soñaban con depurar la raza para llegar a un genotipo ideal. Se trataba de someter lo real humano a la pureza del significante simbólico. Sacrificio total, sin sobras, sino humo y cenizas.

No es preciso ir tan lejos en la infamia para comprobar el efecto producido por la gestión científica de la realidad humana,  o sea dicha orientación biopolítica que intenta encerrar en sus cuentas todo lo real del goce al estilo de un superyó feroz que manda que todo le sea sacrificado.

El efecto es el surgimiento por todas partes de esos dos objetos cuya presencia nos rodea cada vez más. Lacan lo notaba ya en el  año sesenta  y cuatro, al fin de su seminario cuando decía que “ nuestra relación con la ciencia que invade cada vez más nuestro ámbito se aclara con la referencia a esos dos objetos: la voz, casi enteramente planetarizada , hasta estratosferizada por nuestros aparatos y la mirada cuyo carácter omnipresente no es menos sugerente, pues todos esos espectáculos, todos esos fantasmas suscitan la mirada. Pero – añadió Lacan – eludiré  estos rasgos para acentuar otra cosa que me parece esencial. En la crítica de la historia que hemos vivido, hay algo profundamente enmascarado, es el drama del nazismo que presenta las formas más monstruosas y supuestamente  superadas del holocausto. Sostengo que ningún sentido de la historia es capaz de dar cuenta de este resurgimiento con el que se evidencia que la ofrenda a los dioses oscuros, de un objeto de sacrificio es algo a lo que pocos sujetos pueden no sucumbir, en una captura monstruosa.

Notas

1 Sigmund Freud: Malestar en la cultura  capitulo VII.

2 S. Freud, Malestar… capit VI.

3 F  Meyronnis : De l’extermination considérée comme un des beaux-arts. L’infini,  Gallimard , Paris septembre 2007.