El amor en la psicosis
«El amor es un guijarro que ríe al sol», bonita metáfora que aparece en el seminario 3 de las Psicosis de Jacques Lacan. Y añade: «me parece una definición indiscutible del amor.» Poesía para hablar del amor y sus paradojas. Poesía y locura, por otra parte. Locura porque sin cierta dosis de ella es difícil amar, como señala F. Colina, y por otro lado si no se puede amar acaba uno enloqueciendo o… enfermando.
Desde luego, en este tema, «El amor en las psicosis», nos encontramos con amor y enfermedad mental si hablamos en términos de la sociedad actual. Ahora, si pensamos las psicosis como modos de subjetividad particulares, como modos de habitar en la vida, que presentan una serie de particularidades, pienso que podemos abordarlo desde otro lugar.
Desde la perspectiva del psicoanálisis, las psicosis han tenido aportaciones esenciales desde Freud a Lacan. El primero, a pesar de que abordaba esta temática en muchos de sus escritos, prevenía a los psicoanalistas y pensaba que quizás no se podía hacer mucho con estos sujetos. Lacan da la vuelta completamente a esto y es muy conocida su frase de invitar a los psicoanalistas a no retroceder ante las psicosis. De hecho, siempre que hace referencia a ellas es para decir que nos aclaran mucho respecto de otras estructuras y acerca del inconsciente mismo.
Su línea de trabajo no era tratar de explicar las psicosis por analogía con las neurosis, si no por sus diferencias. Entonces, me voy a apoyar esencialmente en algunas construcciones de Lacan para tratar de abordar este apasionante tema, desde mi punto de vista. Y postulo no retroceder ante el amor en las psicosis.
En este anudamiento psíquico nos encontramos con sujetos que, frente al amor, presentan falta de recursos, una especie de quiebre en relación al cumplimiento del amor, si seguimos lo planteado por Lacan en Las conferencias en las universidades americanas. Esta falta de recursos podemos pensarla desde varios lugares, por ej: el cuerpo, el Otro como sede de lo simbólico, en relación con el goce, que es vivido como algo invasivo. En fin, que, a la hora de aunar amor, goce y deseo el sujeto psicótico lo tiene complicado, pero no debemos pensar que por ello es imposible, que no pueda existir en su vida, de algún modo, el amor…
Es verdad que, en nuestra práctica clínica, en según qué casos, vemos con cierta prevención que un sujeto psicótico inicie una relación amorosa. ¿Qué razones hay para ello? Vamos a tratar de responder a estas cuestiones.
Vamos a ver si es posible que surja el amor, o si más bien se trata de que pueda consentir ser amado, siendo necesario para ello que pueda haber algo que haga cierta mediación simbólica, como forma de contención de su goce y en su relación con el otro. Ejemplos de ello no nos faltan: Schereber a quien su mujer amó y que empeora notablemente cuando ésta enferma y no puede hablar; Dalí que fue sostenido por Gala hasta el punto que él se convierte en DalíGala a la hora de firmar algunos cuadros, comenzando su declive a partir de su muerte; Joyce que nunca enloqueció pero que ya sabemos que Nora le venía como un guante; aun cuando éstos dos últimos tenían un punto de apoyo importante en su creación artística, no podemos obviar la importancia de estas relaciones. Pienso en mi experiencia clínica, donde algunos sujetos se sostienen en una relación amorosa, siendo la presencia del otro un cierto factor de freno al goce invasor; relaciones, por tanto, que cuentan con sus condicionantes, dicho sea de paso, como en cualquier otra, pero que ejercen una función de estabilización importante.
Sabemos que el lenguaje es fundamental para la constitución de un sujeto. El inconsciente está estructurado como un lenguaje, siendo la manera en la que emerja en el ser humano aquello que crea su estructura psíquica; el sujeto debe poder aceptar entrar en la lógica que impone: perder para ganar de otro modo. Sabemos que en las psicosis esto no sucede.
El modo de acoger el lenguaje es fundamental, y podemos señalar la secuencia desde el sujeto en relación al significante, al lenguaje, hasta su posición erótica. El cuerpo, distinto del organismo (de lo viviente), forjado por los efectos del lenguaje, va a ser siempre la sede de lo simbólico y del goce.
El goce se puede presentar como la pasión del alma y lo que tiene que ver con el sentimiento, con lo sentido. Entonces, a qué podemos llamar amor en este ámbito de las psicosis, ¿qué es el Eros del Psicótico?, tomando una expresión de Colette Soler. ¿Podemos decir que el sujeto psicótico puede amar?, si, justamente, padece una enfermedad en la relación de objeto y con el otro. Ya Freud, en algunos textos, como Introducción al Narcisismo, habla del componente autoerótico en algunas manifestaciones como la hebefrenia, parafrenia, etc. O sea, de la imposibilidad de pensar que el objeto está afuera y que hay que salir a buscarlo en el Otro. En otros términos, la libido está solo de vuelta para adentro. ¿Cómo pensar el amor si el sujeto solo se quiere a sí mismo? Sabemos de la soledad en las psicosis, en ocasiones son los grandes solitarios.
Bien, entonces, a través de esto vamos a pensar en la erotomanía, una de las manifestaciones de este amor.
La erotomanía, término inventado por Clearambault, nos habla de este amor, que consiste en: «el otro, hombre o mujer o Dios me ama»1, y supone un amor sin límites y lleno de certeza, no hay duda sobre ello, cuestión que nos permite diferenciarlo de otras estructuras. Jacques Lacan en su célebre tesis doctoral, acerca de la Paranoia de autocastigo, a través del caso de la protagonista del estudio, Aimée, aborda la erotomanía hacia un escritor reconocido y posteriormente hacia el Príncipe de Gales, que la conduce a un pasaje al acto en París al acabar apuñalando a una actriz conocida en su época.
El rasgo más concluyente en la erotomanía es la certidumbre, existe la certeza respecto del amor del Otro y esto es algo de una fijeza indiscutible, más allá del saber. «La erotomanía implica la elección de una persona más o menos célebre y la idea de que esta persona no está concernida más que por el propio sujeto»2.
De la erotomanía no habla el sujeto, no habla de su «enamoramiento» loco, de su obsesión, si no del aspecto persecutorio, habla y se queja acerca de por qué el objeto de su amor no viene hacia él y no le corresponde. La erotomanía, entonces, es una respuesta delirante: «el Otro me quiere, yo soy su objeto, ella o él me quiere rebajar haciendo de mí el objeto de su goce».
El sujeto psicótico no ama, no reconoce su sentimiento, por lo que necesita creerse amado, delira con ello. Esta pasión no correspondida es la semilla de su sentimiento de persecución. Dicho de otro modo, la no consecución de ese amor o ser amado o amada conlleva construir un delirio de persecución, que aparece en segundo lugar, ya que la erotomanía implica un amor imposible o rechazado.
El Otro es siempre un otro entero, con certeza. No hay preguntas como se puede hacer un neurótico. De ahí también el carácter extático del lazo con el Otro en la psicosis. Lo extático tiene que ver con la voluptuosidad, pero también con la desaparición del sujeto, con su desvanecimiento. Es el arrebato, el rapto, nos dice Colette Soler.
El psicótico, por tanto, no cree, tiene certidumbre, se trata de algo real.
Por otro lado, «decir el Otro me ama en la psicosis, implica decir que el sujeto está habitado por un Otro, enigmático, extranjero»3. Se trataría de una alienación absoluta, de muerte del sujeto, de desaparición, «Asesinato del alma», como decía Schereber, hablando así del amor muerto del psicótico, muerto en tanto que el sujeto queda abolido. Luego, entonces, la erotomanía en las psicosis conlleva importantes aspectos mortificantes.
Hablar así, de otro, enigmático, extranjero suena a la posición femenina, ¿verdad?, resuena a ese goce otro, enigmático, del que no puede decirse nada, tan solo sentirse si se produce. En muchas ocasiones se habla de las posiciones femeninas como cercanas a la erotomanía, a veces se puede escuchar: las mujeres en el amor pueden ser locas. Locas porque para ellas su ser se juega en el amor y lo que quieren es sentirse amadas; sobre todo, en el amor esperan encontrar algo de su ser, de ahí que algunas estén dispuestas a los mayores sacrificios, en la relación con un hombre. Pero eso no es la psicosis, aun cuando pueda ser algo extremo.
Por tanto, nada que ver con lo que aquí planteamos, porque en las psicosis en principio no hay nada que haga de freno, ese es uno de los principales problemas, pero para una mujer sí existe un límite que impide justamente que sean «locas». Gran diferencia, por tanto.
Pero lo que me interesa subrayar en el caso del sujeto psicótico es que la erotomanía, el delirio erotomaníaco, es como un intento, una reconstrucción fallida, donde el sujeto intenta darse un nombre y un lugar en el amor del Otro. Y, por otro lado, también supone una respuesta frente al agujero del Otro del lenguaje; cuestión que nos sitúa frente a la falta y la castración (ya sabemos que el lenguaje no puede decirlo todo), frente a la falta de garantía del Otro. Dicho de otro modo, la erotomanía, donde una figura del Otro goza del sujeto, muestra una elaboración delirante del deseo y del amor.
La salida que queda, entonces, es verse situado como objeto de goce. Ahí tendríamos el empuje a la mujer, término empleado por Lacan en su estudio del caso Schereber donde él acaba con el delirio: ser la mujer que falta a los hombres, ser la mujer de Dios.
Hay otra característica en la erotomanía, y es el platonismo. Suele haber una relación a distancia, no hace falta ver al otro, no se busca el encuentro de los cuerpos. El amor que se adapta a lo imaginario, como es éste, posee algo de lo muerto, fijo, estático. Así son los amores de quienes han perdido o no poseen la huella del deseo; hablar de complementariedad, fusión, encuentro ideal, etc, pueden ser las formas de denominarlo.
Podemos ir concluyendo, entonces, que, en las psicosis, la única posibilidad de que haya amor es que sea un amor muerto, dice J. Lacan. Amor muerto porque solo cuenta el ideal; el narcisismo (el amor por su propio yo, su ideal) puede tener una fuerza tan grande que el otro se convierte en alguien ideal, pero no en alguien real.
Por otro lado, la intervención del sexo en el amor juega un papel perturbador de la relación amorosa. ¿Por qué? porque sabemos que siempre ahí se pone presente, a la hora de la verdad, al pie de la cama, el desacuerdo, la diferencia de los goces y lo que nos separa del Otro.
Hay parejas estabilizadas en las psicosis, justamente, porque hay una ausencia del encuentro sexual, pueden pasar años y años sin tener ningún contacto físico. Se trata más bien de una relación amistosa, cortés.
No hay una búsqueda del objeto en el Otro, esencia del amor. El psicótico no puede separarse de ese objeto, pequeño a, que consideramos causa del deseo, que nos conduce a buscarlo en el otro, aún a sabiendas que no se va a encontrar ahí, ni en ningún sitio en particular. Es la dialéctica del eromenón y el erastés, el amado y el amante, tan magníficamente desplegada en el estudio que hace Lacan de El banquete, en el seminario 8, La transferencia.
¿Ahora todo esto, tan complejo, nos autoriza a pensar que no es importante el amor en las psicosis? Creo que no, aun cuando suponga enfrentarse a múltiples dificultades, para el propio sujeto y para nosotros, sobre todo, a la hora de preguntarnos por la naturaleza de ese amor.
¿Es un amor a sí mismo? ¿Delirante, por tanto, como apuntaba Freud en relación con como ama el psicótico a su delirio, como a sí mismo? ¿Ese Otro se convierte en alguien tan radicalmente heterogéneo, que no puede ser más que algo construido también del orden delirante? Aquí hago un apunte, sigo a Freud, el delirio es una tentativa de curación por parte del psicótico.
En el amor debe haber una estructura simbólica que sostenga el encuentro amoroso, debe haber un tercero, simbólico, debe estar el Otro, con el que hay que identificarse. Si no, estamos en las identificaciones imaginarias, binarias, que sólo remiten a la constitución del yo en el espejo. Como hemos visto, esto produce que se quede el sujeto psicótico en el lugar de objeto de goce del Otro, identificándose, por tanto, exclusivamente con el lugar de objeto en lo real. Pero esto no quiere decir que no pueda haber algún artificio simbólico, de la naturaleza que sea, que permita que algo de ese amor pueda darse, produciendo una cierta estabilización en el sujeto psicótico.
Vamos a ver de manera muy breve, a través de un caso muy conocido y estudiado, que ya mencioné anteriormente, cómo el amor puede estabilizar en un momento de debacle del sujeto psicótico.
Se trata de la pareja Dalí-Gala. Parece ser que cuando se conocen, Dalí estaba en un momento de cierto desencadenamiento psicótico, algunas de sus obras así lo muestran. Aparece la desintegración del sujeto, la fragmentación. Estamos en 1928-1929. Como reflejo de esto podemos ver el cuadro: El Hombre Invisible.
En la familia Dalí, todos los hijos mayores se llaman Salvador. Dalí nace después de morir un hermano, al que llamaron así. También, en un cierto momento, había descubierto que su padre, un notario muy severo, tenía relaciones con la hermana de su mujer; esto supone el comienzo de cierto derrumbe para él. En el momento en que conoce a Gala, después de ciertos escarceos amorosos, entre ellos con Lorca (frente al cual dice Dalí que sentía pavor), estaba en una situación crítica.
Sus palabras respecto a Gala: «Gala es mi Gradiva», la que logra la curación del héroe. «Ella será mi Gradiva (que significa la que avanza), mi victoria, mi mujer. Pero para eso será necesario que me curase. Ella me ha curado gracias a la fuerza indomable e insondable de su amor, cuya profundidad de pensamiento y facultad práctica superan los más ambiciosos métodos psicoanalíticos. Me encontraba ante la gran prueba de mi vida, la prueba del amor»4.
Cuando Paul Elouard anuncia su visita a Cadaqués, Dalí se siente adulado, ya que es uno de los cerebros pensantes del movimiento surrealista, junto a A. Bretón y a L. Aragón. Pero a quien esperaba es a Gala, su mujer, a la que precedía su fama. Casi podemos decir que la locura preside este encuentro, él tenía tal exaltación maníaca, que solo podía reír en su presencia, sin poder articular palabra, le daba un ataque de risa. Eran espasmos de una risa muy loca, que le producían dolores corporales.
Dice Dalí: «Pero, en lugar de sentirse herida por mi risa, Gala se regocijó. Con un esfuerzo sobrehumano, me apretó la mano, en vez de dejarla caer llena de desprecio como hubiera hecho cualquier otra mujer en una situación semejante. …mi risa no era alegre, como la del todo el mundo. No había en ella escepticismo o frivolidad, sino fanatismo, cataclismo, abismo y terror. Era la más horrorosa, la más catastrófica de todas las risas. Se lo había dado a entender, y con esa actitud me arrojé a sus pies. “Mon petit —me dijo— nunca más nos separaremos”».
Dalí le pregunta a Gala: «¿qué quieres que haga por ti? —Quiero que me mates», dice. Dalí pensó en tirarla desde lo alto de la torre de la catedral de Toledo. «Gala me salvó del crimen y curó mi locura… Quiero amarte, me casaré contigo», responde ella. «Mis síntomas histéricos desparecieron uno tras otro, como por encantamiento, y volví a ser dueño de mi sonrisa, de mi risa, de mis gestos».5
Gala nunca lo empujó al goce, lo empujó al trabajo. Gala lo cuida, ordena su vida, lo dispensa de las preocupaciones cotidianas, impide que sucumba a otras tendencias o que se deje dominar por sus terrores ante la sexualidad y su miedo al contacto físico, aspectos ligados al pavor.
El método de la invención de la paranoica crítica es la respuesta de Dalí a la catástrofe subjetiva que atravesó entre 1928 y 1929. Ante la pérdida de la realidad y graves trastornos de percepción, la llamada por él paranoia crítica responde lanzando el descrédito sobre la realidad. El objetivo es sistematizar la confusión, pero ¿cuál es el medio? Consiste en obtener una imagen doble.
Ahí tendríamos su cuadro: La metamorfosis de Narciso, que Dalí presenta a Freud en 1937.
Cuando su torso blanco doblado hacia adelante se inmoviliza, helado, en la curva plateada e hipnótica de su deseo, cuando pasa el tiempo en el reloj de flores de la arena de su propia carne, en la punta de los dedos, de la mano insensata, de la mano terrible, de la mano coprofágica, de la mano mortal, de su propio reflejo. El nuevo Narciso, Gala Mi Narciso.
Gala, hasta su muerte, efectivamente, es la Metamorfosis de su yo paranoico. Gala lo cura de su locura; si volvió a ser dueño de su risa, y de sus gestos es porque ella lo hizo renacer como Galadali, nombre con el que firmaba sus cuadros. Gracias a ello transforma algo en sínthome: hizo el cuarto término. Hizo un anudamiento borromeo, transformando su paranoia en su invención: la paranoia crítica, que le permitía cuestionar la realidad.
El genio de Dalí es haber sistematizado la confusión hasta el punto de haberla elevado a poema. El delirio que pudo establecer es que él llega al arte a poner orden en la confusión reinante. Desde luego, su genio y la estabilidad que le proporcionaba su relación con Gala le permitió poder abordar su ingente y admirada obra pictórica.
Bibliografía
Bouysseuraux, M.: Tres conferencias de Tarragona. Salvador Dalí. Fórum Psicoanalític Mare Nostrum. 2015.
Bouysseuraux, M.: Lacan el borromeo. Ahondar en el nudo. «La paranoia crítica de Dalí»Ediciones S&P.
Freud, S.: Introducción al narcisismo. Ediciones Amorrortu, tomo XIV.
Lacan, J.: Seminario 3, Las psicosis. Paidós.
Lacan, J.: Conferencias en las universidades americanas (1975). Internet.
Néret, G.: Dalí. Taschen.
Miller, J. A.: El amor en las psicosis. Paidós Campo freudiano.
Soler, C.: Las lecciones sobre las psicosis. Tres conferencias en Buenos Aires. Foro psicoanalítico de la plata. 2015.
Soler, C.: El amor del psicótico. Revista Analyticón, nº4.
Película: Á la folie… pas du tout. Laetitia Colombani. 2002.
Notas
1 Colette Soler: El amor del psicótico.
2 J. Lacan: Conferencias en las universidades americanas. 1975.
3 C. Soler, op.cit.
4 Néret, G. Dalí
5 Op. cit.