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Dibujando el TDAH
Después de todo lo comentado hoy, y como indica el título del taller, es claro que mencionar las siglas TDAH no basta para decir lo más propio de un sujeto así nombrado.
Esta presentación pretende ilustrar cómo debemos orientarnos por la palabra de los niños y descifrar en sus dibujos e historias lo que les inquieta. La clínica y el sentido común nos muestra que sólo cada niño puede dar cuenta de por qué se mueve en exceso y por qué no siempre puede atender.
Hemos escuchado cómo los casos de niños diagnosticados de TDAH se han incrementado en nuestro país, y cómo la opinión está dividida entre quienes apoyan una causa genética y neurobiológica, justificando la necesidad de un tratamiento farmacológico, y quienes no sostienen tal diagnóstico y además denuncian los intereses de la industria farmacológica.
Hemos visto cómo el incremento en la prescripción de metilfenidato, y atomoxetina, ha sido tan elevado que UNICEF y la OMS han hecho un llamamiento a la prudencia en su prescripción, dado los graves efectos secundarios de estos psicoestimulantes en los niños, como alucinaciones, depresión e ideación suicida, entre otros.
Sabemos cómo esto preocupa a la familia y a la escuela, y sabemos también las repercusiones que la agitación, o la falta de atención comportan a nivel escolar y de los aprendizajes, trascendiendo a veces también a nivel social y de relación.
A mi juicio es preciso realizar una doble labor: desde luego atender a las dificultades que muestran los niños para ver cómo ayudarles, pero también detener el uso masivo de una medicación que no es inocua, que retroalimenta y sostiene un diagnóstico moderno de una pretendida nueva patología.
Pasemos a ver los dibujos de los niños.
Esta niña de 8 años reunía los requisitos para haber sido diagnosticada de Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad, porque presentaba intensa inquietud motriz, nerviosismo y precipitación en la escritura, fracaso escolar, dificultades de aprendizaje, falta de atención y pérdida del material escolar.
De haberle sido aplicados los protocolos y Cuestionarios habituales en estos casos, sin duda el neurólogo habría determinado la necesidad de medicar, como indican, para estimular las áreas cerebrales responsables del control de los impulsos y de la concentración.
Ella nos mostró con un dibujo lo que realmente ocurría en su cerebro, acompañándolo de este relato:
Cuando me enfadan hay nubes con truenos que vienen del cerebro, y lo que allí pasa es que el cerebro está dividido y separado por una puerta. Van a pasar los buenos, pero la puerta se cierra y pasan los malos. Los buenos quieren salir pero no pueden porque los malos les cierran el paso. Empujan, pero no puedo.
Cuando la chica dice “no debo estar tan triste”, dibuja una sonrisa y entonces se abre la puerta y pasan los buenos. Hay un combate entre las células buenas y las malas, y suelen ganar “las malas”.
Llegó un período menos tumultuoso, en el que su agitación y enfados se apaciguaron, pues en este caso se requirió un psicofármaco por su problemática mental, diferente a la citada y empezó entonces a realizar otro tipo de dibujos, como el que acompaña el díptico que anuncia el taller.
Se trata de un trabajo escolar que muestra un día con orgullo, es su particular versión de Las Meninas de Velázquez. Toma los elementos que le convienen, omite el resto, e introduce uno particular y minúsculo: un caracol, representando que ya no se encuentra en la precipitación ni la urgencia subjetiva.
Hablaré ahora de un chico de casi 6 años. Era notable su impulsividad, sus enfados y rabietas, así como las alteraciones conductuales. Acudía a un colegio bilingüe pese a que su lenguaje era pobre y no correspondía a su edad. Aplicadas las correspondientes Escalas de Inteligencia, se concluyó que no presentaba déficit intelectual que explicara sus problemas de lenguaje.
Mostró en qué radicaba para él el problema. No lo pudo argumentar, pero sí explicó los elementos de sus dos dibujos:
En primer lugar, una figura detiene un tren. Parece que ha detectado un problema pues el tren echa humo, salen llamas y en esas circunstancias no es posible seguir circulando.
Más a la izquierda vemos en le estación a un personaje sonriente, pues aún espera la llegada del tren. Más a la izquierda las agujas para el cambio de vías, y en el extremo de la hoja, se advierte algo en la vía. Dibuja unos círculos, unas piedras quizás, o un socavón, mostrando un obstáculo. Más de un problema entonces, tren averiado y vía obstaculizada, imposibilitan la circulación, mostrando que algo no va bien.
El segundo dibujo lo realiza en el reverso de la misma hoja, es sin duda continuación del anterior.
De nuevo una figura detiene el tren. Esta vez aparece claramente que el problema es que falta un trozo de vía, un enorme agujero rompe la continuidad con el riesgo de descarrilamiento. Una figura, de características similares al que en el anterior dibujo esperaba en la estación, aparece ahora colgado de una nube. Su semblante ya no es sonriente, aunque brilla el sol. La escena no puede ser más desoladora y está cargada de dramatismo: Falla la locomotora, falla la vía y la figura está colgada y suspendida en el aire.
A continuación aporta una solución. Un camión trasporta un trozo de vía, de las mismas dimensiones que el agujero a cubrir para restaurar la vía. No cabe duda alguna, la flecha designa el agujero –y la secuencia a efectuar, lo mismo que en el dibujo anterior la flecha indicaba la locomotora averiada.
Es innegable el valor clínico y la claridad con la que este niño muestra cómo ha encontrado en el dibujo un recurso simbólico para explicar dónde sitúa el problema y el efecto que produce en él.
Veremos ahora otro dibujo. Se trata de una niña de 6 años con problemas de atención, nerviosa, que olvida rápido lo que aprende. Desde el colegio se detectaron también problemas de lenguaje y de pronunciación. Afortunadamente contamos con su dibujo y una somera explicación de los elementos.
Se dibuja en un campo de flores, como una más, casi pasa desapercibida entre ellas. Sin embargo vemos que su pie está en continuidad con la casa, y a través de la ventana abierta de la planta superior un cohete se dispone a dirigirse…. a la luna, nos dice.
Mientras realiza su dibujo, su hermano autista, de 9 años, gravemente afectado, no para de deambular y caminar a su alrededor. El padre se pregunta en qué medida el nerviosismo de la hija puede guardar relación con la agitación del hermano. Nosotros, a partir de todos estos elementos, podemos plantear que la falta de atención de esta niña, y su dificultad para retener y memorizar lo aprendido, guarda relación con haber encontrado refugio en la luna, como cuando se dice a alguien despistado ¡estás en la luna!, solo que este cobijo no la resguarda de experimentar pese a todo una gran tensión y nerviosismo, como podemos apreciar en las picudas y crispadas nubes de su dibujo.
Que la causa de lo que le pasa guarde relación con su hermano autista, con la dinámica generada en la familia por un hijo gravemente afectado o por su posición y su lugar en el marco familiar, es ya algo a investigar, pero bien plantea ella su posición en su dibujo.
Esta otra niña, de algo más de 7 años, fue adoptada con 3. En el informe escolar se estudió un posible TDAH, y si bien se descartó en ese momento, se insistió en reforzar especialmente la atención y concentración, ofreciéndole ambientes estructurados para controlar tiempos.
Dibujo 4.1
Ella nos muestra en sus dibujos que no es control lo que le falta. Se dibuja con su madre, resguardándose ambas la cabeza con un paraguas, por lo que pudiera caerles encima podríamos pensar, y entre ellas apreciamos la figura de un niño, -el proyecto de los padres de adoptar un segundo hijo. Vemos que las figuras están rodeadas de pequeños dibujos estampados, y otros marcos siguen rodeando y envolviendo las envolturas anteriores, hasta rellenar toda la hoja. Tanto que produce un efecto agobiante. La sonrisa dentada, en un esfuerzo por aparentar felicidad, cuando otros afectos imperaban, encontraron una más franca expresión en el siguiente dibujo.
Dibujo 4.2
Se anima aquí a dibujar corazones con diferentes expresiones y a enlazarlos en cadenetas de corazones decepcionados o molestos, coexistiendo junto a los sorprendidos y los alegres. Era la primera vez que se atrevía a representar otros afectos, escondidos tras su sonrisa.
Para ella, que se recreaba en historias de abandono que enlazaba a fantasías de rapto por los padres biológicos, añadió el temor al rechazo de los adoptivos si les fallaba…Y para colmo sólo faltaba la expectativa de la llegada de otro niño…
Es una chica muy reservada en sus afectos, que se sitúa y hace semblante de niña pequeña e inmadura, a veces para no responder, y porque en los juegos que despliega persevera en mantenerse en una posición de desvalimiento en la que parece recrearse.
Estos dibujos nos muestran cómo los niños están en condiciones de responder, en escasos trazos y un breve relato, de lo que causa su agitación, su inatención, su zozobra. Están ahí, está ahí cada uno como sujeto de la palabra, más allá de las siglas.
Una amiga médico defendía el uso de fármacos, en general, y también en estos casos, con el criterio de que eran efectivos. Se había verificado su eficacia, y si con ello cesaba la hiperactividad, aumentaba la atención y el rendimiento escolar, lo daba por bueno, argumentando que no había recursos para atención psicológica, ni se podía llevar a cada niño al psicólogo cada vez que surgía un problema. Ello sin contar con el tiempo que se requería hasta su resolución, con la consiguiente pérdida de curso y pérdida de nervios familiares. Una pastilla obraría el milagro. No parecía entender bien a costa de qué.
Como contrapunto me ocurrió que, leyendo esta semana una publicación de la Comunidad de Madrid encargada por el Defensor del Menor (2002), una “Guía Básica sobre Hiperactividad”, una usuaria de trasporte público que estaba sentada a mi lado me abordó con inquietud diciéndome que se estaba poniendo enferma de verme leer sobre TDAH, explicándome sus reservas sobre tal diagnóstico, pues ella había tratado a niños con tales dificultades y no compartía el criterio general vigente.
Otra colega psicóloga, se mostraba convencida de la existencia de esta patología con entidad propia, encontrando claras diferencias respecto a otras problemáticas infantiles, de modo que rechazaba la actual corriente contraofensiva de declararla patología inventada.
Y sin embargo es conocido que el propio promotor de estas siglas, Leon Eisenberg, -quien describió el TDAH por primera vez-, declaró, meses antes de morir, que se trataba de «un excelente ejemplo de un trastorno inventado» y que «la predisposición genética está completamente sobrevalorada».
Por último, quisiera concluir con otras declaraciones de Joseph Knobel Freud, que afirma que “El TDAH no existe, no es un trastorno neurológico, es un invento de esta sociedad de la inmediatez en la que vivimos, y que nos lleva a la hipermedicalización de niños que son más movidos». En lugar de actuar, inmediatamente se hipermedicaliza, tapando el síntoma. ¿Se ha intentado averiguar por qué ese niño se mueve, no está quieto, y no es capaz de prestar atención…? ¿Alguien se ha parado a averiguar si hay problemas en casa? ¿si está angustiado por algo? ¿si resulta que se mueve mucho porque intenta captar la atención de sus padres o del maestro, o de los educadores en general?…. Estamos creando en los niños una costumbre peligrosísima….la de que frente a un conflicto, en lugar de pensar en su causa y su posible solución…. se recurre a un elemento externo, una droga para conseguir determinados resultados: que las conductas cambien”.
Es el sobrino nieto de Sigmund Freud quien así hablaba. Es cierto, las conductas no pueden cambiarse a expensas del sujeto….sino a riesgo de hacerle desaparecer, porque en esos conflictos, como Freud nos enseñó, algo propio se muestra.