Publicado el 26/05/2025

Detox

¿A qué está acostumbrada la sociedad «sana» del primer mundo si no es a trabajar y a gastar, de forma continuada en el tiempo?

¿Podríamos afirmar que el consumo de experiencias viene a seducir las mentes de quienes, por ejemplo, no tienen problemas de hambruna ni viven entre conflictos civiles o bélicos? Porque salvo estas excepciones que a lo mejor escapan a la regla, no parece haber muchas más obstrucciones serias de entretenimiento en esta línea.

Y es que el consumo de experiencias está de moda, más aún que el consumo material. Ya desde hace tiempo, incluso en países subdesarrollados, y gracias a la religiosa interconectividad, infinidad de familias humildes que viven hacinadas en conos, favelas, o chabolas, cocinan siguiendo recetas de youtubers que prometen adelgazar, siguen trucos skincare de influencers de moda, o hacen videos de contenido para Tiktok.

Entonces, ¿podríamos considerar que el consumo de experiencias solo se concibe en países donde se puede permitir su sociedad trabajar para vivir, y no vivir para trabajar?

En países desarrollados, donde el exceso de estímulos, el consumo digital, la sobrecarga laboral y la hiperconectividad son comunes, las experiencias tipo detox suelen estar orientadas a desconectarse de ese ritmo acelerado y reconectar con lo esencial.

En cualquier caso, es otra promesa de completitud. Emula una promesa de curación por desintoxicación, expulsa o elimina desechos internos de ese consumo, cada vez más efímero, con el objetivo de poner el cuerpo y, sobre todo, la mente, en orden. El detox puede velar el hecho de que no hay experiencia que colme el deseo.

Al mismo tiempo, quien lo practica pareciera que está tratando de limpiar una culpa, excretar un exceso de goce o borrar una falta vivida como intolerable.

En este sentido, el circuito infinito, que quizá apunta a la ilusión de alcanzar el objeto (a), sería: malestar-exceso-culpa-detox.

Sabemos que el psicoanálisis no trata a toda costa de eliminar lo que no anda, de purgar una mancha subjetiva, un exceso que angustia. Porque constatamos en la clínica que no funciona así, que lo que guardamos debajo de la alfombra, o incluso, sigue pululando por ahí, retorna. Si acaso, se trataría de utilizar la angustia que conlleva el síntoma como vehículo para ir desatando y rearmando algunos nudos, o cosiendo allá donde no hay costuras suficientemente útiles.

El eco de este concepto purificador se inscribe en la subjetividad contemporánea de todos aquellos que viven en red, funcionando como un intento de domesticar el goce dentro del discurso capitalista y la lógica del bienestar. Puede operar como una defensa sofisticada contra el vacío estructural del sujeto. Y servir como una forma momentánea de recubrir el deseo reprimido con la fantasía de un Yo purificado.

Desde la lógica de la metáfora significante en relación con el síntoma, el detox puede leerse como la pureza perdida. Sustituto de una castración simbólica que no se quiere enfrentar. Es la expresión de una demanda de Otro: «hazme puro», «hazme sin falta», «hazme nuevo». ¿Una forma imaginaria y ritual de enfrentarse a lo real, a lo que no se puede nombrar?

Lacan señala: «el amo moderno es el antiguo esclavo que se ha liberado gracias a la ciencia»1. Hoy cincuenta años después se sigue admitiendo ciencia, pero con los matices de nuevas tecnologías, redes sociales, y medios de comunicación. Colette Soler suma en esta línea, pues indica que la figura del amo ha perdido su lugar tradicional: «todos somos esclavos»2. Aquellos que parecen ocupar la posición de amo tratando de hacer con el detox, están sujetos a las estructuras simbólicas que lo constituyen. Lo que los convierte en esclavos de dicho discurso.

Y como si se tratase de un efecto dominó, se esparce por los teléfonos móviles de la sociedad. Desde los más jóvenes hasta los más ancianos. Ya no hay solo adolescentes sentados en los bancos de parques sin apenas conversar y con las pantallas ancladas a sus manos.

El consumo detox ha llegado a dar forma al propio consumo. ¿Sabéis que a los teléfonos móviles se les puede poner un tope para que tras un tiempo de uso determinado la aplicación que elijas deje de funcionar? Yo me enteré a través de un paciente, que también usa aplicaciones para saber cómo y cuánto duerme, y le dice las calorías que debe gastar según lo que come.

La economía del goce, y la relación del sujeto con el objeto a, se articulan a disposición de aquel que quiere alejarse de su síntoma. En algunos casos haciendo retiros de yoga, salidas a la naturaleza, meditando, quedando con amigos… Y en otros más radicales: haciendo dietas severas, practicando deporte de forma intensiva, tomando píldoras que prometen limpiar el cuerpo, participando en aislamientos estrictos etc. Y en algunos casos extremos, ya por fuera del detox, donde no se soporta algo que retorna de lo Real, recibiendo intervenciones quirúrgicas para modificar el cuerpo (véase la película La sustancia), o el abuso de drogas. Ahora hay una clínica en Belgrado muy conocida donde se alojan influencers para depurar la sangre con láser.

La influencer vegana Zhanna Samsonova falleció por desnutrición hace un par de años, y el año pasado otra mujer murió luego de participar en un tratamiento detox de una agrupación de terapias naturales.

Y es que el superyó puede vetar, pero también arrojar al sujeto al abismo de la pulsión de muerte.

Podemos preguntarnos llegados a este punto, ¿en qué momento el detox deviene síntoma más allá de servir como un vehículo para transitar un mero inconformismo? Quizá está relacionado con la adicción al hacer uso de ello.

Sin demonizarlo. Porque el detox en tanto calma, y no calla, a veces es un medio para escucharse y encontrarse. Cada cual encuentra calma en lo que puede asirse. La religión, viajar por el mundo, el arte, los deportes son solo algunos ejemplos.

Lo que en muchos de los ejemplos se pone en juego es el precio a pagar de la (no) castración, de la (no) falta.

Y para percatarse solo tenemos que entrar en cualquier farmacia. Frente a esta lógica de absorción del síntoma por el mercado, vía psicofármacos, coaching, o tecnociencia, Lacan3 plantea que el sinthome puede ser una invención singular del sujeto, un modo de habitar el goce sin ser destruido por él.

Es por ello por lo que en el psicoanálisis sucede otra cosa distinta, el analizante puede servirse del análisis permitiéndose intoxicarse, aunque sea un poco, sin huida y bajo transferencia. Porque los retornos de lo Real en la sociedad, el aislamiento y la violencia, o las adicciones, como respuestas, ponen cada vez más en jaque la salud mental.

Notas

1 Lacan, J. (1970). Seminario 17: El reverso del psicoanálisis. Clase IX, «El saber del psicoanalista».

2 Soler, C. (2015). Las lecciones de las psicosis. Tres conferencias en Buenos Aires. Pág. 13.

3 Lacan, J. (1975-1976). Seminario 23: El Sinthome.