Publicado el 04/08/2016

Demostrar que no es la medicación

Esta es la intención de una adolescente hipermedicada para el TDAH, Estratera y Concerta, que no se tomaba la medicación. Hacía un como sí, pero no la tragaba, para demostrar que si aprobaba el curso es porque ella se lo proponía, no por las pastillitas. Este caso, que comentaré un poco más tarde es un ejemplo de cómo al sujeto se le ignora, yo diría incluso más, se le trata de derrotar, de no tomarle en cuenta, de no escucharle, de no tratar de entender qué quiere decir; esta menor que, por otro lado, no presentaba una especial hiperactividad, sí falta de concentración vinculada, en parte, a su problemática y, también,  a una motivación personal de no querer esforzarse demasiado, a estar muy confiada en sus posibilidades intelectuales, que hay que decir son muy buenas.

Hay una responsabilidad subjetiva en lo que a un sujeto le pasa, en sus síntomas, y puede haber una pregunta por ello o no. Pero, ¿qué hace esta sociedad actual con los síntomas, los malestares de los sujetos? En gran medida medicarlos, no solo con el llamado TDAH, podemos hablar también de la depresión, de la ansiedad, de las fobias o ataques de pánico, etc…

El avance imparable de la ciencia y el desarrollo sin  regulación del capitalismo, donde hoy nos encontramos, es el marco en el que se desenvuelven los malestares actuales de los sujetos. Hay una infinidad de cambios a todos los niveles: familiar, personal, individual, tecnológico, etc…  y esto no es sin consecuencias. Con el TDAH estamos frente al tratamiento que se hacen de algunos de los malestares de los niños y adolescentes, fundamentalmente, aunque hace poco recibí a una mujer de unos treinta años que venía diciendo que le habían comentado que era una TDAH de libro, tan solo por haber contestado a un cuestionario.

¿Qué sucede con la infancia en la actualidad? Cuando menos podemos decir que existen varias paradojas. La infancia se desarrolla en un mundo hiperactivo, este significante, se aplica comúnmente a la gente activa, que no para, no como algo patológico sino incluso como algo valorado. Se aprecia la actividad, el hacer hasta que el cuerpo aguante, único regulador que más o menos se tiene en cuenta. Los adultos llenan sus tiempos de actividades, hay miedo a no hacer, al vacío que esto representa. Si no se hace, si no hay satisfacciones inmediatas, que además propugna el consumo, parece que no existe el llamado bienestar,  espejismo a perseguir pues como bien apunta Freud en su genial trabajo, El Malestar en la Cultura, no se consigue alcanzar dada la naturaleza misma de lo que supone entrar en la cultura, o sea renunciar a la satisfacción de las pulsiones.

Como señala José Ramón Ubieto1El imperativo actual del funcionamiento y optimización de las competencias aparece como un pragmatismo radical aplicado a la gestión del cuerpo, concebido como una máquina, conectado siempre en on. Este funcionamiento basado en el empuje a la satisfacción inmediata, interfiere directamente en el vínculo educativo. Estaremos de acuerdo en la necesidad de tiempo, de espera, de esfuerzo que se necesitan para los aprendizajes, amén del deseo de aprender.

Así que tenemos niños que no paran, en las aulas, en casa a la hora de estudiar, pero y.. ¿ante las consolas, por ejemplo?. Ahí, gran paradoja como decía, los niños no sólo paran si no que están horas concentrados en los juegos, demostrando ser hijos de esta sociedad que pone al alcance de los sujetos todo tipo de artificios y artilugios para producir un modo de  goce  solitario. Si les preguntas a los niños te dicen que ese tipo  de tareas les gusta, lo pasan bien y no se cansan. El pensamiento llamado digital parece que está provocando cambios. Las redes neuronales y el cerebro de las nuevas generaciones nacidas en esta era presentan cambios, uno de ellos puede ser la destreza para la tecnología que va en detrimento de las llamadas habilidades sociales, de las sutilezas de la comunicación. También podríamos hablar de la escuela, que parece no renovarse demasiado teniendo en cuenta los cambios de la sociedad.

La soledad de niños y adolescentes es también una cuestión a tener en cuenta en la época actual, algo de lo que ellos se quejan si se les escucha. Conectados pero aislados, cada uno en su casa, es la ausencia de palabra conectada a un  cuerpo que la acompañe y le dé vida.

Colette Soler en un estupendo trabajo titulado: “  Lo que queda de la infancia”formula una serie de desarrollos muy interesantes. Uno de ellos es el que denomina El niño generalizado. A la pregunta acerca de qué queda del niño que cada uno fue cuando uno se vuelve adulto, responde dando algunas pistas para seguir en nuestro tema. En la época actual existe un cambio inédito en las costumbres que tiene su reflejo en el ámbito jurídico, la revolución de los derechos. Todo está permitido, puedes hacer con tu cuerpo y con el cuerpo del otro lo que quieras, la única condición es respetar los límites que impone el consentimiento. La otra cuestión jurídica, dice la autora, es el nacimiento de los derechos. El niño es definido como un sujeto de derechos, esto es con los mismos derechos de cada quien cualquiera sea su edad; los derechos humanos se han ido declinando así: primero los de los hombres, después los de las mujeres y ahora los de los niños. Esto es bien reciente, al menos en Europa.

Sabemos que paradójicamente a más se regulan algunas cosas más efectos sobre los sujetos, ya que las regulaciones son avances, indudables, pero también dejan sus marcas. Y uno de los efectos que produce es la segregación, a mayor igualdad en derechos, mayor borramiento de las diferencias, a más todos iguales,  mayor separación se produce para tratar de establecer esa diferencia. A más los padres y los hijos iguales, mayor segregación, incluso entre las generaciones. Así la pérdida de autoridad de padres, profesores es evidente, ya no ocupan ese lugar y esa función reguladora. Buen ejemplo de ello son las aulas de  los colegios e institutos donde las expulsiones por falta de respeto al profesor son un hecho cotidiano. Esto no quiere decir que toda autoridad desaparezca, si no que serán distintas, pero no entremos en esto.

Además, añadimos, se clasifica, se ordena en función de “la norma”,  así en la infancia no dejamos de tener en las últimas décadas los niños psicóticos, los niños autistas, los niños TDAH, etc.. La consecuencia de ello es que se olvida el “uno por uno”,  esencial siempre pero más en la clínica con niños. Se hacen tratamientos estándar y protocolos para abordar malestares y síntomas que no dejan de ser subjetivos por más que tengan ciertos elementos comunes propiciados por el marco  social y el tipo de lazos que  éste propugne. En el “trastorno” que ahora tratamos encontramos por otro lado, niños con diferentes estructuras: neurosis y psicosis, todos tratados y medicados con la misma fórmula. Estas fórmulas generalistas y protocolorizadas van en esta dirección. Los sujetos quedan a merced, en muchas ocasiones, de tener un encuentro donde haya alguien que esté dispuesto a escucharles, a acoger su síntoma y darle un lugar, si es que ese encuentro se produce. Esto es especialmente grave en el caso de los niños ya que se encuentran a merced del otro y de cómo se los acoge en la existencia,  como nos dice Colette Soler.

Y en algunas ocasiones es el propio sujeto quien no quiere ni siquiera aceptar ese ofrecimiento.

En las familias actuales se produce otra paradoja: el niño está en el centro de muchas decisiones, se le consulta, se le pide opinión, se le pregunta sobre sus deseos, se toman en cuenta sus exigencias, se intenta satisfacerlo. Por otro lado hay las exigencias lógicas: estudia, prepárate para la vida, etc… y ahí se ve a los padres preocupados por ello.  O sea que después de enseñarle al niño que su deseo manda en la familia, se le impone aceptar que él sea el deseo del otro que mandaNo deberíamos sorprendernos si los niños se resisten y cuando resisten lo que ocurre es: se imponen reglas, pero las reglas producen trasgresiones, rabia, pasividad o agitación, etc..2 Y entonces los sujetos se quejan más de los que tienen alrededor que de lo que les pasa a ellos mismos. Ahí tenemos una verdadera dificultad para que el sujeto asuma la responsabilidad  de preguntarse acerca de qué le pasa y qué tiene que ver él con su sufrimiento.

Por otro lado, más allá del debate acerca de si el TDAH es un trastorno inventado o no, debemos reflexionar sobre las dificultades de los niños. ¿Por qué no quieren saber acerca de su malestar, ni de otros aprendizajes? Hay un sector de la población infantil que viene determinado casi de antemano con esta etiqueta. Se trata de los niños adoptados, aquellos que han pasado épocas importantes de su infancia en institución. Suele oírse: los niños adoptados generalmente presentan cierta hiperactividad. El caso del que tomé el título  es el de una adolescente adoptada, con muchos recuerdos de su vida infantil, vino con 8 años. Su historia es de desencuentro con el deseo, el propio y el de su madre adoptiva, sin mencionar las dificultades de su madre biológica, que la deja en algunos períodos institucionalizada. La pareja de la madre era considerada como su padre, su abuela y un abuelo fallecido de forma extraña formaban parte de su entorno familiar, en su país de origen.

Si tomamos en cuenta que hay tres preguntas fundamentales para todo sujeto que  son: ¿de dónde vienen los niños? en relación al origen de la vida,¿ qué es un padre? en relación a la filiación-nominación y ¿qué quiere una mujer? como continuidad de la pregunta acerca de qué quiere mi madre, podemos pensar algunas cosas.  Son preguntas que cada sujeto tratará de responderse inventando sobre ellas, imaginariamente, ya que se trata de preguntas sin respuesta, forman parte de los imposibles de decir. Si por otro lado, podemos considerar  justamente los síntomas como  los intentos de cubrir esa falta de palabras para eso imposible de decir, ¿qué pasaría con estos sujetos en constante movimiento o desconcentrados? Suelen ser sujetos en los que no ha habido suficientes palabras que los acompañasen, que les permitiese hacer una construcción frente a ese vacío de lo real, luego tendríamos un redoblamiento del vacío y cuando no hay palabras lo que hay son actos.

En el caso de nuestra menor no hay padre conocido, la madre era drogodependiente y su madre adoptiva parece querer tan solo a su otro hijo, también adoptado pero desde muy pequeño. Su hipótesis es que fue adoptada para resolver los problemas de éste.  La actitud de F. es no querer saber, se muestra defendida, desconfiada, la han llevado a varios psicólogos. Cualquier comentario por mi parte, casi inexistente durante mucho tiempo, era tomado como eso son ideas de psicóloga, añadiendo un gesto despreciativo. Sin embargo, los conflictos con su madre eran notorios, importantes, tanto que la lleva a denunciar por malos tratos. En el colegio más bien se muestra distraída, no atiende, piensa en sus cosas, suspende aún teniendo muy buenas capacidades.

En ese recorrido por profesionales acaba en un psiquiatra que la trata farmacológicamente. Diagnóstico: TDAH y Depresión. En esa incredulidad que la acompaña tampoco cree en la medicación, no la toma aunque lo aparente. Su afán es demostrarle a su madre que ella puede hacer las cosas, aprobar, sacar buenas notas si se lo propone. El caso es que no se lo propone, no hay el deseo suficiente para ella en esta familia, ni en ella misma. Ir escuchándola, dándole tiempo, después de muchas fugas y de  momentos complejos por ejemplo con las drogas, permite que pudiera tranquilizarse. En realidad lo que la acompaña es una angustia constante de soledad, de fracaso, aunque disfrazada de omnipotencia e indiferencia. Irse calmando y  el cambio de actitud de parte de su familia, haciéndose algo  más presentes, facilita que pueda entrar en otra dialéctica que permite ir abordando su situación.

Notas

1 Jose Ramón Ubieto,  TDAH, hablar con el cuerpo.  Edit. UOC.

2 Soler, C.: Lo que queda de la infancia. Colección: Un decir. Asociación Foro del Campo Lacaniano de Medellín