Publicado el 30/08/2016

Avatares subjetivos en la sociedad global capitalista: ¿trastornos individuales o males colectivos?

Nuestros complejos son la fuente de nuestra debilidad, pero con frecuencia son también la fuente de nuestra fuerza.

Sigmund Freud

¿Cómo hacer de lo que transmitió Freud a la civilización en su legado algo vivo y no letra muerta que duerma en los armarios de las bibliotecas? Algo vivo que nos despierte aún hoy, en el siglo XXI, nuevas interrogaciones sobre lo que él llamó “el malestar de la cultura”. El  texto de Freud, escrito en 1930,  El Malestar de la Cultura, analizaba lúcidamente la sociedad occidental de finales del siglo XIX y principios del XX, sociedad, diciéndolo muy rápidamente, nacida de la revolución industrial y desgarrada por la Primera Guerra Mundial; la reflexión de Freud del 30 es anterior a la Segunda Gran Guerra que con el nazismo asoló Europa. Pero en ese texto late también lo que Freud aprendió de lo que le revelaban sus neuróticos de entonces sobre la condición humana.

Si releemos hoy El Malestar en la Cultura este legado cobra nueva vigencia para nosotros, pues nos permite tocar más de cerca lo que ha cambiado en la condición del sujeto contemporáneo, en su condición subjetiva, es decir, en su condición social, no en su condición pensada sólo como individual; luego me extenderé más sobre este punto.

Este texto en especial, escrito en el 29, lo tituló inicialmente La infelicidad en la Cultura, pero fue al publicarlo en 1930, cuando modificó el título y sustituyó infelicidad por malestar. La traducción al inglés que a él le gusto discontent, resuena en castellano, – y me parece que bien –  con el clamor actual que crece de descontento del mundo de hoy, del siglo XXI. Hoy, más de setenta años después de este texto de Freud, podemos ver après-coup, retroactivamente, cómo Freud,  desde lo que fue su modesto observatorio, la intimidad de su diván vienés, hizo emerger en la escena del siglo XX la condición del hombre moderno, de un sujeto en un conflicto inconciliable con el orden familiar y social, de la sociedad burguesa que se estaba consolidando en la Europa central de entonces, de un sujeto habitado por lo que de las pulsiones sexuales se mostraba irreductible, ineliminable, a pesar de la incidencia de las normas burguesas de la época; Freud dio cabida a la disidencia de las satisfacciones pulsionales que los síntomas neuróticos revelaban bajo formas insospechadas en lo que era el saber de entonces, pero también Freud vio la cobardía del neurótico, cobardía por querer servir a dos amos a la vez: a sus deseos libidinosos, reprimidos, inconscientes, y también a la demanda del Otro en el vínculo social.

Freud concluyó, no sin pesimismo, al final de su obra, sobre lo poco subversivo en la sociedad de entonces de las neurosis, pues -le cito- “los síntomas sustituyen una modificación del mundo exterior por una modificación somática, una acción exterior por una acción interior, sólo mental, sustituye un acto por una adaptación”. Así que el síntoma es disidente a la vez que conformista. ¿ No sigue siendo válida  esta económica definición de las neurosis como refugio sufriente, psíquico y somático, del sujeto, de ese sujeto poco subversivo que no actúa para transformar la suerte de la condición humana, en él, en el otro, en el entorno en el que está enclavado su síntoma?

Por eso, los síntomas neuróticos no son ahistóricos sino que toman formas propias de un momento de la historia, de la historia subjetiva particular de un sujeto   y también de la época social que condiciona el síntoma. La raíz del inconsciente es social, eso es lo que Freud vio, es decir que son las huellas del discurso del Otro, los efectos de las palabras, el baño de lenguaje en el que nace un sujeto como ser hablante. Esa raíz Freud la busca vía los fantasmas que los neuróticos cultivan en esos reductos imaginarios desconectados de la dura realidad del entorno.

Así, Freud vio cómo los síntomas hacen retornar -desgarrando a los sujetos con un conflicto insoluble- ese real del que quieren huir en lo imaginario de sus fantasías. Lo síntomas hacen presente, de manera enigmática, lo que en la historia de un sujeto ha sido traumático y representan lo que del entorno de palabras ha hecho mella en él . Es lo que los fantasmas de los neuróticos tratan de recubrir, sin éxito. Y lo que la ideología actual  de los profesionales “psi” elude , reduciendo los síntomas a “errores cognitivos”, o a disfunciones de neurotransmisores cerebrales a tratar sólo con  psicofármacos. Los fantasmas con los que el neurótico trata de huir de lo doloroso de sus síntomas, se cultivan hoy masivamente  en lo imaginario que nos ofrecen las pantallas de la sociedad virtual, que suple la escasa inventiva del imaginario de cada cual. Esas aspiraciones neuróticas del fantasma, Freud las compara  con los parques naturales que se mantienen fuera de la obra transformadora de la naturaleza por la civilización.

El síntoma, en suma, para Freud es, en cada uno, ese trocito de real que anida en su corazón intimo y no puede eludir, aunque quiera, como quien se va de vacaciones a esos parques temáticos hoy más artificiales que naturales; aún por suerte ustedes tienen el privilegio en esta hermosa isla de vivir en una naturaleza que no está reducida a ser un parque temático, aunque haya muchas intrusiones de parque temático que vienen desde el norte a Puerto Rico. Creo que eso les permite disfrutar de algo que quizá en otros lugares de la sociedad occidental ya está arrasado de la  naturaleza. Pero bien, “parques naturales o artificiales”  la civilización de hoy, capitalista, los ofrece para entretenimiento placentero de las multitudes y para que desvíen su mirada de esos otros parques igualmente poco naturales, obra también de la supuesta civilización capitalista que son los guetos de la miseria que segregan los bordes de las grandes concentraciones urbanas.

Freud, y es lo que más se ha recogido en el siglo XX de su legado, descubrió que las formas de neurosis predominantes desde el siglo XIX dependían de forma estrecha de las condiciones de la familia y que la familia era (subrayo “era” pues ya no está asegurado que en el siglo XXI siga siendo así), entre todos los modos de agrupación humana, la estructura primordial en la transmisión de la cultura, la que articulaba la intersección entre vida pública y vida privada. Precisamente Jacques Lacan, psicoanalista francés, en un texto escrito cuando aún era un joven psiquiatra, -un texto de 1938 Los complejos familiares en la formación del individuo que escribió para una  Enciclopedia-, subrayó que “el sublime azar del genio” no es lo único que explica que fuera en Viena, centro entonces de un Estado que era el melting-pot de las formas familiares más diversas, que un hijo del patriarcado judío hubiera imaginado el Complejo de Edipo”.

El mito de Edipo ¡Ay, eso es en lo que se ha convertido el legado de Freud!, pero como una caricatura psicologizante y barata que degrada lo complejo de la estructura y que sirve de poco para situar los avatares de las neurosis del siglo XXI.  Del mito de  Edipo, Jacques Lacan dirá que “no podrían seguir en cartelera en sociedades que han perdido el sentido de la tragedia “ . Importa más señalar cómo Lacan en su retorno a Freud articuló la crisis del neurótico en la familia que vio Freud en los síntomas de los neuróticos y su crisis en el vínculo social. Pues para Freud, las más desagradables características del hombre resultan del conflicto entre las pulsiones y la cultura, “del precario ajuste a una civilización complicada “.  Lacan ya en el 38 , lo puso de relieve de otra manera, cuando señala que la crisis edípica en la génesis de las neurosis es un modo de acercarse al declive de la figura del padre como figura de autoridad en la familia conyugal. Las neurosis del siglo XX evolucionaron, y evolucionaron –dirá Lacan- hacía las formas de neurosis de carácter, eso que hoy desde el DSM –IV  y desde la psiquiatría americana se disfraza como “trastornos de la personalidad”, pero que ya Freud reconoció como neurosis de carácter .  Lacan las reconoce como la forma de “la gran neurosis contemporánea”, del siglo XX, del hombre moderno, correlativa del declive del padre ligado a los progresos del capitalismo industrial, no de la función del padre en el inconsciente, sino de la figura del padre como amo, como jerarca, como palabras de autoridad. Es decir que en el siglo XX aparece un padre más proletarizado aunque sea un padre pequeño burgués, un padre ausente, carente, humillado o postizo.

Lacan dirá que las madrinas siniestras en la cuna del neurótico del siglo XX eran “la impotencia y la utopía”;  la utopía, añadiré,  que ahoga, con sus ideales de un futuro mejor e imposible, a los humanos y la impotencia frente a la exigencia del éxito en un régimen de competencia productiva .   Pero hoy,  cuando ya han caído todas las utopías revolucionarias, cuando la impotencia no tiene más rostro que el del deprimido ego incapaz de las performances que exige la  feroz competitividad capitalista, el que  no puede ser el selfmade man , ¿qué queda del conflicto neurótico? ¿qué queda de las prescripciones familiares? , cuando la familia hoy se ha contraído ya no sólo a la fórmula de la familia conyugal basada en la pareja reproductora heterosexual monogámica, sino que se ha contraído hasta lo que se llama hoy las familias monoparentales, o esas formas contingentes, en la sociedad occidental, de acogida de los niños, formas contingentes, variables y ajenas a la  pareja heterosexual monogámica reproductora. Y esto desde que la ciencia ha separado la reproducción biológica  de la sexualidad y florece el mercado de las adopciones de niños del tercer mundo.

Pienso que en El Malestar de la Cultura y al final de su obra, Freud anticipó ya la nueva condición del hombre moderno como individuo, como sujeto no inserto en el vínculo social. Ese hombre moderno que no sin leer a Freud, Walter Benjamin, vio en el transeúnte solo en medio de la multitud anónima o en el aislamiento del obrero conectado solo a su máquina y no conectado a los otros en un trabajo en equipo. Ese hombre despojado de su experiencia subjetiva al estar desconectado del saber, desconectado de un lazo social, y como he dicho al inicio, de las huellas de la memoria de su historia, esa historia que el inconsciente de cada uno escribe, aunque no lo sepamos, como incidencia de las palabras legadas por nuestros ascendentes. Lacan dirá, ¡ah, el hermoso legado de vuestros ascendentes es su farfulla, su bla bla, todo ese trasiego, ese baño de palabras en que se marcan los dramas de la condición que han vivido vuestros antecesores!

Digo que Freud anticipó la condición del hombre moderno pues en El Malestar de la Cultura señala que la fuente de sufrimiento más dolorosa para los sujetos no es la que proviene de la naturaleza o de los límites biológicos del cuerpo, sino que la más dolorosa es la que proviene de los vínculos con otros seres humanos, ¿por qué? “Porque nos resistimos a admitirla como ineludible”, dice Freud . ¿ No estriba esa resistencia  en lo que Freud descubre como lo  indestructible del deseo inconsciente , en  no resignarnos a lo que son los estragos de nuestro malestar en el vínculo con los otros?. Un rasgo esencial de una cultura, dirá Freud “es el modo en que se reglan los vínculos recíprocos entre los seres humanos, los vínculos sociales que ellos entablan como vecinos,  como dispensadores de ayuda, como objeto sexual de otro, como miembros de una familia o Estado. De esos vínculos sociales parten determinadas demandas ideales -sigo citando a Freud en El Malestar de la Cultura –  a las que el sujeto no se puede sustraer”.

Voy a leer, en el contexto de lo que anticipaba Freud, el inicio y el fin de El Malestar de la Cultura. En el inicio del texto: “No podemos eludir  la impresión de que el hombre suele aplicar cánones falsos en sus apreciaciones, pues mientras anhela para sí y admira en los demás el poderío, el éxito y la riqueza, menosprecia, en cambio, los valores verdaderos que la vida le ofrece”. ¿ No es esto así en la sociedad capitalista?

Veamos cómo acaba su texto: “…hoy los seres humanos han llevado tan adelante su dominio sobre las fuerzas de la naturaleza que con su auxilio les resultará fácil exterminarse unos a otros hasta el último hombre…”; “ellos lo saben, de ahí buena parte de la inquietud contemporánea, de su malestar, de su infelicidad, de su talante angustiado. Y ahora, sólo cabe esperar…”.   Por eso, esa resistencia a admitir como ineludible el dolor y el sufrimiento por el fracaso en los vínculos humanos. Pues la lucha con otras fuentes de sufrimiento , que no devastan la existencia subjetiva , pude mantener vivo al hombre . Y sí, el asunto es éste, exterminación o no de la subjetividad. ( Al respecto, a sus setenta años , Freud , operado de un cáncer de maxilar,  e impedido en el habla por una molesta prótesis, declaraba a un periodista americano :  “ aún así , aunque me consuma energía preciosa , prefiero la existencia a la extinción “ ) .  Freud  escribe , para finalizar El Malestar de la Cultura , “… cabe esperar que el otro  de los dos poderes celestiales, el Eros eterno, haga un esfuerzo para afianzarse en la lucha contra su enemigo igualmente inmortal, Tánatos”.  Pero dice: “… ¿quién puede prever el desenlace?”.   Y esta última frase la añadió en 1931 -dice Strachey- cuando ya era notoria la amenaza que representaba Hitler. El no sabía aún cómo el cáncer devastador de  Hitler , llegaría  a exterminar la existencia subjetiva , la fuerza moral humana , de tantos condenados a los campos de concentración.

La cuestión es si ahora, algo de ese desenlace no está tomando la forma soft de un campo de concentración generalizado. Es una pregunta que se hace Jacques Lacan a partir del fracaso de mayo del 68.

Lacan en su retorno a Freud, situó en la estructura  que el sujeto del inconsciente es entre dos, que ningún significante por sí solo representa nada, que el efecto de lenguaje le lleva al sujeto a adquirir su sentido con el sentido que le viene del Otro, del Otro que habla, del Otro como lugar de palabra y de discurso, que hay ese baño de lenguaje en el que el sujeto no puede encontrar el sentido de su identidad sino en el Otro, el Otro que le significa lo que él representa para ese Otro. Y, además, que el sujeto es colectivo no individual.    El  esfuerzo de Jacques Lacan, por lo que se le llama estructuralista, y que ahora se lee como estructuralista en las universidades norteamericanas ,  no es más que un intento de rigor para situar que la condición de un sujeto como sujeto que existe en la vida de un cuerpo , sujeto de un inconsciente particular , encarnado en un cuerpo, es colectiva. Por eso cuando hablo en mi título de “males colectivos” es lo mismo que hablar de males subjetivos a diferencia de los trastornos individuales que diagnostica el DSM –IV  o la psicología cognitivo-conductual.

No hay sujeto sino con el Otro, y un otro al que pueda transferir su libido para ligarse a él en el amor, en el deseo, en el goce sexual. Freud subrayará que los hombres enferman cuando no pueden transferir en un otro humano su libido. El periodista americano1 al que me he referido antes, interrogaba a Freud “¿Usted siempre pone el énfasis sobre todo en el sexo?”. Y Freud, que declara haber  perdido sus posesiones por la guerra y la salud por el cáncer que minaba su vejez , le dice: “ respondo con las palabras de su poeta Walt Whitman: Yet all were lacking, if sex were lacking”.

No hay, ciertamente, sujeto sino con el Otro, y no hay salud del deseo sino en el otro del sexo. ¿Qué avatares subjetivos, entonces, vemos hoy en el malestar de la cultura de la sociedad global capitalista? Lacan afirmó, después del mayo francés del 68 que hoy ,  la incidencia del capitalismo ha generado la sociedad de la sumersión, no de la subversión que pretendían los estudiantes de mayo del 68, “los que vomitaban -decía Lacan- los objetos de la sociedad de consumo” , sino de la sumersión capitalista universal. Precisamente, se cifra en reducir al sujeto a individuo y a los colectivos a multitudes de agregación o segregación.

Y esto Lacan lo subraya gracias a Marx. Sin Marx, Lacan no hubiera podido abordar cuáles son los avatares subjetivos de la sociedad global capitalista. Yo creo que Lacan sacó todo el provecho de la enseñanza de Marx que los partidos comunistas occidentales sofocaron, y no por casualidad, pero éste es otro tema.

Para Lacan lo que Marx vio muy bien es que vivimos ahora en una sociedad que no es la sociedad de clases, la sociedad burguesa del capitalismo de producción, que hoy, en lo que Verdú llama -Verdú es un sociólogo español- capitalismo de consumo y capitalismo de ficción, hoy todos somos proletarios, pero no proletarios en el sentido de obreros. Es que  no hay la misma diferencia que antes entre el  uno que es el poseedor, el capitalista y el otro es el que vende su fuerza de trabajo.  Ya que todos hoy vendemos nuestra fuerza de trabajo. Lacan  señala que la definición de proletario en Marx es fundamentalmente “aquel al que se le expolia su plusvalía” . Es un concepto bastante más complejo de lo que se suele  entender. El proletario, según Marx, tal y como Lacan lo señala, es aquel que “que  está desposeído de todo menos de su cuerpo, y que al que al no tener discurso alguno con el que hacer vínculo social, se queda reducido a su cuerpo” . De ahí que el afecto contemporáneo princeps es la angustia, ese talante angustioso que señala Freud al final de El Malestar de la Cultura.

La angustia es el afecto de la cuestión del deseo que no se puede alojar en un vínculo con el otro,  eso que afecta al cuerpo y que el sujeto no puede nombrar. Estar reducido a ser un individuo-cuerpo, suscita la experiencia subjetiva  de anonimato, de insignificancia social de la identidad, de soledad, por la dificultad de encontrar un vínculo en “las cosas del querer” como se dice España.      Y el  afecto de angustia , no engaña , respecto a esa falta de brújula para alojar el cuerpo como cuerpo habitado por un deseante que puede ligarse al otro sujeto como sujeto deseante. La cuestión, quizá difícil de abordar sobre la condición del sujeto de hoy, es la pregunta de ¿cómo un cuerpo de vivo, el cuerpo de los niños que nacen, un cuerpo pulsional, puede humanizarse en un deseo que vincule al sujeto hablante que habita en ese cuerpo con el Otro?. ¿Cómo lo cuerpos pueden ser otra cosa que homeless ?,  es decir, lugares sin residencia, desechos segregados en los rincones olvidados,  como se ven en las ciudades occidentales, cuerpos caídos, cuerpos sin destino, cuerpos que están deshabitados de la existencia de un deseo .

Lacan definirá el inconsciente como “el misterio de un cuerpo hablante” . Yo diría que  el problema del sujeto contemporáneo es cómo vivir en tanto que cuerpo hablante y cuerpo gozante con los otros. De hecho son los sociólogos hoy los que confirman lo que ya auguró Lacan en los años 60 y 70 y que estaba en las preocupaciones de Freud. Recuerden  lo que ya he citado , la preocupación de Freud de cuál iba a ser el desenlace, el devenir de los vínculos sociales. Pues bien, Lacan auguró que el capitalismo fragmentaba, disolvía, hacía estallar los vínculos sociales y esto lo confirman hoy todos los sociólogos por conservadores que sean.

El sujeto, entonces, se encuentra en la dificultad de ubicar su ser, su deseo, su goce, en una lógica colectiva, pues el discurso capitalista deja fuera el sexo y las cosas del querer, las cosas del amor. Así, el individuo está reducido a ser el sujeto de la libre empresa. ¡Irónica libertad !. Es la libertad de la economía neoliberal, neoindividualista, uno es libre de insertarse en la producción capitalista y libre, como consuelo, de enchufarse en su goce sólo a los gadgets  y a todos los objetos de consumo que se ofrecen en el mercado. Consuelo engañoso ,  cuando ya no bastan los objetos materiales de consumo, cuando estamos ya tan inundados, tan saturados que hasta nos aburre el exceso de objetos de consumo. Es el consuelo  engañoso que Verdú llama del “capitalismo de ficción” , que es lo que él  dice hoy procura la “orgía de la conectividad” ,  de la vida en la pantalla;  ese goce de conectarse permanentemente a  chats, messenger, e-mails, blogs, sms, etc., para tener la ilusión de que no estamos solos, para tener la ilusión de estar acompañados , aunque nos dirijamos a una pantalla – en que no sabemos si hay un humano con un cuerpo gozante que recibe algún efecto de lo que le dirigimos, esas botellas lanzadas a la mar internáutica . En esa ilusión, lo efímero de esos vínculos, como señala Z. Baumann , es que basta,  para que desaparezcan,  pulsar la tecla, delete.

Hoy, algo de lo que hace síntoma social,  es el modo en que todos los males subjetivos se reducen a trastornos individuales, con  todas esas etiquetas que provienen del planeta USA, que diagnostican nuevos síndromes o nuevos trastornos individuales, son como todos los significantes que segrega el planeta   USA, alimento  de la sociedad del simulacro, pues son para disimular la violencia que estalla por la destrucción de las mediaciones simbólicas en los vínculos humanos. Al igual que se habla de “flexibilidad laboral” de los nuevos modos de trabajo para disimular la libertad de los patrones de aumentar la precariedad del desempleo,  se habla de la deslocalización de la producción, lo que no es sino  un modo, en la crisis capitalista,  de abaratar costes de producción y reducir salarios , trasladando las empresas a otros países donde la gente cobra menos. Todos esos significantes de la economía neoliberal, y toda esa complicidad de la psiquiatría al poner esos nuevos modos de diagnóstico como “hiperactividad con déficit de atención” ( diagnóstico que un Sarkozy, en Francia quiere utilizar,  para detectar en los niños de las guarderías a los futuros delincuentes que seguirán incendiando las banlieus), el mobbing, el bullyng etc., supongo que conocen la lista imparable de ese tipo de etiquetas.

Pensemos de qué  son significativas ,sobre qué  nos hacen reflexionar. ¿Qué están nombrando todas esas etiquetas? A mi modo de ver,  no están nombrando enfermedades particulares o sufrimientos de un sujeto, están nombrando el estallido, la violencia que resulta de la disgregación de los vínculos sociales. Es decir , un daño entre sujetos, un daño ejercido de un sujeto al cuerpo de otro o a la mente de otro, entre los dos de una pareja, en el grupo de los escolares, en el ámbito de las relaciones laborales, de las relaciones de grupo, de barrio, comunitarias, etc.

No es una violencia instituyente de un orden social represivo, es una violencia que viene a denunciar y a desbaratar la falacia del ideal democrático de una sociedad basada en el ideal democrático de “ un hombre, un voto “ ,  de tomar al individuo como un voto contable. Alguien decía que lo que diferencia a los políticos de hoy de los grandes hombres de Estado es que estos últimos “se preocupaban de las próximas generaciones mientras los políticos de hoy sólo se preocupan de las próximas elecciones” , de contar individuos como números de voto. Esos ideales democráticos de igualdad aparecen desbaratados, porque muestran que están sólo basados en la libertad contractual de los individuos que es el ideal que establece la lógica del mercado capitalista. Y si tanta alarma social suscitan estas formas de violencia es porque echan por tierra los ideales igualitarios entre hombres y mujeres, de oportunidades sociales, etc., etc. Entonces, como digo, esas etiquetas son un nombre de ese estallido de lo que “regla  los vínculos recíprocos entre los seres humanos”, diciendolo con los términos ya citados de Freud en El malestar de la cultura.

¿Y en la clínica? Eso que aparece como alarma social, como fenómenos sociales de violencia diversa ¿cómo aparece en la clínica lo que nos llega a nuestras consultas en  esas demandas que parten de la voz de los que sufren y solicitan asistencia ? . Lo vemos también como una violencia muda que agita el cuerpo en el desasosiego de la pulsión,  en lo que ahora se llama ansiedad. Desasosiego de la pulsión que no encuentra como transferirse fuera del cuerpo propio a otro cuerpo de humano, no simplemente a objetos a-humanos, como nos muestra la bulímica, o el toxicómano, por ejemplo. A otro cuerpo de humano al que enlazarse en un vínculo afectivo de amor y de deseo.

Esa violencia,  también  la vemos en nuestras consultas como sufrimiento subjetivo que descalabra los lazos de grupo, los lazos comunitarios, los lazos familiares, los lazos de pareja, en los ámbitos escolares, etc., los lazos de ayuda de unos a otros en una comunidad insertándonos en un destino común, en ese “sálvese quien pueda” como máxima de un sujeto-individuo que se encuentra desamparado, solo, en la tarea abrumadora de hacerse ser alguien a sí mismo como individuo, es decir, hacerse a sí mismo y además tener la tan cacareada “autoestima”  de su propio ego, y, además, ahora con el discurso foucaultiano, ¡habría que inventarse a sí mismo, inventar los placeres fuera de la sexualidad …! En fin, hay toda una serie de máximas en el mundo de hoy que van en ese sentido de obligar al sujeto a ser un sujeto sin Otro, a tener que resolver su subjetividad sin Otro, en un ego exitoso sin poder nombrar qué modos de síntoma, de dificultad, de fallo, se juegan para él, en lo que le une y le desune del otro. Un sociólogo español como Vidal Beneyto, ya muy mayor, subraya que el descalabro de nuestra sociedad tiene que ver con el “totalitarismo del goce”,  que es un  totalitarismo que no  es el mismo que el de los  totalitarismos de la primera parte del siglo XX.

En cualquier caso, los avatares de la subjetividad contemporánea nos indican que el nuevo dilema del sujeto no es el mismo de los neuróticos del tiempo de Freud, en lo que Lacan va a llamar el discurso del Amo, el discurso clásico que determinaba los lazos de la vida pública. Porque en tiempos de Freud, el dilema del neurótico, –  recuerden lo que he citado al principio muy resumidamente de la teoría del síntoma neurótico en Freud-  su conflicto insoluble,  el que está ya anudado en esa extraña y chirriante transacción que es su síntoma neurótico, es el conflicto con el deber del Otro. Recuerden lo que citaba de esos ideales que le vienen del Otro, del vínculo social, en forma de demanda superyoica, de obligaciones, de restricciones para la satisfacción de las pulsiones .

El deber del Otro ,  es el que encarnaba  esa figura del padre de familia, ese deber como regulación de los modos de goce en renuncias pulsionales necesarias para humanizar el deseo. Esta era la tesis de Freud en El Malestar de la Cultura: que una sociedad, una cultura, se instaura por renuncias pulsionales necesarias, pero que son la condición de civilizar la pulsión, asimilar la barbarie pulsional en lo civilizado de los vínculos sociales en un deseo que establezca el lugar de un sujeto en relación con los otros en la comunidad.

¿Nos afligiríamos ahora y hoy de que ya no tenga curso la familia paternalista, por ejemplo? ¡Pues no! Y para los que hemos nacido y crecido en nuestra juventud en sociedades muy represivas y dictatoriales como era la España de Franco, con la coerción de lo que era la familia tradicional,  verdaderamente no tenemos nostalgia de ese tipo de sociedad, de ese régimen del discurso del Amo. No, no tenemos ninguna nostalgia, y yo creo que lo importante no es pensar si los tiempos pasados fueron mejores, fueron peores o si los tiempos futuros van a ser peores, si no past no future, o si estamos en el final de la historia. Los psicoanalistas no estamos para lamentos apocalípticos que tanto están en los medios de comunicación y que son el clamor de un descontento, de un malestar, pero que realmente no tienen ninguna incidencia subversiva.  De poco sirven todo ese tipo de lamentos apocalípticos sobre la convulsa sociedad en la que vivimos .

Pues los  psicoanalistas hemos de ocuparnos de lo que empuja a un sujeto a querer traer algo de lo que de su deseo resiste al sufrimiento , queriendo decirse por difícil que sea, y, precisamente, en una apuesta que no es de resignación a la catástrofe. Nos importa, en el hoy, a los psicoanalistas, y yo creo que también a los sociólogos, poder situar algo de la clínica, los distintos modos de lo que es inconciliable para el neurótico de hoy en ese dilema, como decía antes, de cómo humanizar su deseo en un vínculo con otros seres humanos. ¿Por qué? Porque, y lo decía yo estos días en el Seminario clínico con los colegas del Foro de Puerto Rico, hoy , lo que Freud llamaba  el “superyo cultural”  no es el del deber del Otro, el superyo cultural es el derecho al goce: “¡Goza lo que puedas y como puedas! Pero ¡arreglátelas! Tienes goces a la carta”; hay un menú como en informática, un menú para todas las aficiones, gustos, entretenimientos. Ya no es el “haz lo que puedas” que se decía antes a un sujeto ligado a un deber, “haz lo que puedas porque hay cosas que no puedes, porque hay límites de la ley”. Ahora es, “si puedes ¡hazlo!”, que yo creo que es uno de los modos actuales de la máxima cínica: “si puedes beneficiarte de algo, hazlo, no importa a expensas de quién y de qué”.

De ahí que el derecho al goce hoy es el ideal de nuestra sociedad como factor de bienestar individual, como máxima del capitalismo de consumo, pero no era la máxima del capitalismo de producción de la primera mitad del siglo XX el derecho al goce ¿por qué? Porque para el capitalismo de producción de la primera mitad del siglo XX era esencial acumular capital para tornarlo productivo, no para gozar de los beneficios de plusvalía. De ahí que es un drama para los padres empresarios ver cómo a sus hijos no les importa nada hacer crecer la empresa sino simplemente gozar de todos los objetos materiales de consumo y placeres que el dinero de la empresa puede procurar.

Hay límites hoy, sí, no se puede decir que vivamos en la sociedad de la barbarie sin límites, pero fijémonos que los límites son otros que los de la sociedad del tiempo de Freud. Los límites hoy y que tanto, además, se cacarean son los derechos humanos que por supuesto están escritos para no cumplirse y que los mismos que los predican son los que no los cumplen.

Me estoy acordando de la importancia de lo que nos transmite en su teatro Bertolt Brecht, que ahora se está volviendo a representar en Europa dando vigencia a lo que es el legado didáctico de su teatro.  Brecht hace aparecer en su teatro que el hombre de hoy no está dividido en un  conflicto interior consigo mismo y con el otro, sino que está disociado, sin saberlo, en dos partes que coexisten en el mismo individuo sin que haya una marca de esa disociación en la conciencia del sujeto. Lo vemos, las empresas más explotadoras son las que tienen programas de comercio justo, de misiones ecologistas , de fundaciones para el tercer mundo, etc., es decir que puede coexistir en el mismo sujeto la avidez del  el beneficio capitalista y el humanitarismo: se puede ser humanitario con una mano, mientras con la otra-  sin que la mano izquierda sepa lo que hace la derecha- seguir explotando a los congéneres. Creo que algunos políticos de hoy son un paradigma de esto, no todos, por suerte.

Hay un límite, de todas maneras, y muy importante, que hace síntoma en nuestra sociedad que es el derecho humano que nadie soporta que se transgreda. Si el derecho al goce está regido por la lógica contractual que reduce el deseo a un deal  , a una relación de intercambio, y reduce el goce a una mera ansia de objetos, se considera que el límite es el abuso de los menores. No se puede disponer de los niños como objeto de goce. ¿Por qué? Porque no son sujetos del derecho, porque no pueden dar un libre consentimiento a una relación  perversa, contractual, y creo que eso es bastante significativo.

Otro elemento en esta línea es lo que vemos hoy clínicamente como patologías de goce del cuerpo, de ese goce del cuerpo al que está abandonado el individuo. Son las que atentan, -también hay ahí un límite social en las ideologías sociales y que crean alarma social cuando se transgreden igual que se crea alarma social cuando se transgreden esos límites en ese abuso a menores-, son los modos de goce que atentan contra la homeostasis del imperativo de cuidar la vida del cuerpo, la salud. ¿Por qué?, porque el cuerpo es el último y único reducto-residencia para este homeless que es el individuo de hoy, el único home del individuo. Había una publicidad de una clínica cosmética en Madrid qué decía “Si no cuidas tu cuerpo dónde vas a vivir”, como un mandato diciendo “¡Tienes que invertir los suficiente en cuidar tu cuerpo, porque no tienes otra residencia! ”

De ahí que todo es rentable, reciclable en el mercado de los goces sin que el sujeto, a veces, pueda percibir en ese frenesí, si le satisfacen íntimamente o no, según su deseo propio, en el vínculo con los otros.

Creo que, entonces, hoy, lo que aparece como síntoma social y lo que nos traen de forma disfrazada bajo formas nuevas e insospechadas los neuróticos a nuestras consultas es lo inhabitable que es para el neurótico la precariedad del vínculo social, lo  incierto de su relación con los otros.

La pregunta que late y, a veces, es explícita en las demandas de consulta es ¿cómo vivir juntos, cómo vivir con un otro?

Pero es que para vivir juntos, primero hay que tener un otro con quien vivir y, entonces, en la sociedad de consumo nos encontramos que hay quienes tienen con qué vivir, pero no con quién. Es lo que se ve en esos nuevos modos de goce en las familias que consisten en que cada uno está en su habitación solo y enchufado a sus pantallas de la tele, de su ordenador, de todo lo que es la vida en la pantalla individual de cada uno, sin un vínculo de palabra entre ellos. Pero también están los que no tienen ni con quien ni con qué, y esos nuevos modos de agrupación y de agregación en los que se agregan los segregados, los que están tachados de “escoria” como dijo el ministro francés   Sarkozy  cuando tachó a los jóvenes incendiarios de  las banlieus  de París. “Son  racaille “ dijo; y respondieron en acto  “Sí, pero no sin fuego”.

Efectivamente, esos que están condenados, marcados y tachados en su ser como los no reciclables por el sistema de producción y consumo, sabemos que inventan formas tribales y nuevas de agregación en  formas más o menos violentas, no todas violentas, pues por ejemplo, los latins kings en España han aceptado entrar en el sistema como un modo comunitario cultural , y renunciando, al menos eso dicen , a la violencia. Hay algo valioso en esos intentos de inventar vínculos entre congéneres en una sociedad en la que ya queda muy poco de los vínculos familiares o de los vínculos sociales o de pautas que nos digan cómo vivir juntos.

Hay alguien que señala muy bien este estatuto del sujeto contemporáneo como el que está viviendo en un no-lugar, el que  no tiene ya lugar. Y ese alguien como J. Berger, que afirmaba hace poco en Madrid que “la gente, mucha gente, carece de mapa y no sabe adónde ir.  Las marcas y los logotipos son los toponímicos de ninguna parte” , y sí, todos nuestros modos de agregación a la que se nos incita, es ser clientes en lo aquí llama la gente de la calle los moles (hispanización de malls ) . Los jóvenes de hoy ,  se reúnen en los centros comerciales como clientes, como consumidores.  El sistema logra  convencer a la gente de que ese es su único estatuto. Pero Berger añade “ los clientes se definen por el sitio en que compran y pagan, no por donde viven y mueren” .

Precisamente ese ninguna parte o el no-lugar que da ese anonimato, esa insignificancia, esa errancia y ese nomadismo que vemos en las multitudes urbanas -y que, quizá, esto en una isla como Puerto Rico no es un fenómeno tan agudo como en las grandes concentraciones de las ciudades continentales –  es un fenómeno que se manifiesta en esta escisión o disociación entre dos rostros que hacen alternar al individuo, descubriéndose, -a veces para su angustia, otras para su horror, otras para su indiferencia anestesiada en un vaivén imparable- como dos rostros inconciliables que un psicoanalista señaló y que está muy bien visto como el gran mito del capitalismo que fue el relato de Stevenson El Doctor Jekyll y Mister Hyde. Todos somos hoy un poco Doctor Jekyll y Mister Hyde. O ese otro mito que también es contemporáneo de la sociedad capitalista y que por los literarios está situado como tal, Drácula, que mi colega Josep Monseny, de Barcelona, opone acertadamente al mito de Edipo , como mito sobre la pulsión, esa pulsión que Freud eternizaba con el concepto de pulsión de muerte . Drácula de Bram Stoker,  qué mejor mito para decir y mostrar lo insaciable de la avidez capitalista – Drácula era un inversor capitalista .   Los mitos, dan  forma literaria o épica a verdades que por otra vía nos es más difícil atisbar.

Creo que en la clínica podemos entender mejor los avatares que padecen los sujetos en sus mentes, en sus afectos y en sus cuerpos, si  tomamos la medida de que la moral del capitalismo resulta de esa astucia que es la que nos disocia en esas dos partes:  lo que antes he dado en llamar la mano derecha humanitaria y la mano izquierda cínica, por eso ya no hay tanto buenos y malos,  y el llamado “eje del bien”  es el que lleva parejo el  eje devastador de las guerras, por ejemplo.  entonces, creo que está en esta disociación maniquea, en una espiral imparable, permanentemente coexistiendo los dos rostros: el rostro más cercano al Eros y el rostro Tánatos de nuestra sociedad.

Son los sujetos los que testimonian de lo insostenible en su vida subjetiva y afectiva de que esa disociación es muy difícil de mantener para el neurótico y para el psicótico lúcido; para el cínico y para el perverso es más fácil, pero no son los que vienen a nuestras consultas con su sufrimiento; los que vienen son los neuróticos  y los psicóticos lúcidos. ¿Y qué es lo que nos traen?

Nos traen algo a lo que es muy difícil escapar hoy, el miedo, una forma de la angustia bajo formas de miedos, de nuevos modos de terror, de miedo al Otro, miedo a ese Otro que al mismo tiempo se anhela, es decir que los sujetos tanto anhelan al Otro como lo rechazan en su alteridad de extraño, de prójimo: miedos racistas, temores de inseguridad, miedos que no cesan de cultivar armándose de defensas en esa ambivalencia en la que solicitan protección, medidas de seguridad, órdenes policiales, etc., es decir, todo ese discurso de la seguridad para protegernos de peligros en nuestros miedos y aislarnos en nuestras casas cada vez más como en un bunker blindado, aislados de los otros, y al mismo tiempo el miedo de saber que esa condición nos condena a una serie de los afectos que nos matan de aburrimiento.

El último punto va a ser señalar algunas formas en las que aparece en la clínica los afectos de esta nueva condición del sujeto contemporáneo. Diría que están en esta serie que se psiquiatriza con etiquetas diagnósticas como la oposición, también en disociación, en un vaivén alternante, entre depresión y stress. Podríamos decirlos así: afectos depresivos y afectos de stress.

Depresión, cuando el sentido del deseo se apaga; es la apatía y la desvitalización libidinal del que no encuentra causa que lo anime con los otros o en las realizaciones propias. El deprimido es un cierto disidente del goce consumista, pero también es un disidente del deseo, no inventa nada, simplemente se deja ir al apagamiento de su deseo.

Otra serie de afectos hoy se subsumen bajo el término de stress, como ustedes saben. Hoy estamos todos estresados, ¡cómo no! Estresados en nuestra condición de trabajadores porque cuando nuestro deseo propio está secuestrado por los imperativos competitivos de la producción de una empresa, y no sólo las empresas industriales, pues tanto la máquina cultural como la máquina industrial no esperan a los humanos, sino que los obligan a plegarse a su frenético ritmo. Esa máquina superyoica del más y más, y deprisa, deprisa, siempre sin tiempo y sin intervalo, con tantas actividades para realizar, por eso digo también presión de la máquina cultural, no hace falta que venga de mandatos exteriores pues está incorporada en el inconsciente de los hijos de esos padres que han depositado en sus hijos la carga de la promoción de su persona en el éxito profesional y social desplazando sobre sus hijos sus aspiraciones narcisistas irrealizadas.

Son muchas las mujeres hoy, por ejemplo, y lo veo no sólo en mi consulta, que padecen la carga de éxito profesional en una vida agobiada que no les deja tiempo para el amor y que descubren cómo están secuestradas por los mensajes de una madre o de un padre que se lamentan de no haber podido realizarse en sus ideales por obstáculos exteriores de que en otros tiempos no teníamos las condiciones para ello y que dicen que se han sacrificado, que se han volcado sobre sus hijos para que sus hijos realicen su frustrado sueño. Ese es el legado, la carga de los ideales de los padres como ideales de la sociedad del éxito de hoy: la obligación de los hijos de tener éxito; tantos sacrificios para pagar estudios, master en los EEUU, formaciones, etc., y, luego, descubrir como pasa hoy en lo que se llama la generación de los mileuristas, un término español para designar que todos esos master y formaciones universitarias reducen a todos a tener un sueldo no superior a mil euros con el que en las grandes ciudades no se puede vivir.

Esa carga abrumadora de los ideales de los padres de la sociedad burguesa, la verdad es que ciegan para los sujetos ver que al fin y al cabo lo que era el deseo de sus padres era ajeno a esos ideales de que la generación de los hijos tuviera mayor confort y éxito social que ellos mismos. De ahí que ese ideal de éxito del self made man, ego finalmente, se revela el peso abrumador del self made man,de hacerse siervo de ese stress. Yo creo que ahí está ese afecto del stress como una presión y una exigencia de que no se llega al éxito que se quería realizar.

Afectos de tipo depresivo, de pesadumbre, de aburrimiento, de apatía, de humor hosco, de fría insensibilidad a otros; pero también la otra cara, en la disociación, son los afectos de angustia: la angustia como afecto que no engaña y que hoy se quiere acallar con ansiolíticos que están ahí a disposición de todos en el mercado; ansiolíticos y antidepresivos son las únicas respuestas a estos afectos del sujeto contemporáneo.

Como último punto para terminar hay un hecho clínico que es importante sacar a la luz que es ver los modos en que se presentan los síntomas o las patologías del acto que hemos estado trabajando en el seminario clínico en el concepto psicoanalítico de Freud de agieren, de acting out o de pasos al acto, pues tienen mucho que ver con lo que a mi entender sitúa la identidad de los sujetos en ficciones en la sociedad del simulacro –ya que la sociedad de hoy es más la sociedad del simulacro y no sólo la sociedad del espectáculo como diagnosticó  Guy  Débord        -, identidades de ficción que, en definitiva, se ven en esa cantidad de fabricación de adeptos: ser adeptos a un gurú, ser  adepto a marcas comerciales, es algo similar. De hecho a los niños hoy se les nombra ya no con nombres de santos, sino con nombres comerciales o de personajes de la tele. Creo que en Puerto Rico también ocurren cosas de este tipo. Y es muy significativo que esos sean los nombres del sujeto, ya no los nombres de santos.

También la otra vertiente, que no es la de ficciones de las identidades de ficción, sino de este mundo de las aficiones a las que se nos empuja como consuelo de nuestro goce en la sociedad de consumo, que es el que finalmente remite a todos los modos de satisfacción del sujeto que les hacen sentirse compulsivamente adictos en una atadura a un objeto que tira de ellos o a un partenaire reducido a un objeto del que no saben cómo despegarse.

Creo que quien vio muy bien esta disociación del sujeto contemporáneo que a mi modo de ver se marca en estos afectos de pesadumbre y afectos de angustia entre adeptos en su doble estatuto de adepto y adicto fue el que para mí es el gran poeta del siglo XX –porque es el que más me gusta-, que es T.S. Eliot.

Un trocito de un poema de Eliot que se titula The hollow men2, en el que cita a Lacan cuando dice que los hombres de hoy somos “hollow men , stuffed men”. En definitiva: hombres huecos, con molleras rellenas de paja ;  hombres stuffed, atiborrados, ahogados, sofocados. Y el poema es muy hermoso, porque dice  que no sólo somos vacío y ahogo de objetos,  sino voces secas sin sentido.

Les invitaría a leer todo el poema y ver cómo es un diagnóstico bellísimo, poético, de lo que es la condición del sujeto contemporáneo: … “voces secas, sin sentido, en la bodega seca de nuestras provisiones como las patitas de la rata rompiendo nuestros espejos” …

¿Por qué cito al poeta? Creo que porque es falaz pensar que el vínculo social se puede suplir como lo que cree un sociólogo como Verdú –yo pienso que no es así, la clínica nos revela que no- con esta vida en la pantalla de la conexión internáutica de chats, de blocs, etc., porque esos vínculos no aseguran un vínculo libidinal con la presencia real de otro no sólo como sujeto hablante, sino como presencia de un cuerpo gozante.

Es cuando el sujeto hablante está desconectado del cuerpo gozante, sea que es sólo cuerpo gozante o sólo sujeto hablante del bla bla en la pantalla internáutica, ahí aparece la crisis que hace síntoma y que hace sufrimiento, porque una subjetividad como tal se produce donde lo viviente, encontrándose con el lenguaje y poniéndose en juego en él sin reservas, exhibe en un gesto su propio carácter irreductible a él.

Esto no lo digo yo; pueden pensar que lo tomo de Jacques Lacan, pues no, no lo dice Jacques Lacan, lo dice textualmente alguien que no es psicoanalista, pero que creo que también es una referencia crucial para pensar la sociedad del siglo XXI que es Giorgio Agamben, quien cuando plantea la cuestión de la subjetividad añade que todo el resto es psicología y por ninguna parte encontramos en la psicología algo como un sujeto ético, una forma de vida, pues un estilo del sujeto en una ética del deseo no casa con el estilo del mundo del hoy, pero tampoco casaba con el estilo del mundo de ayer  de los tiempos de Freud,  porque la vida en la pantalla o fuera de ella, la representación en la pantalla o lo que era en la sociedad anterior, las formas de representación social, un sujeto no la hace suya en un encuentro, en algunos actos, por muchos juegos que haya en la red virtual o de representación social, si no se da esa presencia irreductible a la persona, esa mano de alfarero que es la que deja huella de creación en la vasija de arcilla por decirlo en los términos poéticos de Walter Benjamín o los pasos del poeta en las huellas que dejan su relato.

Cierto que quien nos viene a ver con un síntoma, viene, como decimos en España, hecho un poema, ¡no un poeta!

Pero justamente el asunto del psicoanalista es que en ese poema pueda leer en souffrance, sufriente y en espera.

Así que no nos aflijamos por el declive de la familia paternalista. Veamos más bien el peligro de querer suplir la falta de trascendencia de una ética del deseo en el clamor que llama a nuevos gurús religiosos, fundamentalismos religiosos islámicos y otros, o líderes neocon ( pero “con” , además, en francés, quiere decir tonto, es divertido , “conservador” y “tonto” ) . Yo creo que hay algún ejemplo aquí al norte,  bastante cerca de Puerto Rico,  de líderes neocon…

No nos falta un amo ni ejes del bien que luego ocultan cómo nos llevan a la devastación del planeta, a la devastación ecológica y a la devastación de guerras. Quizás lo que nos falta es dirigirnos un poco a nuestra singular experiencia subjetiva, a lo que sabemos sin saberlo en el corazón de nosotros mismos. Nos falta escuchar esta pequeña voz interior que anida en el hueco íntimo que nos desgarra como falta, en ese hueco en el que late el corazón de nuestro ser singular que hace que nuestra vida sea singular y única y que nadie puede vivir nuestra vida por nosotros.

Eso que es nuestro ser que late como verdad de lo que somos como sujeto del inconsciente donde nace –creo- ese poema que nos falta por leer, pero que podemos leer en la experiencia de un psicoanálisis.

Necesitamos a Otro para leernos, para descubrirnos poetas, es esa subjetividad creadora de la que habla Agamben y que no nos deje sólo bajo esa forma sufriente, sintomática, de torpes y malas artes, de una verdad que no encuentra otro modo de hacerse oír.

Creo que esa vocecita interior es lo que late en nosotros si oímos las palabras que nos vienen, aunque a veces no les prestemos atención;  si oímos un poco la lengua interior en ese intervalo íntimo de lo que somos en relación con nosotros y con los otros . Eso, nada ni nadie nos lo puede extirpar.

Muchas gracias por su atención.

Notas

1 George Silvestre Viereck , entrevista a Freud  en su casa de verano de Semmering, Alpes austríacos , en 1926.

2 We are the hollow men/ We are the stuffed men/ Leaning together /Headpiece filled wih straw.Alas!