Publicado el 05/03/2025

¿Qué hace síntoma hoy?

Quiero traer aquí un término que escucho a algunos jóvenes en la consulta, el síndrome (un invento más) llamado FOMO, o Fear Of Missing Out en inglés, traducido como el miedo a perderse algo. Este fenómeno, que ha sido exacerbado por las redes sociales y la tecnología, tiene que ver con un aumento de los niveles de ansiedad o estrés, que llevan desde una disminución de la llamada autoestima a la ausencia de satisfacción personal. El sujeto que lo padece no siente tener ni validación ni pertenencia a un grupo, en cuanto hay algo de ese supuesto goce en juego que él no experimenta, que se pierde mientras otros sí gozan.  Esto lleva a una mayor adicción a las redes sociales.

Los psicoanalistas conocemos que el lazo de cada sujeto con el plus de goce es un lazo poco social, es un lazo entre el sujeto y algo de goce, trozos de goce. Nos recuerda a la fórmula del fantasma, el sujeto en relación con un objeto, pudiendo aventurar a decir que hace pasar a la realidad una cierta versión del fantasma, pero sin el deseo, en este caso. El lazo de un sujeto con un objeto, que no es un objeto individual que ordena el discurso de un sujeto, sino que es un objeto ordenado por el discurso y, por tanto, idéntico para todos los sujetos, da lugar a un efecto homogeneizante.

En la actualidad, la gente se agrupa por vía de su síntoma, por la vía de un goce compartido: toxicómanos, alcohólicos, adictos a las redes, adictos al sexo, etc. son agrupamientos a través de un goce compartido, un tipo de goce aislado y compartido.

Sin embargo, hay una gran paradoja. Esta producción insaciable de los plus de goce conlleva aparejada la producción insaciable de la falta de goce, remite a ella constantemente (si se quiere ese plus es porque no está ese goce). Se dice sujetos adictos del goce: podríamos decir adictos de la falta de goce y, por esto, podemos entender la gran queja actual de los sujetos. O sea, a más goce lo que aparece en los sujetos es la producción de una falta que se convierte más y más en agujero, en más y más insatisfacción, cuestión bien clínica.

En las adicciones, la pregunta sería: ¿hay otro al que se le quiere decir? Siguiendo la cita de Lacan, en 1971, el Discurso de Tokio, donde se pregunta que lo propio del inconsciente es testimoniar de un saber, e incluso de un querer decir, de una necesidad de reconocimiento, puesto que los síntomas quieren decir algo: pero ¿a quién?

El síntoma puede ser considerado una subversión, ante cualquier generalización, ante cualquier para todos, que cualquier sistema quiera imponer. Muchas veces con eso que se enmarca como lo social, según el uso que se haga de ese término, se corre el riesgo de anular las subjetividades. Es en ese sentido que el síntoma es un acto de rebelión, es lo más subversivo de un sujeto. Surgen las preguntas: ¿la adicción es un síntoma para un sujeto, tiene ese carácter subversivo en este caso? ¿O se trataría de calmar la angustia y el malestar con una elección del lado del goce?

¿Puede el psicoanálisis no retroceder ante la angustia y los fenómenos sintomáticos que resultan ser de la época? Desde luego que sí. Uno de los modos posibles sería conseguir articular, entramar, el malestar con los enigmas propios de un sujeto, para hacer surgir una pregunta del sujeto, dando lugar a la apertura de la singularidad y la verdad de lo inconsciente, como manera de hacer deconsistir esas formas de saber que resultan totalizadoras y opresivas.

El horizonte de la subjetividad de nuestra época no es sino uno de los elementos en el cual se enmarca la práctica del psicoanálisis que soporta el goce de un sujeto, que no tiene nada de utilidad social, pero que puede ir tejido con el deseo, para que el sujeto se pueda hacer cargo de su modalidad de goce. Apuntar en esta dirección, ética, puede ser una de las brújulas actuales de nuestro quehacer como psicoanalistas.